…aunque le disguste a la Izquierda (y a la inversa). Esto es lo normal y puede que hasta lo deseable en un sistema democrático, precisamente para impulsar la alternancia en el Gobierno; pero la plausible confrontación política debe siempre respetar el marco legal de convivencia, esto es: quedar sujeta a un consenso básico o “constitucional”.
¿Acaso la base misma de la democracia, la Soberanía Nacional, no implica la asunción de representatividad política por sufragio universal de los ciudadanos, la separación de poderes y la capacidad para elegir y remover gobiernos de los gobernados? ¿Acaso las izquierdas o derechas que se digan democráticas no acatan este consenso básico?
Por tanto, ¿de qué hablamos en una democracia cuando decimos Izquierda o Derecha? Las diferencias entre ambas no son decisivas, no tanto como sus coincidencias si ambas defienden la propiedad privada, la igualdad ante la Ley y la extensión de los beneficios comunitarios a través de servicios públicos como Educación, Pensiones y Sanidad.
La crisis de las ideas (o, más bien, de las ideologías) en la década de los 90’ hizo aflorar un concepto de alta volatilidad como “Centro”, que suele equipararse a “liberal” entre “conservadores” y “socialistas” cuando en rigor supondría una superación de esa tradicional división una vez acontecido “el fin de la Historia” a la caída del Muro.
Desde entonces, Derecha e Izquierda buscan el “Centro” como si alcanzarlo se tradujese de inmediato en una mayoría electoral democrática, como si rechazarlo implicase automáticamente rechazar el sistema y los modos democráticos, o como si no cupiera otra hegemonía política que la centrista, convertida así en “pensamiento único”.
EL FIN DEL CONSENSO BÁSICO
Pero en esta búsqueda guiada por el pragmatismo, Izquierda y Derecha se han dejado por el camino la mayoría de sus rasgos distintivos al desdibujar sus señas de identidad para encajar en “la nueva mayoría”, acudiendo a otra serie de reclamos que hasta entonces quedaban fuera de la liza política y que no atañen al consenso democrático.
Por eso asistimos a batallas ideológicas en asuntos en los que el consenso social dependía de la moral común de los ciudadanos en sus respectivas sociedades, no de pactos entre los partidos políticos. Batallas que han tenido como consecuencia principal expulsar a los partidos de todo consenso, incluido el básico o constitucional.
Derecha e Izquierda no sólo no han logrado perfilar mejor sus programas, sino que han dividido artificialmente a la sociedad en grupos de muy diversos intereses. Esto es lo que causa sorpresa en la hora actual en Europa y en los Estados Unidos: la quiebra del modelo centrista o “socialdemócrata”, de la misma hegemonía del “pensamiento único”.
Así, no sólo “el fin de la Historia” está lejos de suceder (si es que pudiere suceder), sino que la emergencia de potencias económicas y militares como China y Rusia, la radicalización yihadista en el seno del Islam y las masivas migraciones internacionales representan un nuevo punto de fricción entre Izquierda y Derecha.
De cómo se han reposicionado ambas en nuestras democracias frente a estos asuntos y a las propias bases del consenso democrático básico (constitucional) tratará otro artículo.