…y su banda de acólitos y familiares, pues que se ha convertido el ínclito en el perfecto indicador de todas las políticas que no ha de seguir una Nación democrática, libre y moderna como quisiera ser España -o como a los españoles les gustaría que fuera (les gustaría ser a ellos como parte de la Nación)-, y esto es lo que debiera asumir desde ya el PP de Pablo Casado.
No se trata de poner parches en la errática “política económica” de los sucesivos gobiernos desde Aznar, ni tampoco de restablecer hipocresías de corto alcance en “política exterior” o menos aún en “política interior”, tres ámbitos del máximo interés para todos los ciudadanos que recaban algo más que “gestión” administrativa desde los aparatos del Estado.
De ahí los entrecomillados, dado que España (la Nación Española) carece ahora mismo de independencia en su política económica no porque forme parte de la UE y del sistema monetario del Euro, o no sólo, sino por su incontrolado endeudamiento, su disparatado sistema administrativo y la hiperabundancia de enchufados y comisionistas de lo público.
Tampoco posee una nítida política exterior desde Franco, pese a las gestas y gestos de González y Aznar, antaño, atisbando cuál podría ser la adecuada ubicación de España en el concierto internacional: todavía Gibraltar ocupado por los británicos, las bases USA sin aparentes contrapartidas, el papel subalterno en la UE, en la OTAN…
Y qué decir de la política interior de un país que tiene a peligrosos separatistas que vienen de dar un golpe de Estado dirigiendo la formación del gobierno de una de sus regiones más pobladas, los unos desde la cárcel y los otros desde su refugio en uno de esos países con los que se supone que España mantiene una estrecha alianza de defensa y cooperación mutuas.
O cuando el Estado transfiere la potestad de excarcelar a terroristas asesinos de compatriotas, a los que debidamente se procurará trabajo y vivienda a cambio de nada, a aquellos que se han valido de ETA para imponer una hegemonía “abertzale” que es en todo contraria a la Constitución -a cualquier constitución democrática-, a la Nación y al mismo buen gusto.
Luego resulta que no se puede defender las fronteras atacadas por Marruecos porque se trata de una “crisis migratoria”, a la que tampoco se piensa poner freno yendo a las raíces de la misma, pero es lo normal cuando el Ejecutivo tiembla a la hora de hacer cumplir las (demoradas) sentencias del Tribunal Constitucional en el seno de la propia Administración.
Que no piense por ello Casado o su más reducido círculo de asesores que podrá sumar para ganar a Sánchez y gobernar si no se aplica desde ya a la tarea de presentar una radical alternativa nacional al “proyecto 2050” del caudillo del PSOE, que vendrá de la mano de Vox o no será, porque las ocasiones las pintan calvas y la hora demanda la enmienda a la totalidad.
Los españoles estamos cansados de las zarandajas “autonómicas”, coartada para el saqueo institucionalizado, la intimidación permanente y la limitación de nuestros derechos y libertades; como del papel innecesariamente subsidiario de España respecto a potencias vecinas que luego no son tales, por sus propios e inveterados errores políticos y morales.
Tal vez sea de nuevo ilusionismo pretender que con una sociedad tan maleable y maleada como la española, heterodirigida desde hace décadas por la propaganda oficial y pastoreada con facilidad por el establishment “progresista”, se pueda hablar en nombre de los españoles pretendiendo que anhelan más libertad y autogobierno en su país, y una digna política exterior.
Pero como otros esbozan sus sueños pesadillescos para los demás (¡asombrosamente kafkianos!), sus descarnadas ansias de Poder y sólo puro Poder, algunos todavía queremos prestar juramento de fidelidad a una serie de ideas y principios liberales y patrióticos -o sea: democráticos- aunque nos encontremos para variar solos en el camino; muy solos.