…en la conformación distorsionada de la opinión pública fue teorizada por Elisabeth Noelle-Neumann en la obra homónima publicada en 1977. Su tesis básica apunta a cómo el miedo a cuestionar la hegemonía de una verdad establecida acaba generando un modelo comunicativo en el que se expande el silencio en detrimento del discurso alternativo y su debate.
Hasta ahora el ejemplo más claro era el de los totalitarismos, habida cuenta de que sus recursos ordinarios para la movilización y la conquista del poder son el terror y la propaganda y de que, como señaló Hannah Arendt, una vez alcanzado el poder absoluto ni siquiera requieren del segundo elemento porque les basta el omnímodo terror ejercido para imponer la aquiescencia o el silencio.
Del 68 a nuestros días, una serie de cuestiones científicas, políticas, morales y filosóficas adoptaron el cuerpo de doctrinas ideológicas (y, por tanto, a la manera de teologías o “religiones de sustitución”, dejaron de ser susceptibles de refutación empírico-crítica) para tratar de imponerse en el debate público como genuinas “verdades reveladas” en las que debiera ser obligatorio creer.
Así, como profecías no sometidas a falsabilidad, pero con el revestimiento discursivo de auténticas evidencias científicas, resulta de un lado que el crítico se convierte en hereje y, del otro, en un ignorante reo de mentalidad atávica y acientífica. El proceso se inicia con el establecimiento de “la Verdad” de la causa a sostener, y se desarrolla a través de la simultaneidad de propaganda y terror.
Si al aparato ideológico (pseudocientífico) y a la coacción verbal o física (ambas violentas, porque la primera siempre presupone la aplicación de la segunda como garante de la amenaza proferida), se une la bondad última pretendida por “la Causa”, tendremos el último elemento necesario para fomentar el silencio en todo aquel que no quiera pasar por enemigo número 1 del género humano.
No hará falta explicar entonces por qué ideas y cuestiones esencialmente debatibles y susceptibles de ser sometidas a crítica como las tesis apocalípticas sobre el cambio climático, la desigualdad económica o la situación de mujeres, homosexuales y transexuales, el maltrato animal o la energía nuclear, han sido convertidas en dogmas de fe por quienes aspiran a la hegemonía sociopolítica.
EL VIEJO TRUCO DE LA FALSA PREMISA
La máxima del Islam es que “Alá es Dios y Mahoma su profeta”, una profecía autocumplida, no sometida a falsabilidad sino demostrada mediante el terror y el proselitismo o propaganda religiosa. El propio Mahoma compuso una religión sincrética, siendo él el considerado hereje y perseguido por ello, hasta que se volvió fuerte y dispuso a su vez perseguir a los infieles por todo el mundo.
Pero si la premisa falaz en el Islam es hasta cierto punto necesaria para la fe y no puede ser, por su carácter religioso, sometida a falsabilidad científica, sí cabe contra ella la crítica racional; mientras que, en el caso del comunismo, la refutación de la teoría de la plusvalía ya en vida de Marx no impidió que “la lucha de clases” como “motor de la Historia” se postulase como “verdad científica”.
Porque el comunismo marxista prometía “la sociedad sin clases” como traslación del “Reino de los Cielos” a la vida de los hombres, y aunque «la Causa» roja haya representado por el contrario el más monstruoso experimento de depauperación y exterminio de masas de la Historia, tratándose del “Bien” sus críticos y enemigos han sido considerados como “hitlerianos”, “agentes de la CIA”, etc.
Se aprecia así cómo, pese a no presentarse como religión revelada, la ideología totalitaria funciona del mismo modo pero enmascarando la necesidad de fe: Dios la demanda, pero el Comunismo es “científico” y basta con aprender las claves del “materialismo dialéctico” para asumir su verdad, esto es: que inexorablemente “la lucha de clases” conducirá a “la sociedad socialista sin clases”.
En consecuencia, si “la lucha de clases” es “la Verdad”, no ponerse del lado de la clase explotada o proletaria no es únicamente un crimen político, sino una negación de la misma realidad de las cosas, traducida por todos los predeterministas en la habitual acusación a los escépticos y opositores de “ir contra el signo de los tiempos” o “de la Historia” o “del Progreso”.
LAS NUEVAS IDEOLOGÍAS DE LA CENSURA
En la actualidad, y de manera suicida, en las sociedades occidentales se impone el respeto a ambos credos (islámico y comunista) como “libertad de expresión”, cuando no se apela a la “libertad de conciencia” para justificar y amparar el proselitismo de teologías políticas o ideologías religiosas que tienen como único fin el sometimiento de la dignidad humana a los caprichos de sus caudillos.
Así, lo que se obtiene cuando se aplican criterios políticos y morales propios de sociedades plurales y libres a religiones e ideologías que niegan por principio la condición de la dignidad humana a cualquier individuo, pues en ellas todo queda sometido a los designios inescrutables de la divinidad o del “sentido de la Historia”, se equiparan en legitimidad todas las ideas y profesiones políticas.
Este relativismo choca por supuesto frontalmente con la univocidad totalitaria, que sólo considera verdad su “verdad científica”, al tiempo que debilita la genuina actitud tolerante y liberal, que parece por su misma condición crítica la única que debe ejercer la autocensura, conceder espacios de diálogo y disidencia y amparar también aquellas ideologías que niegan toda libertad.
Por el contrario, lo que la crítica liberal debe exponer sin ambages es la premisa falsa y la mentira última de las ideologías, para deslegitimar de partida sus ideas y teorías tanto como sus consecuentes métodos e imposiciones, pues es más sencillo y menos nocivo a la postre dar la “batalla cultural” contra las ideas que tener que reprimir los actos criminales que engendran.
UN CASO PRÁCTICO DE LA ACTUALIDAD: LOS PROFETAS DEL APOCALIPSIS CLIMÁTICO
Llamamos “clima” a algo en esencia cambiante como la correlación de fuerzas atmosféricas con las mismas corrientes profundas de los océanos en un planeta Tierra que además gira en torno a una estrella como el Sol que influye decisivamente en prácticamente todos los fenómenos meteorológicos conocidos. Resulta evidente que el clima cambia según las estaciones solares.
Ahora bien, de un tiempo a esta parte la preocupación ecológica o medioambiental (la preocupación legítima por nuestro hábitat y por las repercusiones que en nuestra especie tengan las transformaciones operadas sobre el entorno) ha cobrado forma ideológica para travestirse en una teología que implicaría “la Culpa” inherente al hombre por la profanación de Gea o “el Paraíso”.
De ahí sus derivadas actuales, con “climatólogos” y actores de Hollywood ejerciendo como los más recientes y conspicuos sacerdotes de esta “religión verde” que ha decretado su “guerra santa” a los combustibles de origen fósil y al ganado vacuno (como si no fuera tóxico el metano de los cerdos) por las emisiones a la atmósfera de CO2, principal factor del “cambio climático” que padecemos.
Porque la premisa falaz en este caso es que el “cambio climático” (redundancia expresa por lo antedicho) es definitivamente pernicioso, aunque no se nos explica exactamente por qué. La idea recurrente es que las emisiones de CO2 producen un “calentamiento global” susceptible de derretir los polos y aumentar el nivel del agua del mar, entre otras catástrofes que fijan ya en el corto plazo.
EL PLANETA SEGUIRÁ SIENDO AZUL
No obstante, lo que los anales recuerdan es “la Pequeña Edad de Hielo” entre 1300-1850 d.C, lo que dificultó cosechas y generó ocasionalmente hambrunas. Por no hablar de que hasta hace poco nos preocupaba el agujero de la capa de ozono (imputado entonces a los desodorantes, recuérdese), que se ha reducido pese a previsiones catastrofistas. O de que el “invierno nuclear” no aconteció aún.
Pero incluso sin necesidad de negar la posibilidad de un futuro cambio drástico en las condiciones climáticas, que acontecería a lo largo de décadas y no de horas como en el cine de catástrofes naturales, lo cierto es que hipótesis científicas (aparte de admitir la falta de métricas fiables por la carencia de datos más concretos del pasado) sostienen que el factor decisivo sigue siendo el mar.
Porque frente a los delirios ideológicos seguiremos habitando “el Planeta azul” (tres cuartas partes de agua) de Vaclav Havel, mientras tratamos de desentrañar sus secretos, extraer sus riquezas y protegerlo en su diversidad no meramente por curiosidad científica, afán de lucro o bondad, sino por la cuenta que nos trae, o antes acabará el planeta con nosotros que nosotros con el planeta.
Una visión que apenas puede ser sostenida en público por políticos, científicos o celebridades cualesquiera sin enfrentarse a censura, exclusión o represión, principales apoyos de las tesis apocalípticas sobre el “cambio climático” que han expandido el campo del silencio por los estudios científicos, las universidades y los medios de comunicación. La condena es por “negacionismo” (1).
NOTAS
1. Negacionismo es un término utilizado hasta ahora para definir, exclusivamente, la actitud y/o la obra de palabra o por escrito que niega la verdad del genocidio del pueblo judío a manos de los nazis. El caso del negacionista historiador británico David Irving es paradigmático, porque tergiversó datos y presentó documentos falsificados como fuentes primarias que avalarían sus tesis respecto a la ausencia de exterminio de judíos en las cámaras de gas de Auschwitz y de la misma responsabilidad de Hitler en la planificación y ejecución del “Holocausto”.