Haga como yo, que soy el que manda

…y por lo tanto siempre voy a tener razón; en rigor, es el pensamiento totalitario elevado a su máxima expresión, si bien abstracta y como tal abstracción susceptible de ser contagiada a las masas, a cualquiera, como un virus de autosuficiencia inmune a cualquier objeción de índole política, estética o moral.

Así tenemos a tantas autoridades en la hora presente, no ya políticas sino “sanitarias”, y muchas de ellas meros auxiliares de enfermería, que decretan la estupidez de la especie humana ante sus propias y evidentes carencias, con una nula capacidad de autocrítica que raya a estas alturas en lo patológico no menos que en lo criminal: ¡médicos que, como Céline, quisieran arreglar las cosas!

Hemos llegado a un punto tal de dependencia respecto a cualquier tipo de autoridad erigida en Sanación del Mundo que asistimos a las consecuencias de la aplastante y horrible lógica del Estado del Bienestar, ahora Estado-Medicalizado o Estado-Establo, desde el triage tristemente célebre -del que algunos médicos de extraña vocación prácticamente se vanaglorian- hasta el subasteo de vacunas.

Una verdadera ola de dimisiones de la responsabilidad, de arriba abajo y de abajo arriba, que cuestiona como ninguna otra crisis o denuncia regeneracionista los fundamentos todos del Estado, y de la sociedad que ha contribuido a crear en España como en los principales países occidentales a ambos lados del Atlántico.

Inquisidores de toda laya mascullan consignas que cambian en pocas horas de signo, guiados -o más bien desorientados- por gurús de porosas convicciones y métodos fraudulentos, en los medios así como en los escaños, en las tribunas de la (pretendida) Ciencia en no mucho menor grado que en las desacreditadas facultades de no pensamiento, no deliberación y no acción que pasan por templos del Saber.

Y a todo esto, ¿no era Franco el que despachó a un ministro (o a varios) con ese anecdótico “Haga como yo: no se meta en política” elevado a categoría de lo políticamente maquiavélico castizo? En verdad así obraron los españoles durante tres décadas y media, honradamente o no, hasta que el Felipismo vino a establecer lo de “Hazte rico y no mires con quién”.

Todavía aquello pudo resultar divertido, sobre todo comparado con lo de ahora, cuando todo en la estrategia actual de los que mandan se reduce a confundir, dividir, amedrentar y enfrentar a todos contra todos, a cuenta de la pandemia, del sexo, de la vieja guerra del 36 o de lo que se tercie. Y los presuntos y presumidos “expertos” (médicos, periodistas, historiadores, catedráticos, economistas…) en disposición de combate, a la pata coja, dispuestos a marchar al paso de la oca.

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Los desfachatados monárquicos antifranquistas

…o “constitucionalistas” -como se gustan llamándose a sí mismos- han puesto con sus mentiras radicales a la propia Monarquía en un brete, dado que no puede denigrarse el Franquismo pero loar ese único aspecto garante de la supervivencia de su legado como es la Instauración (que no restauración) monárquica, hecho sin parangón en el siglo XX.

Por eso no pueden apenas defender su postura cuando el PSOE, al par traidor al régimen del 78 que lo hizo partido –“El Partido”, de hecho- y cínicamente vengativo en la Monarquía a la que básicamente contribuyó a expulsar en el 31, arremete con todo (comunistas revirados, separatistas desorejados y terroristas habituales de los tiempos dicen que democráticos).

No pueden oponer nada porque su misma legitimidad política ha sido socavada por una ignorancia vestida de pudor democrático, mientras que les debe resultar muy cómodo establecer una cesura que les exime aparentemente de pensar el pasado tanto como de hacerlo suyo, ajustar cuentas con él o pedir perdón si hubiera caso por las culpas asumibles de los años precedentes.

De ahí que se haya permitido al cabo la voladura de todas las fuentes de legitimidad del presente régimen -que era “del 78” hasta que Zapatero lo redirigió hacia el horizonte que persiguen ahora los Sánchez-Iglesias, masacre del 11-M mediante-, dado que jamás desde la despedida de Fraga ha habido figura en la Derecha política que haya defendido al menos la continuidad histórica entre los vencedores de la Guerra Civil y la presente democracia (fallida).

Tal vez se podría exceptuar a Jaime Mayor Oreja, en alguna esporádica declaración mediática como reacción al turbulento proyecto de Zapatero, pero como a fin de cuentas ya para entonces había sido apartado “a Europa” por el rajoyismo rampante apenas tuvo incidencia en el debate interno del PP (si lo hubo alguna vez), así que mucho menos pudo repercutir en la opinión pública española, de suyo somnolienta cuando no amnésica.

Llegados a este momento crítico de 2020, uno esperaría un discurso político e histórico tan contundente como rigurosamente lógico y consecuente con la que es la trayectoria real del constitucionalismo, de las formaciones políticas y de las principales corrientes históricas que nos han conducido a los españoles mal que bien hasta nuestro presente.

Y entonces tal vez quepa ser asumido por todos que, habiéndose impuesto “los nacionales” al Frente Popular criminal y sovietizante -redundancia- que destruyó la legalidad republicana, el hecho feliz de salvar al país de la revolución y orientarlo por las vías de desarrollo que ensayaban los demás países europeos es un mérito que corresponde al Franquismo (entendido como régimen político no más que como la sociedad que lo soportó).

De nuevo, por tanto, los españoles nos enfrentamos por causas (y malas artes) ajenas a un dilema histórico crucial: o asumimos nuestra Historia tal como es, mostrando en el acto no más criticismo estéril que gratitud; o nos mantenemos en la mezcla de abulia y fatalismo de los que niegan todo mérito a lo propio -y a quienes nos precedieron- por no tener que tomarse el trabajo y la responsabilidad de estar a su altura y demostrarlo con hechos en el presente, frente a los retos que en verdad nos incumben.

Que la Guerra Civil fue hace casi un siglo y la ganaron “los buenos”. Y a este hecho radical se debe que hoy los españoles tengamos una Monarquía, sólo que no es “de parte” sino “de todos” y así se entendió, aprobó y refrendó en el 78 por la inmensa mayoría del Pueblo Español. Es el PSOE el que está contra la Ley y contra el Pueblo, y los monárquicos antifranquistas no hacen sino añadir confusión y falsos matices al respecto.

Uno de cada dos vascos ya no responde

…a la llamada a urnas -como si ese fuese efectivamente el fin último de esta especie de franquismo abertzale que padecemos los vascos como régimen, ETA mediante, desde principios de los 80’-, así que es ocioso exaltar “moderación” y “estabilidad” cuando los pronósticos se han cumplido porque no había ni alternativa ni simulacro de ella.

Hace varios ejercicios presupuestarios consecutivos que Urkullu cuenta con el apoyo del PSE (su socio preferente en el gobierno vasco desde hace décadas) y del mismo PP -el de Alonso, luego el PP de Rajoy, al que servía de portavoz un tal Casado, luego es el mismo PP realmente que entonces-, sólo que la defenestración de Alonso hizo que el PNV tuviera que contar con Podemos.

Un genuino abrazo del oso -¡Podemos aprobando los presupuestos de la Casta vasca!- que precedió al adelanto electoral frustrado en primera instancia por la pandemia de coronavirus, con el que el PNV ha visto consumados parcialmente sus principales objetivos: jibarizar a Podemos (incluso en beneficio de Bildu), mantener al PSE y movilizar a los propios sin asustar a los ajenos.

No obstante, la abstención roza ya lo insultante para un régimen militante como es el actual abertzale en la CAV, pues que el parlamento vasco está para legitimar lo de la “soberanía vasca” sobre todo de cara al exterior: esos países “de nuestro entorno” que consideran que sus parlamentos nacionales son representativos de la voluntad general de la Nación, de los ciudadanos nacionales.

Pero aquí tiramos a 25 escaños por provincia, razón por la cual los guipuzcoanos debiéramos boicotearlas por prurito democrático. En vez de ello, la mayoría abertzale celebra alborozada los buenos resultados a mayor gloria del Partido Nazionalista de Vizcaya, fundado por Sabino Arana hace un siglo como Partido Bizkaitarra y refundado por el Estado en “la Transición” como Partido de la Estabilidad Vasca (contra ETA, se supuso).

Así que Álava sigue permitiendo obtener algunos escaños a los “partidos españoles” como PP (3) y ahora Vox (1), como también UPyD obtuvo el acta de Maneiro, uno de 75 durante dos legislaturas en las que el PP estuvo a partir un piñón con la hegemonía abertzale del PNV y su apósito PSE, más la legitimación moral, intelectual, histórica y política de ETA (luego Bildu) en las instituciones.

Todo se gobierna y decide en Vizcaya, desde luego, por el PNV y los señores serios de Confebask, y luego ya se va a Madrid con toda confianza para negociar los votos a cambio de prebendas que permitan mantener el estándar vasco de “colaboración público-privada” (la gran coima) mientras se obliga a nuestros compatriotas a mantener las más altas pensiones españolas de “la Raza de los Señores” (dos tercios de ellos, inmigrantes del resto de España).

No es de extrañar, así las cosas, el escaso interés que suscita entre nosotros los vascos la cita electoral para la cámara autonómica: es que el Poder está en otra parte, y en el parlamento vasco no se ha conseguido aprobar una Ley Municipal en cuatro décadas porque no interesa -que gobiernen las Diputaciones, que para eso cada provincia tiene, como Navarra, su propia Hacienda Foral-.

El cambalache vasco, pero la vida sigue: y si no que te lo cuente la hijísima de Ortúzar.