…se ha convertido en los sistemas democráticos en uno de los principales rasgos diferenciadores entre Derecha e Izquierda, siendo ésta la que mantiene la tesis recurrente de que contra “la violencia estructural del Estado” (o “del Mercado”, o “del Heteropatriarcado”, o de…) todo vale, aunque cuando alcanza el Poder no pare en barras al ejercer “la violencia del Estado” contra sus opositores.
Así, en España, al terrorismo de FRAP, GRAPO y ETA (amenazas y acoso, extorsión, secuestros y asesinatos) se le sumó desde el fin del franquismo el chantaje violento permanente de sindicatos paraestatales como UGT, o del mismo sindicato etarra LAB, para culminar en nuestros días con la articulación de grupos y plataformas de Izquierda que recurren habitualmente a la violencia.
En todos los casos el factor legitimador a ojos de la Izquierda es “la lucha contra la Derecha”, considerada como una presencia anómala y ominosa en el sistema democrático, del mismo modo en que para la Extrema Derecha no existe Izquierda tolerable aun si se aleja de los modelos totalitarios del Socialismo (Comunismo, Fascismo, Nazismo) o tal vez por esto: su enemigo es común.
Y es que, en un régimen de gobierno representativo, la calidad democrática de las distintas opciones políticas deviene del ejercicio de sus funciones con arreglo a la Ley, no del número de votos que recaban en las elecciones o de la bondad de sus propuestas (si éstas encima han de soslayar la legalidad para materializarse). Una premisa que buena parte de la Izquierda no acepta del todo.
Al respecto, se puede hacer remontar el origen de esa presunta legitimidad de la violencia izquierdista a los tiempos de los primeros “pobristas”, como los denomina Antonio Escohotado en su estudio Los enemigos del comercio, cuando “el odio al Rico” va a servir de motivación a todos los mesianismos anticipándose en milenios a la Revolución Francesa y al totalitarismo bolchevique.
De entonces a nuestros días, la Ideología es el primer elemento susceptible de mover a la acción violenta, en cuanto que constituye una visión cerrada, completa en sus postulados supuestamente lógicos, que no admite fisuras o huecos en su discurso ni, mucho menos, contradicciones propias de cualquier pensamiento político (que, por definición, se ha de considerar falible y sujeto a cambios).
Por ello, se puede descubrir en cualquier “ismo” o “ideología fuerte” una propensión natural (admitido lo artificial de cualquier discurso político) a la anulación voluntaria o involuntaria del oponente, a su deslegitimación como agente político válido, a la distorsión de la realidad para la transformación de las reglas de juego, a la misma destrucción del espacio público compartido.
Precisamente, cuando se habla de la “ausencia de ideología” en la Derecha cabe atribuir dicho comentario a la Izquierda, que lo explicita como crítica, cuando en rigor hay más ideas, más ricas y variadas (incluso enfrentadas entre sí) en este campo que en el de la Izquierda, donde la renuncia a “la lucha de clases” en pos del régimen representativo la ha vaciado, en gran medida, de contenidos.
Ahora que asistimos a la exaltación de todo populismo también en las democracias, convendría no olvidar que su recurso fundamental para alcanzar cotas de poder es la apoyatura en la violencia cuando la política se ve limitada por el ordenamiento jurídico -sin el cual no puede haber siquiera política-. Algo que en lo que hoy día se conoce por Derecha resulta sencillamente inconcebible.