…son términos aparentemente relacionados, mezclados a diario en los medios de comunicación hasta ser utilizados como sinónimos en una misma información periodística, declaración política u opinión particular. Por el contrario, responden a ideas, sentimientos y contextos históricos distintos, cuando no enfrentados.
Ni siquiera el patriotismo ha tenido exactamente las mismas connotaciones a lo largo del tiempo, aunque tal vez sea el concepto menos político (y por tanto el más fácil de politizar) de los cuatro: el patriotismo es algo tan básico como sentirse orgulloso de lo que uno es por ser de donde uno es y por pertenecer a una comunidad dada de iguales.
Así, sentirse orgulloso de ser español implica sentirse orgulloso de ser tal como se es en esa condición de español debida a la pertenencia a esa comunidad tan incluyente como exclusiva (independientemente de los criterios de inclusión/exclusión); avergonzarse de serlo implica vergüenza de uno mismo y de la comunidad, de los que son como uno.
Pero antes de llegar a la conclusión de que “la Patria es el último refugio de los canallas” (de donde se deduce que los tiranos y los traidores tienden a envolverse en la bandera como subterfugio o última ratio de sus acciones, no que todos los patriotas sean canallas), conviene remontarse hasta los tiempos en que ningún hombre tenía patria.
EN BUSCA DE UN LUGAR QUE LLAMAR HOGAR
Nacidos como especie en algún paraje del África interior, la dispersión de los humanos en distintas direcciones por el mundo entero fue connatural a un híbrido de mono y lobo, capaz de organizarse para cazar a plena luz del día y en terreno descubierto durante decenas de miles de años antes de aprender a cultivar cereales y legumbres.
Es la agricultura la que fija las poblaciones al terreno, mucho más que el pastoreo, la caza o la recolección de frutos que durante largo tiempo (y en todo caso, debido siempre a los cambios climáticos en el medio propios de las estaciones) obligaron a los seres humanos a nomadear en busca de mejores pastos, mejores piezas de caza y agua.
Las ciudades nacen junto a los ríos o en la costa, desde las civilizaciones de Mesopotamia (“Tierra entre dos ríos”, el Tigris y el Éufrates) y Egipto (el Nilo, el Mediterráneo) hasta nuestras modernas París, Londres o Nueva York. Va de suyo que, una vez que el hombre encuentra una tierra fértil, se arraigue al terreno y lo celebre.
Y va de suyo también que lo defienda, claro: el terreno, en propiedad comunal o no, incluidos sus pastos y bosques, ríos y montañas, casas y templos sagrados. Nace el patriotismo o la identificación de la tierra y el hombre, el paisaje y sus dioses, las primeras leyendas sobre el origen de los habitantes de esa patria ahora reconocida.
Porque lo fundamental en contra de cualquier adhesión a (o identificación excesiva con) la tierra en la que uno ha nacido es recordar que, prácticamente desde el primer hombre que tuvo la idea de abandonar el nomadismo para tratar de establecerse en un sitio concreto por tiempo indeterminado, todos hemos llegado desde cualquier otro lugar.
NADIE NACIÓ NUNCA DE LA TIERRA
Los griegos de la Antigüedad son con toda probabilidad los primeros en presumir de patriotismo, como presumidos eran en tantas otras cuestiones hasta el punto de denominar a muchos de los pueblos de su tiempo como “bárbaros”. Pero su patriotismo no se tradujo jamás en una “Nación griega”, pese a distintas federaciones de las polis.
El mito de la autoctonía funcionaba, como el resto de los grandes mitos griegos, como delimitador de una zona de influencia helenística, más que como frontera de nación o imperio. Los griegos fundaron colonias más allá de Grecia, aparte de lo que quedó del fabuloso imperio proyectado por el macedonio Alejandro, como la polis de Alejandría.
Pero los griegos se debían a sus polis, algunas de las cuales (Atenas, Esparta, Tebas) ejercieron en ocasiones como cabecera de coaliciones de polis menores… contra otras coaliciones de polis. Una división permanente que favoreció su invasión o dependencia cada tanto por parte de Persia, primero, y de Roma después y ya de manera definitiva.
¿Eran poco patriotas los griegos? Más bien fueron poco nacionalistas, en el sentido aparentemente paradójico de “poco integradores”, más preocupados de preservar costumbres y modelos políticos propios que de pactar con sus opuestos por el bien mayor de una Grecia unida e independiente. Que tristemente desapareció de la Historia.
EL PATRIOTISMO REPUBLICANO
Con Roma el concepto mutará paulatinamente, desde sus orígenes republicanos hasta el fin del Imperio, pero se puede hablar de patriotismo como virtud cívica, un patriotismo del ideal vinculado a un ente que es más que una polis y a la propia condición de ciudadanía, hecha extensiva a todos los habitantes del Imperio en sus postrimerías.
Así, de los feroces montañeses que sometieron a las tribus vecinas antes de ocupar toda Italia y casi todo el mundo conocido puede decirse que tenían un elevado sentido de servicio a la Ciudad, ámbito de la “res pública”, que lejos de manifestarse en términos xenófobos fue trasladado a las provincias y colonias que se iban incorporando a Roma.
Por eso el patriotismo romano, republicano, era indistinto entre los ciudadanos fuera su origen itálico, hispánico u oriental, porque no tenía como referencia una tierra concreta o la misma localización geográfica de Roma, sino Roma como ideal civilizador de pueblos a través de la fuerza, de los pactos y del posterior amparo del Derecho.
Un patriotismo compartido, al menos como modelo, por la mayoría de los germanos federados con el Imperio hasta su extinción, desde la cual no se dejará de añorar la idea de una Roma entendida como unidad espiritual, económica, política y militar, hasta el intento refundador de Carlomagno con el Sacro Imperio Romano Germánico.
LA IGLESIA, LEGATARIA DE ROMA
Pero Roma no desapareció del todo, ya que además de sobrevivir como ideal se mantuvo el imperio de Bizancio en la Europa oriental y en buena parte de los territorios del norte de África y del Oriente Próximo, hasta la llegada de los invasores islámicos de Arabia y las posteriores incursiones de los turcos.
La Iglesia Católica será durante el largo período conocido como Edad Media (del siglo V al XV) la heredera espiritual de Roma, su continuadora en la transmisión de los saberes clásicos y del Derecho, y la principal defensora de esa idea universal de civilización que San Agustín plasmará en “La ciudad de Dios”.
El patriotismo republicano será, en consecuencia, reemplazado por una serie de vínculos personales entre los distintos estamentos de la época, siendo el de vasallaje a los reyes o señores feudales el principal de ellos, en el contexto citado de una unidad espiritual católica en la Europa medieval fomentada sobre todo por benedictinos y dominicos.
La crisis moral que conocemos como Renacimiento hará surgir nuevas realidades políticas, más próximas a nuestros actuales Estados-Nación, si bien todavía en un contexto donde priman más los intereses políticos de los reyes y señores que la adhesión patriótica de la mayoría de los habitantes europeos a sus respectivas patrias.
NACIONES SIN NACIONALISTAS
La figura de Nicolás de Maquiavelo es pionera al respecto, ya que se trata de un patriota florentino que anhela la reunificación italiana como proyecto político y único medio posible para defender las distintas repúblicas de las pretensiones del Papado, España y Francia. Su fracaso “nacionalista” no resta un ápice al carácter visionario de su apuesta.
Porque no ha llegado aún el tiempo de las naciones, tal como las entendemos hoy día, y una unión tan relevante en la Historia como la de las coronas de Castilla y de Aragón va a constituir el primer Estado moderno, si bien Castilla se lanza a las expediciones ultramarinas al Occidente mientras Aragón se expande por el Mediterráneo.
Como dato significativo del carácter escasamente identitario de estas incipientes naciones, cabe añadir que los españoles en América pretenden expandir el Imperio por esa “Nueva España” con cuyos habitantes indígenas no tardarán en mezclarse, lo que generará múltiples razas nuevas como nunca antes o después en la Historia.
Así, castellanos (de las provincias vascas, la Castilla Vieja, Extremadura y Andalucía) marchan al Nuevo Mundo con moriscos y judeoconversos en sus tripulaciones, más los esclavos negros que trasladarán con el tiempo, así como irán desplazándose a la América española habitantes de otras partes del Imperio, como alemanes e italianos.
EL FIN DE LA UNIDAD EUROPEA
Coincidiendo en el siglo con el descubrimiento de América, la caída de Bizancio va a suponer una drástica división entre el Occidente y el Oriente europeos, precisamente décadas antes de culminar la Reconquista de España al Islam, expulsado a África hasta nuestros días. El Turco pretenderá enseñorearse del Mediterráneo, con cierto éxito.
Pero será el cisma religioso promovido por Lutero lo que liquide los restos de la arquitectura jurídico-política del Medievo, sembrando el germen de futuros nacionalismos que se vincularán a las distintas religiones “nacionales” siguiendo el principio de “a cada reino, su religión”: Roma cae en el descrédito como ideal político.
Desde entonces, las guerras civiles devastarán Europa hasta la consolidación de los imperios de Austria, Rusia, Prusia, Inglaterra y Francia, en cuyo seno las tensiones religiosas quedarán mitigadas por integración o represión, pero aún latentes (como en Alemania, Irlanda, Polonia), o por la emigración masiva a América del Norte.
Será precisamente decisivo el nacimiento de los Estados Unidos como patria de hombres libres “nacidos iguales”, independientemente de su credo religioso, para establecer como doctrina esencial de los derechos humanos el reconocimiento de la libertad de conciencia y su correlativa libertad de expresión.
NACIONALISMO REPUBLICANO
Los manuales suelen distinguir entre dos escuelas de pensamiento político nacionalista, la francesa y la alemana, buscando la primera la identificación patriótica del ciudadano con el Estado-Nación (al modo del patriotismo cívico en Roma), y la segunda ponderando la identidad racial y cultural y su apego por la tierra de los ancestros.
La proclamación de la Independencia de los Estados Unidos de América, después de avocar la soberanía de la Corona británica, con la posterior toma del poder en Francia por los revolucionarios defensores de la Soberanía Nacional frente a la del monarca absoluto, son los primeros hitos del nacionalismo entendido como soberanía popular.
La emancipación de las repúblicas hispanoamericanas supondrá un nuevo paso en la consolidación de regímenes de soberanía nacional, a los que no fue ajena la declaración de la Constitución española de 1812 desde su primer título, cuyo primer capítulo reproduzco íntegro a continuación:
Capitulo I. De la Nación española. Artículo 1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
DEL NACIONALISMO AL FASCISMO
Parece obvio que el nacionalismo republicano supuso un avance histórico de primera magnitud para el común de los que antes no eran sino súbditos, vasallos o meros siervos, ahora enaltecidos a la condición de ciudadanos del Estado-Nación, de cuya mera realidad se derivará prontamente la extensión del sufragio a todos los nacionales.
Pero lo que resulta claro para las nuevas naciones americanas quedará empañado en Europa por dos realidades disímiles y contrarias: el auge de los imperialismos y el despertar del sentimiento nacionalista en aquellos pueblos sojuzgados (o con conciencia de serlo, al menos) por los imperios de Austria, Prusia, Rusia y Turquía.
Fueron las tensiones imperialistas las que condujeron a la “Gran Guerra” (I GM), donde el papel del nacionalismo quedó reducido al acompañamiento melódico de las soflamas militaristas, porque lo que estaba en juego era el dominio del mar y las rutas comerciales hacia los mercados de África y Asia, en pleno régimen de explotación.
Acabada la I GM, la doctrina Wilson de reconocimiento del derecho al Estado-Nación de las diversas nacionalidades chocó con la realidad heterogénea de decenas de grupos étnicos dispersos en distintas proporciones por el centro y este de Europa, lo que derivaría en un incremento inusitado de las fricciones y la reacción letal del III Reich.
LA NACIÓN COMO ORGANISMO VIVO
Será un maestro de escuela socialista como Benito Mussolini el que imponga al nacionalismo republicano, que había forjado la unidad de Italia, una nueva adhesión a la patria entendida ahora como un todo orgánico llamado a “la lucha por la supervivencia” contra otros “cuerpos” o naciones, siguiendo a Lenin en su tergiversación de Darwin.
Pero la idea de Mussolini radica patrióticamente en superar “la lucha de clases”, propia del Socialismo, para integrar en el Estado a las masas sin desdoro del proyecto nacional. Nace así el Fascismo, a modo de “socialismo nacional” con la coartada de la solidaridad entre compatriotas, pero también como proyecto imperialista sobre “las razas menores”.
Hitler primero, con sus proclamas de “espacio vital” para la Gran Alemania y el conjunto de los alemanes, diseminados por varios estados, y Stalin después, con su modelo de “socialismo en un solo país”, recibirán la inspiración del modelo mussoliniano que el propio Duce calificó de “totalitario”.
Aun así, Mussolini jamás llegó a los extremos de Lenin, Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot o Castro, implicado como ellos en guerras exteriores y en la represión interior, pero no en el genocidio por razón de raza, clase socioeconómica, creencias religiosas, profesión e incluso orientación sexual. Fue más un nacionalista exaltado que un líder totalitario.
EL POPULISMO NO SUELE SER PATRIÓTICO
El término “populismo” se utiliza actualmente como cajón de sastre para todo tipo de corrientes ideológicas y actitudes políticas personales, cuando antaño este concepto describía las mentiras y exageraciones de los demagogos (Grecia) y tribunos de la plebe (Roma) que pretendían hablar en nombre de las clases bajas o populares.
En nuestros días, se utiliza como sinónimo de comunismo, fascismo o nacionalismo, teniendo más que ver con una instrumentación de las masas para desestabilizar un régimen dado que con una ideología concreta, más una técnica que un ideario político. No obstante, se puede aseverar que es distinto y hasta contrario al patriotismo.
El tribuno populista Julio César, por ejemplo, no cejó en su afán de enfrentar al pueblo de Roma contra sus senadores, prevaliéndose del Ejército para dejar su camino al poder expedito. Después de una serie de guerras civiles, César se erige en caudillo contra las leyes de la República y por ello es asesinado por, precisamente, patriotas republicanos.
Por su parte, un pretendido icono populista del siglo XX es Perón, pero su demagogia no oculta que su proyecto político es el de un nacionalista revenido fascista por su contacto con Mussolini. De nuevo en ambos casos prima el social nacionalismo como superador de la lucha de clases y como integrador patriótico de las masas en el Estado.
NACIONES E IMPERIOS, PUEBLOS Y TRIBUS
A modo de conclusión, merece la pena repensar el proceso histórico por el cual el ser humano pasa de conformar tribus a través de lazos de consanguineidad, como sucede también en los clanes, a crear pueblos y “naciones” en un sentido antiguo, antes de integrarse en organizaciones políticas más amplias como el Imperio o el Estado-Nación.
Una mirada al África actual servirá de ilustración de la dificultosa existencia del Estado-Nación en el continente negro, en tanto que persisten las diferencias tribales, étnicas y culturales, agravadas por la división religiosa entre musulmanes, cristianos y animistas, que el modelo colonizador de imperios como el británico y el francés jamás erradicó.
Por contraste, los países asiáticos dominados por ingleses, franceses, holandeses y portugueses asumieron como sociedades lo que Benedict Anderson definió como “comunidades imaginadas”, reflejo de las naciones imperiales que las iban a dotar involuntariamente de su conciencia nacional a través del mapa, el censo y el museo.
Vietnam es paradigmático, pues el “país del Sur” (el “Centro del Mundo” es China) formaba parte de la Indochina francesa al término de la II GM, desgajándose mediante una larga guerra de “liberación nacional” contra Francia primero, contra EEUU después, y más tarde contra la propia China. Pero pocos son los “pueblos” con Nación.