…es la última sensación de la literatura política que trata de analizar y esclarecer el renovado fenómeno del “populismo”, sus causas y efectos, sin rehuir la polémica ni las afirmaciones categóricas. Subtitulado “El fin de la clase media occidental”, se trata del más ambicioso trabajo del geógrafo francés Christophe Guilluy, aplicado a detectar las diversas fracturas en la sociedad contemporánea entre los campeones y los perdedores de la globalización; o, lo que es lo mismo: los indicadores de la desigualdad entre “la Periferia” y el cogollo del poder socioeconómico y cultural en los principales países occidentales.
Así, este ensayo con afán polemista acusa a las élites de haberse separado de la sociedad, produciendo con ello la desafección de las “clases populares”, cada vez más desprotegidas y silenciadas políticamente, mientras el segmento mayoritario de las clases medias se debate entre formar en las exitosas filas del capitalismo financiero internacional -aun como esbirros de esta nueva oligarquía tan codiciosa como exasperada- o tratar de defender su parte, en su tierra, junto con los miembros de la familia y de la comunidad local por la que se expresa pertenencia.
“Esta ruptura de la relación, aunque fuese conflictiva, entre el mundo de arriba y el de abajo, y que llevaba latente el abandono del bien común, nos hunde en la asociedad. A partir de ahora, no more society. La crisis de la representación política, la atomización de los movimientos sociales, las burguesías que se encierran en sus fortalezas, las clases populares que se asilvestran y el comunitarismo (“segregacionismo étnico”) son otros tantos signos del agotamiento de un modelo que ya no forma sociedad.”
Precisamente, el autor realiza una defensa cerrada de esas clases populares a las que unas élites instaladas en la buena conciencia universal apenas conocen, pero que desprecian cada vez que sus designios “progresistas” se ven frustrados, como por ejemplo con ocasión del Brexit, la elección de Donald Trump como presidente de los EEUU o la misma ascensión del Frente Nacional en Francia, sólo soslayada por la alternativa de poder de un tal Macron (ex empleado de los Rothschild como asesor de banca, ex ministro de Economía del fracasado gobierno socialista de Hollande) impuesta por el establishment político y financiero al completo.
Guilluy arremete de continuo contra políticos, medios de comunicación y esa suerte de monasterios en que se concentra la clerigalla reaccionaria en que han devenido los ámbitos universitarios -antaño ilustrados y abiertos a la crítica, hoy simulacros de madrasas más pensados para el adoctrinamiento de las élites en la nueva religión de la correción política que para la conservación y transmisión del conocimiento y la sabiduría heredados-.
“Asustados por la visibilidad de ese mundo de las periferias populares, los medios de comunicación y el mundo académico han procurado durante mucho tiempo minimizarlo insistiendo en la marginalidad de un fenómeno descrito como coyuntural o que amalgama fracciones minoritarias o en vías de desaparición del mundo antiguo. Así que estos seísmos populistas no serían más que los efectos de un ajuste social y político provocado por la adaptación de los países desarrollados a una nueva economía. La respuesta populista sería solo una consecuencia de la crisis de algunas ciudades desindustrializadas, de la estupidez de algunos deplorables estadounidenses, de la nostalgia que sienten los paletos del campo francés por el mundo de antes, de algunos desdichados cerveceros, del racismo atávico de la clase trabajadora alcoholizada británica, de los adoradores del III Reich en Alemania o de los admiradores de Mussolini en Italia. Estas imágenes tópicas de la marea populista occidental son tranquilizadoras porque lo que describen son los márgenes y una revuelta anacrónica.
Permiten ocultar un diagnóstico racional sobre unas categorías populares que, recordémoslo, al contrario de lo que afirma la esfera mediática y académica, han aceptado el juego de la globalización, apoyado la construcción europea, acompañado a las evoluciones sociales y, salvo excepciones, recibido sin violencia las diferentes oleadas migratorias.”
Queda claro que el autor no se alinea con las tesis al uso sobre los orígenes de este populismo actual, que Guilluy no duda en denunciar como propaganda de las élites globalistas (“separatistas” de sus respectivas comunidades políticas) que trata de identificar con el fascismo las justas reivindicaciones de unas clases medias y bajas más oprimidas fiscalmente cada día que pasa -mientras atisban el desmantelamiento de los servicios públicos con la coartada de su insostenibilidad por la nuevas circunstancias de la demografía y la inmigración-, y más inseguras en relación con su entorno, su estatus social y cultural, y su futuro laboral y vital en el medio plazo.
Por ello, lejos de caer en el facilismo de denunciar como “populista” a Trump por su proteccionismo económico -una demanda satisfecha por una promesa electoral a las clases populares americanas-, o de ignorar el fenómeno de la inmigración masiva como una de las claves del Brexit o de la política reaccionaria del Pacto de Visegrado, o la de Salvini y otros en Italia, Guilluy incide en la traición de las élites a su propia sociedad, que han acabado por desintegrar con acciones conscientes o inconscientes como la gentrificación, la deslocalización empresarial, la especulación inmobiliaria y la evasión a paraísos fiscales, por citar unos de tantos ejemplos flagrantes de ese “separatismo” que ha conducido, a la contra, a la “desconexión” de las demás clases, produciendo la No Sociedad actual.
De hecho, reitera que el “antifascismo de opereta” y el recurso elevado a sostener, frente a las crecientes protestas contra los efectos nocivos de la globalización y del multiculturalismo, que “es mucho más complejo que eso” -o sea, que la gran mayoría no entendería nunca de qué van los problemas del mundo, cuya solución sólo es accesible a una élite política, financiera y académica- son sólo las últimas estratagemas de los señores de las fortalezas contra una rebelión que también alcanza proporciones globales y que no pretende más que se tome en cuenta las opiniones, los problemas, las vidas de la mayoría.
“Encerrada en una postura de superioridad moral, la clase dominante ha barrido de un manotazo todo posible diagnóstico por parte del mundo de abajo. En materia de inmigración o de multiculturalismo ha remitido a los análisis de un mundo mediático-universitario (la mayoría de las veces) originario del mundo de arriba y (siempre) llevado por un fuerte desprecio clasista. Estos expertos autoproclamados e investigadores adheridos al modelo dominante han elaborado representaciones caricaturizadas de unos medios populares que, según ellos, estarían listos para reactivar las horas más oscuras de la historia. Así, las representaciones de salón de la inmigración y del multiculturalismo se han impuesto, representaciones que no tienen en cuenta la realidad de la inestabilidad demográfica y de la inseguridad cultural que esta inmigración y multiculturalismo generan en los entornos populares.”
Frente a la histérica reacción de las élites occidentales del capitalismo global, Guilluy aprecia que no obstante tendrán que ser las «clases dominantes» las que de nuevo establezcan relaciones con las clases populares para poder llevar a cabo la acción básica de reconstrucción social, dado que “no hay movimiento de masas, no hay revolución sin alianza de clases”. Pero en la actualidad, se impone la negación de la cuestión y la “demonización de opiniones”, que en definitiva
“es, ante todo, una advertencia a todo intelectual, universitario y responsable económico que pretenda tenderle la mano a las clases populares con idea de desafiar el modelo único. Por el momento, la técnica está funcionando, pero la marea populista muestra que la estrategia del miedo tiene sus límites. Si la elección de Donald Trump en Estados Unidos ha causado tantas reacciones violentas en la élite globalizada, no ha sido porque el mandatario hable como un white trash, sino porque procede de la hiperclase.”
Lúcido e incisivo, el trabajo incluye unos mapas indicadores de la geografía económica y laboral de Francia, Alemania, Gran Bretaña y EEUU, donde demuestra la existencia de esa “periferia” que no refiere a los entornos de las grandes urbes, sino a todo lo que va quedando al margen de las grandes metrópolis financieras y orientadas a los servicios, incluidos barrios enteros en el interior de la ciudad, ciudades medias y mundo rural; así como segmentos de población que antes conformaban la clase media y que ahora se ven abocados a la asistencia de un Estado “social” que los estigmatiza como perceptores de ayudas, mientras fomenta la disputa por las mismas con crecientes masas de población inmigrante que a su vez resulta, por esto mismo, estigmatizada.
Pese al lúgubre panorama, Guilluy resulta optimista cuando avanza un soft power de las clases populares capaz de amedrentar y ejercer presión a unas clases dominantes que comprueban ahora cómo sus recurrentes mensajes positivos ya no calan en quienes a su vez se han desconectado de las élites políticas, económicas y académicas, de su cine y su publicidad y sus medios de comunicación; y entiende llegado el momento de una renacionalización y resocialización de todas las clases, de los de arriba y los de abajo, como único medio de reconstitución del espacio público y la consecución del bien común.
“Viven cada vez más entre ellos. Se niegan a integrarse. Sostienen un discurso de ostracismo y a veces de odio hacia las categorías que no comparten su modelo y sus valores. Niegan la existencia de una cultura y de una historia comunes en Occidente. Rechazan todos los modelos de integración y ya ni siquiera hablan la lengua común. En pocas décadas, esa gente, esos asociales, esos ricos, esas clases superiores han hundido a las sociedades occidentales en el caos de la sociedad relativa, abandonando el bien común. Ya es hora de reincorporarlas a la comunidad nacional, al movimiento real de la sociedad, el de las clases populares. Confrontado a la pérdida de su hegemonía política y cultural, pero también al estancamiento de su modelo económico y social, el mundo de arriba tiene que volver al camino de la historia. ¡Ayudémoslo!”