…es el principio de la Dictadura, considerando la democracia básicamente como un régimen de opinión pública (plural, se comprende) que más allá de la disputa por el Poder de las facciones garantiza la alternativa -la misma alternancia en el Gobierno- de otras opciones distintas a las que los votantes pudieran haber instalado en un momento dado al frente de las instituciones.
Precisamente para esto nace la publicidad profesionalizada -los periódicos, al margen de partidos- de las virtudes de unos no menos que de los vicios de los otros, en un debate que es lucha política que se dirime no en el frente de guerra, sino en la colisión sobre el papel de las diferentes versiones (opiniones) y de los mismos datos (hechos) de la realidad.
La transparencia del Poder no tiene sentido si no es a través de los “medios de comunicación”, pues que no se otorga graciosamente por parte de los que mandan, sino que se obtiene para los ciudadanos por aquellos que han hecho de la cláusula de informar al público un servicio en sí mismo, más acá de beneficios pecuniarios o prestigios de cualquier índole.
Obviamente, tratándose de medios no hay ni puede haber otra realidad que la de su instrumentación por agentes públicos o privados, que buscan sus fines y presentarlos a la sociedad (ese régimen de opinión pública antes citado) como benéficos para el “interés general”, susceptibles incluso de elogio y respaldo, cuando no de mera necesidad “social”.
Pretender por tanto el control de las noticias y de la opinión -como si bastara establecer un canon sumarísimo sobre la Verdad para que todas las determinaciones del Poder pasen como racionales, y así sean aceptadas mansamente por los ciudadanos- no revela otra cosa que la inseguridad de las propias causas, la desconfianza en el juicio del común y el desprecio por las ideas ajenas.
Pero es que es esta obcecación, producto de intelectos pueriles y voluntarismos psicopáticos, la que distingue en nuestros días al fundamentalismo progresista -motejado por otros como “Izquierda reaccionaria”-, siempre inasequible al desaliento que le procuran la realidad de los hechos, los actos humanos y las manifestaciones frecuentemente inesperadas y hostiles de la Naturaleza.
No hay más que repasar los hechos y declaraciones de los principales representantes del Gobierno en la gestión de la pandemia -del presidente Sánchez al bufón Simón, de los vicepresidentes Calvo e Iglesias a los ministros Ábalos, Illa, Campo, Grande-Marlasca y Garzón- para reconocer toda una estrategia (¿de Iván Redondo?) basada en la mentira, el miedo y la difamación.
Simultaneando el soborno institucional de televisiones (grupos y presentadores particulares) y otros medios privados, con la usurpación de los medios públicos (televisiones y radios, pero más aún las agencias de noticias que sirven a todos ellos) y la financiación de todo un ejército de propagandistas, trolls y crackers en las redes sociales e Internet, el Gobierno PSOE-Podemos ha declarado la guerra a cualquier información que no responda a su Verdad.
Mas no son tiempos para el autoengaño; que más fácil lo tienen para que nada cambie manteniendo los programas “de evasión” y sus publicaciones derivadas -de las revistas a las novelitas absurdas de nuestros de días- que con la promulgación de leyes que hacen saltar todavía a las ranas con algo de conciencia de la enorme cazuela hirviendo en que han convertido el panorama político español en apenas un año de legislatura.
Así, para qué van a prohibir diarios y libros que nadie lee; o tuits injuriosos contra el Gobierno que acaban sepultados por millones de otros tuits injuriosos contra la Oposición, la carne de cerdo, las mascarillas tuneadas o el rock progresivo; para qué esa denodada contraprogramación de la realidad cuando su práctica impunidad legal les ha sido regalada por el acceso al Poder.
¿No será que aún y todo temen que “algo” pase y, volteada la tortilla, den todos con sus huesos en la cárcel? ¡En España (con su presunta opinión pública) no caerá esa breva!