La nueva superstición de la mascarilla

…ha alcanzado finalmente al Gobierno dizque de España, cuando hubiera sido efectivo su uso hace dos o tres meses, y no ahora que apenas se producen contagios y por tanto resulta casi del todo prescindible. ¿Alguien sabe de hecho por qué lleva mascarilla? Se dice que para autoprotegerse o proteger a terceros, pero es una medida que llega tarde y que no debe, precisamente, enmascarar la solución real a la crisis sanitaria actual: el testeo masivo a la población.

El pobre Dr. Simón, ese que no es experto sino esbirro del Gobierno Sánchez-Iglesias, se ha quedado afónico de reiterar que “la mascarilla da una falsa sensación de seguridad” a las personas, en plagio de lo que dijera el ministro de Sanidad de Singapur a mediados de febrero cuando en este país asiático ya tenían controlados los focos epidémicos a base, estrictamente, del testeo masivo y el aislamiento de los focos víricos mediante la geolocalización vía móvil.

Todavía no sabemos si el hijo de Simón acudió a alguna de las masivas manifestaciones “feministas” el 8M, pero sí que hemos tenido tiempo de comprobar que las decenas de miles de muertos por la Covid19 que se han producido en las residencias en que no se han tomado las debidas precauciones -uso de mascarillas, prohibición de guantes, aislamiento de contagiados- o en los mismos hospitales con médicos, enfermeros y celadores infectados, se podían haber evitado con una acción resolutiva de unas autoridades que se han dedicado únicamente a la propaganda contra la Oposición al Gobierno.

Y ahora nos quieren a todos enmascarados, cuando en territorios como Guipúzcoa ya no hay contagiados y, por tanto, no podemos contagiarnos coronavirus los unos a los otros. ¿O se cree alguien que esta infección vírica -por vía fundamentalmente aérea- puede darse por voluntad exclusiva del SARS-CoV-2, que es un bichito muy débil que apenas se transmite a menos de dos metros?

Pero tipos muy mediocres como Urkullu o el nazi Torra pretenden ahora que sus problemas electorales pueden ser solventados contagiando algo más de miedo -oscurantismo, superstición- a los ciudadanos, cuando sus partidos debieran ser disueltos y con ellos las instituciones que no hemos echado para nada de menos durante todo este período de reclusión forzada. ¿Mascarillas obligatorias? ¿Para qué si ya no podemos contagiarnos?

Sólo las debidas medidas higiénicas, a que debiéramos estar acostumbrados, más el debido distanciamiento social, al que uno se adapta fácil según pasan los años -hay que huir de las aglomeraciones humanas por el asco esencial que debiéramos sentir por esa promiscuidad de cuerpos, salivas y sudores que se dan con demasiada frecuencia en nuestras calles atestadas de txikiteros, charlatanas y sobones-, bastan para evitar contagios de todo tipo: de la gripe a la neumonía.

Y bien que el uso masivo de mascarillas hubiera podido impedir en gran medida el contagio masivo en nuestra sociedad en febrero, evitando de paso estos dos meses largos de reclusión forzosa, pero se prefirió hacer como si nada para favorecer manifestaciones ideológicas y las habituales concentraciones de los futboleros, por lo que la mayoría de los miembros del Gobierno debiera penar cárcel por su responsabilidad activista en estos hechos.

Luego tenemos al estamento médico, a esos presuntos “héroes” que asumieron volver al trabajo infectados después de apenas una semana de cuarentena, sin test de por medio, y que prueba como ningún otro hecho que la obediencia debida causa mal al conjunto de la sociedad cuando los servidores públicos se pliegan a las directrices arbitrarias del Poder.

Miles de muertos son imputables a estos “profesionales” públicos -al margen de la desprotección a que han sido sometidos dolosamente por el Gobierno-, equiparables al soldado enviado a Afganistán para proteger un hospital equipado únicamente con un tirachinas (o con órdenes de no disparar) si no fuera porque en este caso el perjudicado primero y último sería él, y no sus protegidos (o pacientes).

Se atreve aún a sostener nuestro presidente Pedro Sánchez -ese psicópata sólo digno de frenopático o centro psiquiátrico- que gracias a sus decisiones se han evitado 300.000 muertes, cuando al menos cabe imputarle (y a él en exclusiva, ya que tanto presume) no menos de 35.000 decesos por homicidio imprudente.

A él, que ya demostró que no sabe ni cómo usar una de esas mascarillas que ahora quiere imponer a toda la población, cuando en rigor ya no importa un carajo (hasta el próximo brote).

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