Los principios del gobierno representativo

…es el título de un libro de Bernard Manin (Marsella, 1951), clásico contemporáneo del pensamiento político, que estudia desde sus orígenes en la Antigüedad Clásica los fundamentos de los regímenes que hoy día tomamos por “democráticos” o “representativos”, lo que en puridad no viene a ser lo mismo y en esta distinción crucial se mantiene la tesis de la obra.

Desde Atenas a nuestros días muchos aspectos de lo que consideramos “gobierno democrático” han sido sustancialmente modificados, pero sin duda ningún elemento como el del sorteo de los cargos públicos ha sido tan radicalmente rechazado por las sociedades modernas de entre los distintos factores e ingredientes básicos de lo que acostumbramos a conocer como Democracia.

Porque por democracia o gobierno del pueblo los griegos antiguos entendían el acceso de cualquiera de los ciudadanos a los cargos públicos, razón por la cual los periodos establecidos para la representación eran tan cortos como para hacer factible la expectativa de que, al menos una vez en la vida, cada ciudadano pudiera ejercer la representación popular en la Asamblea o en los tribunales.

Ahora bien, dicho sorteo como método electivo sólo incluía a quienes quisieran someterse a tal designio, no era obligatorio para todos los ciudadanos (excluidos además las mujeres, los esclavos y los extranjeros) y por supuesto su ejercicio estaba sometido a vigilancia e impugnación, por lo que el mal uso o la corrupción del cargo podían acarrear penas de cárcel, ostracismo o muerte.

Empero, no todos los cargos públicos en la Atenas clásica eran distribuidos por sorteo, sometiéndose a elección algunos de los más relevantes -incluso podríamos afirmar que todos los cargos vitales, como el de los generales en tiempos de guerra-, pero la noción básica de participación de todos en el gobierno prevaleció, aun si sus consecuencias fueron funestas.

EL SISTEMA CORPORATIVO ROMANO

Nunca más gozó el sorteo de buena reputación después del declive griego, y los romanos asimilaron lo que entendieron plausible de los modelos helenos pero sometiendo siempre las decisiones populares a unos sistemas preestablecidos de elección para la representación que, en la práctica, aseguraban la dirección oligárquica de los asuntos públicos como sucede en nuestros días.

Probablemente se trate históricamente de la primera cesura clara entre los conceptos de Democracia como “Gobierno del Pueblo” y República como “Gobierno de lo Público”, dejando este último en manos de una serie de instituciones representativas como el Senado, los tribunos y el gobierno electo de los cónsules, ya antes del Imperio de los Césares y la prevalencia medieval de los Reyes por la Gracia de Dios.

Así el conflicto entre la posibilidad de una “democracia directa” o “autogobierno popular” enfrentado al “gobierno de los elegidos” o “mejores” (optimates) quedó servido por los siglos de los siglos, si bien ocultos sus mecanismos diferenciadores fundamentales: el sorteo (elemento democrático) frente a la elección o voto, el sufragio censitario o no (elemento aristocrático).

Hasta tal punto que en nuestros días la mayoría de los ciudadanos de las democracias occidentales considera que el ingrediente esencial del sistema es el derecho al voto, cuando en rigor el único elemento igualitario de los regímenes representativos de la actualidad es la fijación en la Ley de la condición jurídica de iguales de todas las personas sujetas a dicha Ley: los ciudadanos o nacionales.

EVOLUCIÓN DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

Después de un necesario y hondo inciso en las peripecias republicanas del Renacimiento y en aquellas que dieron a luz a los Estados Unidos de América, Manin pasa a establecer sus propias categorías para analizar la evolución de los sistemas representativos desde los primeros partidos de masas hasta las plataformas electorales de la actualidad, básicamente apoyadas en el marketing y la televisión.

A su juicio, de los partidos de notables con fortuna propia y sin mandato imperativo de los electores, el parlamentarismo transitó hacia la división entre los grandes partidos de masas, cuyos diputados o cargos electos se dirigen en realidad más por las directrices de los jefes de sus respectivas formaciones que por las promesas dadas a los votantes de sus circunscripciones.

El elemento de la representación muta, en consecuencia, del representante que conoce y trata a sus representados en el activista o burócrata de partido, y así cuando aquel podía zafarse de la misma voluntad de sus electores para debatir en el Parlamento, este se revela como auténtico esbirro del Partido entendido como expresión máxima de la opinión pública de una parte de la sociedad.

Pero aún señala Manin un tercer modelo, propio de la actualidad, en consonancia con las teorías de Sartori y otros críticos de la mediatizada sociedad posmoderna: la “democracia de audiencia”, en la que ya ni siquiera son los electos los protagonistas, sino el caudillaje impostado de los que se ponen en manos de los gurús del marketing, de los sondeos de opinión y de las prácticas telegénicas.

FACTORES DE LA REPRESENTATIVIDAD

Para el autor, más allá del citado elemento aristocrático del voto en la elección de los representantes, el sistema del gobierno representativo se fundamenta en factores tales como la periodicidad de la elección, la libre discusión sobre los asuntos públicos -garantizada por la existencia de instituciones como la Prensa o el Parlamento- o el principio de distinción.

Precisamente este último elemento es el que pasa más desapercibido a la hora de retratar el carácter poco democrático de la elección, cuando en rigor la experiencia de varios siglos demuestra que el elector se muestra inclinado a votar por aquellos que considera mejores, no iguales a él sino distintos en razón de una cualidad o de una serie de rasgos cualitativos que les diferencian de él.

En algunos sistemas se apuesta o se apostó por el rico, por el terrateniente, por el burgués con posibles, por el aristócrata reconvertido en líder popular (El Gatopardo)… como en los distintos movimientos populistas los elegidos incluso por votación (no sólo por aclamación) representaban la distinción del lumpen, del aventurero, del hampa, de la clase obrera o de la bohemia cultural…

A día de hoy, la TV manda sobre los cánones de imagen, los códigos morales e intelectuales de los factibles líderes de la representación, mientras aumenta la distancia entre las expectativas populares y los programas reales de los partidos o facciones en lucha por el Poder, que parecen seguir la única agenda de unas élites mediáticas autoconvencidas de su bondad tanto como de su talento.

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