…a manos del PSOE opera sobre la actualidad acerca de la gestión de la crisis sanitaria causada por el coronavirus, que el Gobierno Sánchez-Iglesias ha delegado en las comunidades autónomas como si se tratase de otra competencia más, mientras se formula mal disimulada la acusación a los ciudadanos de ser ellos quienes podrían provocar la extensión de la epidemia.
Ciertamente, depende de cada uno hasta cierto punto frenar los contagios, pero no es esto lo que han dado a entender las autoridades sanitarias con su estrategia de reclusión forzosa de la población en general, habiendo minimizado con anterioridad al 8-M el grave riesgo inminente que amenazaba a los españoles desde hacía al menos un mes.
Los caudillos totalitarios actúan así, convirtiendo cada uno de sus disparates, desastres y crímenes en objeto de proceso contra “el Enemigo”, ese “Otro” que, no siendo elemento del Movimiento (o incluso perteneciendo al mismo) resulta tan desechable en cuanto persona como útil y acaso rentable como chivo expiatorio. Y lo peor es que les funciona (antes en la URSS como ahora en China).
Entre nosotros, los socialistas españoles acabarán por hacernos creer que fueron los botellones en las residencias los que han (de)generado las peores cifras mundiales de defunciones por la Covid-19, de sanitarios infectados y de períodos de reclusión (con sus fatídicos datos económicos y sociales aparejados), por no hablar del perjuicio causado a los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos.
Ya hicieron creer durante el mandato de Rajoy que el PP era el partido más corrupto de España, cuando las cifras reflejadas en los sumarios juzgados y sentenciados con imputados y condenados del PSOE (o el PSOE como organización, o la UGT) escandalizan incluso fuera del mundo occidental. También le atribuyeron, contra toda evidencia, los “recortes” sociales que nos legó el incalificable gestor conocido como ZP.
Entonces Rubalcaba –“yo lo sé todo de todos”, decía en sus ratos villarejos- se parapetaba detrás de la presunta espontaneidad del 15-M, aunque con alevosa diurnidad venía de votar aquello impuesto por la UE al propio Zapatero para que la devolución de la deuda antecediera al pago de las pensiones, reforma de la Constitución mediante, que efectivamente Rajoy también apoyó una vez seguro de heredarle el cargo.
Sucedió con el asesinato de Isaías Carrasco antes de las Generales de 2008 -con un Patxi López espetándole a Rajoy aquello de: “¿Y ahora qué dices de que traicionamos a nuestros muertos?”- y simultáneamente los socialistas transfirieron el protagonismo social de la culpa de la ETA asesina a un “Machismo español” que ocasionaba “víctimas de violencia de género”, que desde entonces sustituyeron en el espacio público a las del terrorismo.
Por supuesto sucedió con la masacre del 11-M, cuyo horror y cuya responsabilidad (práctica culpabilidad: “Gobierno asesino”, etc.) fueron transferidos en todas sus dimensiones al presidente saliente José María Aznar y, por extensión, a todo el PP -contra “la Guerra” llegó “la Paz” de ZP, que ya había encomendado a Eguiguren años antes la aproximación a los terroristas para informarles de sus buenas intenciones para con ellos-.
En rigor sucedió ya con el 23-F, puesto que el “Gobierno de concentración” que presidiría Armada tenía como vicepresidente a Felipe González y no faltaban tampoco Narcís Serra o el recientemente difunto Enrique Múgica (junto con varios socialistas más), lo que no fue óbice para que la mayoría del electorado decidiera rechazar a una UCD ya muy castigada -y encima “por el Cambio”…
EL PSOE NO CAMBIA
Eran otros tiempos, desde luego; aunque el PSOE siga pretendiendo que votar sus listas infectas de procesados por corrupción y familiares en todos los grados representa votar “cambio”. Cambio de qué: ¿de nombres, de costumbres, de tácticas y estrategias, de ideas? Nada de eso: es otra seña identitaria más, como un tatuaje antiguo que ya no significa nada.
Hace un siglo acusaron de corrupción a los partidos de la Restauración y se aprestaron a colaborar con la dictadura de Primo de Rivera (con la UGT en pleno) y su “diálogo social”. Luego fracasó el Directorio y se posicionaron los primeros para tomar al asalto el Gobierno de la II República, que tanto contribuyeron a socavar Largo Caballero e Indalecio Prieto antes de lanzar la insurrección (para la guerra civil) en Octubre del 34, con anarquistas y la colaboración de PNV y ERC.
Luego en comandita con la CNT y el PCE robaron las elecciones como Frente Popular, se apoderaron del Estado y comenzaron con su plan de genocidio (la prueba es Paracuellos), antes de que Negrín le vendiera el Gobierno a la URSS junto con las reservas de oro del Banco de España y parte de lo que aún quedaba del Estado «republicano», pues con ello perseguían alargar la guerra para enlazarla con la que iba a ser denominada Segunda Guerra Mundial.
Y no escarmientan, no descansan en su estupidez, les guía una extraña Idea que no concuerda casi nunca con la sociedad que tienen delante, pero les da igual: la culpa es siempre de los otros, de la Derecha, de los que están en frente o simplemente pasaban por ahí. Así lo creen porque lo han interiorizado y eso explica, tal vez, por qué se la pasan 80 años después de acabada la guerra removiendo tumbas de propios y ajenos.
Al cabo, la culpa de todo la tuvieron (la tienen) “los fachas”, “las Derechas” o Franco (¡los tres!). Como ahora con el coronavirus -“la maldición de Francokamón”, que le llama Federico- igual resulta que la tiene el Rey.