El argumento de que Rusia es víctima

…resulta chocante, cuando se habla del expansionismo de la OTAN -Pío Moa, entre nosotros-, porque basta echar un vistazo al mapa, sobre todo si es esférico, para comprobar que difícilmente puede ser rodeado por la OTAN el país más inmenso del mundo, con multitud de bases navales con salida a los principales océanos del planeta, aun si se diera el caso de bloqueo turco hacia el Mediterráneo y quedara asimismo cerrado el Báltico -¿pero no es acaso Rusia desde siempre, antes de la URSS, la que ha amenazado a las naciones bálticas y a Finlandia?-.

Pues Rusia por el Este tiene acceso al Pacífico por el Ártico y por el Mar del Japón, que no resulta una amenaza para nadie desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Al sureste limita con China -¿acaso es su enemigo declarado?- y al sur con unas repúblicas centroasiáticas en las que se mantiene la esfera de influencia de tiempos soviéticos, como Kazajstán; su acceso al Mediterráneo podría obtenerlo gracias a su alianza de facto con Siria, ¿pero acaso la Turquía de Erdogan le ha supuesto algún tipo de amenaza a Putin hasta la fecha?

Pretender que Ucrania es el agresor por una política gubernamental “antirrusa” es plagiar los argumentos del tirano Putin, que no es que sea presentado así por la “propaganda USA”, es que se ha comportado así desde que llegó al Kremlin, y no en vano los asesinatos perpetrados desde entonces contra periodistas, opositores y activistas de los derechos humanos se han convertido en moneda corriente con la que paga el exKGB a los “traidores” y “vendidos”.

¿Pero vendidos a quién, si puede saberse? Navalni fue envenenado a instancias de Putin, como Skripal o Litvinenko, sólo que aquél no era un espía disidente al que otro camarada le ajustaba las cuentas, sino el líder de un partido político democrático que también promete lo mejor para Rusia, pero no a través de alimentar los peores sentimientos y rencores xenófobos, victimismos de los que se retroalimenta Putin revestido de sus particulares galas zaristo-estalinistas.

HISTORIA A LA CARTA

Porque ha sido Putin el que no ha perdido la oportunidad de conmemorar a la soviética el papel triunfal de una URSS dirigida con puño de hierro por Stalin, porque derrotó finalmente a los nazis, mientras enlaza con naturalidad la epopeya medieval del Rus de Kiev -fundado por vikingos Varegos, ¡luego suecos!- con las grandes gestas antinapoleónicas y la Guerra de Liberación para la que Stalin no dudó en apelar a los nobles sentimientos por la “Madre Rusia”.

Ahora resulta que hay que deslindar ciertos horrores de la Historia reciente, como el Holodomor perpetrado por ese mismo Stalin que glorifica Putin, según la ideología -¡fueron los comunistas, no los rusos!- y no la nacionalidad, pero entonces cabe admitir que los ucranianos “antirrusos” hagan lo mismo pero a la inversa -¡fueron los rusos, no los comunistas!-, aunque les valga también la síntesis: “fueron comunistas, rusos y ucranianos”. Sobre todo frente a Putin.

Porque a fin de cuentas las afinidades sentimentales son claras, cuando los ucranianos tachados de “nazis” quieren entrar en la Unión Europea, y los nazis “internacionalistas” (¡antiglobalización!) de medio mundo quieren liquidarla -y se encuentran a gusto con Putin-, y los “prorrusos” en Ucrania, ya sea por “antinazismo” -“no son antirrusos, son pronazis“- o por nostalgia de los tiempos comunistas, quieren volver al seno de la Gran Madre Soviética.

Que obviamente siempre fue Rusia, la sucesora del anterior Estado zarista, extendido por doquier con el recurso esencial a la Policía política asimismo heredada del antiguo régimen. Sin Rusia, el más terrible Imperialismo que haya conocido la Historia no hubiera sido posible, porque no hubiera existido siquiera la URSS. Desde Rusia se extendió su pestífera esencia por todo el mundo, como un virus, gracias a los adelantos introducidos por Lenin, Trotsky y otros.

RUSIA SE EXPANDE DESDE HACE MIL AÑOS

Pero mientras que a Alemania se le ha cargado el Holocausto de manera inmisericorde -y con muy justas razones- desde hace ocho décadas, a la implosión de la URSS no siguió ningún Núremberg, por lo que no es de extrañar que Rusia, o la sociedad rusa que otorgó el Poder a Putin y ha decidido mantenerlo en él hasta la fecha, decidiera que lo mejor para mirar al futuro era convertir a Rusia en la principal víctima de la URSS, limpia de polvo y paja.

En todo caso, por mucho que haya quienes entiendan/entendamos cierto sentimiento de humillación de una importante parte de los rusos por lo que juzgan una incomprensión algo injusta de la Rusia postsoviética por parte de Occidente, la única política de Putin desde que llegó a la Presidencia en 1999 ha sido la de expandir las zonas de influencia de Rusia, más allá incluso de los límites anteriores a la Gran Guerra.

Primero se ocupó Putin de Chechenia, cuya capital Grozni fue objeto de bombardeos contra la población civil como ahora Kiev y las demás ciudades ucranianas, aparte de la política criminal de guerra que incluía la tortura y la violación de civiles. Luego siguieron Ingushetia y Daguestán, repúblicas caucásicas, antes de la intervención militar rusa en Georgia, todo ello para 2009. ¿De verdad en todo este tiempo la OTAN ha representado una amenaza para Putin?

Y de nuevo, si echamos una mirada al globo, comprobaremos que la política de alianzas de la Rusia de Putin desde 1999 a hoy no ha sido precisamente prooccidental, sino de refuerzo de sus antaño aliados de la hora soviética: de Irán a Siria, de Cuba a Venezuela, con ejercicios militares conjuntos cada tanto con China, que tiene su propio plan de expansión imperialista aunque tal vez, y por culpa de la agresión de Putin, ahora sea a largo, cuando convenga, con paciencia confuciana.

CONCLUSIÓN: PUTIN ES CULPABLE

El régimen de Putin es culpable como agresor de una potencia sin mediar amenaza bélica alguna por parte de ésta, y así ha de ser considerado por la ONU y por el conjunto de las naciones soberanas del mundo. Pero, ¿hasta qué punto es Rusia culpable ahora mismo de los dislates despóticos de su “presidente electo”? Para los que entienden/entendemos que Putin es un tirano, la heroicidad requerida en Rusia para plantarle cara raya en la conducta suicida.

Pero, ¿qué hay de los que piensan que este nuevo Napoleón eslavo viene a la Cruzada por los Eternos Valores Morales de la Familia, la Patria y la Religión? ¿De veras entienden ellos que el pueblo ruso o la sociedad rusa está con la política del caudillo imperialista Putin? ¿De qué entonces la necesidad de reprimir por miles a los propios ciudadanos rusos que se manifiestan por las calles?

¿Qué entienden algunos, exactamente, con lo de que “Rusia es la víctima” o “Rusia está amenazada”, exactamente? ¿Qué Rusia: sus gentes o la imagen de estampita que tienen algunos de las patrias? Y en cuanto a Putin, que no está loco: ¿qué tiene para ofrecer a los rusos si pierde la guerra? Nada. ¿Y si gana? Nada, o muy poco. Luego como la rata, de verse él -no Rusia, sino su tirano- acorralado, es cuando más peligroso se tornará.

El momento es tremendamente delicado, y se trata de algo de lo que se podría hablar durante años -si tuviéramos tanto tiempo-, porque a fin de cuentas es el fin definitivo del Orden nacido de la Alianza de USA y URSS contra Alemania y Japón durante la SGM a lo que nos enfrentamos, y que sólo la Guerra parece capaz de simplificar decisivamente. Ahora bien, si no cabe encontrarle salida a Putin, deberá quedar claro que sí la hay para Rusia. Pese a todo.

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En la muerte de Antonio Escohotado

…conviene atender a que se puede en este caso llegar al hombre, al sabio, tanto a través de su obra -prolija y plena de una voz original- como a través de la persona que fue, de la que tanto han hablado tantos desde hace tanto tiempo, y él mismo en sus últimos años con sus breves memorias Mi Ibiza privada, o en conversación con Ricardo F.Colmenero en Los penúltimos días de Escohotado.

Lega para la posteridad, y no es obsequioso añadirle el “global” a posteridad, su enjundioso estudio sobre Los enemigos del comercio, así como el canónico Historia general de las drogas, y otras obras sólo en tamaño menores como Caos y orden o la recientísima Hitos del sentido, que servirán por sí mismas para orientar al lego por los meandros de una obra que, siempre al margen del fraudulento binomio Derecha-Izquierda, discurre caudalosa hacia la comprensión total.

Pues fue siempre la idea del ambicioso profesor el conocerlo todo, el experimentarlo todo o casi todo, y desde el máximo de percepciones y posiciones distintas, lo que a la postre le condujo por la senda de la rara sabiduría que viene de la retractación radical de lo siempre asumido como más propio, para dirigirse hacia una más honda experiencia de lo real que cristaliza de nuevo en la amplia libertad, pese a los apuros intermedios.

Y ahí se nos aparece a la generalidad, como por sorpresa, el que siendo siempre hombre de izquierdas, justiciero, enemigo de los cruzados clerical-militares y de todos sus prohibicionismos aparejados, emprende el camino del conocimiento puro y se dedica durante décadas a beber en las fuentes para extraer todo tipo de conclusiones, cotejarlas, contrastarlas, descartar unas ante las rotundas certezas que se imponen a su paso…

Decía entrevistado por Federico Jiménez Losantos -en lo que representó uno de los eventos intelectuales más importantes de lo que va de siglo XXI español- que con Los enemigos del comercio daba su vida, su obra, por cumplida. Una obra de la que somos legión quienes pensamos que, de tratarse de un autor useño, británico o francés, ya habría sido promocionada al nivel de los best-sellers de Fukuyama, Harari, Ferguson y demás.

Pero lo que importa, a fin de cuentas, es que al menos sus más directos legatarios, a ambos lados del Atlántico, contamos con una especie de Biblia contra los enemigos de las libertades, de la prosperidad y de todo lo que de mejor puede dar de sí el hombre, como persona plenamente formada y en pleno uso de sus facultades de razón y decisión, no menos que como parte de una comunidad de iguales en la que el bien propio no está reñido con el bien ajeno.

Una última y valiente enseñanza de quien, viniendo prácticamente del apostolado de la lucha de clases, si bien en su vertiente menos violenta y más libertaria, acabaría militando con fe mayúscula en lo que a él le gustaba denominar “la guerrilla de la concordia”. Salve, maestro.

Las ideologías furiosas

…son impulsadas en todo tiempo y lugar por aquellos megalómanos que, como el Diablo, cuando se aburren mucho se ponen a pensar en cómo perjudicar al hombre corriente, al que ven pasar todos los días por delante y al que no soportan, en su afán poco común por salvar a la Humanidad de sí misma y atribuirse después el mérito.

Que la llamada “cumbre climática” haya deparado al fin el reconocimiento de la energía nuclear como “verde” no debiera sorprender a nadie, pues entre nosotros lo sostiene el joven economista nonagenario Juan Velarde desde hace medio siglo, o más: barata, limpia y segura, lo que necesita precisamente un país como España con su alta demanda energética tanto en temporada de verano como durante el invierno.

Que los crímenes de índole sexual aumenten exponencialmente a la producción legislativa -dislocada, frívola, inútil- de la Izquierda sobre la materia tampoco es de extrañar, porque lejos de tratar de contener el derrame de gasolina lanzan alegremente sobre el vertido sus cerillas encendidas de ilusión y pretendidas buenas intenciones, que desde luego para nada aseguran la protección física de las maltratadas o de las mujeres en general ante las agresiones violentas.

Que la reinserción, precisamente, de criminales sexuales se quiera conjugar con la criminalización del “heteropatriarcado”, como la ocultación de abusos a menores en centros dependientes de administraciones en manos de los autodenominados “progresistas” se realiza en nombre de la salvaguarda de no se sabe bien qué protección de datos, da otra buena muestra de cómo la ideología perniciosa de los que se proclaman “conscientes” engendra monstruos.

 Que toda la zarrapastrosa negociación presupuestaria, con los privilegios a flor de piel en las manos petitorias de los jefes y chamanes tribalistas de las “nacionalidades y regiones”, se resuelva finalmente con la aprobación de leyes que nos vetan nuestros acreedores, a modo de improbables soluciones que en realidad empeorarían los problemas, da buena cuenta de la desfachatez insólita del primer presidente que ha hecho del Gobierno un ente inútil para gobernar.

Pero es que, a fin de cuentas, ni los recitales de la memoria básicamente antifranquista, revanchista, falsaria, o los de la memoria “sobre el conflicto” desencadenado por los terroristas abertzales apadrinados por la Iglesia y el PNV, ni las componendas de buena sociedad parlamentaria en la que el partido del Gobierno ha incurrido con los golpistas de ERC y de Junts, llegando hasta los inconstitucionales indultos que ahora de nuevo salen a la palestra…

Nada de lo que ha realizado el Gobierno Sánchez en comandita con Podemos ha sido bueno para España y para los españoles, sino todo lo contrario, aunque lo traten de encubrir con mentiras, sobornos a los medios y al “mundo de la Cultura”, ayudas presuntamente directas a los necesitados y demás morralla fascistoide. Todo ha ido encaminado a enquistarse en el Poder y desde ahí destruir cualquier alternativa a su política de saqueo y corrupción.

De ahí la necesidad, cada vez más urgente, de someter todo pensamiento crítico a las falsas verdades de las ideologías furiosas, para sofocar la rebelión intelectual y social, política, a todo este desfasado estado de cosas. Nunca como ahora se había mentido tanto y con tal descarnado cinismo a los ciudadanos sobre la situación, sobre los problemas reales y los retos asumibles, sobre la esencia misma de la vida en sociedad, sobre la convivencia y la democracia.

Y con semejante proyecto de sustitución total de lo Real por la Causa ideológica pretenderá una vez más el demediado líder del PP, Pablo Casado, llegar a pactos de Estado “por el futuro de España” -¡el futuro!, la recurrente promesa de las ideologías que, precisamente, surgieron para denunciar por engañosas las teleologías religiosas y sus promesas de una mejor vida más allá de la muerte-.

Estos “progresistas”, al cabo, nos prometen la penuria en vida y la redención futura, nos certifican la ignorancia de nuestros hijos y sus limitadísimas oportunidades laborales y vitales, mientras se dedican esencialmente, en cuerpo y alma, y como siempre han hecho, a la sustracción de todo lo que aún producen los más afortunados y libres, para llevárselo crudo y seguir presumiendo de conciencia social. Ellos son incorregibles, pero ¿y nosotros?

Lo propio de Occidente es conferir sentido al mundo

…en la acepción convencional de “conferir”, que es atribuir dignidad o consideración o reconocimiento a algo, e incluso en su acepción clásica latina de “llevar muchas cosas” en este caso al mundo para dotarlo de sentido, para lograr apropiarnos de toda su extensión y significado. Así ha sido desde Grecia y Roma, pero incluso desde tiempos de Egipto y Sumeria.

Una conferencia de sentido que fue tradicionalmente dada por las religiones y sus usos y prácticas derivados -ritos, costumbres, sacrificios o sacramentos- hasta la consolidación de los monoteísmos y su posterior desarrollo, degeneración o desintegración como deísmos, ideologías o éticas particulares.

Lo que diferencia la pretensión occidentalista de otras visiones (orientales) como el Islam, el Budismo o el Comunismo, que divergen fundamentalmente del pathos occidental, es la aspiración nunca colmada al conocimiento total, a la plena sabiduría, frente a los determinismos fijados por aquéllas según la Ley de Dios, de la Vida o de la Historia.

Por eso al hombre medio de Occidente pueden parecerle inquebrantables la fe fanática del talibán, la resignación ascética del lama o el voluntarismo disciplinado del militante del Partido Comunista Chino: ellos pertenecen -por libre elección en su mayoría, es innegable- a un mundo cerrado de causas y consecuencias donde todo lo que sucede es real y por tanto aceptable.

Una especie de hegelianismo asumido como verdad absoluta desde hace milenios en caso de los budistas, de hace siglos si hablamos de los seguidores de Mahoma, y desde hace décadas por parte de los acólitos del marxismo-leninismo. Una teleología que exime a los hombres de buscarse a sí mismos en su verdad porque la verdad ya viene dictada desde el origen de los tiempos.

Por esta falsa evidencia se rigen los totalitarismos que proclaman haber dado con la clave esencial del decurso histórico, y en ella ha naufragado todo el pensamiento irracionalista de los dos últimos siglos cuando se ha traicionado a sí mismo -su método crítico de conocimiento de lo real- para entregarse a los exoterismos de un Sentido Último de la Historia o del mismo Ser.

Una falla en la visión heredada de los griegos según la cual es el hombre la medida de todas las cosas, sujeto racional capaz de utilizar su razón más allá del cálculo de la mera supervivencia material, con la vista puesta al fin último de las cosas no menos que al discernimiento de su origen, con el fin de mejorarse como meta de un discurrir vital que es fundamentalmente moral.

Pues sólo el hombre puede atribuir u otorgar sentido al mundo, a diferencia de los animales o los vegetales; esa potestad nos confiere a su vez autoridad para enjuiciarlo, explicarlo, comprenderlo o rechazarlo, es un don y una condena a perpetuidad, generación tras generación, mientras la especie sobreviva (en este o en cualquier otro planeta).

Frente a semejante y libérrima voluntad de saber más, más de nosotros mismos y de nuestro entorno todo, se alzan los muros de la incomprensión ajena y de nuestra propia pobre facultad de inteligencia del conjunto complejo de lo real; pero el ansia que espolea al hombre que busca la verdad es la única guía para el progreso y la prosperidad, y la libertad es su premisa.

Por eso, cuando cada tanto parece cernirse sobre Occidente la oscuridad de una noche eterna, merece la pena recordar esas luces y guías que nos orientan entre los escombros del sentido de un mundo que se nos ha vuelto extraño.

Occidente se retira de todos los frentes

…en consecuencia con su falta de fe en un Orden liderado por sus valores y principios -si es que a estas alturas mantiene alguno diferente a “hacer negocios”-, lo que más acá de Afganistán implica la pérdida acelerada de cualquier tipo de régimen amigo en el hemisferio suroccidental: precisamente en América, la América española.

La Internacional Socialista del Foro de Sao Paulo alcanza por tanto metas y objetivos que les parecían vedados apenas hace una década, y todo ello mientras los EEUU de Obama y los Clinton se dedicaban a meterle el ojo a Putin en su esfera de dominio, mientras se vendían a China y se volvían a olvidar de la defensa sistemática de los derechos humanos.

Porque el llamado “intervencionismo humanitario” ha tenido episodios más chuscos que los de Afganistán e Irak, caso de las “primaveras árabes” en Libia o Egipto, o en la mismísima Siria salvada a la postre de su desintegración por el descaro rampante de un Putin al que se pretendía desafiar en Ucrania hasta que decidió ocupar (y quedarse con) Crimea.

Nada que la diplomacia conjunta de la UE y la OTAN no pueda empeorar, con sus remilgos en la actuación que desmienten una a una sus rotundas condenas a los desmanes de potencias, a estas horas de la partida, declaradamente enemigas de los intereses y de la misma esencia de Occidente; del citado respeto a los derechos elementales de los individuos.

Afganistán no será por tanto más que símbolo del presunto fracaso militar de Occidente, que fácilmente enjugarán el cine y los medios al uso hablando del “avispero afgano” y cosas por el estilo; pero lo que indica a las claras la retirada de los USA y sus aliados de un terreno lejos de haber sido pacificado (¿misión cumplida, entonces?) es la falta de voluntad de victoria.

¿Para qué vencer sobre un terreno yermo? ¿Sería legítimo, de hecho, imponer el modelo occidental a una población tan dispar étnicamente, tan lejana incluso físicamente de constituir una Nación como las que reconocemos habitualmente? ¿Para qué se fue, en definitivas cuentas, a Afganistán? Pues básicamente para erradicar la amenaza talibán, cosa que no se ha conseguido.

Pronto veremos por tanto las grúas con cadáveres colgando -como en el Irán de Jomeini, como en el Afganistán de hace dos décadas-, como volverán las lapidaciones de mujeres “adúlteras” o meramente contestatarias, o de los señalados como “blasfemos”, o de todo aquel que no conciba vivir nuevamente bajo un régimen de terror islámico y decida rebelarse contra el mismo.

¿Dónde quedará Occidente entonces? ¿Acaso reducido a las pantallas de TV en permanente retransmisión de los horrores del mundo? La cuestión mayor es que en nuestros días ya no nos es permitida la ignorancia sobre lo que sucede en el Planeta, porque nos sucede a todos y en tiempo real: trátese de un virus de alcance global o de un genocidio en curso.

Y el problema es que la mala conciencia de nuestras opulentas sociedades cansadas y envejecidas no da siquiera para una protesta coherente sobre cómo funcionan la intervenciones militares (y por extensión políticas, y a la inversa) de Occidente, mucho menos para algo que exceda la mera telecompasión para con esas víctimas recurrentes de “esos países” que sirven como autojustificación, en fin, de que “las cosas siempre han sido igual”.

Aquí cabría rematar -aunque sólo fuera por ejercitar la memoria- que esto no es verdad, aunque lo parezca; que depende tanto del enfoque subjetivo como de los criterios éticos con que se juzgue cada situación. Porque a día de hoy la regresión democrática es patente en todos los continentes, luego podemos constatar que “hemos estado mejor que ahora”. Ya solo falta vislumbrar hasta qué punto pueden empeorar las cosas.

Las sociedades con mala conciencia

…dejan pronto de ser democráticas, asaltadas por la carcoma disolvente de los que desean vivir precisamente a costa de la presumible culpa -o pecado original de clase (en puridad, según la visión marxista, de estamento), de raza (de identidad) o de sexo (de “género”, entendido como adscripción ideológica)- de la mayoría que se anhela sojuzgar con la coartada para más inri de su redención.

Pero es que no tiene de antemano que haber siquiera posibilidad de “mala conciencia” en una sociedad actual, sobre todo si es plural como digo (democrática, establecida libremente como régimen de opinión pública), porque ¿cómo presuponer una conciencia social única (unívoca) en lo que consideramos una reunión convenida de particulares (los plurales) libres e iguales ante la Ley?

Dado además que las sociedades con semejante prurito de autoexigencia y culpabilización -¿por los crímenes de quién?- instan, obsesionadas tal vez por el Día del Juicio Final, a penar obligatoriamente a todos los ciudadanos, eliminan progresivamente las fuentes de discrepancia, crítica o heterodoxia respecto a la Versión Oficial que se determina instaurar en un momento puntual -puede que “con carácter provisional”-, y de ahí en adelante.

Siguiendo estrictamente el proceso inverso, allí donde el Poder reside en una esfera superior y ajena -perfectamente separada- del Pueblo, con sus castas y jerarquías propias, se constriñe a los individuos a olvidar la realidad de los hechos, los crímenes masivos cometidos prácticamente delante de sus ojos, porque conviene erradicar toda posible “mala conciencia” (un recuerdo, siquiera, de la inocencia violada) de lo que no es sino otro avatar del Poder o “Encarnación de la Voluntad del Pueblo”.

Un Poder, pongamos que ejercido por un Partido único, que desde luego no puede permitirse ese tipo de residuo de la “moral burguesa”, pues asume que la mala conciencia destruye la integridad moral de las sociedades democráticas, llenas a rebosar de millones de individuos libres y creativos y trabajadores que voluntariamente conviven y contribuyen al bienestar del resto, de todos, del Común (“E pluribus unum”)… Que es lo contrario al Movimiento Totalitario.

Por ello, hoy como ayer, la Internacional Comunista fomenta la culpa en los regímenes que considera enemigos (o por lo menos rivales de sus intereses y políticas) mientras se dedica a ocultar, silenciar o justificar su ilimitada responsabilidad criminal por las decenas de millones de víctimas que causó en el siglo XX y continúa dejando a su paso en su demencial e inagotable vocación despótica de designio global, ¡total!

Y su amenaza, ciertamente, no parecía cernirse tan peligrosa desde hace lo menos medio siglo.

Rechazo de las leyes de reclutamiento

…es lo que cabría mostrar, al ritmo de los Pogues, si por las venas de los españoles corriera algo más que los restos de antiviruses, ansiolíticos, somníferos y posos de alcohol y resto de drogas duras (legales e ilegales) que nos vamos administrando día a día para poder transcurrir en este tiempo de Sánchez y compañía.

Y a despecho de que el protoCaudillo pretenda uniformarnos, con la falsa promesa añadida de que él en persona acaudillará las huestes de la Nueva Solidaridad Socialista, lo cierto es que como un Luis Enrique esquizoide podría provocar exactamente el efecto contrario como reacción en cadena de todo lo que en verdad se opone a sus designios megalómanos.

Pues no me imagino desfilando con marcialidad a todos aquellos que han hecho del disimulo y la discreción -“ahora no toca”, “es mejor dejar las cosas tranquilas”-, o del confort más bien precario y del bienestar fingido -“si digo lo que sé me la juego”, “es que yo tengo familia”-, las bases todas de este sistema de silencios cómplices y cobardías bien remuneradas.

Ni siquiera apetece ya dar más nombres: al final sabrá cada uno qué le reclama su conciencia; pero lo cierto es que entre los que carecen de tal -como el primer psicópata del país, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, y su adicto Iván Redondo, carente asimismo de escrúpulos de cualquier índole- y los puramente inconscientes de la situación…

“Españoles, la Patria está en peligro: corred a salvarla”, alertaba el afamado bando del alcalde de Móstoles en aquel Mayo Español en que verdaderamente fue la Nación la que se levantó contra el Invasor, y no sólo contra él -que también hubieron de guardarse las élites de la furia popular, de la gente, de los españoles de a pie… hasta que se reunieron de nuevo con ellos-.

Hoy la épica no pasa por sus mejores momentos, pero algo más que la Ayusada y sus tímidas consecuencias posteriores va a hacer falta para galvanizar una vez más a todas esas bases fecundas de la Nación Española que tan sólo están esperando -como en aquel 3 de octubre de 2017 con el discurso del Rey, ahora en apariencia tan remoto- un liderazgo firme y arrojado contra sus enemigos.

La hora es clara, las caretas ya cayeron mucho antes que las mascarillas -con la llegada de Zapatero al Poder en 2004 y su asunción de un “proyecto nuevo” para España, que pasaba por el Tinell y el negociado con la ETA; o lo que es lo mismo: por la exclusión del PP del nuevo régimen que iba a buscar legitimación en la fraudulenta victoria electoral del Frente Popular en 1936-.

El PSOE vuelve otra vez a las andadas prácticamente con los mismos aliados o “compañeros de viaje” que entonces -comunistas y “antisistema” (antaño anarquistas), ERC, PNV… Se trata de esa eterna Guerra Civil que no aceptan perder no ya en el pasado histórico, dado que efectivamente la perdieron, sino en “el Futuro”, último mantra y refugio de absolución para esta escuela de canallas.

No deberán extrañar entonces, de lograr sus propósitos la siniestra entente que nos desgobierna, las manifestaciones masivas de encuadramiento patriótico a lo chino -amenazan, a fin de cuentas, con “requisas de bienes” en la inconstitucional nueva Ley de Seguridad Nacional- a las que concurrirán encandilados nuestros profes de madrasa universitaria, los activos y pasivos del entramado LGQTvoyacontar, y demás caterva parasitaria.

Y al fin puede que todos tengamos lo que en verdad nos merecemos por nuestra pasividad de lustros, impostada o resignada, que tan bien hemos sabido conciliar con un mero nivel de vida poco exigente con cualquier deber cívico o patriótico, pero muy cómoda al fin de poder disponer de horas sin cuento para los consiguientes atracones de series de TV.

La farsa electoral

…tiene que ver con que el régimen llame a urnas con el eslogan “comunismo o libertad” (o “democracia o fascismo”) -¡aunque hablemos de circunscripción única, democrática al cabo!-, cuando sostenemos cifras inverosímiles de parados desde hace décadas e importamos cuasi cotizantes de todas las naciones parias de la Tierra para -dicen que- subvenir al mantenimiento de unas pensiones que se pretenden indexadas (por derechos adquiridos de jornada, que parecen de pernada) al IPC.

Padecemos un sistema que nos tiene atados por los machos a los unos con los otros, sin verdadera libertad personal ni posibilidad real de emancipación del común -de la sociedad-, que es algo a lo que no se presta debida atención política cuando en rigor es lo que ha permitido la prosperidad toda y la libertad con mayúsculas en Occidente de un par de siglos atrás a nuestros días: no estar sujetos necesariamente a ningún proyecto colectivo concreto, sino poder elegir nuestro destino en uno.

Ahora que se aprecia claramente la erosión, la verdadera degradación de esta visión de la vida (de estas ideas tan genéricas como acertadas) en los mismos USA que la consagraron como modelo universal de conducta y proyecto moral para todos los hombres, parece que a los madrileños les queda votar por Ayuso como a los ingleses apostar por el Brexit y Johnson y a los franceses elegir a Marine Le Pen como nueva presidenta de la República, pero no obviemos la cuestión principal.

Occidente se ha convertido en un geriátrico o centro de esparcimiento de mentalidades cansadas, sin esperanza o nada que decir al respecto de nada -aunque sólo sea por no ofender demasiado a nadie, a cualquiera- mientras el inmenso resto de la Humanidad que aguarda impaciente a asaltar nuestras fronteras se desenerva a cada nueva muestra de debilidad, de decrepitud, de insolencia propia de vejestorio que muestran unas élites globales tan caducas como soberbiamente descreídas.

Y, a la postre, resulta que el último faro (¡la luz!) susceptible de guiarnos hacia nuevos futuros se encuentra entre nosotros, en nuestra misma mirada crítica hacia las autoridades, los responsables, la dirigencia, la casta de los gestores… Que desde luego se hallan bajo control, y sometidos al escrutinio de la opinión pública, en sociedades maduras (civilizadas) sean más o menos democráticas. Quisiera creer que es el caso de la española; pero prefiero creer que pudiera ser el caso: el 4-M, para mí, será un aperitivo (o mero divertimento); la farsa consumada.

Lo que me interesa ver es lo que vendrá después.

En primera persona

…representa un manifiesto airado y a la vez la confesión del periplo intelectual de Alain Finkielkraut (París, 1949) contra los que se permiten motejarlo de “reaccionario” -cuando no de “reaccionario judío sionista”-, porque el autor da muestras de lo muy ofensivo que considera dicho estigma que no puede aceptar con cinismo e incluso con orgullo -como hacemos otros, por lo menos de vez en cuando- precisamente en atención a lo que es la verdad de su pensamiento y obra.

El título responde por tanto a la necesidad de plantar cara desde la misma condición del agredido, del tergiversado, del negado, aunque no se trate por ello de “defender una verdad puramente subjetiva”:

“La verdad que yo sigo buscando todavía y siempre es la verdad de lo real; la elucidación del ser y de los acontecimientos sigue siendo, a mis ojos, prioritaria. A pesar de la fatiga y del desánimo que a veces me asaltan, prosigo con obstinación esta búsqueda. Me intereso menos por mí de lo que me afecta el mundo. Con todo, como escribió Kierkegaard, “pensar es una cosa, existir en lo que se piensa es otra”. Esta otra cosa es lo que he querido aclarar al escribir, pase por una vez, en primera persona.”

Finkielkraut se remonta así a los años de su sesentayochismo militante “a la izquierda del izquierdismo”, que fue progresivamente abandonando al reparar en que “lo poco que yo sabía de la vida en virtud de mi experiencia y mis lecturas desmentía silenciosamente sus fórmulas definitivas”, por ejemplo en lo tocante a la “liberación sexual” preconizada por los nuevos revolucionarios cuyo análisis crítico deparó la obra El nuevo desorden amoroso, coescrita con Pascal Bruckner.

Alumno de Roland Barthes en los tiempos de apogeo de las teorías del estructuralismo en Literatura y otras ramas de las llamadas Ciencias Sociales, el autor se liberó de los últimos resabios del 68’ de la mano de Emmanuel Lévinas, si bien de Sartre a Foucault sus referentes intelectuales y morales no radicaban precisamente en el pensamiento conservador o tradicionalista, como tampoco su admirado Milan Kundera, para quien no obstante lo moderno supone “avanzar, mediante nuevos descubrimientos, por el camino heredado”.

UNA VEZ MÁS LA CUESTIÓN JUDÍA

Las páginas más personales del libro atañen por supuesto a la evolución del pensamiento de Finkielkraut -o más bien de la adaptación de su propia mentalidad- acerca de “lo judío”, que comenzó tratando en El judío imaginario al albur de las reflexiones sartrianas que oponían un tipo de judío “auténtico” y orgulloso de su identidad a otro “inauténtico” que “desea, cueste lo que cueste, fundirse en la masa, hacerse indetectable, ser como todo el mundo”. Para el autor, convencido en su apuesta por no esconderse, el tiempo depararía otras conclusiones:

“Creyendo asumir tu ser lo conviertes en un espectáculo, hablas mucho y haces poco, te apropias para poner pimienta en tu vida diaria de una tragedia que ya no es la tuya. Pretendes llegar a la verdad y vives en la mentira. Te envuelves en la persecución y no hay nada que altere la tranquilidad de tu existencia. Aunque reivindiques tu parte de sufrimiento, te das la gran vida. Tienes que rendirte de una vez por todas a la evidencia: tu destino es el confort”.

Philip Roth le quitó del victimismo con su habitual sarcasmo en boca de uno de sus personajes de novela: “Si se quiere ver a judíos de Newark padecer violencias físicas, es preciso ir al consultorio de cirugía estética donde las chicas se operan la nariz. Allí es donde corre la sangre judía en el condado de Essex…” Pero que Finkielkraut renunciara a jugar el rol de víctima no es óbice para que las últimas décadas hayan vuelto a poner de relieve en Europa “la cuestión judía”, con una creciente presencia del discurso antisemita en medios culturales, periodísticos y universitarios (y sus derivadas en agresiones físicas y simbólicas, incluyendo la profanación de cementerios).

Precisamente Prensa, Universidad y Cultura se han ido convirtiendo del 68’ acá en los principales instrumentos de la represión moral e intelectual de la sociedad no menos que de sus élites, aquí y en Francia y en toda Europa como en los Estados Unidos de América. Por ello constata el autor que, lejos de haber terminado personalmente con la cuestión judía, “ella no había terminado conmigo. Me esperaba a la vuelta de la esquina y de una forma que hacía fracasar todas mis fantasías de aventura”.

Porque ya entonces, apenas un cuarto de siglo después del genocidio nazi, comenzaban a aflorar los mensajes antijudíos encubiertos en nuevas fórmulas, como presentar el antifascismo y la denuncia de las atrocidades nazis como mera salvaguarda del capitalismo; como rezaba una octavilla de aquel tiempo:

“El universo de los campos de concentración proporciona un infierno de lo más conveniente. La ideología antifascista se propone salvar la democracia por todos los medios frente al fascismo y a las dictaduras que se le asimilan más o menos. Ahora bien, a decir verdad, esta ideología es, en primer lugar, el medio de ahogar las perspectivas propias del proletariado y de integrar esta clase en la defensa del mundo capitalista”.

En nombre de la solidaridad (socialista) obrera, o en el de los palestinos a partir también de los años 70 -digamos que cuando parte de los revolucionarios europeos del 68’, reconvertidos pronto en terroristas patrocinados por la URSS y sus filiales, vieron en la “lucha palestina” otro apoyo para la suya-, el antisemitismo tradicional y la judeofobia propiamente racista convergen en señalar al Estado de Israel y al Sionismo como el nuevo Gran Satán, émulo del propio Reich hitleriano.

La lista de escritores y artistas, periodistas y todo tipo de hampones de la TV y del espectáculo que han llegado a proferir “los judíos se comportan como nazis con los palestinos” se haría interminable… por lo que Finkielkraut les opone lisa y llanamente su análisis, que refiere al obispo cristiano Marción en el siglo II d.C, pues éste fundó su propia Iglesia en la oposición entre el Dios del Antiguo Testamento y Cristo.

“Marción está de vuelta. Sus descendientes ocupan la escena y cierran, reactivando su cólera contra la Antigua Alianza, el breve paréntesis racista de la larga historia del antijudaísmo. Como son resueltamente universalistas, fustigan la decisión judía de fundar el Estado sobre la etnia cuando para todas las democracias ha sonado la hora de convertirse a la religión de la Humanidad. No tienen otro credo que la igual dignidad de las personas y denuncian, en su nombre, la preferencia por sí mismo exhibida sin vergüenza por el pueblo de Israel”.

LA RAZÓN DE LAS NACIONES

En el caso de Israel, del Sionismo, es clave entender que los supervivientes de los campos de exterminio proclamaran “Nunca más eso. (…) Nunca más moriremos así. Vamos a alguna parte de la tierra a recuperar nuestras prerrogativas de pueblo”, designio compartido incluso por los que jamás pisaron el refundado hogar judío. Pero también aboga Finkielkraut por restaurar (o restañar más bien) algunas de las características más señeras del viejo Estado-Nación, así como el respeto debido al sentimiento nacional que simplemente no admite ser deglutido por el mantra globalista como una especie de moda más en el Decurso hegeliano de la Historia.

De nuevo gracias a Kundera, y a colación del ejemplo de la revolución húngara de 1954 contra la opresión soviética, “aprendía que Europa y la nación podían ser una y misma causa”, puesto que los húngaros estaban dispuestos “a morir para que Hungría siguiera siendo Hungría y siguiera siendo Europa”. Aún más, sus tesis durante las guerra balcánicas de los años 90 le ganaron el apelativo de “Finkielcroate” por “denunciar la amalgama, que paralizaba las grandes conciencias, entre la Croacia actual y el estado ustacha instalado por Hitler”, frente a la pretendida legitimidad de una Yugoslavia socialista y “no alineada” que, en manos de Milosevic, ya se había transmutado en un Partido-Estado étnico con vocación panserbia.

Y sin duda es esta última parte de la obra la que demuestra un pensamiento más audaz, en cuanto que entronca con un debate que, a fuer de realista, no deja de ocupar también el ámbito global, pues es el mismo en Francia entre “identitarios”, “separatistas” y “globalistas” (libertarios o anticapitalistas), que en Estados Unidos con sus conflictos raciales y ahora entre el establishment y los populistas, o en el Reino Unido con el “Brexit”. A su juicio, el 11-S marcó un giro radical en la tendencia triunfalista de la Globalización en el “fin de la Historia” poscomunista:

“Después de esta fecha fatídica, la yihad se autoinvitó a intervenir en el Viejo Continente y pronto apareció a los que tenían ojos para ver la forma paroxística de un fenómeno sin precedentes: el choque de civilizaciones en el interior de las comunidades nacionales. Con la así llamada inmigración poscolonial, el reparto de un mismo patrimonio por los autóctonos y los nuevos llegados dejó de ser algo que caía por su propio peso. En los barrios extrañamente calificados de “sensibles” y que están en aumento constante, la cuestión social se plantea con agudeza, pero en unos términos nuevos. En efecto, lo social no se reduce ya a lo económico. Nuestro materialismo espontáneo se ve cogido en falta y se impone a nosotros esta constatación: los individuos no se mueven solo por sus intereses, sino también por sus pasiones, sus creencias, sus costumbres, y también actúan otras fuerzas colectivas diferentes a la casta de los dominantes y a la masa de los explotados.”

Como contrapartida, como reacción espontánea (y no producto de un desarrollo ideológico articulado consistente y conscientemente), el autor resalta:

“Al ver extenderse los territorios en que los extranjeros son precisamente ellos, sienten nostalgia de su tierra en su misma tierra. Este exilio inmóvil despierta una “voz de la memoria engullida”. (…) Se les había preparado para no otorgar valor más que a los valores, y el peligro en la propia morada les hace comprender que también están apegados a cosas, a objetos familiares, a una forma de vida modelada por el tiempo. (…) El miedo por la existencia determina la conciencia y conduce al compromiso. Las amenazas que se ciernen sobre la identidad nacional y las desgracias que la golpean les convierten, a su pesar, en sus guardianes. Por ejemplo, no pensaban en Notre-Dame de París cada día. Pero al verla en llamas, descubren lo muy apegados que estaban a ella: esta catedral no es solo una joya turística, es que, tanto si son católicos como si no lo son, es una parte de su propia sustancia”.

LA CULTURA DEGRADANTE

Por el contrario, “el Estado cultural” que ya denunciara Fumaroli procura disolver en la omnicomprensiva “cultura” toda diferencia de grado o condición, buscando rebajar lo excelso mientras se absuelve y se integra lo perverso y conformando con ello el magma del nuevo pensamiento relativista.

“No se accede a la cultura por la mediación de libros y de maestros, se flota en ella, se está dentro de ella, se diga lo que se diga o se haga lo que se haga. No hay nada que no merezca esta denominación hasta hace poco todavía muy controlada. La incultura ha desaparecido como por arte de magia sabia: “¡Todo es cultural!”, proclaman las ciencias sociales, y de ahí se deduce que todo rap es música, todo vómito verbal es poesía, toda obscenidad es flor del Mal. Hasta hace poco nadie podía salir de la charca en que vegetaba tirándose él mismo del pelo como el barón de Munchhausen. Hoy la cultura es la charca”.

No es de extrañar, entonces, que sus intervenciones públicas hayan sido hostilizadas cada vez con mayor frecuencia, pues tanto su defensa de Israel como el cuestionamiento de las bondades presuntamente ilimitadas de la Globalización -y su acerada crítica al globish o lengua de madera que le es característica, y que como indica poco tiene que ver con el inglés-, sus denuestos contra las ideologías “de género” o victimistas, o contra los biempensantes favorables a “la acogida” indiscriminada de inmigrantes, son otras tantas violaciones del código moral que tratan de imponer secundados por millones de acólitos -a medio camino entre la Cienciología y la III Internacional- los que pueden permitirse lo mismo abandonar su tierra que fundar un Estado o en su lugar una plataforma de dominio espiritual a escala planetaria.

““Solo un Dios puede salvarnos”, dijo un día Heidegger. Yo espero, por mi parte, un despertar y un sobresalto humanos. Formulo el voto menos oracular, aunque tal vez igual de piadoso, de que la política, es decir, según la definición de Hannah Arendt, el amor mundi, recupere sus derechos. Mientras espero este acontecimiento improbable, no hay nada que ocupe tanto mi corazón y mi mente como la creciente inhabitabilidad del mundo. Entre la nueva fractura social y el imperio devastador del espíritu de la técnica sobre todos los ámbitos de la realidad, no ceso de detectar sus síntomas. Si, a pesar de la dificultad nunca superada, encuentro todavía la fuerza necesaria para escribir, es bajo el aguijón de este tormento”.

Los directores del Estado

…o aspirantes a Conducator, Duce, Caudillo, Führer o Lehendakari del Pueblo (de la ETA, ERC, Podemos…) van a Madrid lo mismo para “tumbar el régimen” que para hacerse con un chalet de lujo en Galapagar -esto último debe de ser una innovación venezolana respecto a la cruda clandestinidad que patrocinaba la Cuba castrista hace décadas-.

Y es que no en vano los tiempos han cambiado: ya desde 2004 con Zapatero fundando el régimen actual del 11-M con ERC y la ETA, “cordón sanitario” contra el PP mediante, en el “nuevo tiempo” inaugurado por el “proceso de paz” y las soluciones dialogadas y dialogantes para Cataluña -el mayor granero de votos del PSOE con Andalucía hasta la quiebra de 2010-.

Por eso si Mas sale rana se le puede sustituir por Otegui -siente a uno de estos vascos a su mesa y devorará hasta los cubiertos por mero prurito de raza-, que según la “memoria histórica” podría pertenecer a “la ETA buena” que dijo aquél o a la ANV republicana que, a diferencia del PNV de entonces (1931-1940), no se relacionaba con carlistas, fascistas y nazis.

Da igual que la ETA sea básicamente el instrumento coercitivo -amenaza y represión- del movimiento abertzale controlado por el PNV, sin el cual ni siquiera podrían estos hablar de “Pueblo vasco” porque todos nos mearíamos de risa por las esquinas -empezando por los que somos de aquí-, como da igual que sea la Raza su programa ideológico todo: ETA es “la Izquierda”… anhelada.

Y si ETA es “la Izquierda” anhelada es porque nuestros izquierdistas añoran básicamente aquellos hechos violentos de su pasado ideológico que consideran las más altas cumbres de su actividad política, porque ETA se atrevió a hacer todo aquello que todo izquierdista sueña hacer siguiendo el Sagrado Mandato de la Justicia Social: dar matarile a los “enemigos de clase”.

Así, mientras que el PNV debiera tener cuidado en no insistir sobre la filiaciones franquistas de otros partidos para que no les sacaran a los burukides los colores -azul mahón, por supuesto- de sus propios padres y abuelos, los etarras pueden presumir (dados los tiempos que corren) de ser modelo y ejemplo para el Frente Popular, aunque sean en verdad una especie de Falange Abertzale o Aberriana.

Es desolador, con todo, seguir asistiendo a este lisérgico baile de mascaras ideológicas que no puede ocultar por más tiempo el Integrismo antisistema de los socios todos del PSOE de Pedro Sánchez en el Gobierno, sólo dispuesto y preparado para la Mentira, el Saqueo y la satisfacción de las bajas pasiones ideológicas de los actores políticos más mezquinos de nuestra historia reciente: Sánchez, Iglesias, los etarras, los racistas antiespañoles de PNV, ERC…

Y en frente, al cabo -desengañémonos-, nada ni nadie: el Estado es suyo (el PSOE siempre fue el Partido del Servicio Oficial del Estado), la población es rehén del Presupuesto ni más ni menos que la Prensa lo es del BOE, el Rey calla; la Nación agoniza entre la corrupción de sus (presuntas) élites, el rencor restablecido entre españoles y la ignorancia masiva de su situación.

Era a este punto al que nos querían dirigir los fautores del 11-M, y ya estamos aquí.