Horrible primavera,
los frutos envenenados, las caras
rehúyen mi presencia,
se esconden para calumniarme a solas.
Y las voces, las voces
cómo procuran disuadir el odio,
cómo azuzan entonces
las sospechas turbias y dolorosas.
Horrible primavera
de luz falsa, cielo incierto, farolas
que no encuentran lugar
al filo de la tarde -como yo.
Y los árboles, mustios
en estas calles enfermas, enfermos
los pájaros, los perros,
todos los rostros de los ciudadanos.
Cuando las nubes pasan
una capa blancuzca -nuestro cielo-
respira a duras penas
sobre nosotros, asfixia de vida.
Y los niños que juegan,
y ríen, y yo considero absurdo
que rían, y me apeno
pensando que pensarán como yo.
Horrible primavera,
depara tan sólo cambios de estética
a un alma mancillada,
llena de esputos negros e impotencia.
Y esas gentes hablando
como padres; maestros y políticos,
televisteros, sabios
reconvertidos en psicosociólogos.
El viento zurra el ánimo
pero aún no con demasiada fuerza;
yo necesitaría un ciclón para
despejarme el espíritu.
Y el tiempo que he pasado
sufriendo sin objeto alguno, sí,
por nada, por lo mismo
que ahora, ¿problemas?, ¿desamor?: nada.
Los niños van a casa,
un dorado jardín de infancia, tedio
de toda nuestra vida
envasado en recuerdos, e ignorancia.
Y los ojos, los ojos
queman con su compasión, su mentira
predilecta, el castigo
de la fatiga, la abulia, el fracaso…
Horrible primavera,
horrible: parezco estar solo en ella.
28 de marzo de 2000