Diez años desde el 15-M

…y resulta que nada ha cambiado en exceso (políticamente hablando) en esta España airada de buenas gentes llenas de miedo por los cuatro costados. Ahora, que como todo el mundo es muy listo -y yo el que más-, nos vamos a entretener durante unos días con las autocitas de los que ya lo vieron venir, así que venga:

Y a esta juventud indignada… ¿qué se le debe?

He seguido poco estos días la actualidad informativa, pero cuando este mediodía he visto en el telediario a alguno de los “indignados” proclamar sus reivindicaciones me ha faltado poco para tirar la tele por la ventana: “No voy a poder tener hijos”, decía una veinteañera; “No puedo casarme, sigo viviendo en casa con mis padres”, decía otro; “No les votes” parece ser ahora la consigna general…

Pues no, señoritos y señoritas: esos argumentos no expresan ni siquiera indignación; sólo tontuna, capricho, ñoñería… de los que lo han tenido todo sin tener que mover un dedo desde la cuna, de los estudios pagados a la casa de los papás en la que siguen viviendo muchos a partir de los treinta años, en algunos casos sin mayores problemas y en otros por propia dejadez, qué duda cabe. ¿Acaso no hay dinero para la gasolina de la moto y las cervezas, los festivales de verano y la ropa de marca? ¿Cuánto se deja la gente al mes en la factura del móvil?

Muy cierto es que la inmigración ha supuesto una competencia inesperada en el mercado laboral, pero no menos cierto es que sobre todo se trata de trabajos que requieren escasa cualificación y que los propios jóvenes nacionales venían rechazando desde hace una década o más: niñeras, camareros, enfermeras y cuidadoras… por hablar de los trabajos menos duros, porque podríamos referirnos también a peones de albañil, pescadores y labradores, etc. Pero esta juventud nuestra tan desencantada no ha querido mancharse las manos porque tenía un título universitario con el que de veras esperaban colmar todas sus expectativas sociales y económicas…por la vía rápida de la plaza de funcionario.

La generación de nuestros padres y más aún la de nuestros abuelos hubieron de padecer la guerra, la dictadura y la miseria; cientos de miles de españoles hubieron de emigrar del campo a la ciudad, y de España a otros países europeos donde se requería mano de obra no cualificada después de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial que redujo drásticamente la población activa en países como Alemania. Aún hemos llegado a conocer a españoles en democracia que trabajaban por el día y estudiaban por la noche sin poder contar en ningún caso con la ayuda económica paterna. Y esto también era vida, y probablemente una vida más intensa aunque menos cómoda que la que los nacidos a partir de 1975 hayan podido tener.

Ahora no vale echarle la culpa de todo a los políticos, aunque sean responsables en gran medida del marasmo en que ha quedado sumida la Nación española. Y no vale porque, ya puestos a expresar nuestra indignación, ¿dónde demonios estaba toda esta juventud airada el pasado sábado 14 de mayo cuando las víctimas de la organización criminal ETA protestaban por los favores del Gobierno a los asesinos de sus seres queridos? ¿Dónde se han metido estos últimos siete años de ignominioso silencio público sobre el mayor atentado terrorista de la historia de Europa? ¿Es que tenemos que pensar que es más necesario comprarle un pisito para sus juergas a un joven en paro viviendo en casa de sus padres que hacer justicia a los millares de afectados por el 11-M?

Sí, podrá ser que sean cosas distintas, claro. Pero ¿cómo esperan transmitirme a mí, sin ir más lejos, esa indignación puramente egoísta y material que no acusa directamente al Partido (PSOE) que más ha hecho por la destrucción de empleo en toda la historia de España? ¿Qué solidaridad esperan recabar los que sólo han encontrado como causa justa para manifestarse contra un gobierno español la guerra que depuso al tirano genocida Sadam Husein?

Hace diez años escribí un artículo mostrando mi convicción de que la juventud española quería algo más que ser amamantada por el Estado desde la cuna hasta la sepultura, motivo éste de todo tipo de frustraciones en cuanto que uno puede llegar a darse cuenta, tal vez ya en la madurez, de que nada de lo que tiene o es en la vida lo ha lo conseguido por méritos propios, gracias a su esfuerzo y dedicación. Ahora desde luego no pienso igual, pero tampoco hablaría de “generación perdida”.

Los gobiernos de Aznar contagiaron la ilusión del trabajo bien hecho y la confianza en las propias capacidades a una mayoría de españoles que por un tiempo pensaron que era posible, sí, hacerse una vida a la medida del trabajo y la responsabilidad de cada uno. Luego llegó la furia sectaria del Socialismo a demoler todo lo realizado con la vana promesa de que el Estado se haría cargo de todas las “necesidades” de la sociedad, sobre todo de las de sus jóvenes. Y ahora tenemos a toda esa juventud frustrada sin saber por dónde le da el aire y, lo que es peor, sin tener ni remota idea de cómo comenzar a vivir su propia vida en libertad.

18 de mayo de 2011

Que conste que no fue publicado hasta meses después, al no haber merecido el interés de quienes por entonces editaban la página web La Izquierda Reaccionaria, como tampoco el de UPyD, a quienes remití el artículo básicamente para su consideración a través de un amigo que por entonces trabajaba para ellos.

Ciertamente, el 15-M significó el principio del fin para la formación magenta incluso antes de que Podemos se articulara como expresión partidista. Y, desde luego, no costó mucho más tiempo a lo más granado de la intelectualidad crítica de Izquierda -esos que también caben todos en un taxi, y de los que destacan tanto Félix Ovejero como el veterano Eduardo «Teo» Uriarte- dar buena cuenta del «movimiento de los indignados».

Al respecto, considero que de lo mejor que se ha escrito fue un opúsculo de Daniel Zamora traído en su día a colación por el periodista Arcadi Espada: «El movimiento inmóvil». Para todo lo demás: Galapagar, o de cómo conviene siempre seguir el rastro del dinero.

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Una nueva transferencia de responsabilidad

…a manos del PSOE opera sobre la actualidad acerca de la gestión de la crisis sanitaria causada por el coronavirus, que el Gobierno Sánchez-Iglesias ha delegado en las comunidades autónomas como si se tratase de otra competencia más, mientras se formula mal disimulada la acusación a los ciudadanos de ser ellos quienes podrían provocar la extensión de la epidemia.

Ciertamente, depende de cada uno hasta cierto punto frenar los contagios, pero no es esto lo que han dado a entender las autoridades sanitarias con su estrategia de reclusión forzosa de la población en general, habiendo minimizado con anterioridad al 8-M el grave riesgo inminente que amenazaba a los españoles desde hacía al menos un mes.

Los caudillos totalitarios actúan así, convirtiendo cada uno de sus disparates, desastres y crímenes en objeto de proceso contra “el Enemigo”, ese “Otro” que, no siendo elemento del Movimiento (o incluso perteneciendo al mismo) resulta tan desechable en cuanto persona como útil y acaso rentable como chivo expiatorio. Y lo peor es que les funciona (antes en la URSS como ahora en China).

Entre nosotros, los socialistas españoles acabarán por hacernos creer que fueron los botellones en las residencias los que han (de)generado las peores cifras mundiales de defunciones por la Covid-19, de sanitarios infectados y de períodos de reclusión (con sus fatídicos datos económicos y sociales aparejados), por no hablar del perjuicio causado a los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos.

Ya hicieron creer durante el mandato de Rajoy que el PP era el partido más corrupto de España, cuando las cifras reflejadas en los sumarios juzgados y sentenciados con imputados y condenados del PSOE (o el PSOE como organización, o la UGT) escandalizan incluso fuera del mundo occidental. También le atribuyeron, contra toda evidencia, los “recortes” sociales que nos legó el incalificable gestor conocido como ZP.

Entonces Rubalcaba –“yo lo sé todo de todos”, decía en sus ratos villarejos- se parapetaba detrás de la presunta espontaneidad del 15-M, aunque con alevosa diurnidad venía de votar aquello impuesto por la UE al propio Zapatero para que la devolución de la deuda antecediera al pago de las pensiones, reforma de la Constitución mediante, que efectivamente Rajoy también apoyó una vez seguro de heredarle el cargo.

Sucedió con el asesinato de Isaías Carrasco antes de las Generales de 2008 -con un Patxi López espetándole a Rajoy aquello de: “¿Y ahora qué dices de que traicionamos a nuestros muertos?”- y simultáneamente los socialistas transfirieron el protagonismo social de la culpa de la ETA asesina a un “Machismo español” que ocasionaba “víctimas de violencia de género”, que desde entonces sustituyeron en el espacio público a las del terrorismo.

Por supuesto sucedió con la masacre del 11-M, cuyo horror y cuya responsabilidad (práctica culpabilidad: “Gobierno asesino”, etc.) fueron transferidos en todas sus dimensiones al presidente saliente José María Aznar y, por extensión, a todo el PP -contra “la Guerra” llegó “la Paz” de ZP, que ya había encomendado a Eguiguren años antes la aproximación a los terroristas para informarles de sus buenas intenciones para con ellos-.

En rigor sucedió ya con el 23-F, puesto que el “Gobierno de concentración” que presidiría Armada tenía como vicepresidente a Felipe González y no faltaban tampoco Narcís Serra o el recientemente difunto Enrique Múgica (junto con varios socialistas más), lo que no fue óbice para que la mayoría del electorado decidiera rechazar a una UCD ya muy castigada -y encima “por el Cambio”…

EL PSOE NO CAMBIA

Eran otros tiempos, desde luego; aunque el PSOE siga pretendiendo que votar sus listas infectas de procesados por corrupción y familiares en todos los grados representa votar “cambio”. Cambio de qué: ¿de nombres, de costumbres, de tácticas y estrategias, de ideas? Nada de eso: es otra seña identitaria más, como un tatuaje antiguo que ya no significa nada.

Hace un siglo acusaron de corrupción a los partidos de la Restauración y se aprestaron a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera (con la UGT en pleno) y su “diálogo social”. Luego fracasó el Directorio y se posicionaron los primeros para tomar al asalto el Gobierno de la II República, que tanto contribuyeron a socavar Largo Caballero e Indalecio Prieto antes de lanzar la insurrección (para la guerra civil) en Octubre del 34, con anarquistas y la colaboración de PNV y ERC.

Luego en comandita con la CNT y el PCE robaron las elecciones como Frente Popular, se apoderaron del Estado y comenzaron con su plan de genocidio (la prueba es Paracuellos), antes de que Negrín le vendiera el Gobierno a la URSS junto con las reservas de oro del Banco de España y parte de lo que aún quedaba del Estado «republicano», pues con ello perseguían alargar la guerra para enlazarla con la que iba a ser denominada Segunda Guerra Mundial.

Y no escarmientan, no descansan en su estupidez, les guía una extraña Idea que no concuerda casi nunca con la sociedad que tienen delante, pero les da igual: la culpa es siempre de los otros, de la Derecha, de los que están en frente o simplemente pasaban por ahí. Así lo creen porque lo han interiorizado y eso explica, tal vez, por qué se la pasan 80 años después de acabada la guerra removiendo tumbas de propios y ajenos.

Al cabo, la culpa de todo la tuvieron (la tienen) “los fachas”, “las Derechas” o Franco (¡los tres!). Como ahora con el coronavirus -“la maldición de Francokamón”, que le llama Federico- igual resulta que la tiene el Rey.