La democracia robada

…expresa el diagnóstico de Carlos Martínez Gorriarán (San Sebastián, 1959), profesor de Filosofía de la UPV y uno de los fundadores del partido UPyD, sobre el régimen español actual, después de que su andadura al frente de la citada formación y en el mismo Congreso (2011-16) le acabara de convencer de la existencia de un entramado político-oligárquico que domina férreamente la vida pública desde hace décadas.

El mismo Gorriarán muestra su sorpresa ante el grado de corrupción del sistema por la estrecha y endogámica relación entre los presuntos representantes de los ciudadanos y los que viven de sus favores políticos, significadamente en aquellos sectores considerados “vitales” para la economía nacional: Banca, Energía, Telecomunicaciones…

“En 2007 aún no habíamos perdido la inocencia: desconocíamos la verdadera magnitud de la corrupción, de la politización de la justicia, de la colusión de intereses espurios entre política, finanzas y empresas que nosotros comenzamos a llamar -con mucho éxito- “capitalismo de amiguetes”; en fin, no conocíamos a fondo la podredumbre del corazón mismo del sistema que destapó la brusca crisis económica de 2008 y años sucesivos.”

Estructurada la obra en cuatro partes de similar volumen, el autor dedica la primera a explicar el origen y razón de ser de UPyD (“Génesis”), la segunda al contexto político en que nació y creció el partido (“España en la trastienda”), la tercera al análisis del actual régimen español (“Los males más profundos”) y la última al proceso de declive y práctica desaparición de la formación (“Una temporada en el infierno”).

LA POLÍTICA COMO COTO RESERVADO

En buena medida -como Cs respecto al PSC en Cataluña apenas un par de años antes- UPyD surgió ante la deriva del PSOE de Zapatero que buscó negociar secretamente con ETA su incorporación al “nuevo tiempo” en detrimento del PP (y de todos aquellos que jamás tragaron con el fraude y el entreguismo a los terroristas y sus padrinos abertzales).

Ahora bien, del núcleo fundador del partido sólo Rosa Díez tenía experiencia como política profesional, si bien Fernando Savater o Gorriarán nunca dejaron de protagonizar actos e iniciativas políticas como ¡Basta Ya! Pero la diferencia de grado del activismo con la representación le quedó bien clara al autor casi desde el principio:

“Hay una distancia inconmensurable entre lo que los profesores de filosofía o teoría política creen saber sobre esa actividad y lo que ésta resulta ser una vez metidos en harina. Hay una brecha que nadie puede aprender ni enseñar si no la vive. Dejando al margen a los peones de brega y figurantes para quienes ser “político” es un modo de ganarse la vida, la vida política es dura, ingrata y desagradable, salvo para las pocas personas cuya pasión por lo público compensa pérdidas como la del derecho al honor y a una vida normal. Puesto que la política es sencillamente imprescindible, tenemos que estarles agradecidos, incluso cuando no nos gustan demasiado.”

De hecho, lo que constata Gorriarán es la falta de implicación política del español medio, ya sea a través de la afiliación a partidos o sindicatos o mediante la participación en asociaciones y plataformas, lo que le lleva a citar a su por entonces compañero en UPyD Álvaro Pombo, quien rebajaba la presunta indignación ciudadana para con la crisis y la corrupción aludiendo a “la ira del español sentado”, así como a señalar como efecto contraproducente del pasotismo lo siguiente:

“Los partidos políticos grandes parecen una especie de asociación profesional de cargos electos y sus familias, y de firmes aspirantes a serlo. Esto hace que su financiación dependa casi exclusivamente de las subvenciones públicas y de formas menos santas, como el cobro de comisiones ilegales, el tráfico de influencias, las facturas falsas y el desvío de subvenciones finalistas a usos ilegales, como los gastos de campaña electoral. Es decir, la baja implicación social en la política estimula la corrupción.”

De esa necesidad sentida de regenerar la política sin recurrir a la impugnación total nació UPyD, que precisamente fijó en la agenda pública (a lo largo de su existencia de algo más de una década) las cuestiones más candentes de la actualidad, pero no de manera ideologizada sino rigurosamente técnica, con el objeto de remediar situaciones concretas de la vida nacional y con ello los problemas reales de los ciudadanos.

En frente se encontraron, sin embargo, la vieja dialéctica de las facciones de Derecha e Izquierda, encantadas de agitar sus banderas en público para impedir cualquier acuerdo o reforma sustancial, mientras en privado no han dejado nunca de establecer pactos vergonzosos con la coartada moral del “consenso” para la “estabilidad política”.

“PSOE, PP y sus sempiternos aliados nacionalistas querían mantener tal cual la Ley Electoral de 1976 (la LOREG), cada vez más injusta por razones demográficas, porque les daba gran ventaja sobre posibles competidores nacionales; compartían el reparto del gobierno de los jueces (el CGPJ) mediante miembros elegidos por ellos para controlar la justicia en la medida de lo posible; también la colonización con cuotas de partido de todas las instituciones públicas, de RTVE al Banco de España; estaban de acuerdo en protestar contra la corrupción cuando fuera del contrario, y de acuerdo en no hacer nada efectivo para erradicarla; en aprobar nuevas y peores leyes educativas cuando lograban mayoría parlamentaria; en mantener el sistema de puertas giratorias entre grandes empresas y política que convierte a cargos cesantes en ejecutivos empresariales; en privilegiar al nacionalismo con concesiones incesantes e irrecuperables, y en un largo etcétera.”

TRANSVERSALIDAD PARA PROGRESAR

Lejos de convertirse en un “catch all party”, UPyD tenía unas señas de identidad más marcadas que PSOE o PP después de años de desdibujamiento de sus respectivos idearios, o que las que ha llegado a exhibir Cs. Básicamente porque su programa apuntaba a las cuestiones fundamentales y no partía de sistemas ideológicos cerrados.

“A pesar del desgaste del concepto por el excesivo manoseo, reivindicamos el progreso social. Progresista o progre se había convertido en la etiqueta de los votantes de la vieja izquierda, de los incondicionales de la literatura y el cine panfletario, del feminismo radical y su ideología de género, de quienes no podían pronunciar “España” por considerarse antifascistas, de los partidarios del nacionalismo y del olvido de ETA y, en resumen, de los sectarios enemigos, casi mortales, de la derecha (excepto de la nacionalista). En ese ambiente maniqueo parecía imposible declararse progresista y, por ejemplo, amigo de la tauromaquia pero no de la concepción subrogada, como hacía Fernando Savater.”

Su éxito inicial correspondió, por tanto, a una defensa estricta de los intereses del común y a una visión nacional de los problemas y las soluciones determinada por las experiencias y comentarios de muchos que a Izquierda y Derecha plantearon su crítica desde los orígenes del régimen actual, siendo casi todos invariablemente ninguneados o silenciados -y, en algunos casos, asesinados por ETA o, en el caso de Cataluña, expulsados por Terra Lliure-.

Al respecto, antes de la irrupción de Vox en el panorama político español, UPyD ya planteaba que el Estado asumiera las fundamentales competencias en Educación, Justicia, Sanidad e Interior, única garantía de igualdad y equidad entre españoles quebrada desde el principio en aras del “consenso” con quienes jamás aceptarían la legalidad vigente y la unidad nacional.

“La organización territorial española es innecesariamente confusa y a la vez rígida, con sus cuatro niveles de municipio, provincia, comunidad autónoma y Estado. O cinco, si añadimos la pléyade de entidades comarcales o intermunicipales, y seis con la Unión Europea, como proclaman tantos carteles informativos de obras públicas y eventos en los que participan todos los entes abajofirmantes. La proliferación administrativa absorbe muchos recursos: alguna de las decimonónicas diputaciones provinciales dedica el 80% de sus ingresos al gasto corriente, es decir, a mantener oficinas y remunerar a cargos y empleados, pero son la excusa para rechazar las fusiones de municipios que muchos países europeos han acometido, y algunos más de una vez, para ahorrar en gasto administrativo y racionalizar inversiones.”

En el mismo sentido, Gorriarán detecta el mayor problema para la cohesión nacional y la igualdad de los ciudadanos en la entrega de la Educación a los gestores autonómicos, cargados éstos no de razón sino de intereses poco confesables como los de ejercer su dominio omnímodo sobre aquella parcela ocupada hegemónicamente por los propios.

“La política educativa ha sido una de las mayores desgracias del sistema de la Transición. Sin el menor debate, la educación fue repartida como un botín entre los poderes territoriales; junto con la sanidad, fue el primer desmantelamiento integral del Estado, fracturado en 17 sistemas y 11 leyes educativas divergentes. Se admitió sin más que el nacionalismo tenía derecho a convertir la educación en medio de adoctrinamiento y de ingeniería social mediante el incongruente concepto de “normalización lingüística” encargado de construir en treinta años las naciones imaginarias que los nacionalistas decían encarnar. Nadie ignora la importancia de la educación como sistema de inclusión e igualación social y cultural, así que la renuncia de España fue un suicidio sin precedentes en ningún país con alguna autoestima colectiva. Nadie influyente pensó en los derechos de los niños y los docentes, ni en el futuro de un país desaparecido de las aulas separatistas y supremacistas. La desaparición del sistema nacional de educación, con el correlato de la supresión de la libertad de elección de lengua educativa en Cataluña (y de modo no tan radical, también dificultada en País Vasco y otras comunidades bilingües), desapareció también de las agendas políticas. Sin embargo, la propuesta para que la educación volviera a ser un sistema único competencia del Estado era una de las reclamaciones exclusivas de UPyD más populares, otra prueba de la creciente brecha entre la agenda política oficial y las preocupaciones sociales.”

Y EN ÉSTAS LLEGÓ LA CRISIS

El autor rememora cómo la crisis financiera mundial se ensañó particularmente con España bajo el Gobierno de Zapatero, alguien inepto en lo económico rodeado de una caterva de mentirosos (Solbes, Fernández Ordóñez, Salgado y demás) que decidió a su vez mentir airadamente en su campaña “por el pleno empleo”, ver “brotes verdes” en el yermo productivo nacional y “tirar pa’lante” con ruinosas medidas de presunto estímulo económico como los dos “Plan E” consecutivos.

“La temeraria guerra con la realidad de Rodríguez Zapatero y su gobierno, más el pésimo funcionamiento de reguladores y supervisores como el Banco de España y la CNMV, costaron a España el hundimiento del sistema financiero y su posterior rescate, la crisis de las cuentas públicas a causa del déficit público y el endeudamiento crecientes, la caída de la inversión pública y los recortes en políticas sociales, y como consecuencia inevitable la destrucción de miles de empresas y millones de empleos. Muchas familias de clase media cayeron en la pobreza.

Probablemente, la negación de la crisis sólo expresaba la incompetencia y el pánico de una clase política mayoritariamente ignorante e incapaz de reaccionar adaptándose a los cambios; siempre los calificaban de inesperados pese a todas las pistas, evidencias e indicadores.”

Aún más:

“La filosofía económica del Presidente del Gobierno de la octava o novena economía del mundo era terrorífica. En una de las pocas reuniones que mantuvo con Rosa Díez le explicó con una gran sonrisa el secreto mejor guardado: que la economía era el dinero, y nada más. No la producción, la innovación, la competitividad o el valor añadido, sino el dinero contante y sonante. Y de eso teníamos a montones en España: grandes bancos, empresas multinacionales, un patrimonio incalculable, enormes inversiones inmobiliarias y en infraestructuras. El líder que aspiraba a liderar la izquierda mundial hablaba en realidad al dictado de las ideas de su banquero de confianza, Emilio Botín, presidente del Santander y autor en la sombra de muchos de los mensajes de política económica zapateril.”

A la incompetencia política se unió la avidez de quienes gozaban de un mercado prácticamente cautivo, el tristemente célebre modelo productivo español “del ladrillo”, que no dudaron en estafar a cientos de miles de ciudadanos con la seguridad que da saberse impunes a la hora de afrontar responsabilidades por la quiebra de sus propias entidades.

“La protección a la banca incentivó la carrera para convencer a la gente de que pidiera créditos hipotecarios a bajo interés (variable) por el 100% del valor de la propiedad, y a veces con larguísimos plazos de amortización. Por si fuera poco, bancos y especialmente Cajas de Ahorros convencían a los clientes para incrementar el crédito incluyendo el coste de posibles reformas, de los muebles o de un coche nuevo. Como garantía aceptaban hasta los avales cruzados de inmigrantes que compraban conjuntamente una vivienda. Cuando estalló la burbuja, el precio inflado de estas propiedades cayó por los suelos, y centenares de miles de familias se encontraron pagando un crédito por bienes cuyo precio de mercado era muy inferior al hipotecado. Lo que es peor, tampoco podían cancelar la deuda dando la casa en pago, la llamada “dación en pago”, convirtiéndose en deudores perseguidos por la entidad crediticia por muchos años. En el caso de las viviendas habituales esa codicia causó verdaderas tragedias, con suicidios consumados; y no pocos jóvenes, incluyendo parejas con hijos, se vieron obligados a renunciar a su domicilio y volver al de sus padres sin librarse de la deuda contraída.”

Finalmente, presionado por los máximos dirigentes de EEUU, UE y la misma China, Zapatero se vio obligado a dimitir no sin antes reformar la Constitución por la puerta trasera y a pachas con Rajoy, en una nueva muestra (escandalosamente fehaciente) de cómo el Bipartidismo hacía y deshacía al margen de las instituciones y de la mínima transparencia exigible al poder democrático.

“Cuando más claramente se vio esta pantomima fue en la infausta reforma del artículo 135 de la Constitución, impuesta a Zapatero por los países aliados y China como condición para seguir prestando a España y evitar en el último momento el default o suspensión de pagos. Evitarlo importaba porque el tamaño de la economía española era suficiente para poner en peligro la de los grandes de la UE y afectar negativamente al comercio mundial; de ahí la implicación personal del Presidente Hu Jintao telefoneando al estupefacto Zapatero. Los gobiernos europeos temían que una quiebra de España arrastrara consigo al euro por nuestra condición de quinta economía de la eurozona. (…)

La fórmula elegida fue que la propia Constitución consagrara la prioridad del pago de la deuda externa a cualquier otro. La reforma fue pactada la noche anterior a la votación de urgencia por sólo dos personas que, según propia confesión, ni se molestaron en consultar a sus respectivos partidos: José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy (aunque cuesta creer que no consultaran al Ibex 35, salvo que éste también estuviera presionando al gobierno, como es más probable). (…)

Socialistas y populares acordaron la presentación conjunta de la iniciativa de reforma, que en román paladino significa que, en caso de optar entre el pago de las pensiones y el de la deuda pública vendida a terceros, la deuda tendrá “prioridad absoluta”. (…) Las llamadas a la responsabilidad hechas por un gobierno tan antagonista de esta virtud como el de Rodríguez Zapatero eran una invitación suficiente a oponerse por completo al apaño destinado a sosegar la alarma financiera internacional a costa del derecho de los españoles a los servicios públicos que pagaban y a la seguridad jurídica.”

De seguido, la política de Rajoy fue la de entregarse a las autoridades comunitarias a cambio de hacer ver que España no tenía necesidad de ser rescatada, si bien fue rescatado el sistema financiero y obligado el Estado a crear una seria de instituciones supervisoras para ajustarse a las directrices de la UE en materia de déficit y endeudamiento, mientras Mario Draghi al frente del Banco Europeo inyectaba liquidez a espuertas en el sistema. Entonces se perpetró el FROB:

“La justificación de esta transferencia de fondos públicos a manos privadas fue la usual: garantizar la estabilidad del sistema financiero, y por tanto los ingresos y empleos de todos. Pero no hubo un debate real sobre las características de tal sistema ni sobre la naturaleza fiscal de un proceso opaco y complicado. Ni se examinaron siquiera alternativas adoptadas en otros países ante problemas similares. Algunos, como Estados Unidos, renunciaron a rescatar todos los bancos quebrados, limitándose a salvar los considerados sistémicos y a garantizar los ahorros particulares. Es interesante que los países que sólo rescataron parcialmente a sus bancos salieron de la crisis antes y mejor que España, y sobre todo que la mayoría consiguieron recuperar la totalidad del dinero público empleado, mientras España no ha conseguido recuperar ni el 7%. El coste público ha sido, pues, inmenso.”

INMOVILISMO Y CORRUPCIÓN

El libro, publicado en 2019, no deja pasar el análisis de los últimos y turbulentos tiempos políticos, ya que en perspectiva el todopoderoso Gobierno Rajoy de la mayoría absoluta devino inane para la regeneración o los cambios necesarios, dejando a su vez expedito el camino a Pedro Sánchez y sus apandadores por una escandalosa miopía política.

“El gran error estratégico de la derecha española fue (suele ser) triple: primero, dar por sentado que cualquier problema se desactiva cuando degenera en crónico y rutinario, aburriendo a la opinión pública (el caso de la corrupción, por ejemplo); segundo, creer que la economía resuelve cualquier desafío político porque el dinero lo arregla todo (incluso la secesión de Cataluña); y tercero, evitar las auténticas reformas políticas a toda costa porque pueden ser incontrolables, por ejemplo la necesaria puesta al día de la Constitución (excepto en el desgraciado chantaje internacional de la reforma nocturna del artículo 135).

Esa actitud, reaccionaria en el sentido profundo del término, malogró las oportunidades de aprovechar la crisis económica y política para intentar resolver enquistados problemas económicos, laborales, educativos y constitucionales. Como el perro del hortelano, la complaciente mayoría absoluta del PP ni hizo ni dejó hacer, rechazando en su orgulloso aislamiento mayoritario casi todas las propuestas que no provinieran de su propia factoría. Aún podemos añadir otro error más: jugar a los “aprendices de brujo” manipulando corrientes políticas de fondo a través de sus socios mediáticos, por ejemplo asfixiando a muerte a UPyD y promocionando en cambio a Podemos en las televisiones del duopolio para dividir a la izquierda; un éxito inicial que, a su vez, produjo el error adicional de la promoción de Ciudadanos a costa del propio PP, propiciando la caída de Rajoy en 2018 y la entrega del gobierno a una coalición negativa temeraria.”

Al cabo, cayó Rajoy por una moción de censura a cuenta de la corrupción de su partido, paradójicamente -como gusta de recordar Pío Moa- instrumentalizada por el líder del PSOE, el partido más corrupto de la historia de España y puede que de todo el mundo occidental (sin contar los narcorregímenes bolivarianos, de los que en todo caso son una especie de socios).

“El descubrimiento de la corrupción generada por el bipartidismo imprimió a nuestra acción política un giro decisivo: decidimos que la denuncia integral y la prevención eficaz de la corrupción era la prioridad. El emblema y ejemplo práctico de este compromiso es la serie de querellas que presentamos en los tribunales contra los responsables de los saqueos de las Cajas de Ahorros, y otras actuaciones similares por delitos ante los que la fiscalía permaneció pasiva. Ese combate contra la corrupción institucionalizada aumentó si cabe la inquina contra nosotros, en unos casos quizás por complicidad inconfesable y en otros, tal vez, porque parecía una acusación tácita de pasividad. Los celadores del sistema nos acusaban ahora de ser un partido antisistema (lo que luego se dijo en tono elogioso de Podemos).”

No sólo Podemos, también Cs y ahora Vox, y entremedias los mismos PSOE y PP se avienen a sugerir tal o cual medida reformista, tal o cual sugerencia innovadora o provocativa… suscitadas todas hace ya más de una década por un partido como UPyD que contaba con cuadros muy preparados provenientes de las profesiones liberales y conocedores por tanto de los asuntos sobre los que trataban.

Pero la política española se encontraba y se encuentra todavía mediatizada por completo por ese conglomerado de intereses que los miembros más implicados del partido no cesaron nunca de criticar, aunque a la postre resultase inútil a la hora de vender sus propuestas y logros a una opinión pública para entonces entregada a los cantos de sirena del populismo más ramplón de Podemos (con su “leninismo” y sus “juegos de tronos”, sus guillotinas metafóricas y sus escraches reales como el que protagonizó el mismo Iglesias en la Complutense contra, qué casualidad, la líder de UPyD Rosa Díez).

“El poder del capitalismo de amiguetes es tan aplastante que es legítimo y necesario preguntarse si vivimos en una democracia o en una oligarquía implícita, es decir, en un sistema donde la auténtica igualdad de derechos e iniciativa está reservada a una minoría cerrada y endogámica formada por ciertos círculos políticos y empresariales. En muchas ocasiones, los grandes contratos y decisiones políticas se cerraban no en las instituciones competentes, sino en reservados de restaurantes selectos o en el famoso palco presidencial del Bernabéu, donde el fútbol permitía congregar con naturalidad a políticos, empresarios y periodistas, la jet del capitalismo de amiguetes. En estos lugares, mixtura del Palco Imperial del circo romano con el hotel Corleone de Las Vegas, se amañaban contratos públicos, se repartían beneficios y gabelas, se endosaban pérdidas al erario, se pactaban nombramientos políticos y judiciales, se creaban y destruían reputaciones y carreras. No se trataba de una trama corrupta más, sino de la corrupción sistémica organizada.”

O, como escribió en un artículo en 2014 en El Diario Vasco a cuenta del caso de la empresa Gowex (aparentemente menor, pero de un gran simbolismo):

“El “capitalismo de amiguetes” permite hacer negocios y ganar dinero sin tener especial talento, conocimientos, capital o un gran producto. El secreto es disponer de padrinos políticos e influencias que aseguren al beneficiario una posición de ventaja y privilegio sobre sus posibles rivales, que incluso son expulsados del mercado. A diferencia de lo que pasa en el capitalismo con juego limpio (que existe, y funciona), en la variedad de amiguetes el mercado está intervenido y sometido a reglas diferentes a las escritas: donde la ley dice libre competencia y libre iniciativa, hay protección política a cambio de favores económicos, y viceversa.”

LA LIQUIDACIÓN DE UPYD

Más allá de las cuitas internas ventiladas por los medios, aunque su relevancia noticiosa fuese escasa en la mayoría de los casos en que fue magnificada -sólo “la polémica con Sosa Wagner” pareció liquidar UPyD-, Martínez Gorriarán apunta a una entente de esa tríada de partidos-medios-banca para hostilizar su presencia institucional y pública (mediática), con la creación de la caricatura de “lideresa” para Rosa Díez y sus adjetivos derivados: “autoritaria”, “intransigente”, etc.

“La política real camina sobre tres pies: los partidos políticos, el dinero de los bancos y la publicidad de los medios. En condiciones ideales se supone que los partidos podrán acceder a la financiación legal que necesiten, y también que la actitud de los medios de comunicación será por lo menos neutral. El requisito de la democracia moderna es que la política no esté demasiado condicionada por el dinero, que la política no condicione en exceso la economía, y que los medios de comunicación no interfieran en la libre marcha de política y economía. En realidad las cosas funcionan al revés. Hay hechos materiales tan determinantes como que la libertad de iniciativa política está condicionada, y mucho, por la posibilidad de financiarla, que correrá a cargo de bancos cuyo fin no es la democracia, sino el dividendo de sus accionistas, por lo que financiarán en mejores condiciones a los que mayores favores hagan al negocio. Respecto a los medios, los públicos protegen los intereses de gobierno de turno y los privados compran y venden información para obtener beneficios no sólo materiales, sino favores políticos. Por eso la solvencia financiera y las alianzas mediáticas son mucho más determinantes para hacer política que tener buenas ideas o un desempeño intachable en los cargos públicos.”

Pero también señala el fracaso de la apuesta por la transparencia y la democracia interna de los partidos políticos, aspecto que a fin de cuentas no pareció interesar a nadie en el único que las practicaba -véase si no lo de Podemos, Cs o Vox (por razones y con objetivos distintos)-, así como parece reconocer con la decepción del filósofo que en política no siempre (más bien, rara vez) se impone el discurso o la apelación racional, del mismo modo que no todas las personas decentes valen para la política.

“Lo corriente es que las personas más altruistas aborrezcan las luchas de poder inevitables en el seno de un partido, mientras los interesados se mueven como pez en el agua en ese escenario. Por eso es habitual que los más altruistas se retiren dejando todo a disposición de los más interesados. Los primeros pueden justificar su retirada como prueba y efecto de su desinterés ético por el poder, y los segundos como prueba de su superioridad política sobre los idealistas sin sentido práctico, obligados a retirarse. Lógicamente, al final del proceso habrá más interesados que altruistas. Y entonces o bien los interesados controlarán el partido o, de no conseguirlo, tratarán de romperlo para negociar ventajas personales con los despojos que consigan controlar.”

Por tanto, más allá de la (cierta) operación para diluir UPyD en la formación de Albert Rivera, la fragilidad de UPyD se hizo patente ante la campaña de hostilidad de los medios y los principales partidos del régimen, por fallos propios tanto como por imponderables como la emergencia del movimiento antisistema a lomos de la indignación ciudadana que cobró fuerza a partir del fenómeno del 15-M, y que capitalizó en solitario y hasta hoy (que ha surgido Vox) Pablo Iglesias con su Podemos.

No en vano cita Gorriarán a un tal Margallo -por entonces alguien muy próximo a Rajoy, por lo visto- que le reveló cómo iban a utilizar el “cascanueces” con UPyD, aunque tal vez sea más explícita la denuncia del contubernio de PSOE con PP y otros partidos para ofrecer una solución “confederal” a Cataluña (o sea, a los dirigentes separatistas después del referéndum ilegal de Artur Mas en 2014, contra el que se querelló UPyD) “en una discreta reunión celebrada en Barcelona en septiembre, en el Irish Pub Kitty”:

“Según las fuentes nacionalistas que filtraron la noticia en enero de 2015, asistieron empresarios como Salvador Alemany (Abertis) Juan Echevarría, Joan Castells (presidente de FIATC), Miquel Valls (Cámara de Comercio) y algunos más. También el teniente general de Cataluña Ricardo Álvarez Espejo, el general de la Guardia Civil Ángel Gozalo, y el fiscal jefe de Cataluña Romero de Tejada (que se opuso a la querella contra Mas). Por los partidos asistieron al menos Felipe Puig (CIU), Enric Millo (PP), Miquel Iceta (PSC) y Carina Mejías (Ciudadanos). Una curiosa reunión, cuando menos.”

¿CONCLUSIÓN?

Muchos fueron los factores y varios los conjurados para desactivar la feroz oposición de UPyD a los torticeros nuevos “consensos” del Zapaterismo, mas Gorriarán insiste en su convicción de que el principal factor aglutinador contra UPyD fue su actividad legal contra los implicados en la ruina financiera de las cajas de ahorro:

“Más allá de Cataluña, no me cabe la menor duda de que la decisión que precipitó nuestra caída fue la de querellarnos contra los responsables del saqueo y hundimientos de las Cajas.”

Pero en síntesis fue que los celosos guardianes del régimen se revolvieron contra la única fuerza que pretendía ser alternativa a este estado caduco de cosas, no sólo respecto al tinglado del “capitalismo de amiguetes” sino en lo relativo a los cotos privados de los pretendidos separatistas catalanes o vascos, o a los de los sindicatos y demás lobistas “de clase” o “de género”.

Una experiencia que en cualquier caso es la del “Éxito y fracaso de UPyD”, como subtitula el libro, y deja como legado no meramente unas memorias políticas, sino el clarividente análisis de nuestra actual realidad a través de 50 breves pero densos capítulos, que tiene la virtud de ofrecer una síntesis de la historia política española desde Zapatero (y aun antes) al fin del rajoyismo, en no menor medida que presenta un programa de propuestas ya ensayadas para que otros las realicen con decisión.

A su manera, el autor se declara satisfecho:

“Pese a todo abrimos brecha en el bipartidismo turnante, sacamos a la luz la degeneración insondable del “capitalismo de amiguetes”, demostramos que era posible acabar con los intocables, y probamos con ejemplos que era posible hacer política con principios y decidir con decencia y transparencia. Nada de eso fue suficiente. Pero que otros sean los beneficiarios de nuestro esfuerzo es lo normal en la historia, donde unos abren caminos y otros pasan por ellos. Si estas memorias son útiles a quienes en el futuro pongan en marcha iniciativas políticas para adecentar la democracia, deseo que tengan más suerte y acierto del que tuvimos nosotros. Yo estoy agradecido de haber tenido mi oportunidad y haber contribuido a abrirles paso.”

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Apuntes sobre un planetado estresado

…funciona a modo de libro convencional de autoayuda y a la par contribuye a esclarecer un tanto la nueva (o no tan nueva) relación adictiva que mantiene la mayoría de nosotros con las llamadas “tecnologías de la información y la comunicación”, por lo que no deja de ser un best-seller al uso y sin embargo aporta la novedad, frente a los “apocalípticos” que tratan de Internet y sus disfuncionalidades desde el ámbito académico, de que es el propio adicto, el británico Matt Haig (Sheffield, 1975), el que lo aborda desde su experiencia íntima.

Haig ya venía de producir un superventas con Razones para seguir viviendo -el relato de sus traumas con la depresión que le condujo al borde del suicidio con apenas 24 años-, y es reseñable que a su facilidad para confesar al lector sus debilidades y angustias una cierta pericia narrativa (muy del gusto del lector apresurado de nuestros días) que logra estructurar un conjunto en apariencia disperso para ofrecer con agilidad una tesis algo novedosa: que es la saturación de información en un mundo hiperconectado la que nos estresa, junto a la aceleración del modo de vida que impone, la que recíprocamente hace del nuestro un planeta estresado.

“Puesto que la salud física y la salud mental están relacionadas, ¿no podía decirse lo mismo del mundo moderno y nuestros estados mentales? ¿Acaso no podían ser responsables determinados aspectos de nuestra forma de vida en el mundo moderno de cómo nos sentimos en el mundo moderno?

No sólo con relación a las cosas propias de la vida moderna, sino también a sus valores. Los valores que hacen que queramos más de lo que tenemos. Que rindamos culto al trabajo por encima del ocio. Que comparemos lo peor de nosotros con lo mejor de los demás. Que tengamos la sensación de que siempre nos falta algo.”

Adicto a Twitter y especialmente crítico con esta red social, Haig refiere su experiencia en todos los ámbitos, las cosas que ha aprendido que le ayudan y aquellas que debe evitar, y numerosos razonamientos y consejos aparecen aquí y allá a modo de listados prácticos basados en lo que a él le funcionó, junto a reflexiones críticas con el uso y abuso que hacemos de lo que, sin duda, constituye un fenomenal progreso humano para el intercambio de bienes, servicios e información, la Red de Redes, así como una vía anchísima para ejercer la solidaridad con nuestros congéneres más apartados.

“En la década de los noventa, cuando el eslogan de Microsoft preguntaba: “¿A dónde quieres ir hoy?”, se trataba de una pregunta retórica. En la era digital, la respuesta es “A todas partes”. La ansiedad, en palabras del filósofo Soren Kierkegaard, podría ser el “vértigo de la libertad”, pero en realidad toda esta libertad de elección es un milagro.

Sin embargo, si bien las opciones son infinitas, nuestra vida tiene un límite de tiempo. No podemos vivir todas las vidas. No podemos ver todas las películas, ni leer todos los libros, ni visitar todos los sitios de nuestro bello planeta. En lugar de que esto nos suponga un impedimento, necesitamos efectuar una revisión de las opciones que tenemos. Averiguar lo que es bueno para nosotros y dejar lo demás. No nos hace falta otro mundo. Todo cuanto necesitamos está aquí si dejamos de pensar que lo necesitamos todo.”

Asimismo, es esta posibilidad de acceder a cualquiera en cualquier parte del mundo la que puede resultar engañosa y a la postre nociva, pues en tanto que uno añade amigos virtuales a su día a día está quitando tiempo -el bien escaso por antonomasia, al menos en nuestras actuales sociedades- a sus próximos y allegados, en el mismo sentido en el que la solidaridad occidental parece funcionar siempre más a favor de lo exótico y lejano (que llega por TV o Internet) que de lo cercano y conocido.

Al respecto, Haig identifica y analiza el fenómeno no demasiado paradójico de que sean los medios de comunicación, mediante el markéting y las mismas noticias, los que procuren deliberadamente estados de insatisfacción y ansiedad en los consumidores:

“Cuando empecé a documentarme, no tardé en dar con algunos titulares que captaron mi atención en una era en la que todo gira en torno a captar la atención. Por supuesto, las noticias tienen por objeto tratar de estresarnos. Si tuviesen por objeto calmarnos, no serían noticias, sería yoga. O un cachorrito. Así que es irónico que los medios de comunicación hablen de la ansiedad cuando ellos mismos nos la provocan.”

Pero el autor no cae en fáciles diatribas contra los medios, ni contra el mundo moderno ni contra el capitalismo, puesto que se remite a los estudios de Pinker o cita a Hariri para enmarcar todas sus aprensiones en una realidad que depara hechos significativos como la reducción de la pobreza mundial o de la mortandad infantil. Mas tampoco se aferra a los datos contables, porque a fin de cuentas cada uno afronta y padece a su manera los problemas y “cada era plantea toda una serie de desafíos únicos y complejos”.

“Todo este catastrofismo es irracional, pero tiene un poder emocional. Y esto es algo que no sólo lo saben los que sufren de ansiedad.

Los publicistas lo saben.

Los agentes de seguros lo saben.

Los políticos lo saben.

Los jefes de redacción lo saben.

Los agitadores políticos lo saben.

Los terroristas lo saben.

Lo que en realidad vende no es el sexo. Lo que vende es el miedo.

Y ahora ya no tenemos que imaginar las peores catástrofes: podemos verlas. Literalmente. El móvil con cámara nos ha convertido a todos nosotros en fotoperiodistas. Cuando sucede algo malo de verdad -un ataque terrorista, un incendio forestal, un tsunami- siempre hay personas presentes para grabarlo.”

Junto a ejercicios de “desconexión” básicos como elegir en qué momento del día consultar las noticias, o los tuits, o las fotos y contactos de las redes sociales, recomendaciones naturistas como realizar ejercicio al aire libre, tener y disfrutar de una mascota o no desmerecer la lluvia cuando llueve y el sol cuando sale permiten a Haig componer un fresco realista de nuestra sociedad planetaria en el punto álgido de la era de la globalización, pero sin perder de vista en ningún momento que este libro pretende ser guía para orientar al aislado, al deprimido, al angustiado por la difícil senda de recuperar tiempo, espacio y mismidad en un mundo que parece querer suprimirlos.

Ante las inminentes elecciones autonómicas

…en Galicia, CAV y Cataluña lo primero que hay que constatar es un nuevo fracaso en la estrategia de “España Suma”, pues si lo que demanda la hora es una auténtica Alternativa Nacional (a ver si con mayúsculas se aprecia) al Frente de la Izquierda que apoyan los separatistas -precisamente “alternativa nacional” en las tres comunidades referidas (las “históricas”) y en algunas cuantas más-, lo más errado era empezar por unas negociaciones obligadamente parciales.

PP y Cs sólo sumarán en torno a un programa común de alternativa, que cabe ensayarlo aún de cara a las elecciones en Cataluña antes de expandirlo a todo España. Se puede empezar de hecho por las comunidades que ya gobiernan en coalición (Madrid, Andalucía, Castilla y León, Murcia) y dejar que el tiempo ponga a cada uno en su sitio en Galicia y en el País Vasco, con realidades políticas para el PP bien distintas.

UNIDOS POR ESPAÑA

A ver cuándo le queda claro a Pablo Casado, presunto líder del PP actual, que si hablamos de España no hablamos de “Euskadi”, y que si se defiende el derecho a la libertad de educación lingüística no se está con Feixóo (del PNG) sino con Gloria Lago, a la que aquél margina y excluye (junto a decenas de miles de familias gallegas), o con las plataformas vascas a las que tanto prometieron en este aspecto los Alonso, Maroto y Oyarzábal… para dejarlas tiradas después.

Si se está por España y se coincide con Cs (o mejor con UPyD) en la defensa de un marco legal que proscriba la discriminación de los españoles en toda España por razón de su condición española -he aquí la clave de toda la “cuestión nacional” en el momento presente-, entonces no se está con la “inmersión lingüística” ni en Cataluña ni en Galicia, ni en Baleares ni en Valencia, ni tampoco se defiende el Concierto y los “derechos históricos” de los vascos (ni los de los navarros).

Porque entonces se aferra Casado (y Cayetana no menos que él) a la defensa de un orden constitucional que nos ha traído fatalmente hasta aquí, y que además ya ha sido en buena medida superado por los hechos -y sí, a través de medios flagrantemente anticonstitucionales- desde la infausta llegada de Zapatero al poder y la aprobación del nuevo Estatuto para Cataluña.

Eran tiempos en que el PP impulsaba la “cláusula Camps” en Valencia y la “realidad nacional” de Andalucía, por lo que no es nada de extrañar que Alonso hable de “foralismo” y de “voz propia” en el terreno que los separatistas catalanes o abertzales (y con ellos PSC y PSE, y a su rebufo el resto) entienden como “ámbito propio de decisión”.

Y de ahí a la autodeterminación, ¿qué queda? No les importa en exceso a todos los miembros de las castas regionales sobrealimentadas por el nefasto Estado de las Autonomías, cuyo nihilismo es el de quien reza “comamos y bebamos, que mañana moriremos” (no se sabe si en España o en algún terruño recién independizado de ella); pero a Pablo Casado, ¿ya le importa algo?

EL MODELO DE FEIJÓO ¿Y EL DE CIUDADANOS?

La oferta de Arrimadas al PP, casi sorpresiva -pero por qué, ¿no le había sido propuesta a Cs por el PP con carácter privilegiado y más allá de los puntuales resultados electorales?-, tiene al menos el mérito de fijar las reglas de juego entre ambos partidos, y desatar las contradicciones internas de cada uno de ellos, puesto que es un tanto que la líder provisional de Cs quiere anotarse antes de someterse a las primarias de su partido (que probablemente gane).

Parece que Arrimadas, por el modelo que propone de partido, tiene las ideas claras -ojalá gane y sea consecuente con el mejor programa de regeneración de Cs, que es el de UPyD plagiado en mayor o menor grado-. Pero Casado debe apresurarse a tomar la mano tendida de Arrimadas, que a medio y a largo logrará una buena suma electoral pero cuando se haya definido el nuevo proyecto, alejado de las indefiniciones e incongruencias de ambos partidos en un buen número de asuntos.

A su manera, Feijóo tiene un partido ganador en Galicia y un modelo de partido para el PP que lo haría tan reaccionario como el PSOE, pero que no dejaría de ser tampoco “constitucionalista” -el término trampa más peligroso de la política del último medio siglo español- aunque ya no fuese identificado netamente como un proyecto político “nacional”.

Porque eso es lo que está en juego del 78 a nuestros días: si se respeta la Soberanía Nacional en toda España o se está al albur de lo que consientan los caciques y señores locales, y ello en lo que atañe a cuestiones tan relevantes como la tarjeta única sanitaria, el acceso a empleos públicos por igual en cualquier región española o la caja común de la Seguridad Social de la que ahora pretenden distraer su parte los “socios fiables” del PNV.

POR UNA ALTERNATIVA AL RÉGIMEN ABERTZALE

De hecho, aunque en Galicia la situación no resulta tan peliaguda como en el País Vasco o Cataluña -porque casi todo el mundo habla o entiende el gallego y no se ha entablado (todavía) una “guerra cultural” contra el castellano-, de Fraga a Feijóo el PP allí ha renunciado a la lengua común para dirigirse a los habitantes de Galicia, queriendo por tanto poner de relieve la “nacionalidad histórica”, el “hecho diferencial” o la “lengua propia” que acarrea “derechos lingüísticos” (luego transferencias y subvenciones y la capacidad de crear innumerables empleos y cargos públicos).

En el País Vasco, para variar, la situación es si cabe peor en cuanto que no existe ya alternativa españolista ninguna al régimen abertzale, que ni siquiera tiene oposición política: PSE y PP le han aprobado los presupuestos al PNV cómodamente en todas las instituciones, y cuando no ha podido sacar algo con aquéllos ha recurrido a Podemos e incluso a Bildu (el otro pilar del régimen abertzale, encargado de hacer que no se detenga nunca el movimiento).

Por eso resulta risible que el PSE de Mendía se presente como “única alternativa al nacionalismo” (o “no nacionalista” o “constitucionalista”) cuando cogobierna todas las instituciones con el PNV al servicio del régimen abertzale desde hace décadas; como deplorable resulta constatar una vez más que Podemos es una banda de “hijos de la Casta” y arribistas prestos a sumarse a la misma a la mínima de cambio: desde Pablo Iglesias hasta sus últimos delegados en la CAV, todos ellos a favor de los derechos de sangre feudales de los vascos (o de sus haciendas forales, tanto monta).

¿Y el PP “vasco”? No voy a objetar que apenas ninguno de sus dirigentes conozca el euskera o pueda desenvolverse en dicha lengua: no hace falta; el euskera es tremendamente minoritario entre nosotros los vascos (siempre lo fue) y jamás lo hablaron mayoritariamente vizcaínos, alaveses o navarros. Pero entonces de qué presumen, ¿de foralistas, de vasquistas, de carlistas… de guays? Afortunadamente ya saltó del barco naufragado el simpar Borja Sémper, telegénico pero incapaz de dejar de perder votos a miles en lo que fuera siempre bastión político de la Nación Española.

CONCLUSIÓN

Constatar la irrelevancia de prácticamente todos y cada uno de los cargos públicos del PP de Alonso en la CAV no invita de todas formas a decisiones ya fuera de tiempo sobre las tres candidaturas al parlamento vasco. Rosa Díez jamás debiera encabezar una candidatura de la Derecha y menos por estas tierras, lo que no obsta para que Casado la convierta (si quiere) en su asesora de cabecera para “temas vascos”.

Lo que hace falta por aquí, ahora como hace cinco décadas, es más España y más libertad; o sea: más presencia del Estado, más respeto a la Ley por parte de las diversas facciones abertzales, socialistas e izquierdistas, y menos componendas del Gobierno con las castas locales para mantener “la Paz”. Una paz de los cementerios que no beneficia a otros que los detentadores de todo el poder en la CAV: el PNV.

Porque ETA aprovechó “la Paz” para reconstituirse como partido, mientras recibe las nueces del reparto del PNV, al que apoya el PSE y ahora también Podemos, pero al que ya no puede apoyar el PP de Alonso quedando así en evidencia ante propios y extraños, y sumido en la irrelevancia después de haberlo apostado todo a participar en el reparto de las nueces en el “nuevo tiempo” alumbrado por el “proceso” y ratificado por aquello de que “ahora ETA ya no mata” y «hay que construir el futuro con Bildu».

Dijo Cayetana el pasado mes de diciembre que “cuando ETA mataba era un momento terrible desde el punto de vista humano”, pero que “el momento político actual es más difícil” porque “antes estábamos juntos PP y PSOE en el mismo bloque”. En rigor, esto sólo fue cierto de tarde en tarde -pues el PSE nunca dejó de buscar la asociación con el PNV (o con la misma “izquierda abertzale”, vulgo ETA)- y sólo en el caso de personas concretas que convergieron en su repulsa al terrorismo abertzale por encima de siglas.

Algunas fundaron UPyD, otras dejaron el PSOE, otras dejaron el PP y marcharon a Vox, todavía quedan algunas (escondidas) en el PP… Quizás a medio plazo su labor (la del PP de Casado) sea encontrarlas y reunirlas para articular así de una vez la Alternativa al régimen abertzale y a este estado de cosas delirante que comienza (pese al control exhaustivo de los medios) a exhalar un hedor putrefacto ya imposible de disimular.

Lo que queremos es ser españoles

[Publicado como editorial en el extinto diario Nuestra Hora el domingo 7 octubre de 2012.]

Este viernes el eurodiputado de UPyD Francisco Sosa Wagner estuvo en San Sebastián junto al candidato de la formación al parlamento vasco por Guipúzcoa, Nicolás de Miguel, y sostuvo que el concepto de soberanía de los estados “ha desaparecido, ya que es compartida con las instituciones europeas”, por lo que el debate sobre la misma “produce un poco de risa”, aunque ciertamente es el problema crucial ahora mismo para la estabilidad de la Nación y de la misma sociedad española. El representante de UPyD hablaba, exactamente, de los exabruptos de los nacionalismos vascos y catalán, indicando que “sólo en España, donde el debate político es tan pobre, puede producirse un debate sobre el soberanismo, que es una entelequia, una quimera”, mientras De Miguel afirmaba que UPyD “cree en la europeidad, en una Europa de los ciudadanos, no de las tribus, no de los pueblos, ni siquiera de las naciones”, y que su partido representa un mensaje de “libertad, convivencia y respeto al diferente, al ciudadano”.

En realidad, no debiera producir risa un debate que está en el centro de la crisis de identidad y valores europea, en todos y cada uno de los países europeos y en buena medida también en Estados Unidos y Rusia, y que comprende además el arduo problema de qué hacer con una masa ingente de población de todos los países en busca de lo que llamaremos una “nacionalidad de amparo”. Porque esto de no creer en las naciones es un pensamiento un tanto torpe, cuando si algo puede valorar el sujeto de derechos por encima de cualquier otro reconocimiento –incluida la misma Carta de Derechos del Hombre de la ONU, por supuesto- es la nacionalidad, que le hace depositario de derechos protegidos por el Estado de la Nación de la que, precisamente a través de la nacionalidad, se convierte en ciudadano.

Pero es que además el recurso de uno y otro es facilón frente al desafío separatista, ese “yo no soy tampoco nacionalista español” que sería muy cortés si los representantes del Estado español en el País Vasco no vinieran siendo asesinados desde hace décadas, precisamente por su defensa de la Nación y del Estado que la administra. Como siempre, se pretende de los vascos que nos sentimos españoles -sería más exacto decir que somos españoles que nos sentimos vascos, por lo menos de vez en cuando y ateniéndonos a la citada consideración de la nacionalidad-, que seamos vascos “no nacionalistas”; es decir, vascos socialistas, por ejemplo, ¿pero españoles, españolistas, nacionalistas españoles…?

Al respecto es curioso que todo el mundo tolere el nacionalismo, cuando es “democrático” o “moderado”, pero sólo si es antiespañol, mientras no se ha permitido en más de 30 años de democracia la creación de un Partido Nacionalista Español, “democrático” o “moderado” y respetuoso con la Constitución de 1978 y sus símbolos e instituciones, porque evidentemente este sería descalificado como de “extrema derecha” o bien, según identifican algunos en la actualidad, se debe a que ese partido existe y es el PP. Cosa que es falsa, o bien más que discutible, pero que flota en el ambiente y presiona al partido de Mariano Rajoy para que desdibuje todas sus señas de identidad españolistas o españolas a secas en las diferentes comunidades autónomas -dado que el chollo político y financiero reside en la España actual en los gobiernos autonómicos y sus boletines oficiales, como sistema que permite un control integral sobre la vida pública de cada región a las castas políticas regionales-. Es el feudo enfrentado a la Nación, y es precisamente contra el feudo, señorío o cacicazgo que se constituyó la Nación-Estado como forma democrática, símbolo de la Soberanía Nacional y garante y protectora de los derechos y libertades de sus ciudadanos.

Los españoles siempre hemos sido europeos

Por otro lado el europeísmo, sobre todo el relativo a las instituciones de la UE, resulta estéril sin que parta de una política exterior integral de la Nación española. Los individuos pueden ser todo lo cosmopolitas que su situación les permita, pero las naciones funcionan de manera distinta y aquí es necesario pensar en el encaje futuro de España en la Unión Europea, no en que Europa nos acoja como apátridas, bohemios y desertores. En rigor, los españoles ya somos europeos -desde Roma-, lo que queremos es que nos dejen ser españoles en España y que ser español no implique discriminación por razón de nacionalidad en nuestra propia patria.

Por supuesto, y pese a cualquier tipo de efluvio europeísta, ni Europa es una Nación, ni existe una especie de Soberanía Nacional Europea (también conocida como Soberanía Popular) que resida en la Eurocámara o en algún otro de los órganos ejecutivos de la Unión Europea. Puede que esto fuera lo pretendido por la Constitución Europea, pero ese enorme centón de derechos y regulaciones fue felizmente desechado. Porque lejos de hacernos más libres o más sensatos a los españoles, la infinidad de sus disposiciones habría de sumarse a las propias de las administraciones inferiores –Estado central, comunidades, diputaciones, municipios-, completando así el cuadro de ciudadanos de países supuestamente desarrollados que trabajan de la mañana a la noche para que el Estado les retire con cualquier excusa la mayor parte de sus ingresos honradamente ganados, mientras cientos de miles de burócratas discuten sobre el sexo de los ángeles y la calidad del aire de las ciudades europeas y la excelentes oportunidades de negocio en China y las incomparables expectativas suscitadas por las energías verdes y los nuevos nichos laborales que ofrecen las nuevas tecnologías de la información.

Échese de hecho un vistazo a la Europea real: deuda elefantiásica, paro cronificado de millones de jóvenes y hombres de mediana edad, población envejecida, rigidez económica, pérdida de talentos, trabas a la iniciativa privada y otro tipo de restricciones por doquier, incremento del racismo, falta de competitividad y sobre todo de costumbres cívicas y respeto a los derechos ciudadanos. Los españoles, cabe reiterar, siempre hemos sido europeos, y en los últimos tiempos hemos cometido de su mano algunos de los peores errores como sociedad y asistido a las aberraciones políticas más sangrantes sin que nadie en la UE haya dicho ni esta boca es mía. Hablamos de una Eurocámara que siguiendo las consignas de Zapatero en sus primeros tiempos al frente del Gobierno de España revirtió la política común respecto al régimen totalitario castrista, mientras aprobó por mayoría absoluta -aunque por pocos votos- que el Ejecutivo entablara negociaciones para “la Paz” con la organización criminal ETA.

Ser español está bien

Españoles está bien, gracias. Pero que se proteja nuestra nacionalidad de puertas afuera y de puertas adentro. Y menos especular sobre disoluciones en el éter intercultural europeo -que en realidad vagamente existe, o en mucha menor calidad y extensión que en tiempos pasados-. Los españoles debemos pensar en España, en sus problemas reales bien es cierto, con ideas enriquecedoras que superen los habituales términos falseados sobre los debates, está claro. UPyD es una apuesta regeneradora en ese sentido del debate público en España, salvo cuando cae en manidos argumentarios o disquisiciones idealistas y voluntaristas que no guardan relación con la realidad.

El problema, desde luego, nunca fue el nacionalismo español; ni siquiera el casticisimo, mucho menos el fascismo. El problema es el antiespañolismo, el propio del separatismo y su red de complicidades en otros grupos políticos, y el de una izquierda revirada que debiera sostener el sistema constitucional en vez de dedicarse, de cuando en cuando, a bordear o directamente infringir la Ley, caso del PSOE de Rubalcaba, como antes el de Zapatero y antaño el de González -que ahora repara en los “nacionalismos insolidarios”-. Se trata de poner coto a los desafueros de una clase política desmadrada –sin madre, sin Patria, sin escrúpulos ni patriotismo de ningún tipo-, y permitir a través de la democratización interna de los partidos que al menos sean representantes de los españoles únicamente los que estén encantados de serlo y quieran sacrificarse en aras del bien común de sus compatriotas. ¿Resulta tanto pedir lo que debiera ser una premisa para la elección de todo cargo público en España?

No apto para fanáticos

…es el testamento del recorrido político de Gorka Maneiro (San Sebastián, 1974), quien fuera parlamentario vasco de UPyD en dos legislaturas seguidas (2009-2016) y miembro del Consejo de Dirección de la formación: desde sus primeras manifestaciones con Gesto por la Paz hasta su actual posición de líder de la Plataforma Ahora que pretende agrupar a toda la Izquierda “no nacionalista”.

“Me interesó la política desde niño, consecuencia de la educación familiar recibida y de los valores que mis padres me transmitieron (a mí y a mis tres hermanos). Lo que ocurre en la sociedad nos afecta a todos y a todos, por tanto, nos corresponde tomar partido, es decir, involucrarnos en los asuntos públicos del modo que cada cual considere, pero involucrarnos y tomar partido, al fin y al cabo. Todos somos políticos y quien no ejerce su ciudadanía o mira para otro lado por evitarse problemas o ahorrarse molestias es un idiota en el sentido griego del término (idiotés). Si uno no se interesa por la acción política y mira para otro lado, otros gobernarán en su lugar y en su nombre. Vivir de espaldas a la sociedad y a sus principales problemas es poco ético y, además, muy poco recomendable.”

Partiendo de este autorretrato no es difícil comprender su posterior compromiso político, más aún de atender a que no sólo el contexto del terrorismo obligaba a la acción, sino un cierto carácter polemista de apasionado de la política:

“Nunca evité ningún debate y ninguna discusión. Me mezclaba con todo tipo de votantes y, siendo muy joven, conversaba largo y tendido incluso con simpatizantes de la banda terrorista. Y es que nunca quise dejar de decir lo que pensaba ni que el silencio pudiera confundirse con el miedo o, peor aún, con la insensibilidad o con la comprensión para con las actividades terroristas.”

Sería en 2000 cuando, meramente por haber participado en concentraciones de repulsa del terrorismo y otras actividades de plataformas pacifistas, el domicilio de sus padres fue atacado con varios cócteles molotov, si bien entonces su militancia política se limitaba a “oponerme al terrorismo que ejerce ETA”. Pronto conocería Basta Ya! y, desde sus inicios, UPyD.

Como miembro de la ejecutiva del partido magenta fundado por Rosa Díez, Carlos Martínez Gorriarán y Fernando Savater, Maneiro se convierte en estas páginas en un testigo privilegiado y singularmente objetivo de lo que fue el desarrollo y (aparente) consolidación de UPyD en la vida política española, así como de su declive hasta la reciente incorporación a Cs.

Desfilan por las mismas nombres como los citados y otros que todavía siguen en el candelero, como el de Irene Lozano (ahora adicta al Dr.Sánchez) o los de Prendes, Herzog, Sosa Wagner, Pagazaurtundua, Maura, Brown, Robles, Ortega… con sus distintas atribuciones en una historia de éxito y fracaso que condujo al partido a su práctica desaparición.

Un vacío que no parece haber sido ocupado ni por Podemos ni por Ciudadanos, como tampoco por la Plataforma Ahora de Maneiro, si bien en este último caso la tradicional marginación de cualquier alternativa de Izquierda al PSOE en los medios -sobre todo en los de Izquierda-, junto al grave cariz de la actual crisis política nacional lo explican más que otras consideraciones.

QUÉ FUE DE UPYD

Maneiro escribe este libro casi como necesidad de explicarse y explicar a otros por qué fracasó UPyD, pero sin cargar las tintas sobre la responsabilidad de éstos o de aquéllos -más allá de que sea evidente que Díez y Gorriarán eran los amos del partido y como tal se comportaron de principio a fin (sobran los testigos al respecto)-.

Más bien parece un templado ejercicio de autocrítica desde la perspectiva que da el paso del tiempo y el desarrollo de los concretos acontecimientos políticos, pues admite que UPyD cometió muchos errores pero no deja de exponer todos sus méritos, aciertos y victorias -que también las hubo, aunque algunas fueran evanescentes-.

El mismo tono utiliza para recordar su papel y el de sus compañeros en el País Vasco, donde fue la única cabeza visible del partido durante la práctica totalidad de la vida de UPyD, y en rigor el único (de 75 parlamentarios en la cámara vasca) que insistió siempre en asuntos como la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV/Bildu frente al desistimiento de PSE y PP.

Cronológicamente, UPyD fue fundado a principios de 2007 por Díez, Gorriarán, Fernando Savater, Juan Luis Fabo y Arantza Aranzábal, y a lo largo de 2019 ha quedado prácticamente absorbido por Cs después de acordar ir juntos a las elecciones del 20-A y del 10-N. Este libro sirve a Maneiro para relatar en primera persona su propia andadura como líder de la formación a partir de 2017, porque establece exactamente cuándo se produjo la fricción entre él y sus referentes Díez y Gorriarán

Cabe recordar que hasta el 15-M (15 de mayo de 2011) -fecha de origen más reciente del actual confusionismo político- “el partido de Rosa Díez” protagonizó en el Congreso una dura diatriba contra el Gobierno de Zapatero (2008-11), con la susodicha como única diputada y portavoz de UPyD, y contra el de Rajoy (2011-15), ya acompañada de otros compañeros que tantas cuestiones que hoy agitan el debate público pusieron entonces sobre la mesa.

Cabe recordarlo porque UPyD aparecía entonces tanto como una alternativa de centro al PSOE como un partido bisagra que podría contribuir a la gobernabilidad con PP o PSOE para evitar la dependencia de las formaciones separatistas; y además como azote de las corruptelas de los dos grandes partidos y del mismo sistema nacido en la Transición, muy deteriorado después de tres décadas de uso y del paso del atila Zapatero. Pero UPyD no impugnaba el sistema, como el 15-M.

“Reivindicamos la regeneración democrática, la lucha contra la corrupción, los derechos de ciudadanía, la unidad de España, los principios del republicanismo cívico, la igualdad y las reformas políticas, institucionales y constitucionales que España necesitaba y hoy, diez años después, sigue necesitando: la reforma de la ley electoral y una Justicia independiente, entre otras.”

LOS ERRORES DE UPYD

Probablemente fue el hiperliderazgo y excesiva dependencia de Díez la que dejó a UPyD sin opciones una vez que la imagen de aquella se deterioró, en buena medida debido a sus errores y desplantes y no sólo a la (también cierta) cacería mediática a la que se vio sometida la formación magenta. Algo por el estilo se podría decir ahora de Cs con respecto a Rivera, pero de momento les queda Arrimadas.

De hecho, si triunfa su apuesta por reunirse con el PP habrá evitado la irrelevancia en la que ahora está sumida la formación y puede que de forma ciertamente protagonista, cosa que UPyD no logró hacer -ni siquiera partiendo en apariencia de una posición de ventaja- cuando fue tentada a la coalición por Cs de cara a unas europeas, en mayo de 2014, que supusieron la irrupción de Podemos en las instituciones y un cierto sándwich de UPyD entre los de Rivera y los flamantes morados de Pablo Iglesias.

A juicio de Maneiro, fue la bandera de la defensa de la unidad nacional la que hizo de UPyD -que no se decía de centro, sino transversal- un partido atractivo para muchos desencantados de la Derecha, que a su manera (como simpatizantes, comentaristas, afiliados o incluso cargos públicos) habrían alejado a cierta porción del electorado “natural” y objetivo de la formación.

“Sin pretenderlo, aquello nos situó en una determinada ubicación ideológica y dificultó situarnos más a la izquierda, lo cual impidió que muchos progresistas se sumaran a nuestro proyecto o, al menos, nos votaran.”

Lo cual evidencia la confusión del Centro-Izquierda, o su relativismo nihilista -que en rigor Maneiro desconoce, porque su defensa de la igualdad de los españoles ha sido siempre nítida y contumaz-, porque lo que debiera lamentar es que la defensa de la Nación sea vista a ojos de tantos (como tantos de los quincemesinos) como un “asunto de fachas”.

Precisamente, fue Podemos la formación que logró sacar de quicio a UPyD y los suyos, -más que PSOE o PP o Cs-, pues de repente parecía que la “nueva política” se encarnaba en el Lenin de Vallecas (ahora de Galapagar) y todo lo demás era “casta” y representaba “lo viejo”, incluida por supuesto Díez, que ni entonces supo verlo y pactar con Rivera, ni después supo tampoco dar un paso atrás y dejar la primera fila para que lo intentaran otros más “nuevos”.

“Un 80% de las propuestas que defendía el movimiento de indignados lo defendía UPyD por la vía de los hechos y la práctica política en el Congreso de los Diputados: reforma de la ley electoral, fin de los privilegios de los políticos profesionales, regeneración democrática, fin de las prácticas bancarias abusivas… y, sin embargo, gran parte de los movilizados no vieron en UPyD el partido político que colmara sus reivindicaciones.”

Probablemente porque nadie dio la consabida orden de “UPyD por la mañana, UPyD por la tarde, UPyD por la noche” que tan bien le vino a Podemos en las cadenas del grupo A3Media TV… cuando gobernaba Mariano Rajoy.

UN PARTIDO ANTIPÁTICO Y GENEROSO

Nunca logró UPyD implantarse en comunidades como Andalucía, Galicia o Cataluña, bien porque la propia dinámica del partido era de un crecimiento lento -incluso de modo exasperante-, bien porque la estrategia pasaba por obtener visibilidad a través de su actividad legislativa en el Congreso, algo más bien corto de miras que revela cierta soberbia “ilustrada” de los dirigentes en su proyecto político sintetizada en el fatídico “hemos hecho un partido para Dinamarca” de Díez.

“Y es que cuando uno es uno entre 75 o 5 entre 350 debe priorizar cuestiones concretas de su acción institucional y acompañarla por la propaganda y el marketing político, sin que tal cosa deba provocar que se nos caigan los anillos. Ya en 2014, cuando los debates televisivos lo inundaban todo, importaban poco las iniciativas concretas presentadas efectivamente en las instituciones, lo que realmente importaba era, más bien, la capacidad de saber llegar y convencer a la gente. Y es que a un partido político no le votan por lo que haya hecho, sino por la expectativa que genera.”

Pese a todo, Díez fue la única oposición a Zapatero cuando Rajoy se decidió a sestear -incapaz de ganarle unas elecciones- con el propósito de heredar el Poder cuando la recesión lo hiciera caer de las manos de aquél. Y luego fue la única oposición creíble al cínico Gobierno de Rajoy que asumió los compromisos con ETA del “proceso de paz” y fingió ignorar que los separatistas se preparaban para la ruptura constitucional.

Más aún, fueron una serie de iniciativas legales (incluidas querellas en los tribunales) las que distinguieron a UPyD como un partido crítico, de cambio, vigilante en su tarea de control al Gobierno, beligerante contra la corrupción… Pero de nuevo otros (Podemos y Cs) se llevaron los titulares y los focos, mientras mantener las querellas se llevaba por su lado cuantiosos fondos económicos de la formación.

“Sin embargo, aun acertando en determinadas acciones judiciales, nos excedimos en la presentación de denuncias y querellas, no solo porque la principal función de un partido político no es esa, sino porque se nos fueron inmensas cantidades de recursos económicos (más de 300.000 euros) y porque, además, no supimos vender ese trabajo a la opinión pública.”

Más aún, continúa Maneiro:

“Por alguna razón que debería ser estudiada más a fondo, nos convertimos relativamente pronto en un partido viejo que provocaba rechazo en una parte considerable de los ciudadanos (en 2015 éramos el partido político que, según el CIS, más rechazo provocaba), sin que fuéramos capaces de cambiar tal apreciación, más allá de las simpatías que generábamos en muchos otros. Insistíamos en nuestros errores y no éramos capaces, siquiera, de vislumbrar formas distintas de actuar u ofrecer nuestro mensaje. Nos bunquerizamos y vimos enemigos donde no los había, llegando a culpar a los propios votantes de que no nos votaran.”

En las elecciones generales de 20 de diciembre de 2015 las candidaturas de UPyD, incluida la de su nuevo líder Andrés Herzog por Madrid, no obtuvieron representación, frente a Podemos (69) y Cs (40). Para entonces, apunta Maneiro, ya había sido tomada la decisión de disolver el partido aunque a él no se le hubiera comunicado todavía. De hecho, pronto quedó fijada la fecha del congreso de disolución para el 31 de marzo de 2016, con la intención, en palabras de Díez, de “salvaguardar su legado” e “impedir que caiga en manos poco recomendables”.

CÓMO ACABÓ UPYD

Maneiro se había convertido con anterioridad en portavoz adjunto de la nueva ejecutiva de Herzog que sucedió a la de Díez y Gorriarán después de imponerse al tándem de críticos Irene Lozano y Toni Cantó, favorables a la unión con Cs. Un cargo, como le hizo saber el propio Herzog, meramente “simbólico” -dado que ya se había fijado la disolución del partido, cosa que Herzog sí sabía-, aunque a la postre pudo posicionar a Maneiro para salvar UPyD de su liquidación.

Hasta entonces, Maneiro había asumido que “vivíamos de la presencia de Rosa Díez, líder absoluto e indiscutible desde los inicios”, si bien ya vislumbraba que “hubo un momento en que debió abrir paso a otros miembros del partido para compartir con ella presencia mediática y liderazgo, y al no obrar de ese modo, los males que vinieron después fueron males mayores.” También se mostró contrario a la unión con Cs al entender que se trataba de proyectos distintos, pero quiso seguir.

Y es entonces cuando, como se describe en el libro, comienza a revelarse el carácter más intransigente y sectario de los antiguos líderes de la formación (o sea, Díez y Gorriarán), ciertamente obsesionados con enemigos externos e internos de todos los tamaños y colores, cuando en rigor de haberlos tenido dentro -pienso sobre todo en Irene Lozano, o en Prendes- se les debe imputar a ellos y sólo a ellos, que tan exigentes se mostraban a la hora de seleccionar al personal político de UPyD.

Al respecto, aparte del incidente con Sosa Wagner que tanto perjuicio causó a la imagen de la formación en el verano de 2014, Maneiro relata uno menos conocido en que cargos relevantes de UPyD trataron de pasar a miembros de las listas electorales de la formación a plataformas que asociar a Cs, una vez rotas las conversaciones entre ambos partidos. Una especie de OPA hostil sobre “el partido de Díez” que provocó la dimisión o expulsión de varios de sus más conspicuos personajes.

“Es difícil concluir si hubo una estrategia generalizada y perfectamente diseñada desde fuera para perjudicar a UPYD desde dentro, si incluso contó con el apoyo externo de Ciudadanos o si fue un movimiento libre de al menos algunos de los afiliados magenta que, a la vista de que el barco corría serio peligro de hundimiento, decidieron dar el salto a Ciudadanos, partido político que, por su parte, lograba matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, carentes de afiliación y militancia, lograba rellenar las listas electorales; por otro lado, se quitaba de encima al que era su principal rival político y electoral.”

Sea como fuere, el liderazgo de Díez en UPyD llegó a su fin definitivamente con la dimisión de Herzog, su favorito para esa sucesión que debía haber acabado en disolución. Y Maneiro, que acompañó a la candidatura fake de éste antes de oponerse a los designios de la misma, reconoce abiertamente su yerro:

«Mi decisión de formar parte de la candidatura de Andrés Herzog fue un profundo error, el error más grande que he cometido durante toda mi trayectoria en UPYD.”

Una declaración que se explica mejor al hilo de un siguiente comentario:

“Mi experiencia anterior y posterior y todo lo que aprendí me confirmó después, con el paso del tiempo, que ni los buenos eran tan buenos ni los malos tan malos, ni los sospechosos o supuestos traidores eran siempre tales.”

Gorka Maneiro encabezó del 16 de enero de 2016 al 27 de enero de 2017 el demediado proyecto del partido magenta, antes de dejar UPyD para fundar la Plataforma Ahora. Como se ha dicho, en ninguna de las partes que conforman el libro renuncia a la autocrítica, pero se le puede imputar cierta bisoñez a la hora de desenvolverse internamente en el partido.

Algo que parece un mal ineluctable: gente que vale para la actividad política incapaz de asumir la vis maquiavélica del oficio (sobre en todo en lo que respecta a los propios “compañeros de partido”, por lo general los más acérrimos antagonistas del que aspira al liderazgo).