La deriva reaccionaria de la izquierda

…supone uno de los más lúcidos y rigurosos ensayos políticos en lo que va del siglo XXI español, aunque sus tesis fundamentales son de alcance universal puesto que Félix Ovejero, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, pretende denunciar “la aparición de un nuevo oscurantismo revestido de progresismo, que sustituye los argumentos por la intimidación”.

El autor se remonta a mayo del 68, con sus derivadas relativistas y deconstructivas que, a la postre, han acabado por constituir esa férrea e inquisidora doctrina conocida como “corrección política” (political correctness, PC) o “pensamiento políticamente correcto” (entre nosotros), para fechar en el París de aquella época el inicio del travestismo moral e ideológico de la Izquierda contemporánea.

Según enumera Ovejero, cinco serían los rasgos específicos de esta nueva ideología que se compadecerían mal con la genuina tradición de la Izquierda: 1. Voluntarismo/moralismo: “la voluntad como principio y solución”; 2. Miopía: “el difuminado de problemas y dilemas”; 3. Perfeccionismo paralizador: “el contrafáctico impoluto”; 4. Sentimentalismo: “las emociones suplen a los argumentos”; 5. Anticientificismo: “la naturaleza no existe”.

El voluntarismo implica creer que todos los problemas tienen solución, que basta la voluntad política para alcanzar «el Bien», por lo que todo tipo de oposición puede ser considerada “culpable” (fruto de la mala fe) por quienes de este modo se sitúan en un plano de superioridad moral aunque fracasen una y otra vez en la consecución de sus benévolos objetivos.

La miopía impide ver los auténticos problemas, sobre todo cuando no se ajustan a los eslóganes preestablecidos por la citada moral voluntarista, cuyos representantes desfiguran con palabras las cuestiones de la realidad por no querer abordarlas racionalmente, o bien por un prurito maximalista de perfección, hijo de la misma moral de la voluntad, que conduce directamente al nihilismo que nada encuentra adecuado a su pretensión de soluciones políticas totalmente perfectas, cerradas y definitivas.

El sentimentalismo, como medio de soslayar la debilidad de los argumentos de la causa defendida y de refugiarse de las críticas racionales apelando a la calidad -de nuevo, la autoproclamada superioridad moral- de los sentimientos propios y de la causa que se apoya, nos resulta con seguridad el rasgo más señalado en estos tiempos que corren, en que esta falsa Izquierda recurre sistemáticamente a emociones y empatías varias como si se tratara de una compañía de móviles.

Por último, en relación de nuevo con los criterios racionales de juicio de que disponemos los humanos para constituir comunidades políticas, participar en política y hacer o aprobar políticas, Ovejero destaca la repulsión creciente que sienten quienes se autodenominan “progresistas” hacia las (llamémoslas) “verdades científicas”, hacia las cuestiones científicas en sí, puesto que su ideología la sitúan por encima de los datos de la experiencia, que no siempre les dan la razón.

LA RUPTURA CON LA TRADICIÓN DE LA IZQUIERDA

Estructurado en tres partes, con una introducción larga a modo de síntesis, este ensayo de Ovejero recupera actualizados trabajos anteriores, generalmente artículos, de las últimas tres décadas. El autor indica en el prefacio que fue en 1991, durante su estancia de un año en la Universidad de Chicago, cuando se dio cuenta de la brecha existente entre lo “políticamente correcto” -sostenido por una Izquierda tan delirante como chic-, y la verdad de los problemas reales de los más desfavorecidos, precisamente el supuesto público objetivo de los movimientos y partidos progresistas.

A partir de aquí, en la primera parte traza un recorrido histórico por las razones, las ideas y las acciones de la Izquierda, como la lucha por la igualdad y la democracia, la defensa de las libertades individuales y del universalismo de la razón, la crítica de las tradiciones dogmáticas… hasta encontrarse con esa Izquierda “posmoderna” que ha hecho de la ideología identitaria (el multiculturalismo y la exacerbación del victimismo impostado de colectivos minoritarios) su principal bandera.

Al respecto, Ovejero revisa algunas de las principales tesis de Marx, no tanto para apuntalarlas o para desmentirlas como para indicar qué parte de su producción intelectual puede ser considerada de izquierdas, cuál era su visión real sobre el capitalismo y las clases sociales, y qué de su legado puede ser reivindicado a día de hoy por la Izquierda -por una Izquierda progresista y racional, claro-.

Conceptos como “Ética”, “Revolución” o “Justicia” se atraen y se repelen, se entrelazan o se desarrollan por su cuenta en una evolución histórica del Socialismo que, en paralelo a la evolución del Liberalismo, desemboca en su cauce más fecundo en nuestros actuales regímenes democráticos, apoyados tanto en la protección de los derechos individuales como en la “seguridad social” que procura el moderno Estado del Bienestar.

PROPUESTAS PARA UNA IZQUIERDA DESORIENTADA

En la segunda parte Ovejero examina una serie de reivindicaciones izquierdistas a la luz de su racionalidad y su justicia, como la posibilidad de una “renta basica universal” o la extensión de los servicios públicos y de las prestaciones del Estado del Bienestar, sobre los que el autor no presenta nunca una visión dogmática a la hora de esclarecer los efectos y defectos de cada medida. Al contrario, lo que persigue es suscitar el debate racional adecuado para avanzar en la mejora democrática del disfrute social por parte de todos de los derechos reconocidos.

Las conclusiones sorprenderán tanto a Izquierda como a Derecha, puesto que si aquélla se ha vuelto dogmática y reaccionaria -asumiendo postulados ideológicos de siempre caracterizados como propios de la Reacción o del Conservadurismo-, muchas veces ésta no parece entender hasta qué punto sus programas económicos y sociales convergen en gran medida (cuando no los superan) con los de los autoproclamados defensores de la Igualdad y de los más desfavorecidos.

En el marco contemporáneo de la sociedad global, planetaria, Ovejero incide en las múltiples contradicciones que se siguen de perseguir ideológicamente -con una serie de consignas totalizantes para la solución de cualquier problema o conflicto- la máxima igualdad o la máxima justicia, cuando además en primera instancia la actual Izquierda desorientada se apresta a sostener y defender histéricamente causas identitarias, minoritarias o directamente marginales, incluso contrarias al bien común, porque ha renunciado a encarar los problemas racionalmente para abandonarse a las letanías del multiculturalismo, incluso a sus expresiones más controvertidas.

En la última parte, el autor identifica el entreguismo a las tesis nacionalistas por parte de la Izquierda como su máximo “desvarío”, al par que analiza el debate Habermas-Ratzinger señalando, muy atinadamente, que allí donde el hombre religioso rehuía legitimar el espacio público democrático como único garante autorizado del bien común, el filósofo prefería pasar de largo en la confianza de la bondad de la religión para conformar e incluso guiar la vida de las comunidades políticas, no resolviendo así favorablemente a la Democracia en la tensión entre Fe y Razón.

Cuestiones densas incluso antes que polémicas, que demandarían para su debate y posible resolución positiva, constructiva, un marco común aceptado de libre discusión entre iguales; algo que, en el actual panorama de dictadura biempensante que se ha expandido lenta pero inexorablemente desde hace décadas por la política, los medios de comunicación, las universidades y el mundillo cultural, parece sencillamente imposible.

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No Society

…es la última sensación de la literatura política que trata de analizar y esclarecer el renovado fenómeno del “populismo”, sus causas y efectos, sin rehuir la polémica ni las afirmaciones categóricas. Subtitulado “El fin de la clase media occidental”, se trata del más ambicioso trabajo del geógrafo francés Christophe Guilluy, aplicado a detectar las diversas fracturas en la sociedad contemporánea entre los campeones y los perdedores de la globalización; o, lo que es lo mismo: los indicadores de la desigualdad entre “la Periferia” y el cogollo del poder socioeconómico y cultural en los principales países occidentales.

Así, este ensayo con afán polemista acusa a las élites de haberse separado de la sociedad, produciendo con ello la desafección de las “clases populares”, cada vez más desprotegidas y silenciadas políticamente, mientras el segmento mayoritario de las clases medias se debate entre formar en las exitosas filas del capitalismo financiero internacional -aun como esbirros de esta nueva oligarquía tan codiciosa como exasperada- o tratar de defender su parte, en su tierra, junto con los miembros de la familia y de la comunidad local por la que se expresa pertenencia.

“Esta ruptura de la relación, aunque fuese conflictiva, entre el mundo de arriba y el de abajo, y que llevaba latente el abandono del bien común, nos hunde en la asociedad. A partir de ahora, no more society. La crisis de la representación política, la atomización de los movimientos sociales, las burguesías que se encierran en sus fortalezas, las clases populares que se asilvestran y el comunitarismo (“segregacionismo étnico”) son otros tantos signos del agotamiento de un modelo que ya no forma sociedad.”

Precisamente, el autor realiza una defensa cerrada de esas clases populares a las que unas élites instaladas en la buena conciencia universal apenas conocen, pero que desprecian cada vez que sus designios “progresistas” se ven frustrados, como por ejemplo con ocasión del Brexit, la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU o la misma ascensión del Frente Nacional en Francia, sólo soslayada por la alternativa de poder de un tal Macron (ex empleado de los Rothschild como asesor de banca, ex ministro de Economía del fracasado gobierno socialista de Hollande) impuesta por el establishment político y financiero al completo.

Guilluy arremete de continuo contra políticos, medios de comunicación y esa suerte de monasterios en que se concentra la clerigalla reaccionaria en que han devenido los ámbitos universitarios -antaño ilustrados y abiertos a la crítica, hoy simulacros de madrasas más pensados para el adoctrinamiento de las élites en la nueva religión de la correción política que para la conservación y transmisión del conocimiento y la sabiduría heredados-.

“Asustados por la visibilidad de ese mundo de las periferias populares, los medios de comunicación y el mundo académico han procurado durante mucho tiempo minimizarlo insistiendo en la marginalidad de un fenómeno descrito como coyuntural o que amalgama fracciones minoritarias o en vías de desaparición del mundo antiguo. Así que estos seísmos populistas no serían más que los efectos de un ajuste social y político provocado por la adaptación de los países desarrollados a una nueva economía. La respuesta populista sería solo una consecuencia de la crisis de algunas ciudades desindustrializadas, de la estupidez de algunos deplorables estadounidenses, de la nostalgia que sienten los paletos del campo francés por el mundo de antes, de algunos desdichados cerveceros, del racismo atávico de la clase trabajadora alcoholizada británica, de los adoradores del III Reich en Alemania o de los admiradores de Mussolini en Italia. Estas imágenes tópicas de la marea populista occidental son tranquilizadoras porque lo que describen son los márgenes y una revuelta anacrónica.
Permiten ocultar un diagnóstico racional sobre unas categorías populares que, recordémoslo, al contrario de lo que afirma la esfera mediática y académica, han aceptado el juego de la globalización, apoyado la construcción europea, acompañado a las evoluciones sociales y, salvo excepciones, recibido sin violencia las diferentes oleadas migratorias.”

Queda claro que el autor no se alinea con las tesis al uso sobre los orígenes de este populismo actual, que Guilluy no duda en denunciar como propaganda de las élites globalistas (“separatistas” de sus respectivas comunidades políticas) que trata de identificar con el fascismo las justas reivindicaciones de unas clases medias y bajas más oprimidas fiscalmente cada día que pasa -mientras atisban el desmantelamiento de los servicios públicos con la coartada de su insostenibilidad por la nuevas circunstancias de la demografía y la inmigración-, y más inseguras en relación con su entorno, su estatus social y cultural, y su futuro laboral y vital en el medio plazo.

Por ello, lejos de caer en el facilismo de denunciar como “populista” a Trump por su proteccionismo económico -una demanda satisfecha por una promesa electoral a las clases populares americanas-, o de ignorar el fenómeno de la inmigración masiva como una de las claves del Brexit o de la política reaccionaria del Pacto de Visegrado, o la de Salvini y otros en Italia, Guilluy incide en la traición de las élites a su propia sociedad, que han acabado por desintegrar con acciones conscientes o inconscientes como la gentrificación, la deslocalización empresarial, la especulación inmobiliaria y la evasión a paraísos fiscales, por citar unos de tantos ejemplos flagrantes de ese “separatismo” que ha conducido, a la contra, a la “desconexión” de las demás clases, produciendo la No Sociedad actual.

De hecho, reitera que el “antifascismo de opereta” y el recurso elevado a sostener, frente a las crecientes protestas contra los efectos nocivos de la globalización y del multiculturalismo, que “es mucho más complejo que eso” -o sea, que la gran mayoría no entendería nunca de qué van los problemas del mundo, cuya solución sólo es accesible a una élite política, financiera y académica- son sólo las últimas estratagemas de los señores de las fortalezas contra una rebelión que también alcanza proporciones globales y que no pretende más que se tome en cuenta las opiniones, los problemas, las vidas de la mayoría.

“Encerrada en una postura de superioridad moral, la clase dominante ha barrido de un manotazo todo posible diagnóstico por parte del mundo de abajo. En materia de inmigración o de multiculturalismo ha remitido a los análisis de un mundo mediático-universitario (la mayoría de las veces) originario del mundo de arriba y (siempre) llevado por un fuerte desprecio clasista. Estos expertos autoproclamados e investigadores adheridos al modelo dominante han elaborado representaciones caricaturizadas de unos medios populares que, según ellos, estarían listos para reactivar las horas más oscuras de la historia. Así, las representaciones de salón de la inmigración y del multiculturalismo se han impuesto, representaciones que no tienen en cuenta la realidad de la inestabilidad demográfica y de la inseguridad cultural que esta inmigración y multiculturalismo generan en los entornos populares.”

Frente a la histérica reacción de las élites occidentales del capitalismo global, Guilluy aprecia que no obstante tendrán que ser las «clases dominantes» las que de nuevo establezcan relaciones con las clases populares para poder llevar a cabo la acción básica de reconstrucción social, dado que “no hay movimiento de masas, no hay revolución sin alianza de clases”. Pero en la actualidad, se impone la negación de la cuestión y la “demonización de opiniones”, que en definitiva

“es, ante todo, una advertencia a todo intelectual, universitario y responsable económico que pretenda tenderle la mano a las clases populares con idea de desafiar el modelo único. Por el momento, la técnica está funcionando, pero la marea populista muestra que la estrategia del miedo tiene sus límites. Si la elección de Donald Trump en Estados Unidos ha causado tantas reacciones violentas en la élite globalizada, no ha sido porque el mandatario hable como un white trash, sino porque procede de la hiperclase.”

Lúcido e incisivo, el trabajo incluye unos mapas indicadores de la geografía económica y laboral de Francia, Alemania, Gran Bretaña y EEUU, donde demuestra la existencia de esa “periferia” que no refiere a los entornos de las grandes urbes, sino a todo lo que va quedando al margen de las grandes metrópolis financieras y orientadas a los servicios, incluidos barrios enteros en el interior de la ciudad, ciudades medias y mundo rural; así como segmentos de población que antes conformaban la clase media y que ahora se ven abocados a la asistencia de un Estado “social” que los estigmatiza como perceptores de ayudas, mientras fomenta la disputa por las mismas con crecientes masas de población inmigrante que a su vez resulta, por esto mismo, estigmatizada.

Pese al lúgubre panorama, Guilluy resulta optimista cuando avanza un soft power de las clases populares capaz de amedrentar y ejercer presión a unas clases dominantes que comprueban ahora cómo sus recurrentes mensajes positivos ya no calan en quienes a su vez se han desconectado de las élites políticas, económicas y académicas, de su cine y su publicidad y sus medios de comunicación; y entiende llegado el momento de una renacionalización y resocialización de todas las clases, de los de arriba y los de abajo, como único medio de reconstitución del espacio público y la consecución del bien común.

“Viven cada vez más entre ellos. Se niegan a integrarse. Sostienen un discurso de ostracismo y a veces de odio hacia las categorías que no comparten su modelo y sus valores. Niegan la existencia de una cultura y de una historia comunes en Occidente. Rechazan todos los modelos de integración y ya ni siquiera hablan la lengua común. En pocas décadas, esa gente, esos asociales, esos ricos, esas clases superiores han hundido a las sociedades occidentales en el caos de la sociedad relativa, abandonando el bien común. Ya es hora de reincorporarlas a la comunidad nacional, al movimiento real de la sociedad, el de las clases populares. Confrontado a la pérdida de su hegemonía política y cultural, pero también al estancamiento de su modelo económico y social, el mundo de arriba tiene que volver al camino de la historia. ¡Ayudémoslo!”

La iniciativa “España suma”

..lanzada por el presidente del PP Pablo Casado a finales de agosto pretendía representar una alternativa al presunto Gobierno de coalición PSOE-Podemos, circunstancia que no se ha dado y opción que, ante la nueva convocatoria electoral, pierde fuerza en favor de la entente entre PSOE -posiblemente la que será fuerza más votada- y Cs después del último volantazo de Albert Rivera.

Un editorial del diario El Mundo saludaba, aunque con matices, la apuesta de Casado, señalando además el visto bueno de Núñez Feijóo a una marca integradora que, en todo caso, éste no veía necesaria en la Galicia de la mayoría absoluta del PP. Tampoco El Mundo hablaba de fusión entre PP y Cs, o de disolución de ambas siglas en el nuevo proyecto. Así, este párrafo cerraba el artículo:

“En este sentido, es importante matizar que la presentación de candidaturas conjuntas no tiene necesariamente que realizarse en todo el territorio, sólo en las circunscripciones (alrededor de 20) que reparten menos escaños, en las que exista un partido regionalista fuerte, así como en el Senado (cámara en la que se debería aprobar una hipotética aplicación del 155), donde ambas formaciones podrían obtener la mayoría absoluta. En el resto, PP y Cs deberían concurrir por separado, ya que el objetivo principal es sumar, no perjudicar a ninguno de los dos partidos. Los acuerdos pre-electorales no han de plantearse con la pretensión de subsumir unas siglas dentro de otras. PP y Cs deben conservar su propia identidad política ya que, aunque comparten una parte del electorado, cada uno tiene sus propios votantes. Las aspiraciones de reunificar el centro derecha bajo unas únicas siglas pertenecen al pasado y carecen de sentido en el actual panorama político, en el que la pluralidad de siglas garantizan una mayor representación de los votantes.”

Pero, de creer a la portavoz popular Cayetana Álvarez de Toledo, se trataba de algo más que de una mera “joint venture” con carácter electoral -acotada, por tanto, en lo temporal- a la que también quiso invitar a Vox, puesto que su ambicioso objetivo a plazo era la “recomposición del espacio de la razón”, y de ahí la organización de una serie de jornadas en el Congreso bajo el paraguas de la marca “España suma” que decidió inaugurar contando con la ex fundadora y líder de UPyD Rosa Díez.

Cs, obviamente, dada la única pretensión actual de su líder de sustituir al PP en el liderazgo político del Centro-Derecha, rechazó la oferta con cajas destempladas cuando Rivera declaró: “España suma, pero la corrupción resta”, incurriendo en la flagrante contradicción de denunciar al partido con el que cogobierna comunidades tan importantes como las de Madrid y Andalucía, viniendo además de apoyar en la Junta al PSOE más corrupto de España y de compartir con el PP la marca “Navarra Suma” en las últimas Elecciones Generales.

Vox, a su vez, declinó la invitación a listas conjuntas pretextando que se trataba no más de un mero “acto electoral”, mientras que dirigentes del PP en el País Vasco como Javier Maroto o Alfonso Alonso rechazaban categóricamente la marca cargando contra Vox por su presunto extremismo y, en menor medida, contra Cs por su postura (también presunta, por lo antedicho de su coalición con UPN y PP en Navarra) en contra del Concierto económico vasco y los fueros. De hecho, Alonso recordó que a Cs sí se le ofreció una candidatura conjunta en las pasadas Elecciones Generales, si bien omitió que su oferta llegó cuando Cs acababa de presentar a sus candidatos por las tres provincias vascas un día antes (1).

LAS DECLARACIONES EN ESRADIO

Así las cosas, el pasado jueves 12 de septiembre (hace una semana, exactamente) Álvarez de Toledo era entrevistada en el programa “La mañana” de Federico Jiménez Losantos en esRadio, espacio del que la propia Cayetana era colaboradora hasta que decidió atender la llamada de Pablo Casado para volver al PP -que había abandonado por discrepancia radical con la política de apaciguamiento de Rajoy y su camarilla-.

Aparte del conductor del programa, los periodistas Luis Herrero, Luis del Pino y Cayetano González le preguntaron por “España suma” y las críticas internas que había recibido de Feijóo y, más claramente, de Alfonso Alonso, habida cuenta de que si aquél se podía escudar en la hegemonía del PP en su ámbito de influencia, éste apenas podía aportar siquiera un proyecto claro con posibilidades de éxito electoral después de la deriva de años hacia la extinción de su formación en la CAV, donde una década antes todavía era la segunda fuerza política sólo superada por el PNV.

De hecho, al día siguiente comenzaba la convención en el País Vasco organizada para, supuestamente, marcar “perfil propio” respecto a las directrices emanadas desde Génova, una ocasión que Álvarez de Toledo no dejó pasar para expresar su opinión al respecto:

“En mi opinión, si el perfil consiste, digamos, en decir que la legitimidad de nuestro ordenamiento constitucional tiene zonas reservadas que se remiten a derechos históricos previos, y no a la propia Constitución ni a la soberanía común, me parecería un grave error. Es decir: yo creo que el proyecto moderno, el proyecto moral y el proyecto eficaz pasa por la reivindicación de la igualdad de los españoles y de su libertad, es decir: del principio constitucional básico en el que estamos. Y creo que ese no solamente es, insisto, el principio moral sino el camino eficaz electoralmente. Creo que los errores que se cometieron en el PP vasco en su día fueron porque se apartaron de esa consigna de que lo moral es lo eficaz, y se creyó que acercándose a posiciones más tibias o más, digamos, de contemporización con el marco del nacionalismo se podía obtener mejor resultado. Y creo que se ha demostrado que esa operación ha fracasado.”

LA REACCIÓN DE LOS FRACASADOS

Aunque Cayetana reconoció que “la situación en el País Vasco es dificilísima” a la hora de hacer política en contra de los postulados abertzales, la reacción de los dirigentes regionales Alonso y Sémper no se hizo esperar, cargando (casi con histerismo) contra la propia portavoz de su partido, a la que por ejemplo el segundo, presidente del PP en Guipúzcoa -quien ha dilapidado toda la herencia moral, política y electoral de Mayor Oreja, Ordóñez y San Gil- acusó de ir “contra la Constitución, el Estatuto y la tradición del PP, que es netamente foralista”.

Algo en lo que no le faltaba razón, pues fue Marcelino Oreja el que defendió (más bien, apañó) ante Adolfo Suarez la inclusión de la foralidad en la Constitución del 78 con la justificación de que era la única manera de que la UCD pudiera aspirar electoralmente a algo en la CAV -cosa desde luego incierta a tenor de que todavía la Derecha españolista era hegemónica en el País Vasco hasta que ETA exterminó o expulsó a sus dirigentes y representantes locales, con pocas excepciones-.

Un pecado original que no empaña desde luego lo que fue después una heroica resistencia contra la imposición del abertzalismo a través del terrorismo y la patrimonialización de las instituciones vascas, pero que tampoco justifica -ahora que el PP en la CAV ha sido liquidado precisamente por Alonso, Sémper y otros tantos oportunistas- este renovado discurso “foralista” o “liberal fuerista” (!) en aquellos que siempre buscaron distanciarse precisamente de la parte más tradicionalista y vasquista del partido, habida cuenta de que no conocen ni las tradiciones vascas ni el vascuence o eusquera, así como prefieren cultivar el “centrismo” progresista e inhibirse a la hora de defender cualquier causa moral de las que hace bandera su partido en cuestiones como el aborto, la enseñanza de la Religión o el apoyo a la familia convencional (2).

En todo caso, lo más llamativo del “perfil propio” de que hablaba Alonso es que se busca frente al resto del PP, en contraste con sus otras organizaciones y con el discurso nacional de la ejecutiva del partido, en vez de establecerlo con respecto al resto de los partidos en su área de acción política, donde busca mimetizarse con el ambiente como toda estrategia de mantenimiento de su fuerza electoral. La conclusión, como no podía ser de otra manera, es que -mientras la camarilla de Alonso medraba en el PP- su papel político resultó inane y ha devenido en la desaparición de la formación.

Aparte de que basta con recordar cómo, en la conspiración orquestada desde la Génova de Rajoy contra María San Gil cuando ésta presidía el partido, los dirigentes confabulados en el País Vasco (caso de Alonso, Oyarzábal, Maroto, Barreda, Sémper y otros menos relevantes, si cabe, que éstos) sostuvieron que era intolerable el plante de su presidenta y la acusaron de “deslealtad” -ellos, que fueron entonces desleales a su líder en la CAV, pero serviles ante los designios de la todopoderosa vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría: por ejemplo cuando ésta puenteó a la por entonces presidenta Arantza Quiroga quedando directamente con el PNV para negociar apoyos y contrapartidas en un encuentro del que a ésta ni se la informó, ¿acaso ya mandaba Alonso desde la sombra, como títere de Soraya; acaso ya lo hacía incluso cuando presidía Basagoiti?-.

En consecuencia, ya deberían haber dimitido todos después de sus estrepitosas declaraciones contra Casado posteriores a su rotundo fracaso electoral el pasado 28 de abril del presente, donde de nuevo de la mano de Feijóo imputaban a una presunta “derechización” del discurso del PP nacional el batacazo en el País Vasco. Basta con seguir la trayectoria descendente del apoyo electoral al PP en la CAV elección tras elección desde hace una década para saber que no se trataba de esto, como además revelaron los siguientes resultados de las municipales apenas un mes después del 28-A.

CONCLUSIÓN

Pese a todo ello, Pablo Casado se apareció por Vitoria para lanzar un discurso ambiguo que, lejos de servir para calmar las aguas y ganar tiempo, ha encendido la indignación entre sus votantes y ex votantes de toda España, incluido el País Vasco, al parecer que se entregaba a las tesis (por llamarlas de alguna manera) “foralistas”, más bien particularistas, de los Alonso y compañía, en vez de defender contundentemente su idea de “España suma” y a su portavoz parlamentaria, fichaje suyo, que le ha evitado hasta ahora perder toda representación en Cataluña (como ha sucedido en el País Vasco) mientras encarna lo único de verdad renovador en una organización esclerotizada cuyo “perfil propio” todavía se parece demasiado al de este PP vasco “centrista” y “fuerista”.

Para Álvarez de Toledo, por el contrario, la cuestión está clara: “la idea de fondo” de “España suma” ante “la división del constitucionalismo” y “la traición de la Izquierda al gran pacto constitucional, a la Libertad y a la Igualdad” es que los que comparten valores comunes deben “trabajar juntos, reagruparnos, conversar y poner en pie un gran proyecto político para España”, “contra el cainismo” y “a favor de la convivencia y de lo común”. O lo que es lo mismo: es hora ya de que los que pretenden la preservación de la Nación política y una España de libres e iguales sostengan “por encima incluso de siglas y partidos las convicciones democráticas y la defensa de lo común”.

Un proyecto al que estamos todos invitados, pero que no puede gustar a los que toda la vida han vivido en, de y para un partido, caso de tantos de los citados arriba que tienen en sus biografías como dato más reseñable el no haber trabajado jamás en actividad profesional alguna fuera de la política -que consiste, en su caso, en mero politiqueo de regate corto y zancadillas al propio compañero, como en el juego de la silla; tratándose además de personas que, en materia de pensamiento político, se han mantenido inéditas en todo este tiempo con la coartada de que es mejor no aparecer en los medios para no suscitar las reacciones hostiles de los adversarios-.

NOTAS

1.Hasta ahora, los sucesivos coordinadores y candidatos de Cs han asumido el foralismo y el Concierto económico, limitándose a criticar el “pufo” vasco o “cuponazo” (Albert Rivera) por estimar que su cálculo es opaco y no responde a la cantidad con que debiera contribuir la CAV por las competencias que ejerce el Estado central en el territorio. En este aspecto, la propuesta de Álvarez de Toledo va más allá de lo defendido por aquellos tanto como de lo defendido, todavía a día de hoy, por el PP nacional.

2. El 13 de octubre de 2009 el Congreso aceptó tramitar el conocido como “blindaje” del Concierto económico vasco, con el voto en contra del PP menos el de sus tres diputados por Vizcaya (José Ignacio Astarloa), Guipúzcoa (José Eugenio Azpíroz) y Álava (Alfonso Alonso), que salieron del hemiciclo para no votar ni romper la disciplina de voto -Mariano Rajoy tampoco asistió al pleno-. Los dos primeros fueron a la postre purgados por sus posiciones conservadoras escasamente “rajoyistas”, no así Alonso con su cacareado “perfil propio”.

El hombre que no sabía estar solo

El hombre que no sabía estar solo vivía solitario en un pequeño apartamento con tres habitaciones: cocina, dormitorio y cuarto de baño. Disponía de poco espacio vital para desplazarse, para moverse a sus anchas, para sentirse libre en sus horas libres, pensaban algunos, pero él se jactaba antes todos explicándoles cómo en esa aparentemente claustrofóbica ratonera en que vivía él gozaba de un mundo infinitamente inmenso y lleno de estímulos.

En cada una de las tres habitaciones tenía aquel hombre solitario una televisión y una radio y un reproductor de CDs, y en su dormitorio tenía, además, la Máquina.

El hombre que no sabía estar solo había adquirido el enigmático invento para poder comunicarse con todo el mundo, con cualquier persona, sin necesidad de tener que tomarse el irritante esfuerzo de salir a la calle para hablar cara a cara con sus vecinos naturales y sus amigos de siempre.

La verdad es que había ido abandonando poco a poco a sus amigos porque estos le resultaban monótonos y poco excitantes: le aburrían las largas horas empleadas por aquellos en discutir sobre política o en discernir intrincados aspectos de la obra de tal o cual director de cine eslovaco. Él se sentía demasiado aislado en aquel tipo de conversaciones, de la misma manera que no aguantaba las mezquinas y siempre reiterativas charlas sobre fútbol que mantenían otros de sus amigos, y debido a ello se afilió a la red de comunicaciones cibernéticas mediante la cual podía elegir el tema del que hablar con el sujeto que quisiera.

El hecho es que muy poco después, abandonados sus amigos, el hombre que no sabía estar solo pasaba las horas matando el tiempo en comunicación con otros centenares de seres, lejanos pero a la vez cerca de él. Se sentía pleno, aceptado de lleno por los desconocidos pero no ignorados (veía sus datos personales digitalizados en la pantalla) usuarios de otros tantos miles de teclados similares al suyo.

Este sentimiento de plenitud no le duró, sin embargo, más allá de lo que tardó en echar de menos la inmediatez del contacto físico, el calor de la compañía humana real y no virtual, el sentarse al lado de un cuerpo próximo. Lo pensó y repensó varias veces, no muchas, y decidió encargar a la Máquina que le construyera un ente femenino con el que poder disfrutar en compañía. Sus deseos fueron satisfechos y el hombre que no sabía estar solo consiguió, tan fácilmente, un cuerpo de mujer que podía invocar a su lado en el momento y la ocasión en que su juicio lo requiriese.

El hombre que no sabía estar solo dejaba definitivamente, por aquellas fechas, de salir a la calle para dirigirse siquiera al trabajo, pues este lo podía efectuar desde casa, desde el teclado al que vivía amarrado, mucho más tranquila y eficientemente. Así se lo había recomendado el director de su empresa, quien justificó además este progreso añadiendo que los gastos de transporte eran eliminados de su sueldo y por tanto «todos salimos ganando más».

Solucionado el acuciante (para otros) problema del empleo, colmada la angustiosa sed de satisfacción sexual, absorbida la demanda de compañía y afecto y aceptación sociocolectiva, aquel hombre que no sabía estar solo comenzó, no obstante, a sentir una especie de rechazo hacia toda aquella gente que no conocía pero con la que mantenía unas extrañas conversaciones sobre política, arte, contrainformación, terrorismo, fútbol y telenovelas.

Algo de todo aquello le sonaba un tanto al hombre que no sabía estar solo pero, por una parte, era incapaz de ubicar exactamente el momento en su memoria en que había aprendido tales conocimientos y sensaciones y, por otra parte, no las tenía todas consigo en cuanto a si sería óptimo para su ciberconciencia volver a aquella forma atrasada de acción conocida como realidad.

Se encorajinó para moverse del sillón con ruedas en que se encontraba sentado y descubrió entumecidos sus miembros. Tuvo que hacer un esfuerzo supremo para incorporarse de él y desapegarse de teclado y pantalla, y cuando por fin lo consiguió saltó sobre la cama y por encima de ella llegó reptando hasta la televisión, en la otra punta.

Hacía mucho que no observaba imágenes de la realidad y lo que vio de primeras lo impactó enormemente: un ser alargado yacía tumbado en tierra con grandes manchas rojas sobre el material que le recubría el cuerpo. No comprendió la imagen al principio, tampoco lo que el locutor hablaba (¿hablaba?), pero un recuerdo afloró en su mente como una instantánea y pudo identificar aquella extraña forma como un ser humano. Al principio lo dudó, pero luego se afirmó en su convicción, seguro de no poder ser engañado, él que tanto sabía de tantas cosas en todo el mundo, y llegó a darse cuenta también de que aquel cuerpo sangraba y moría con la sangre que lo abandonaba a borbotones. Pero seguía sin entender por qué, cómo había llegado a esa situación aquel ser humano, para qué.

Apagó la televisión y se dijo a sí mismo que la realidad, como todas esas conversaciones mantenidas entre aquellos usuarios de la red, era aburrida e inextricable, y de nuevo volvió corriendo al teclado de la Máquina. Con él recurrió nuevamente a la mujer virtual, pues aquella imagen del muerto había inquietado las células navegantes de su cerebro, y programó la orden que habría de hacerla presente junto a sí. Algo debió de fallar, inexplicablemente, y el hombre que no sabía estar solo se vio de repente dentro de la red, atrapado en sus pegajosos hilos entre miles de voces, chillidos, agudos sonidos parlantes y conversaciones chismosas.

Se tapó las orejas con las manos sin conseguir amortiguar apenas el estruendo de bits y bites que una metálica voz anglosajona hacía rechinar de continuo en su mente. Al instante se encontró de nuevo sentado frente a la pantalla, por la que se descolgaba una enorme y amarilla tarántula que se carcajeaba con risa de bruja vieja y loca. Con ganas de vomitar, el hombre se lanzó por la puerta del dormitorio hacia el retrete.

Encendió la radio cuando empezaba a aminorar su mareo, y se dio cuenta de que no entendía de qué hablaban, de que no comprendía ya siquiera ni los sonidos que articulaban aquellas voces que inundaban paradójicamente la desértica soledad de la minúscula habitación.

Con codos y rodillas, resultó que era incapaz de andar sobre sus piernas, se desplazó hacia su habitación y, tras un arduo esfuerzo, se encaramó a la cama resoplando. Encendió la televisión porque no aguantaba el silencio que le deparaban su respiración y la conciencia de sí mismo. Empezó a devorar imágenes y comprendió que no las entendía y que los locutores no estaban callados, sino que él no era capaz de oír.

Asustado, se echó de nuevo al suelo para tratar de salir de su casa, y arrastrándose llegó hasta las escaleras y de estas a la calle. La luz del sol lo cegó instantáneamente, y sordo e invidente como se encontraba reparó en que sólo podría ayudarse pidiendo a voces ayuda. Los músculos de su cuello se tensaron y le explotaron varias venas antes de que en su interior una vocecilla le explicara, tibiamente, que su sistema de articulación única había quedado inservible hacía tiempo. Desesperado, inutilizado e incomunicado como un tronco que patalease tirado en medio de la calle, el hombre que no sabía estar solo perdió el conocimiento de lo poco que retenía en su cerebro.

Los hombres que lo recogieron de la calle y lo subieron de nuevo a su piso no daban crédito a lo que veían. Alguno de sus antiguos amigos, informado del extraño y terrorífico hecho, acudió a visitarlo preocupado y se encontró con un ser desfigurado y definitivamente desconectado de todo: sordo, ciego, mudo, insensible a los estímulos del mundo exterior, vacío por completo el mundo interior, el hombre que no sabía estar solo flotaba ahora solitario en el vacío infinito del inmenso mundo de la virtualidad cibernética. Unos cuantos hombres de ciencia lo habían salvado, gracias al impresionante progreso de la técnica, de permanecer incomunicado el resto de sus días, y así era que habían acondicionado su cerebro -literalmente lo enchufaron- a la Máquina generadora de imágenes y estímulos, y pensamientos e ideas también, y el hombre aquel, gracias a ellos, viviría felizmente toda una eternidad de sensaciones placenteras, con su cuerpo enredado por los tubos.

-El proyecto se ha llevado a cabo -certificó el director de la empresa.
-Y ha sido un verdadero éxito -corroboró un científico de labios finos y sanguinolentos.
-No podía ser de otra manera -terminó afirmando, tajante y ufano, el director- y así salimos ganando todos, por supuesto.
-Todos -dijo el científico con una medio sonrisa sádica-. ¡Que comience la producción!

26 de abril de 1998

«¿Hacia nuevas elecciones?»

…es el título del último epígrafe de un artículo que escribí en este sitio hace 3 meses: La situación de los partidos políticos, por su actualidad para suscitar cierta reflexión acerca de los tejemanejes de los dirigentes de TODOS los partidos:

«Logre conformarse o no el nuevo Gobierno de Sánchez, tanto PP como Cs deberán obviar sus desencuentros y reproches para articular una alternativa de Gobierno, de cara a una posible repetición electoral inmediata o en el momento en que los socios de Sánchez lo vuelvan a abandonar con motivo, por ejemplo, de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado.

Para ello, una vez que Rivera no ha querido moverse del “No” a Sánchez -esto es: que pretende mantenerse en el denominado “trifachito” (“los tres partidos del Centro-Derecha”)- no le queda otra que renegociar todos sus pactos con los socialistas en ayuntamientos y comunidades autónomas, o de mantener el discurso antisanchista sus votantes encontrarán más consecuencia en PP o Vox.

Casado, salvado por el 26-M como Rivera por la entrega de Navarra a los abertzales por parte de Sánchez, tiene ante sí el difícil cometido de liderar la reagrupación de las distintas candidaturas bien por asimilación de siglas y reparto de puestos (lista única al Senado, Navarra Suma), bien por discriminación y descarte (en provincias donde sólo puede lograr escaño el más votado de los tres).

Obviamente, sólo un pacto previo entre Casado, Rivera y Abascal puede garantizar el éxito de esta “joint venture”, pero si esperan de los votantes que crean que la pretensión de cualquiera de ellos es, antes de nada, patriótica y en pos de preservar los derechos y libertades de los españoles, harían bien en sentarse cuanto antes a firmarlo so pena de volver a reincidir en el error y fracasar con dolo.»

CODA

Obviamente, no se ha producido el acuerdo previo necesario para lanzar la candidatura unitaria o parcialmente unitaria bajo la marca «España Suma», lo que hace más enigmática si cabe la decisión de Pablo Casado de lanzarla a toda vela para luego replegarla, y su derivada en las declaraciones de la portavoz del PP Cayetana Álvarez de Toledo en la antesala de la reciente convención del PP «en el País Vasco» (correcto), que analizaré en un próximo artículo.

En todo caso, parece que habrá nueva convocatoria a las urnas y la Derecha pagará la inepcia de sus líderes, como todos los españoles el absoluto desprecio por la racionalidad política que acusa el fatuo Dr.Fraude -que se muestra incapaz de formar gobierno porque no se fían de él ni los de su partido-.

Sobre los «derechos históricos» vascos

…y otras zarandajas remití un informe provisional a un partido de Centro-Izquierda el 1 de octubre del año pasado -al entender que cabía concretar algo las objeciones de fondo y forma contra el sistema de Concierto económico vasco-.

DERECHOS HISTÓRICOS (Fueros, Concierto, Estado vasco, Raza, Euskera)

Existe una esquizofrenia básica en el actuar del PNV del 78 a nuestros días: por un lado, hablan de “agravio histórico” por la falta de traspaso de algunas competencias del Estatuto de Guernica, pero hay que recordar que sus diputados salieron de la Cámara al pasillo cuando se votaba el proyecto de la Constitución de la que emana dicho Estatuto para no tener que asumir su “constitucionalidad” y poder así rechazar la culminación del proceso autonómico, que siempre han pretendido y pretenderán mantener abierto, como tal “proceso”, entre otras cosas porque, por otro lado, mientras reclaman más transferencias estatutarias tienen la vista puesta en la superación del marco constitucional, ya que sería posterior a unos presuntos y ancestrales “derechos históricos” (¿?) de los vascos reconocidos por un “pacto con la Corona” que ni siquiera sería lo del Estatuto de Guernica, sino lo de los célebres (aunque de oculto contenido) fueros vascos.

Así, juegan a la moderación y a la práctica institucional mientras promueven todo tipo de conceptos-trampa y falacias jurídico-políticas a cuenta (y a costa) de la Historia, en detrimento del bien común de los españoles y en pos de un objetivo manifiestamente antidemocrático e ilegal de tintes totalitarios. Su deslealtad al Estado y a la Constitución han sido permanentes desde el principio del régimen democrático, por lo que tal vez la esquizofrenia pueda explicar también la actitud de los sucesivos gobiernos de UCD, PSOE y PP que todo les consintieron antes de comenzar a lamentar todas sus concesiones (hasta el mismo día de hoy con Rajoy, primero, y Pedro Sánchez, pronto).

Concierto económico. Fueros medievales y raciales
Lo que sí fue hasta cierto punto un pacto o transacción con la Corona, previo a la plena Restauración borbónica con Cánovas al fin de la Tercera Guerra Carlista, fue el Concierto económico que vino a sustituir los últimos residuos del Antiguo Régimen por una ley moderna aprobada en Cortes. Por ejemplo, hasta la aprobación del Concierto los vascos estaban exentos de ir a filas por el sistema de Quintas, aunque normalmente las Diputaciones mandaban y costeaban contingentes de población local. Algo por el estilo se puede decir de Navarra antes de ello (“paz paccionada”), por lo cual dejó de ser considerada “Reino”. En rigor, todo esto debió quedar arrumbado ya después de la Primera Guerra Carlista, pero los generales Maroto y Espartero se dieron el Abrazo de Vergara y así seguimos desde entonces con esa anomalía jurídico-político-histórica de fueros y viejos reinos y merindades y leyes de hidalguía.

Cuentos para no dormir: los fueros (esos “derechos históricos” que se invocan) son leyes de sangre, de “limpieza de sangre”, por la confusión conceptual introducida después de las guerras civiles de la Edad Media en las provincias vascas (“Guerras de las Banderías”) a las que puso fin el Rey de Castilla. Cuando entonces el monarca (eliminado del actual escudo de Guipúzcoa por los abertzales) decide suprimir los privilegios feudales a favor de los villanos, nace aquello de la “nobleza universal” de los vascos (un mito interesado, por supuesto), según la cual todos serían como señores (y no, qué casualidad, todos como villanos). Pero de la misma forma que igualaba (teóricamente) a los vascos, les diferenciaba del resto de los españoles cuyo origen no estaba tan claro (mezclados con moros y judíos, etc). Respecto a alguien debían ser los “vizcaínos” señores, al fin y al cabo: y en eso pretenden seguir algunos con lo del “nuevo Estatus” y la “Nación foral”.

Por tanto, los fueros son privilegios de origen medieval, y entonces privilegios raciales no tan distintos a los que pervivieron contemporáneamente en la Suráfrica del Apartheid (el Estado era oficialmente “racista” porque desde los Boers la sociedad la habían compuesto estamentos raciales, ni siquiera sociales): por ejemplo nadie que no conociera el euskera podía acceder a cargo público en Juntas Generales (las asambleas que dieron origen a las Diputaciones), pero tampoco los locales que no conocieran el castellano (la mayoría de la población rural del momento).

Estado vasco, “Euskadi” e Ikurriña
En la actualidad, la mera existencia de las haciendas forales hace de las tres provincias vascas y Navarra una especie de estados confederados con España, mientras que la “federalización” vendría dada por el ente “Euskadi” o CAV, a cuyo gobierno y administración (¡el centralismo era esto!) financian de facto las Diputaciones Forales: un sistema absolutamente disparatado y sin referencia histórica a tradición política o institucional alguna (y todavía seguimos sin Ley de Municipios).

Además, como he dicho arriba, la sola existencia de este peculiar régimen fiscal ayuda retóricamente a los abertzales cuando reivindican la “especificidad vasca” según una indemostrada “verdad histórica” acerca de un “pacto con la Corona (el Estado)” de territorios previa y formalmente independientes. Lo cual es falso: los vascos nunca tuvieron un Estado propio, nunca fueron independientes ni soberanos (y los “vascones”, en Navarra, tampoco: la población navarra medieval la componían francos, judíos, hispanogodos arabizados, vascos, gascones, moros musulmanes, eslavos… y dinastías de casas francesas, inglesas, castellanas, aragonesas… No hubo “Estado vascónico”, y encima el Reino de Navarra es el padre del Reino de Aragón).

Al respecto, y ya que sobre todo me inspira de Robles y Trancón su asunción de la relevancia máxima del lenguaje y de los términos que se utilizan (o se censuran) en política, cabría comenzar a insistir en que “Euskadi” es la patria ideológica de los abertzales, exclusivamente, y la ikurriña la bandera de esta patria abertzale, de PNV y ETA, de esta facción ideológica que no representa ni ha representado jamás a la mayoría de los vascos, y que en su delirante proyecto de “construcción de Euskal Herria (o Euzkadi, Euskeria o Euskadi)” ha erradicado prácticamente en su totalidad la verdadera tradición cultural, moral y política de los vascos.

Euskera y raza vasca
Desde luego, no existe raza vasca y todo lo antedicho sobre la “limpieza de sangre” no tenía mayor sentido tampoco entonces (aunque los “vizcaínos” lo utilizaran para trepar en la Administración imperial después de la expulsión de los judíos y las persecuciones a los judeoconversos “judaizantes” por parte de la Inquisición).

Como pueblo o conjunto de pueblos los vascos históricamente han sido conocidos como “cántabros”, “vascones” o “wascones”, “gascones”, “vizcaínos”, “vascongados”… hasta el actual, reciente y afrancesado “vascos”. Los habitantes de las provincias vascas, antes de la romanización, eran probablemente celtas en su mayoría. Por eso después de las (cuando menos confusas) invasiones o incursiones vasconas se denominó “vascongadas” a aquellas poblaciones de la franja litoral cantábrica.

Asimismo, cabe recalcar que el euskera o vascuence no es la lengua de todos los vascos, sino de una minoría de ellos y de una minoría más minoritaria aún de navarros y franceses del Sureste. Por el contrario, es el español o castellano la lengua de la totalidad de todos los vascos y navarros, incluidos los abertzales y por supuesto los terroristas abertzales.

Por cierto, que me gustaría indicar que los etarras no son exactamente “terroristas vascos”, como se ha repetido hasta la saciedad para gusto y contento de los propios terroristas, sino terroristas (o asesinos, o criminales) españoles antiespañoles, mayoritariamente vascos pero tampoco todos (gallegos, leoneses, extremeños, andaluces), y hasta los ha habido franceses, italianos… Creo que debiéramos insistir también sobre esto en toda España, porque por una parte me parece que ha sido relativamente cómodo para nuestros compatriotas liberarse “racialmente” de culpa por el terrorismo mal llamado “vasco”, cuando era “abertzale” o “separatista” o “nacionalista vasco” (luego afín al PNV), y a la vez tolerar los pactos del Gobierno de PSOE y PP con el PNV; así como, por otra parte, ha resultado ideológicamente fácil para muchos periodistas e intelectuales progresistas obviar que los etarras se autodenominaban “de Izquierda” y “socialistas”, e incluso “nacional socialistas” (KAS), si bien su ideología actual es esencialmente nazicomunista con matices respecto a la esencialidad de la “raza vasca” (que ellos llaman “identidad vasca” para que no se note demasiado el racismo).

Así, para la ideología abertzale más integrista (Federico Krutwig sería su Profeta), en la actualidad (superando el racismo biológico y el apellidismo del pope Sabino Arana) los dos requisitos para SER vasco son: saber o querer aprender el Euskera (o dar muestras de que importa mucho “salvar el Euskera”) y querer ser (tener la voluntad de ser, totalmente) vasco.

La razón de ser de la política lingüística
El mito del Euskera o “Lengua propia y primigenia de los vascos” y el de la Raza se retroalimentan: los vascos existen, dicen, porque lo prueba la existencia de una lengua antiquísima que ellos siempre han hablado, del mismo modo que el euskera existe porque los vascos existen desde siempre y lo han preservado. Por ello, si desaparece el euskera se extinguen los vascos, así que si hablan de “salvar el euskera” de lo que están hablando es de la Lucha por la Supervivencia de la Raza Vasca (tan cara a todos estos nazis y aprendices de brujo abertzales); lo que exige, entre otras cosas, un proceso de depuración-exclusión-expulsión permanente de los no afectos a la Causa de la Raza: ancha es Castilla y no sé si existen cálculos sobre los que abandonaron la CAV (y Navarra) desde que ETA comenzó a asesinar, más los descendientes que nacieron fuera.

La política lingüística constituye un fondo de reptiles, además de una herramienta esencial en la “construcción nacional” de “Euskadi” o “la Patria vasca (abertzale)”. De igual modo la EiTB es un medio de financiación amigo de las empresas culturales (libros, música, prensa, educación) abertzales, aparte de servir para la promoción ideológica de “Euskadi” y el adoctrinamiento y la propaganda permanentes.

Por supuesto, también sirve para señalar a los que no saben euskera o discrepan de los beatíficos objetivos de la tal política lingüística, así como para descartar, nivelar, vetar, excluir a todos los que no se sometan a los requisitos lingüísticos de la Administración y, por ende, de toda esa amplia red de entidades, empresas y asociaciones que dependen de los fondos (insisto, de reptiles) que distribuyen generosamente para su causa las instituciones vascas que hace décadas se apropiaron los abertzales.

CONCLUSIÓN

Sólo votaré a un partido que se atreva a denunciar la gravedad política e histórica de la actuación del movimiento abertzale (de PNV a ETA) durante al menos las cuatro últimas décadas.

Para defender fueros y conciertos ya tenemos a PP, PSE, Ciudadanos, PNV y a la misma ETA -si no estuviera por la confrontación directa contra el Estado, que le hace de cuando en cuando desdeñar las instituciones forales si no es para gozar y hozar al frente de las mismas, como ya hicieron en la Diputación de Guipúzcoa la pasada legislatura-.

 

El director

…que fuera del diario El Mundo durante apenas un año, David Jiménez, deja en las páginas de dicho título una reflexión general sobre el estado actual de la Prensa española, así como una serie de anécdotas personales al más alto nivel político y mediático que perfilan y dan color a lo que podría ser considerado de otro modo el enésimo canto al idealismo en su choque con la realidad ambiente.

El contexto es crucial para conocer a qué diario llegaba Jiménez: en plena crisis económica y auténtica debacle de las tiradas de los periódicos impresos, con un Gobierno Rajoy cuyas figuras más destacadas (presidente, vicepresidenta Saénz de Santamaría y ministra de Defensa Cospedal, asimismo secretaria general del PP) pugnaban entre sí con éxito por controlar todos los medios de comunicación nacionales, purgando voces críticas y repartiendo tertulianos por los canales de TV.

Nada nuevo bajo el sol salvo, con todo el poder en sus manos, la facilidad con la que Rajoy y las suyas pudieron imponer sus criterios sin oposición alguna. Y la incomprensible apuesta, en semejante páramo de libertad editorial, que hizo Antonio Fernández-Galiano al elegir a Jiménez, un ignoto corresponsal del diario en Asia, como protagonista de la “revolución” a que aspiraba una vez defenestrado el fundador y alma toda de El Mundo, el incorregible Pedro J. Ramírez.

Una ejecución la de Ramírez a plena luz del día en la misma semana que Rajoy decidía también las sustituciones de los directores de La Vanguardia y El País, pero más relevante en su caso en cuanto que estos dos últimos diarios ya se plegaban habitualmente a los designios ocultos o manifiestos de las grandes corporaciones a que se alude con la etiqueta de “Ibex-35” -aunque en rigor su temido poder de influencia y censura lo ejerzan menos de 10 sujetos, como los Botín, Alierta, Pérez…

LOS ACUERDOS

Al respecto, Jiménez señala acertadamente los nombres de Cebrián, Ansón y Ramírez como los tres todopoderosos editores de diarios a que nos tenía acostumbrado el panorama mediático de los 80′ a nuestros días… en que ya no queda ninguno -ninguno de los tres, ningún otro-. Una situación moral que ha hecho de las grandes cabeceras de antaño papel mojado, en favor como nunca antes de las televisiones, la radio y la prensa digital, aunque la Prensa en Papel presuma -y hasta cierto punto sea cierto- de ser mucho más rigurosa en todos los sentidos que aquellos otros medios.

Pero tal vez sea por esto, porque siempre se confió más (y al menos) en los periódicos frente a TV e incluso Radio, que la traición se ha sentido como más profunda por parte de los lectores de diarios, sobre todo por la burda manera en que, como los mismos partidos políticos, se han dedicado a insultar la inteligencia de los ciudadanos.

Uno de los más preclaros ejemplos es el de “Los Acuerdos”, como reza el capítulo del libro, una serie de privilegios de inmunidad informativa conseguida por los altos ejecutivos de las más grandes corporaciones españolas a cambio de publicidad institucional; o, dicho en plata: una especie de soborno institucionalizado que, en el caso de partidos y sindicatos, se sirve de fondos públicos (o “de reptiles”, cuando se produce bajo manga) para lograr infomaciones favorables, vetos a opiniones o noticias contrarias, etc.

Obviamente, como siempre pagan los mismos, la impunidad de los mismos es legendaria en nuestro país desde hace décadas: de los Pujol a tantos ex dirigentes de PSOE y PP, más los caciques locales, los saqueadores de las cajas de ahorro y los habituales prohombres de las finanzas e industrias patrias, que hacen negocios amparados por el poder político y a costa recurrentemente del Presupuesto público, a cuya cabeza figuró en ocasiones y nunca de manera figurada el mismísimo rey Juan Carlos I.

En uno de los párrafos a destacar del libro, Jiménez sintetiza el caso:

“El periodismo nacional vivía una doble vida. En una anunciábamos a los cuatro vientos nuestro papel fundamental en democracia, nos concedíamos constantes premios por nuestra labor -¿había un oficio que se premiara más a sí mismo?- y censurábamos los excesos, prebendas y corruptelas de los políticos. En la otra hacíamos lo mismo que ellos, resistíamos cualquier intento de control sobre nuestra labor, ignorábamos los códigos deontológicos que nostros mismos habíamos redactado y nos integrábamos cómodamente en el sistema que nos habíamos comprometido a vigilar. Mientras los herederos de la Transición convertían el país en una inmensa agencia de colocación para sus afines, las instituciones se gangrenaban y los partidos políticos que debían defender el Estado de Derecho se aprovechaban de él, los medios escogíamos el bando equivocado. Durante décadas ofrecimos a la monarquía inmunidad informativa y adulación, enviando a sus miembros de moral más endeble la señal de que nunca serían censurados. Vivimos en connivencia con bancos y tiburones inmobiliarios, sin denunciar sus excesos porque su publicidad engordaba nuestras cuentas de resultados. Nos sometimos a Los Acuerdos, sin oponer ninguna resistencia o promocionándolos. Y alineamos nuestros intereses con los de los partidos políticos y gobiernos, a cambio de dinero institucional, licencias de televisión o favores. La prensa, atrincherada en ideologías irrenunciables y fiel a una verdad que encajara en ellas, había malgastado sus mejores días en batallas mediáticas y luchas de egos, mientras guardaba silencio sobre sus propias deshonras.”

De aquí el descrédito interno (e internacional) que padece una Prensa española mal dirigida en lo editorial, pésimamente administrada y pasto de las contradicciones internas tanto como de la conjura permanente de los partidos por ponerla a su exclusivo servicio (y el de sus compinches corporativos). Una situación deplorable de la que en todo caso es prácticamente culpable la preponderancia de la Televisión (y, correlativamente, la ineducación política de los ciudadanos españoles) sobre la agenda de los medios y su influencia real en la sociedad y la acción pública.

Porque no es buen negocio montar un periódico: se debe a otra vocación distinta a la del que sólo busca el medro personal y aumentar la cartera de sus clientes y asociados; cuando lo único que prima es la rentabilidad, difícilmente se editará un diario con éxito -para eso están los canales en abierto de TV-; entonces, ¿por que habrían de invertir tanto -en publicidad, en acciones y en “acuerdos”- los que no pueden calcular el retorno de la inversión como un dato positivo en sus cuentas? Por mero control de la información que les afecta (a ellos directamente, en sus apaños con el Poder; no a sus empresas).

Una información que durante décadas filtraban cuidadosamente sujetos como un tal comisario Villarejo de la Policía Nacional, confidente de periodistas que quedaban subsiguientemente a su merced, como drogodependientes de la información dura de “las cloacas del Estado”, hasta que Jiménez decidió con buen criterió cortar con este tipo de “periodismo de investigación”. Queda por ver si, cuando la Justicia obtenga lo que el CNI logre (o diga que ha logrado) descifrar de los datos almacenados por el superagente, no se podrán editar automáticamente con toda la información ediciones diarias de El Mundo hasta que termine el siglo.

LA RESISTENCIA AL CAMBIO

El problema principal del entonces director de El Mundo, por lo que él mismo transcribe y por lo que se deja entreleer en las páginas de su libro, es que vino a realizar una “revolución” en el que hasta su llegada había sido “el diario de Pedro Jota” y se encontró con que, en realidad, no iba de eso sino de aguantar a los lectores de la edad dorada dedicándose a la crítica partidista de Izquierda contra Derecha, etc. -como para impulsar un periodismo distinto, más al estilo USA de reportajes e historias exclusivas en detrimento del periodismo de declaraciones y contradeclaraciones…

Aparte de que la visión, para entonces tampoco tan avanzada, de Jiménez sobre la “transformación digital” de El Mundo para recuperar el liderato topó con la mentalidad retrógrada de quienes, a punto de entrar en la tercera década del siglo XXI, recelan de la apuesta decisiva por la edición digital probablemente porque entienden que no queda tan férreamente bajo su control en todos los campos de noticias, opinión, publicidad…

Sea como fuere, la experiencia de Jiménez es la de “la gran esperanza blanca” a la que se le ponen palos en las ruedas nada más ocupar el despacho del director -incluida una huelga montada por sus propios compañeros periodistas que dejó sin salir a los quioscos, por vez primera en más de dos décadas, el diario del “esquirol” Pedro J.-.

Una experiencia que, si no agradable, a buen seguro le resultó tremendamente reveladora, estimulante, instructiva y un acicate para seguir pensando en hacer ese Periódico mejor; o, cuando menos, le valió para escribir esta obra que dedica a “los futuros periodistas” y que no debería caer en saco roto ni en las facultades ni en las redacciones -si es que todavía existen las unas o las otras-.