El dilema Vox

…no es tal para nadie, salvo para los dos partidos del régimen, PSOE y PP, que sólo se acuerdan de lo peligroso de pactar con “populismos” cuando a ellos no les dan los números para hacerlo, y la prueba la tenemos en el abrazo Sánchez-Iglesias después de la repetición electoral de noviembre de 2019 tanto como en las declaraciones de Casado respecto al partido de Abascal antes de sus primeras Generales como candidato del PP, el viernes 26 de abril de 2019:

 «Al final, Vox o Ciudadanos, tengan 10 escaños o tengan 40, van a tener la influencia que ellos quieran tener para entrar en el Gobierno o para decidir la investidura o la legislatura. ¿Para qué vamos a andar pisándonos la manguera entre nosotros?»

No se entiende bien qué haya podido pasar en estos últimos tres años para que el aún presidente del PP considere a Vox más “extremista” o “derechista” que entonces, sobre todo después de haber podido formar gobiernos en varias comunidades gracias, precisamente, al apoyo activo o pasivo (abstención) de la formación que ahora vuelve a ser de “extrema derecha” e incompatible con el perorado “estándar democrático UE”, en rigor tan degradado.

«Queda claro que es falso que en España haya tres derechas, era un opción falsaria, hay otro partido de extrema derecha, que es Vox, y un partido que, como mucho, está en el centro izquierda (Ciudadanos), facilitando el gobierno de Pedro Sánchez.»

Pero es que estas declaraciones las realizaba Casado el martes 30 de abril de 2019, apenas cinco días después de las citadas en primer término, por lo que nadie puede llamarse a engaño a estas alturas respecto a la cierta esquizofrenia del barbado presidente del PP, si bien se podrían explicar porque las expectativas del viernes eran superar los 100 escaños y resultó el martes que el PP sólo tenía 66… ¡para hablar después de la “veleta naranja” o de “resultadismo”!

Qué decir de Pedro Sánchez, el más interesado de toda España en este momento y desde hace varios años en fomentar la “extrema derecha” como espantajo para incautos, sobre todo para los que no acaban de enterarse de que Vox no ha puesto un millar de cadáveres sobre la mesa para negociar ningún gobierno, presupuesto o auxilio político, a diferencia de los socios del Doctor No.

Verdaderamente las caras duras de Sánchez y Casado, como las de sus cada vez más exiguas cohortes, paniaguados y cráneos privilegiados como Lastra o Casero, y tantos otros, son las necesarias para continuar en la vida pública como los miembros vitalicios de esa casta política en la que todos convergen por igual.

Pero no sé qué me da que su tiempo se acaba, y el teatrillo del Bipartidismo ofendidito y censor que se ha desplegado a partir de los últimos resultados electorales en Castilla y León no es más que el reflejo de ello; y, hablando estrictamente, un acto reflejo de líderes desaforados en la agonía de unas vidas políticas que se prevé, aun y todo, no muy larga.   

Anuncio publicitario

Convencionales siempre

…estos señoritos del PP, que han sumado a su tradicional capacidad para la organización de saraos -en ocasiones vanamente interesada (recuérdese de qué va lo de “la Gürtel”)- la sofisticada vacua cursilería de los incorporados desde Cs, quienes, evidentemente, viniendo de donde vienen, sólo creen en las encuestas y el márketin soft; o sea: para qué hablar con la gente si ya disponemos de estadísticas, estadísticos y estadístiques.

Fue precisamente esta “falta de calle” un factor decisivo en el derrumbe de Cs y en la desaparición de UPyD, cosa que no caracteriza al PP en Galicia desde los tiempos de Fraga, ni por lo general al de Castilla y León, ni desde luego al de Madrid desde tiempos de Álvarez del Manzano en adelante, con Esperanza Aguirre y ahora Isabel Díaz Ayuso y Martínez-Almeida. Por el contrario, en Andalucía fueron siempre vistos como señoritos, y en Cataluña, desde la defenestración de Vidal-Quadras, como inanes.

No del todo en balde, Cs fue fundado estrictamente para darle el relevo en el discurso al bienhumorado Alejo, quien se dedicó a los asuntos europeos antes de su traspiés como candidato de Vox y su postrer paso en falso al solicitar el voto para Cs. Después de su intervención en la presente convención contra las tesis de Edurne Uriarte -ex del ministro Wert, convencido de la necesidad de “españolizar” a los niños catalanes-, yo creo que lo suyo, consecuente como es él, es que Vidal-Quadras pida el voto para Vox ¡y la disolución de la UE!

Pero peor es lo de sacar a pasear a Mari Mar Blanco, sempiterna colocada del PP por la cuota vasca, que nunca ha valido como representante público, ni siquiera de las víctimas del terrorismo, y que (recuérdese) vino a ser la nueva coartada o escudo moral tras el que guarecerse los que liquidaron a María San Gil -los Alonso y Oyarzábal y Maroto (estos dos, ahí siguen), Sémper y demás enanitos-, todos ellos a las órdenes del memo primordial, Mariano Rajoy.

Por esto, y estando tan reciente el escarnio último de la ETA a las víctimas del terrorismo en Mondragón, conviene insistir en que abrir convenciones con Rajoy, o posar delante del rótulo de una calle de Valladolid (aunque se llame “Avenida de Miguel Ángel Blanco”), poco puede hacer por Pablo Casado si lo que desea es allegarse a los desencantados con la política antiterrorista del PP en sus últimos gobiernos, que además coinciden a grandes rasgos (si no son los mismos) con los que jamás perdonarán al PP lo que dejó crecer en Cataluña hasta el 1-0.

Como da la casualidad de que la demente chusma que ocupa la Generalidad de Cataluña no se ha movido un ápice desde dicha fecha de 2017 hasta ahora, que han pasado cuatro años de delirio institucionalizado, uno tendría que hacer muchos esfuerzos para interpretar el rechazo del “populismo” como rechazo total y absoluto a pactar con partidos como los sucesores de CiU y el mismo PNV, “socios fiables” de Rajoy según Rajoy, el bobo de solemnidad que perdió dos veces consecutivas las Generales contra el pérfido oligofrénico de José Luis Rodríguez Zapatero.

Vamos, que Casado lo tiene fácil para disputarle a Vox la primogenitura en la única Derecha que puede ser -la que se oponga radicalmente a este deprimente estado de cosas que amenaza con desintegrar el Estado y la Nación-, ya que basta con hacer literalmente lo justo contrario de lo que diga (y de lo que hizo) Mariano Rajoy en lugares como País Vasco y Cataluña para lograr crecer en las encuestas y, con una adecuada presencia de líderes locales tanto como nacionales, volver con fuerza a participar en el discurso y en el mismo espacio público.

Cosa inimaginable a día de hoy, donde la marginalidad del PP en ambas comunidades veta de entrada su acceso a una gran mayoría, por supuesto a la mayoría absoluta, y refuerza paradójicamente al siempre tapado Feijóo, que reivindica lo suyo como clave del éxito -no tan lejana a ciertos de sus postulados se halla Díaz Ayuso, por cierto- como si la defensa cerrada de la unidad de España y de la igualdad de todos los españoles fuera el motivo del fracaso electoral.

Se equivoca Feijóo, pero a su favor. No es el caso de Casado, que si se deja tentar por los gurús de la mercadotecnia y los sondeos volverá a perder la oportunidad de constituir Gobierno; para él, la definitiva. Y todavía le (nos) queda por ver cómo ha de acabar de enredarlo el otro ex presidente de su partido, José María Aznar. ¿Para qué demonios, a fin de cuentas, necesitaba Pablo Casado esta convención? Da la impresión de que ni él lo sabe.

Tome Sánchez por la senda constitucional

…y es más que probable que muchos hayan de seguirle, si no la mayoría de los que vienen apoyándolo a excepción hecha de los separatistas y los izquierdistas retrasados (comunistas en sus varias tribus); pero qué duda cabe que sería apreciable que el presidente del Gobierno se ajustara a la Ley y dejara de injuriar todos los días a los principales poderes del Estado.

De hecho, no necesitamos someternos a los dictados de la Constitución quienes defendemos la igualdad de todos los españoles ante la Ley, si bien considerado no somos más que una minoría incordiona, por lo que lo de veras meritorio sería ver a un líder del PSOE en la presidencia del Gobierno acatando la Ley incluso después de haber sido expulsado del Poder.

Porque de nuevo con el PSOE con mando y plaza constatamos una vez más que ni saben ganar, ni mucho menos perder; que siempre que son reemplazados se refugian extramuros del sistema para preparar la próxima jugada -el próximo golpe- parapetados no ya detrás de la Ley que se disponen a socavar, sino de ese ente informe de relaciones públicas generado en los años del Poder.

En consecuencia no solamente se trata de que la Oposición a este corrupto y degradado estado de cosas pueda ganar unas elecciones, pues de lo que hablamos es del fortalecimiento de unas instituciones capaces de hacerse respetar por los ciudadanos -el Pueblo-, dignas por tanto de sobrevivir y susceptibles de poder encarar a cualquier arribista con ínfulas caudillistas, tal que nuestro Señor Presidente Pedro Sánchez.

Un peligro para la Nación en primer término, para el sistema democrático desde incluso antes, y por tanto para esa vaga acepción del Pueblo o la Nación que conocemos por “sociedad española” y que evidentemente no puede seguir existiendo si se produce la quiebra del Estado seguida de la desintegración nacional.

Ésa es la tarea insoslayable que urge emprender a la Oposición, que para empezar se reduce a PP y Vox -por si queda en el campo de los opositores a Sánchez alguna duda-, y pasa por el bloqueo de la acción del Ejecutivo en todos los frentes no menos que por la exhibición de una verdadera alternativa compartida por ambos partidos.

El tiempo repartirá razones entre unos y otros, pero desde ya conviene ir preparando el terreno de La Alternativa a Sánchez.

A Sánchez hay que echarlo

…y no confraternizar con él consensuando nada -y menos que nada “el órgano de gobierno de los jueces” (CGPJ), ¡pero tampoco el de RTVE!-, así que sólo desde el estado de noqueo del PP se puede entender que de nuevo vuelvan a las andadas con el PSOE en materia de Justicia: tantas veces han sido traicionados por los socialistas en este como en otros asuntos fundamentales para el sostenimiento del régimen que ya debieran haber escarmentado.

Pero las elecciones catalanas que han terminado por hacer saltar las alarmas entre los dirigentes populares son otra muestra más de que no funciona el discurso ambiguo, estéril, del que hasta anteayer era seguidor de Aznar y de Rajoy sin haber logrado ni consolidar un liderazgo y una impronta personal, ni reunir de nuevo a las corrientes en torno al mismo, ni relevar a los más incompetentes de sus cargos a todos los niveles para reemplazarlos por personas más atractivas, trabajadoras y eficaces.

Que esto es lo que debía haber hecho desde el primer momento Pablo Casado con el PP demediado y dividido que heredó de Rajoy -a quien durante años sirvió de portavoz sumisamente, dicho sea de paso-, mas ha dejado pasar el tiempo, llevado por la inercia de los análisis postelectorales una vez aupado Sánchez al Poder por sus aliados extremistas, incapaz en todo momento de mantener sus apuestas tácticas y, a la postre, la misma estrategia de fondo.  

Porque Casado sigue pensando en términos propios del Bipartidismo, época felizmente liquidada por la traición de Zapatero a los consensos básicos del régimen del 78, secundado por su sucesor al frente del Gobierno Mariano Rajoy, que decidió seguir el curso de las políticas todas de aquél tal vez por entender que era “el signo de los tiempos” lo que convenía atender con prudencia… o no: probablemente sólo por pachorra (abulia), intereses creados (dependencia) y soberbia estéril (impotencia) disfrazada de “manejo de los tiempos”.

Ciertamente, en el PP aún no se han enterado de que de 2008 a hoy una gran corriente de la opinión pública española arde en deseos de reformar e incluso liquidar el régimen del 78, desde motivaciones y argumentos políticos diferentes e incluso contrapuestos, pero basta ver que a la radicalización de los fragmentos de la extinta CiU y de la misma ERC se ha sumado la CUP, como Podemos finalmente ha alcanzado el Gobierno (si bien de la mano del PSOE, uno de esos “partidos de Estado”, con el PP, de los que aún hablan algunos en la Prensa sin el menor sonrojo).

Ahora, en febrero de 2021, resulta que a los populares les preocupa mucho Vox, después de la emergencia y posterior declive de formaciones como Ciudadanos y UPyD: ¿no será que ha sido el PP el que viene deslizándose hacia la Izquierda desde hace década y media, sin necesidad alguna más que evitar los improperios habituales proferidos por la Izquierda “bien”, el PSOE y el grueso del establishment “intelectual” (periodistas, profesores, presentadores de TV y ¡actores!)?

Paradójicamente -o no: por pura cobardía-, Rajoy reaccionó al “cordón sanitario” sumándose a Zapatero después de su segunda derrota en 2008, respaldando a un par de días de las elecciones la política “antiterrorista” del Ejecutivo conocida como “proceso de paz” (a tres bandas entre PSOE, PNV y ETA): con ello enterraba asimismo toda reivindicación de verdad y justicia para las víctimas del terrorismo, también para las del 11-M del que en el PP se prohibió desde entonces prácticamente hablar.

Para acabar con esta omertá perpetuada por PSOE y PP desde hace décadas -sobre el 23-F, sobre el GAL, sobre la corrupta hegemonía protegida de CiU y PNV como parte del régimen, sobre la misma corrupción del Rey y tantos otros asuntos- fue que nacieron de UPyD a Podemos y ahora Vox, ¿a quién puede extrañar? Mal que bien, el PSOE ha logrado adaptarse a la “geometría variable” con los extraconstitucionales, mientras sigue haciendo pasar por el aro a PP y Cs.

Pero es que en el PP no lo entienden, siguen poniendo de ejemplo la implosión de la UCD -¡precisamente!-. Que en la actual tesitura, después de lo que ha llovido (al margen incluso del punto de inflexión que supuso el golpe separatista del 1-O), todavía se cuestione en la cúpula popular si la renovación consensuada del CGPJ mejorará o empeorará su imagen lo dice todo del partido de Casado; y para mal, por supuesto.

Sólo Vox parece entender la situación actual de España

…con un Ejecutivo de práctica demolición de la tradición constitucional y unitaria de la Nación desde 1812; con un Pablo Casado echado a perder después de su desabrido discurso antiAbascal durante las jornadas de la moción de censura contra Sánchez; con una Inés Arrimadas entregada al «diálogo» con el PSOE (¿y con el PSC también?) por mor de eludir «la crispación»…

En dos semanas se celebrarán elecciones (como si todavía se pudiera elegir allí, con libertad) en la desgraciada tierra de Cataluña, donde las facciones en busca de los restos del botín del Pujolato -autoridad del jefe de clan o capo, prestigio del terror imbuido jerárquicamente a todos lo que ansían formar «un sol poble»- formarán gobierno «como sea», una vez que resuelvan los pormenores técnicos de la repartición del Poder.

En frente, como recién aparecidos, sólo tendrán entonces a los diputados de Vox y a algunos supervivientes de la criba en PP y Cs -siempre y cuando no venga Teodoro García Egea a empeorar la situación espoleado por un Feijóo, pongamos por caso-, lo cual deparará a Alejandro Fernández una soledad pública similar a la de Cayetana Álvarez de Toledo, aunque al menos (como a ella) siempre le quedará el apoyo moral de… los de Vox, claro.

Porque Casado no da muestras de querer hace siquiera oposición en lugares como Cataluña o País Vasco, puede que para mantener «abiertas las vías» de cara a futuras ententes o contubernios con PNV ¡y hasta con ERC, como en tiempos de Soraya y Rajoy! en vistas a desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa cuando la devastadora crisis económica, sumada a los drásticos números de decesos a lo largo de la pandemia, se lo lleve por delante.

Pero lo cierto es que, hasta la fecha, los errores y las mentiras, los casos de negligencia y corrupción y las mismas muertes por Covid19 las ha distribuido Sánchez efectivamente entre todos -responsables autonómicos, municipales, servidores públicos y ciudadanos- con un éxito notable, o de lo contrario ya habría sido procesado junto a la mitad de su gabinete empezando por Salvador Illa, ese ex ministro de Sanidad y candidato a la inanidad que también podría llamarse Benigno sin causar mayor injusticia a su nombre.

Por lo demás, como ya no hay vida parlamentaria -algo que de todos modos no nota el común de los españoles, sepultados éstos bajo las tablas de incidencia acumulada e ingresos en la UCI-, da la impresión de que ya no va a haber política ni casi cambios hasta las próximas Generales, porque ese tipo de clon específico del PP (tanto como de Cs en los últimos tiempos) sólo está acostumbrado a hablar si le ponen una alcachofa delante, si los periodistas aguardan disciplinadamente en fila a las declaraciones oficiales de turno.

De ahí que los medios nos entretengan con las peleas gallináceas entre los socios PSOE y Podemos en el seno del Gobierno, a cuenta de dogmas y prejuicios sobre asuntos que no importan a la generalidad de los españoles -pero que desde luego nos lo ponen más difícil en el día a día, al par que coartan nuestra libertad de expresión y merman nuestro derecho a la igualdad de trato y de oportunidades-.

De fondo, Sánchez sigue quemando etapas, naves, ministros y lo que se tercie en su única idea fija de hacerse con todo el Poder y consolidarse en él para los restos, él y los suyos -entre quienes no faltarán miembros de otros partidos, ojo; así como «intelectuales» y «compañeros de viaje» de toda laya-; en frente, todavía, apenas nadie: sólo Vox parece entender la situación actual de España, pero sus actuaciones no parecen responder a una genuina estrategia a largo y de ello se resiente todo su discurso y por supuesto su acción política.

Ante las inminentes elecciones autonómicas

…en Galicia, CAV y Cataluña lo primero que hay que constatar es un nuevo fracaso en la estrategia de “España Suma”, pues si lo que demanda la hora es una auténtica Alternativa Nacional (a ver si con mayúsculas se aprecia) al Frente de la Izquierda que apoyan los separatistas -precisamente “alternativa nacional” en las tres comunidades referidas (las “históricas”) y en algunas cuantas más-, lo más errado era empezar por unas negociaciones obligadamente parciales.

PP y Cs sólo sumarán en torno a un programa común de alternativa, que cabe ensayarlo aún de cara a las elecciones en Cataluña antes de expandirlo a todo España. Se puede empezar de hecho por las comunidades que ya gobiernan en coalición (Madrid, Andalucía, Castilla y León, Murcia) y dejar que el tiempo ponga a cada uno en su sitio en Galicia y en el País Vasco, con realidades políticas para el PP bien distintas.

UNIDOS POR ESPAÑA

A ver cuándo le queda claro a Pablo Casado, presunto líder del PP actual, que si hablamos de España no hablamos de “Euskadi”, y que si se defiende el derecho a la libertad de educación lingüística no se está con Feixóo (del PNG) sino con Gloria Lago, a la que aquél margina y excluye (junto a decenas de miles de familias gallegas), o con las plataformas vascas a las que tanto prometieron en este aspecto los Alonso, Maroto y Oyarzábal… para dejarlas tiradas después.

Si se está por España y se coincide con Cs (o mejor con UPyD) en la defensa de un marco legal que proscriba la discriminación de los españoles en toda España por razón de su condición española -he aquí la clave de toda la “cuestión nacional” en el momento presente-, entonces no se está con la “inmersión lingüística” ni en Cataluña ni en Galicia, ni en Baleares ni en Valencia, ni tampoco se defiende el Concierto y los “derechos históricos” de los vascos (ni los de los navarros).

Porque entonces se aferra Casado (y Cayetana no menos que él) a la defensa de un orden constitucional que nos ha traído fatalmente hasta aquí, y que además ya ha sido en buena medida superado por los hechos -y sí, a través de medios flagrantemente anticonstitucionales- desde la infausta llegada de Zapatero al poder y la aprobación del nuevo Estatuto para Cataluña.

Eran tiempos en que el PP impulsaba la “cláusula Camps” en Valencia y la “realidad nacional” de Andalucía, por lo que no es nada de extrañar que Alonso hable de “foralismo” y de “voz propia” en el terreno que los separatistas catalanes o abertzales (y con ellos PSC y PSE, y a su rebufo el resto) entienden como “ámbito propio de decisión”.

Y de ahí a la autodeterminación, ¿qué queda? No les importa en exceso a todos los miembros de las castas regionales sobrealimentadas por el nefasto Estado de las Autonomías, cuyo nihilismo es el de quien reza “comamos y bebamos, que mañana moriremos” (no se sabe si en España o en algún terruño recién independizado de ella); pero a Pablo Casado, ¿ya le importa algo?

EL MODELO DE FEIJÓO ¿Y EL DE CIUDADANOS?

La oferta de Arrimadas al PP, casi sorpresiva -pero por qué, ¿no le había sido propuesta a Cs por el PP con carácter privilegiado y más allá de los puntuales resultados electorales?-, tiene al menos el mérito de fijar las reglas de juego entre ambos partidos, y desatar las contradicciones internas de cada uno de ellos, puesto que es un tanto que la líder provisional de Cs quiere anotarse antes de someterse a las primarias de su partido (que probablemente gane).

Parece que Arrimadas, por el modelo que propone de partido, tiene las ideas claras -ojalá gane y sea consecuente con el mejor programa de regeneración de Cs, que es el de UPyD plagiado en mayor o menor grado-. Pero Casado debe apresurarse a tomar la mano tendida de Arrimadas, que a medio y a largo logrará una buena suma electoral pero cuando se haya definido el nuevo proyecto, alejado de las indefiniciones e incongruencias de ambos partidos en un buen número de asuntos.

A su manera, Feijóo tiene un partido ganador en Galicia y un modelo de partido para el PP que lo haría tan reaccionario como el PSOE, pero que no dejaría de ser tampoco “constitucionalista” -el término trampa más peligroso de la política del último medio siglo español- aunque ya no fuese identificado netamente como un proyecto político “nacional”.

Porque eso es lo que está en juego del 78 a nuestros días: si se respeta la Soberanía Nacional en toda España o se está al albur de lo que consientan los caciques y señores locales, y ello en lo que atañe a cuestiones tan relevantes como la tarjeta única sanitaria, el acceso a empleos públicos por igual en cualquier región española o la caja común de la Seguridad Social de la que ahora pretenden distraer su parte los “socios fiables” del PNV.

POR UNA ALTERNATIVA AL RÉGIMEN ABERTZALE

De hecho, aunque en Galicia la situación no resulta tan peliaguda como en el País Vasco o Cataluña -porque casi todo el mundo habla o entiende el gallego y no se ha entablado (todavía) una “guerra cultural” contra el castellano-, de Fraga a Feijóo el PP allí ha renunciado a la lengua común para dirigirse a los habitantes de Galicia, queriendo por tanto poner de relieve la “nacionalidad histórica”, el “hecho diferencial” o la “lengua propia” que acarrea “derechos lingüísticos” (luego transferencias y subvenciones y la capacidad de crear innumerables empleos y cargos públicos).

En el País Vasco, para variar, la situación es si cabe peor en cuanto que no existe ya alternativa españolista ninguna al régimen abertzale, que ni siquiera tiene oposición política: PSE y PP le han aprobado los presupuestos al PNV cómodamente en todas las instituciones, y cuando no ha podido sacar algo con aquéllos ha recurrido a Podemos e incluso a Bildu (el otro pilar del régimen abertzale, encargado de hacer que no se detenga nunca el movimiento).

Por eso resulta risible que el PSE de Mendía se presente como “única alternativa al nacionalismo” (o “no nacionalista” o “constitucionalista”) cuando cogobierna todas las instituciones con el PNV al servicio del régimen abertzale desde hace décadas; como deplorable resulta constatar una vez más que Podemos es una banda de “hijos de la Casta” y arribistas prestos a sumarse a la misma a la mínima de cambio: desde Pablo Iglesias hasta sus últimos delegados en la CAV, todos ellos a favor de los derechos de sangre feudales de los vascos (o de sus haciendas forales, tanto monta).

¿Y el PP “vasco”? No voy a objetar que apenas ninguno de sus dirigentes conozca el euskera o pueda desenvolverse en dicha lengua: no hace falta; el euskera es tremendamente minoritario entre nosotros los vascos (siempre lo fue) y jamás lo hablaron mayoritariamente vizcaínos, alaveses o navarros. Pero entonces de qué presumen, ¿de foralistas, de vasquistas, de carlistas… de guays? Afortunadamente ya saltó del barco naufragado el simpar Borja Sémper, telegénico pero incapaz de dejar de perder votos a miles en lo que fuera siempre bastión político de la Nación Española.

CONCLUSIÓN

Constatar la irrelevancia de prácticamente todos y cada uno de los cargos públicos del PP de Alonso en la CAV no invita de todas formas a decisiones ya fuera de tiempo sobre las tres candidaturas al parlamento vasco. Rosa Díez jamás debiera encabezar una candidatura de la Derecha y menos por estas tierras, lo que no obsta para que Casado la convierta (si quiere) en su asesora de cabecera para “temas vascos”.

Lo que hace falta por aquí, ahora como hace cinco décadas, es más España y más libertad; o sea: más presencia del Estado, más respeto a la Ley por parte de las diversas facciones abertzales, socialistas e izquierdistas, y menos componendas del Gobierno con las castas locales para mantener “la Paz”. Una paz de los cementerios que no beneficia a otros que los detentadores de todo el poder en la CAV: el PNV.

Porque ETA aprovechó “la Paz” para reconstituirse como partido, mientras recibe las nueces del reparto del PNV, al que apoya el PSE y ahora también Podemos, pero al que ya no puede apoyar el PP de Alonso quedando así en evidencia ante propios y extraños, y sumido en la irrelevancia después de haberlo apostado todo a participar en el reparto de las nueces en el “nuevo tiempo” alumbrado por el “proceso” y ratificado por aquello de que “ahora ETA ya no mata” y «hay que construir el futuro con Bildu».

Dijo Cayetana el pasado mes de diciembre que “cuando ETA mataba era un momento terrible desde el punto de vista humano”, pero que “el momento político actual es más difícil” porque “antes estábamos juntos PP y PSOE en el mismo bloque”. En rigor, esto sólo fue cierto de tarde en tarde -pues el PSE nunca dejó de buscar la asociación con el PNV (o con la misma “izquierda abertzale”, vulgo ETA)- y sólo en el caso de personas concretas que convergieron en su repulsa al terrorismo abertzale por encima de siglas.

Algunas fundaron UPyD, otras dejaron el PSOE, otras dejaron el PP y marcharon a Vox, todavía quedan algunas (escondidas) en el PP… Quizás a medio plazo su labor (la del PP de Casado) sea encontrarlas y reunirlas para articular así de una vez la Alternativa al régimen abertzale y a este estado de cosas delirante que comienza (pese al control exhaustivo de los medios) a exhalar un hedor putrefacto ya imposible de disimular.

Lo que queremos es ser españoles

[Publicado como editorial en el extinto diario Nuestra Hora el domingo 7 octubre de 2012.]

Este viernes el eurodiputado de UPyD Francisco Sosa Wagner estuvo en San Sebastián junto al candidato de la formación al parlamento vasco por Guipúzcoa, Nicolás de Miguel, y sostuvo que el concepto de soberanía de los estados “ha desaparecido, ya que es compartida con las instituciones europeas”, por lo que el debate sobre la misma “produce un poco de risa”, aunque ciertamente es el problema crucial ahora mismo para la estabilidad de la Nación y de la misma sociedad española. El representante de UPyD hablaba, exactamente, de los exabruptos de los nacionalismos vascos y catalán, indicando que “sólo en España, donde el debate político es tan pobre, puede producirse un debate sobre el soberanismo, que es una entelequia, una quimera”, mientras De Miguel afirmaba que UPyD “cree en la europeidad, en una Europa de los ciudadanos, no de las tribus, no de los pueblos, ni siquiera de las naciones”, y que su partido representa un mensaje de “libertad, convivencia y respeto al diferente, al ciudadano”.

En realidad, no debiera producir risa un debate que está en el centro de la crisis de identidad y valores europea, en todos y cada uno de los países europeos y en buena medida también en Estados Unidos y Rusia, y que comprende además el arduo problema de qué hacer con una masa ingente de población de todos los países en busca de lo que llamaremos una “nacionalidad de amparo”. Porque esto de no creer en las naciones es un pensamiento un tanto torpe, cuando si algo puede valorar el sujeto de derechos por encima de cualquier otro reconocimiento –incluida la misma Carta de Derechos del Hombre de la ONU, por supuesto- es la nacionalidad, que le hace depositario de derechos protegidos por el Estado de la Nación de la que, precisamente a través de la nacionalidad, se convierte en ciudadano.

Pero es que además el recurso de uno y otro es facilón frente al desafío separatista, ese “yo no soy tampoco nacionalista español” que sería muy cortés si los representantes del Estado español en el País Vasco no vinieran siendo asesinados desde hace décadas, precisamente por su defensa de la Nación y del Estado que la administra. Como siempre, se pretende de los vascos que nos sentimos españoles -sería más exacto decir que somos españoles que nos sentimos vascos, por lo menos de vez en cuando y ateniéndonos a la citada consideración de la nacionalidad-, que seamos vascos “no nacionalistas”; es decir, vascos socialistas, por ejemplo, ¿pero españoles, españolistas, nacionalistas españoles…?

Al respecto es curioso que todo el mundo tolere el nacionalismo, cuando es “democrático” o “moderado”, pero sólo si es antiespañol, mientras no se ha permitido en más de 30 años de democracia la creación de un Partido Nacionalista Español, “democrático” o “moderado” y respetuoso con la Constitución de 1978 y sus símbolos e instituciones, porque evidentemente este sería descalificado como de “extrema derecha” o bien, según identifican algunos en la actualidad, se debe a que ese partido existe y es el PP. Cosa que es falsa, o bien más que discutible, pero que flota en el ambiente y presiona al partido de Mariano Rajoy para que desdibuje todas sus señas de identidad españolistas o españolas a secas en las diferentes comunidades autónomas -dado que el chollo político y financiero reside en la España actual en los gobiernos autonómicos y sus boletines oficiales, como sistema que permite un control integral sobre la vida pública de cada región a las castas políticas regionales-. Es el feudo enfrentado a la Nación, y es precisamente contra el feudo, señorío o cacicazgo que se constituyó la Nación-Estado como forma democrática, símbolo de la Soberanía Nacional y garante y protectora de los derechos y libertades de sus ciudadanos.

Los españoles siempre hemos sido europeos

Por otro lado el europeísmo, sobre todo el relativo a las instituciones de la UE, resulta estéril sin que parta de una política exterior integral de la Nación española. Los individuos pueden ser todo lo cosmopolitas que su situación les permita, pero las naciones funcionan de manera distinta y aquí es necesario pensar en el encaje futuro de España en la Unión Europea, no en que Europa nos acoja como apátridas, bohemios y desertores. En rigor, los españoles ya somos europeos -desde Roma-, lo que queremos es que nos dejen ser españoles en España y que ser español no implique discriminación por razón de nacionalidad en nuestra propia patria.

Por supuesto, y pese a cualquier tipo de efluvio europeísta, ni Europa es una Nación, ni existe una especie de Soberanía Nacional Europea (también conocida como Soberanía Popular) que resida en la Eurocámara o en algún otro de los órganos ejecutivos de la Unión Europea. Puede que esto fuera lo pretendido por la Constitución Europea, pero ese enorme centón de derechos y regulaciones fue felizmente desechado. Porque lejos de hacernos más libres o más sensatos a los españoles, la infinidad de sus disposiciones habría de sumarse a las propias de las administraciones inferiores –Estado central, comunidades, diputaciones, municipios-, completando así el cuadro de ciudadanos de países supuestamente desarrollados que trabajan de la mañana a la noche para que el Estado les retire con cualquier excusa la mayor parte de sus ingresos honradamente ganados, mientras cientos de miles de burócratas discuten sobre el sexo de los ángeles y la calidad del aire de las ciudades europeas y la excelentes oportunidades de negocio en China y las incomparables expectativas suscitadas por las energías verdes y los nuevos nichos laborales que ofrecen las nuevas tecnologías de la información.

Échese de hecho un vistazo a la Europea real: deuda elefantiásica, paro cronificado de millones de jóvenes y hombres de mediana edad, población envejecida, rigidez económica, pérdida de talentos, trabas a la iniciativa privada y otro tipo de restricciones por doquier, incremento del racismo, falta de competitividad y sobre todo de costumbres cívicas y respeto a los derechos ciudadanos. Los españoles, cabe reiterar, siempre hemos sido europeos, y en los últimos tiempos hemos cometido de su mano algunos de los peores errores como sociedad y asistido a las aberraciones políticas más sangrantes sin que nadie en la UE haya dicho ni esta boca es mía. Hablamos de una Eurocámara que siguiendo las consignas de Zapatero en sus primeros tiempos al frente del Gobierno de España revirtió la política común respecto al régimen totalitario castrista, mientras aprobó por mayoría absoluta -aunque por pocos votos- que el Ejecutivo entablara negociaciones para “la Paz” con la organización criminal ETA.

Ser español está bien

Españoles está bien, gracias. Pero que se proteja nuestra nacionalidad de puertas afuera y de puertas adentro. Y menos especular sobre disoluciones en el éter intercultural europeo -que en realidad vagamente existe, o en mucha menor calidad y extensión que en tiempos pasados-. Los españoles debemos pensar en España, en sus problemas reales bien es cierto, con ideas enriquecedoras que superen los habituales términos falseados sobre los debates, está claro. UPyD es una apuesta regeneradora en ese sentido del debate público en España, salvo cuando cae en manidos argumentarios o disquisiciones idealistas y voluntaristas que no guardan relación con la realidad.

El problema, desde luego, nunca fue el nacionalismo español; ni siquiera el casticisimo, mucho menos el fascismo. El problema es el antiespañolismo, el propio del separatismo y su red de complicidades en otros grupos políticos, y el de una izquierda revirada que debiera sostener el sistema constitucional en vez de dedicarse, de cuando en cuando, a bordear o directamente infringir la Ley, caso del PSOE de Rubalcaba, como antes el de Zapatero y antaño el de González -que ahora repara en los “nacionalismos insolidarios”-. Se trata de poner coto a los desafueros de una clase política desmadrada –sin madre, sin Patria, sin escrúpulos ni patriotismo de ningún tipo-, y permitir a través de la democratización interna de los partidos que al menos sean representantes de los españoles únicamente los que estén encantados de serlo y quieran sacrificarse en aras del bien común de sus compatriotas. ¿Resulta tanto pedir lo que debiera ser una premisa para la elección de todo cargo público en España?

Una estrategia para la Derecha (y IV). Los obstáculos

…principales para consolidar una estrategia de la Derecha son los habituales en el recorrido político hacia la consecución de un nuevo liderazgo: los personalismos, los tiempos, los lastres de la herencia recibida (de programa o de relaciones personales)… y la falta de convicción.

LOS PERSONALISMOS

Más allá de las legítimas aspiraciones de Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas (antes, de Albert Rivera) al liderazgo del Centro-Derecha, son las personalidades del entorno y en los primeros puestos del escalafón de cada partido las que a menudo dificultan cualquier entente que pueda suponer una merma en su respectiva preponderancia interna.

Ahora que parece que Cs va a cerrar filas en torno a Arrimadas y su modelo de “un discurso igual en toda España” -cantinela escuchada antes en las filas de PP, UPyD, ahora Vox…-, convendría que la nueva dirección entendiera que sus planteamientos difusos sobre cuestiones morales sólo pueden perjudicarles a ellos y a su acción concertada con PP y Vox como alternativa al Frente de la Izquierda.

Asimismo, deberían dejar de entretenerse con la autodefinición política, puesto que nadie es del todo “socialdemócrata” o del todo “liberal” en Cs (como tampoco en el PP o en Vox). Son los fulanismos alimentados a la sombra de Rivera o en su contra los que han propiciado ciertas polémicas internas, de escaso interés para propios y ajenos entre las bases sociales de la Derecha o de la Izquierda no extremista. Los Maura, Prendes y otros profesionales del arribismo mejor estarían en su casa.

De modo parecido, una vez superada la primera gran crisis en la formación con la salida de Alejo Vidal-Quadras -que aún era miembro del PP cuando se presentó en las europeas de 2014, y pasó a pedir el voto a Cs al quedarse sin escaño-, Vox ha resaltado su perfil más duro y reaccionario aunque la clave de su éxito provenga de mantener la defensa de la legalidad constitucional frente al separatismo catalanista. O lo que es lo mismo: se vota a Vox pese y no gracias a Espinosa de los Monteros.

Por último, el primero en antigüedad y en importancia de los tres partidos del Centro-Derecha, el Partido Popular, renovó su liderazgo con la elección por primarias de Pablo Casado, lo cual debiera haber legitimado a éste para cambiar de personas de arriba abajo y sin perder la sonrisa amable: porque Casado pudo llegar precisamente por la expectativa de cambio radical con respecto a su antecesor Mariano Rajoy -en un momento de grave crisis nacional, además- y no como el encargado de pilotar una especie de transición interna entre un liderazgo avejentado y otro más moderno.

Debería cuanto antes, sin esperar siquiera a las elecciones autonómicas en Cataluña, Galicia y País Vasco, prometerle un Ministerio a Feijóo y cualquier cosa alejada de la vida política a los Alonso y demás reata de fracasados electorales. Que se acaben las “fuentes populares” -anónimos para la maledicencia- que desde antes del congreso de Valencia sirvieron a Rajoy para cargarse a sus adversarios políticos y proteger a los suyos. Ahora las “fuentes populares” cargan contra Casado en la figura de algunas de sus apuestas personales, pero Casado es el que manda: ¿a qué espera para silenciarlas?

LOS TIEMPOS

Nunca es buen momento para los cambios radicales y las decisiones drásticas: si siempre se corre el peligro de no ser entendido, o de no acertar, resulta que cuando corren los buenos tiempos y prima la estabilidad se deja todo para otro “mejor momento” mientras que cuando la crisis acucia se recurre al “mejor no hacer mudanza”, lo que puede devenir en una parálisis recalcitrante. El mejor ejemplo de esto último sería Rajoy, que a duras penas decidió ascender a los Levy, Maíllo, Maroto y Casado para contrarrestar la emergencia de los nuevos y juveniles liderazgos de Rivera y Pablo Iglesias.

En rigor, el cambio continuo debería ser en los partidos la norma, cambio sobre todo de personal (caras) pero también de programas y estrategias adaptados a cada tiempo político. Pero resulta que en estos días de persistente bullicio electoral y reiterada llamada a las urnas el cambio debería producirse casi espontáneamente -según los resultados de cada cual, precisamente- y sin embargo los partidos son los primeros diques de contención contra la voluntad ciudadana expresada en votos, premiando a los adictos frente a los eficaces y exitosos.

Ahora la premura, cuando Casado no parece haber afianzado su liderazgo en el PP y Arrimadas lucha por evitar la irrelevancia de Cs, debiera instar a la toma de decisiones sobre los personajes responsables de defender la estrategia y sobre la misma posibilidad de una entente de ambos partidos como “España Suma” u otra denominación. Vox, a su vez, se encuentra inmerso en un proceso de acelerada “profesionalización” de sus miembros internos y cargos públicos, probablemente acertado y en el momento adecuado.

Pero el tiempo corre contra todos ellos, pues en cualquier momento podría convocarles Sánchez a unas nuevas elecciones como ya hiciera después de la manifestación del “trifachito” en Colón -que le sirvieron a aquél para demostrar la desunión de los tres, paradójicamente (o no tanto) al querer meterles en el mismo saco-.

Ahora las cosas deberían estar más claras para PP, Vox y Cs: o suman mayoría absoluta entre las tres marcas, o entre dos de ellas si hay alguna fusión, o la alternativa conjunta se disipará y además con la posible desaparición de una (e incluso de dos) de las tres formaciones en el corto plazo -lo que a priori no tiene por qué suponer el fortalecimiento de un solo partido del Centro-Derecha con la recuperación íntegra y unificada de toda su fuerza electoral-.

Urge que Cs explote frente al PSOE sus señas de identidad más reconocibles, como la defensa de España y de la igualdad entre españoles, al par que destapa sus distintas hipocresías en las cuestiones “progresistas” de que hace bandera esta Izquierda, pero que frente al PP no exalte sus diferencias en estas mismas cuestiones si sobre todo esperan dar cabida a una marca electoral entre ambos. Más aún es preciso que el PP se decante definitivamente por lo “conservador” o lo “liberal” en lo moral, a fin de determinar de una vez por todas con qué pareja de baile quiere concurrir a la próxima cita, Cs o Vox.

LA HERENCIA RECIBIDA

¿Pueden refundarse los partidos (del único modo en que pueden hacerlo) programáticamente, implique ello o no (que debiera implicar) el recambio de personas en toda la jerarquía? Así lo demostró exitosamente Aznar en el ejemplo español más claro, como antes Tony Blair con el Partido Laborista o Margaret Thatcher con el Partido Conservador en Gran Bretaña.

Pero también a Zapatero, aunque por la puerta de atrás, se le podría atribuir una reconversión del PSOE no menos drástica que la de Felipe González en Suresnes, que constituyó un éxito entonces aunque su ambigüedad haya escamoteado una clara percepción de lo que el PSOE ha venido siendo hasta nuestros días, sobre todo en las dos últimas décadas: una maquinaria de propaganda y agitación electoral para asaltar el Poder a cualquier precio y de la mano de cualesquiera aliados, con exclusión del PP.

En el caso de este partido, Mariano Rajoy (elegido a dedo por Aznar) decidió zafarse de la herencia anterior con la coartada de que le impedía ganar las elecciones a Zapatero, presidente nefasto en lo político y sectario de largo recorrido al que fue incapaz de ganar en 2004 tanto como en 2008, pudiendo sólo heredarle debido a su dimisión provocada por actores internacionales como EEUU, China y la UE. Es por tanto la herencia de Rajoy la que le compete a Casado liquidar -y ya tarda-, independientemente de que quiera o pueda refundar programáticamente el PP.

En la Izquierda, Sánchez continúa con el proyecto ideológico de Zapatero porque parece blindarle el flanco que le ataca Podemos, si bien no es descartable que en su carrera de despropósitos decida prescindir de su pesada herencia ahora que -ya se verá- el destino de su antecesor queda inextricablemente vinculado al de los dirigentes de Podemos por sus turbias relaciones con el narcorrégimen de Venezuela y sus socios bolivarianos. Pronto se podría ver obligado a soltar lastre para emprender de nuevo su vuelo de halcón, y ni los escrúpulos o lealtades partidistas ni su pensamiento político (del que carece por completo) parecen obstáculos en esta dirección.

Para Inés Arrimadas, por su parte, dado que es el único cartel presentable por Cs con una entidad similar (o superior incluso) a la del demediado Albert Rivera, todo parece consistir en reivindicar la herencia del anterior pero con un nuevo membrete, su propio liderazgo. Queda por ver si a diferencia de Rivera ella no hace del personalismo un dique de contención contra cualquier posibilidad de entendimiento con el PP de Pablo Casado.

En Vox no parece cundir ninguna preocupación a este respecto porque son un partido de reciente aparición, pero su apuesta por dar la “guerra cultural” comienza a llenar de rigideces un discurso que debiera ser más ambicioso en los asuntos primordiales que afectan a la Nación, de la reforma educativa y la regeneración institucional a la política exterior y el fomento empresarial. Esto es, que antes de encallar en la solidez de unos presuntos principios éticos sobre cuestiones que apenas atañen a los políticos -de ahí la preocupante degradación del discurso de la Izquierda realmente existente en España (PSOE y Podemos)- se hace perentorio el acabado de un discurso integral para la Nación digno de tal nombre, y del que ahora mismo (aunque tanto presuman) carecen.

CUARTA CONCLUSIÓN

Pese a lo que venden los medios, a instancias probablemente de los propios partidos aludidos (PP, Vox y Cs), el problema de estas fuerzas del Centro-Derecha no tiene que ver con sus fuertes convicciones sino con la falta de convicción y de confianza en sus posibilidades de revertir la situación política actual en la que la Izquierda es hegemónica. Vox parece distinto en esto a PP y Cs, pero sólo en apariencia, aunque al menos planta cara contra los designios apodados de “memoria histórica” o “de igualdad” de esta Izquierda demente.

Sólo si los tres interiorizan el diagnóstico acertado, si se convencen de una vez del desafío que plantea el Frente de la Izquierda apoyado por los separatistas, podrán defender una u otra estrategia con convicción de cara a desalojar a Pedro Sánchez y sus socios del Poder. Hasta ahora, dicen haber entendido la gravedad de la situación, pero no actúan en consecuencia.

Así, todavía se plantea desde las filas del PP el “alcanzar grandes acuerdos” o “pactos de Estado” con un PSOE que viene a desmantelar el actual Estado (ya muy deteriorado en sus funciones), como en Cs no se cierra la puerta a una futura negociación de Gobierno con los socialistas, o en Vox hacen como que les preocupa el momento, pero no paran de celebrarlo.

Por lo tanto, sin la convicción de que es urgente y necesario un cambio radical en la trayectoria de la democracia española, que pasa decisivamente por la marginación del PSOE y sus socios del Frente, la alternativa de la Derecha será insustancial y la derrota de sus partidos consecuencia directa de su idiocia política.