Quién mató a mi padre

…es lo último en español del último “enfant terrible” de las letras francesas (y van…), Édouard Louis, antes Eddy Bellegueule (Hallencourt, Somme; 1992). Una obra de esa especie reseñada como “artefacto literario” por parte de editores y críticos fácilmente combustibles, que apenas encubre con su poderoso estilo el panfleto propio de activista de la extrema izquierda ahora bien posicionado.

Porque lo que parece emulación de la célebre Carta al padre del bueno de Franz Kafka -con sus intrincadas razones ocultas para amar y temer a su progenitor, para no sentirse amado o reconocido a causa de la severidad paterna-, se convierte en el libro de Louis, con la coartada de una infancia difícil, en un convencional retrato de la deprimente y presuntamente explotada clase obrera francesa; como en este apunte biográfico sobre su padre:

“Naciste en una familia de seis o siete hermanos. Tu padre trabajaba en la fábrica, tu madre no trabajaba. No había conocido otra cosa que no fuera la pobreza. Poco más puedo decir sobre tu infancia.
Tu padre os abandonó cuando tenías cinco años. Es una historia que cuento a menudo. Una mañana se fue a trabajar a la fábrica y por la noche no volvió. Tu madre, la abuela, me dijo que lo esperó, qué remedio, al fin y al cabo es lo que había estado haciendo durante media vida. (…) Tu padre bebía mucho y algunas noches, por culpa del alcohol, le pegaba a tu madre. Cogía platos, objetos pequeños y a veces incluso sillas, y se los tiraba a la cabeza antes de abalanzarse sobre ella y golpearla con los puños. No sé si tu madre gritaba o si soportaba el dolor en silencio. Tú los mirabas sin poder hacer nada, impotente, confinado en tu cuerpo de niño.”

RETRATO (MARXISTA) DE FAMILIA

A partir de este tipo de referencias, poco le falta al autor para imputarle al sistema, a la sociedad o al “modelo heteropatriarcal” su propia homosexualidad, cuando aduce que el rol determinante de un varón francés de la clase trabajadora deriva de una masculinidad tóxica, violenta y alcohólica, una vez desaparecidos los últimos lazos de solidaridad proletaria en los nuevos tiempos de economía virtual y financiera:

“Tu padre no fue el primero en tener problemas con el alcohol. El alcohol formaba parte de tu vida antes de que tú nacieras, las historias relacionadas con el alcohol se repetían a nuestro alrededor, los accidentes de coche, los resbalones mortales en el hielo al volver de una cena regada con vino, las violencias conyugales provocadas por el vino y el pastís y otras cuantas historias más. El alcohol cumplía la función del olvido. El mundo era el responsable, pero cómo condenar al mundo, a ese mundo que imponía una vida que la gente de nuestro alrededor no tenía más remedio que intentar olvidar -con el alcohol, por el alcohol.
Era olvidar o morir, u olvidar y morir.
Olvidar o morir, u olvidar y morir de tanto empeñarse en olvidar.”

Obsérvese que la culpa es “del mundo” -de momento- más que de las costumbres alcohólicas, y que esta inquietante tesis se difunde en un párrafo de aparente sencillez pero muy trabajado literariamente: recurso que proporciona a su vez esa falsa apariencia de relato genuino, aunque bien pudiera tratarse de un texto “ficcionalizado”. Al respecto, Louis nos presenta parádojicamente un rasgo positivo de su padre que hace muy dudosa la tesis de la persistencia social en Francia de ese modelo descrito en el párrafo y que él tanto denigra:

“Es curioso, dado que tu padre había sido violento, tú repetías de manera obsesiva que nunca lo serías, que nunca le pegarías a ninguno de tus hijos. Nos decías: Jamás le pondré la mano encima a uno de mis hijos, jamás en la vida. La violencia sólo genera violencia. Durante mucho tiempo yo repetía esa frase, que la violencia es la causa de la violencia, pero estaba equivocado: la violencia nos salvó de la violencia.”

Por tanto, lejos de limitarse a ajustar cuentas con el padre, lo que Louis nos presenta es un tipo de hombre vencido por causas supuestamente ajenas a su voluntad -como en realidad sucede casi siempre, también con los triunfadores, de atenernos a los condicionantes genéticos y ambientales de cada uno en no menor medida que al azar-. Un hombre que, debido a un accidente laboral y a su falta de estudios, se encuentra en la cincuentena sin trabajo, divorciado y enfermo (aunque por causas distintas, como se verá después):

“Me explicaste que sufrías una diabetes grave, además del colesterol alto, que podías tener un paro cardíaco en cualquier momento. Te quedabas sin aire al contarlo, tu pecho se vaciaba de oxígeno como si tuviera una fuga, incluso hablar te suponía un esfuerzo demasiado intenso, demasiado grande. Veía cómo luchabas contra tu cuerpo, pero intentaba fingir que no me daba cuenta de nada. La semana anterior te habían operado por lo que los médicos llaman una “eventración” -no conocía la palabra-. Tu cuerpo se ha vuelto demasiado pesado para sí mismo, tu vientre empuja hacia el suelo, empuja demasiado, demasiado fuerte, tan fuerte que se desgarra por dentro, que se desprende de su propio peso, de su propia masa.”

Una historia, la de su familia, que no es raro conocer en nuestros días, y no meramente a través de la Literatura y el Cine -el de Ken Loach, por ejemplo-; aunque, por señalar un caso diametralmente opuesto (o puede que no tanto) al de Louis, cabría referirse a la película Billy Elliot, sólo que en ésta desaparece el rencor a medida que transcurre la trama y en aquél aumenta hasta la acusación definitiva:

“Si entendemos la política como el gobierno de unos seres sobre otros y tenemos en cuenta que los individuos existen en el seno de una comunidad que no han elegido, entonces la política es la distinción entre colectivos cuya vida se asegura, se alienta y se protege y otros expuestos a la muerte, la persecución, el asesinato.”

LA CULPA ES DEL SISTEMA POLÍTICO (CAPITALISTA)

En rigor, hablamos de un trabajador fabril que pierde a su mujer por sus continuadas juergas, algo que según Louis “fue como si el dolor de la separación hubiese abierto una herida que dejó entrar de pronto todo lo que te rodeaba, el mundo, y por tanto la violencia, en tu interior.” Y luego el accidente:

“Lo conté en mi primera novela, Para acabar con Eddy Bellegueule, una tarde recibimos una llamada de la fábrica para decirnos que habías sufrido un accidente: una carga se te había caído encima y te había aplastado, destrozándote la espalda. No podrías volver a andar en varios años, no podrías volver a andar.”

Pero el autor, que recurre constantemente a saltos atrás y adelante en el tiempo para narrar distintos momentos de la vida de su padre, nos lo presenta tiempo después como barrendero municipal, y más tarde como “conectado a una máquina” debido a “haberte pasado la vida haciendo movimientos automáticos en la fábrica y luego inclinándote diariamente ocho horas seguidas para barrer las calles, para barrer la basura de los demás.” Estamos hablando, a todo esto, de un trabajo que le consiguió el Estado después de su accidente laboral, aunque Louis lo presente como un ataque frontal a los derechos humanos más básicos:

“En 2009, el gobierno de Nicolas Sarkozy y su cómplice Martin Hirsch sustituyen el RMI, una renta mínima que el Estado francés concede a las personas sin trabajo, por el RSA. Tú cobrabas el RMI desde que habías tenido que dejar de trabajar. Y el paso del RMI al RSA pretendía “favorecer la vuelta empleo”, como decía el gobierno. Pero la realidad fue que a partir de entonces el Estado empezó a hostigarte para que volvieras a trabajar, a pesar de tu salud deplorable, a pesar de lo que te habían hecho en la fábrica. Si no aceptabas el trabajo que te proponían, o más bien que te imponían, perderías tu derecho a las ayudas sociales.”

Con este y otros ejemplos, el autor prepara el campo para el asalto final, resumible en las líneas de la faja en la edición en castellano:

“Para las clases dominantes, la política es una cuestión estética. Para nosotros, vivir o morir.”

En consecuencia, justifica traer a colación los nombres propios, porque “quiero que sus nombres entren en la Historia para vengarme”:

“Hollande, Valls, El Khomri, Hirsch, Sarkozy, Macron, Bertrand, Chirac. La historia de tu sufrimiento tiene nombres y apellidos. La historia de tu vida es la historia de esa gente que se ha ido turnando para acabar contigo. La historia de tu cuerpo es la historia de esos nombres que se han ido turnando para arruinarlo. La historia de tu cuerpo acusa la historia política.”

Pero este que escribe con tanta candidez sobre su deseo de venganza estudió Historia en la Universidad de Picardía y Sociología en la Escuela Normal Superior de París, luego su propia biografía refuta sus tesis, que podrían ser resumidas, en estos tiempos de deletéreo victimismo a tiempo completo, en que la culpa siempre es de lo demás o, en los conocidos términos sartrianos: “El Infierno es el otro”.

“En su libro El ser y la nada, Jean-Paul Sartre reflexiona sobre las relaciones entre el ser y la nada. ¿Nos define lo que hacemos? ¿Nuestro ser se define por aquello que llevamos a cabo? ¿La mujer y el hombre son lo que hacen o existe una diferencia, un salto entre la verdad de nuestra persona y nuestros actos?
Tu vida demuestra que no somos lo que hacemos, más bien al contrario: somos lo que no hemos hecho porque el mundo, o la sociedad, nos lo ha impedido. Porque eso que Didier Eribon llama veredictos se ha abatido sobre nosotros, gays, trans, mujeres, negros, pobres, y ha hecho que algunas vidas, algunas experiencias, algunos sueños, nos resulten inaccesibles.”

Una tesis sencillamente falsa, pero que sirve al propósito de Louis de encuadrarse en ese “nosotros” que resulta oprimido ya que, como no va a presentarse como miembro de la clase obrera, recurre a su condición homosexual (¿impuesta por el sistema también?) antes de sentenciar, dirigiéndose a su padre -ficticiamente, recuérdese: porque no se trata de diálogos reales habidos en el tiempo y recogidos para el libro-, una de las más grotescas boutades del determinismo materialista:

“Perteneces a esa categoría de seres humanos a los que la política tiene reservada una muerte prematura.”

CONCLUSIÓN

En resumen: una manera de valerse del envoltorio de la ficción para otros fines, cuando lo que se propone el autor es azuzar los peores sentimientos contra la clase dirigente de Francia -desde luego sin esconder su filiación extremista, pero imputándosela subrepticiamente al régimen político, verdadero objetivo del ataque personal de este nuevo millonario progre o “bo-bó” (como los denominan en el país vecino: “bourgeois bohème”)-.

El libro termina, precisamente, con una afirmación que atribuye a su padre -del que en ningún momento se cuenta su fallecimiento, porque en realidad no ha fallecido (pese al escabroso título de denuncia de la obra)- al hilo de una conversación “casual”:

“El mes pasado, cuando fui a verte, me preguntaste antes de que me fuera: “¿Aún andas metido en política?” -la palabra “aún” hacía referencia a mi primer año de bachillerato, cuando me afilié a un partido de extrema izquierda y nos peleamos porque decías que iba a tener problemas con la justicia por participar en manifestaciones ilegales-. Te contesté: “Sí, cada vez más.” Dejaste pasar tres o cuatro segundos, me miraste y finalmente dijiste: “Tienes razón, tienes razón, creo que nos hace falta una buena revolución.””

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