…supone admitir que ésta como cualquier otra gama de virus no entiende de relaciones sociales, fechas consagradas y celebraciones variadas de índole religiosa, deportiva o espectacular, puesto que su carácter o sino prescinde de las categorías humanas al uso para entregarse por entero a la colonización de aquellos entes vivientes que le aseguran vida a su vez.
Así las cosas, la reducción o ampliación del número de comensales por Navidad y las fiestas de Año Nuevo torna el cálculo en absurdo desiderátum, en cuanto que no se trata tanto de cantidad como de cualidades como la prudencia, no pudiendo obviarse medidas como la distancia, el tiempo de exposición y la ventilación permanente de los espacios ocupados por los celebrantes.
Pero, además, de tener en cuenta que la restricción numérica no obsta para que uno se reúna con ocho en Nochebuena, seis distintos en Navidad, otros seis u ocho (a quienes ya se vio antes y otros que no) en Nochevieja y algunos otros en Año Nuevo, la mera asignación del dígito adecuado parece más cosa de brujos que de gestores políticos de la Sanidad.
A lo que se suma el buenismo disfrazado de magnanimidad -o a la inversa- cuando es el propio ministro Illa el que habla de que “estas fiestas (de Navidad) tienen un componente muy especial” para los españoles, ¿es que acaso la Fe en el Salvador -no en Illa, sino en el otro- o la esencia filantrópica de las Navidades nos van a preservar del contagio por el inconsciente SARS-CoV2?
Para más inri, la excepción de “familiares y allegados” para saltarse el confinamiento perimetral abre la puerta, precisamente, a todo tipo de invitados e inevitables, no en vano puede entenderse -a la manera del propio Illa, que lo ventila con un “todo el mundo entendemos lo que queremos decir”-, en la larga tradición nepotista del PSOE, que por invitables o visitables pasan primos y sobrinos, amigos del colegio o del curro, amantes y/o ex amantes…
Por lo que de todo ello se infiere que, a estas alturas, ni el Gobierno da una a derechas -¡sacrilegio!- ni la sociedad española parece dispuesta a adoptar otra actitud que la convenida conveniente: exigir a los políticos la imposición de mayores restricciones mientras pergeña sus variadas excusas y coartadas para hacer en cada momento lo que el ánimo personal disponga.
La culpa, una vez más, será de “la gente que no ha aprendido nada” -o, lo que es igual, de “la gente que no entiende cómo funciona el virus”; caso de nuestros acobardados responsables políticos y con ellos de buena parte de nuestra adocenada sociedad-.