El objetivo de Putin es la hegemonía

…aun compartida con los EEUU y China, por lo que no parece que la invasión de Ucrania haya sido una mera opción por “jugar fuerte” y contar con las mejores bazas para una posterior negociación. En rigor, da la impresión de que ambas partes contendientes, y negociadoras, esperan ganar tiempo o más bien perderlo, dilatar en el tiempo una posible solución pacífica al actual escenario bélico.

En el caso del gobierno ucraniano, a la espera básicamente de que las sanciones contra el régimen ruso castiguen lo suficiente el esfuerzo de guerra de Putin, y a la propia población sometida a sus dictados, como para lograr que éste afloje su yugo o directamente desista de su empeño. Por parte de los invasores, a la expectativa de los movimientos de la OTAN que podrían obstaculizar la consecución de sus próximos objetivos: del Báltico a los Balcanes.

Se ha hablado mucho de cómo en la mentalidad de Putin, asumiendo en sí la conciencia toda de la Madre Rusia, pesa como ninguna otra razón para la actual ofensiva la sensación mantenida de humillación de la otrora potencia soviética a manos de Occidente, concretamente a partir de lo sucedido en la Guerra de los Balcanes a principios de los 90, cuando la agresiva Serbia de Milosevic fue derrotada por la OTAN ante la inacción rusa.

Ahora este remedo de zar soviético que es Putin, como Milosevic pasara sin solución de continuidad de ser presidente comunista a líder del nacionalismo racista serbio, pretenderá hacer ver a las inermes potencias europeas que la “neutralidad” de Ucrania es el único modelo aceptable por parte de su régimen para la mayoría de las naciones de la UE, incluida con toda probabilidad Alemania, soslayada Francia y descartado por supuesto el Reino Unido británico.

Por todo ello, más allá o más acá de la pertenencia a la UE o la participación en la OTAN, los ciudadanos de las naciones europeas deberían ser plenamente conscientes de que lo que está en juego es la propia soberanía e independencia de las mismas frente al imperialismo ruso, en liza con los que Putin reputa como otros imperialismos similares, de EEUU y Reino Unido a Turquía y China. El viejo juego que viene dándose desde el siglo XIX, al menos.

Razón principal por la que la UE ha de establecer su propia y autónoma Alianza para la Defensa de sus estados miembro, único modo de preservar la democracia en cada uno y de proteger su particular esfera de influencia en el mundo a través del comercio, la cultura y la política.

 Porque, ahora ya a todos debiera parecer claro, sin una capacidad bélica de primer orden capaz de disuadir de aventuras como la presente a rusos, chinos e incluso “atlantistas”, la voz de Europa no se hará jamás escuchar como propia, luego no podrá a la postre influir en nada.

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Sin nacionalismo no hay democracia

…como acaban de demostrar una vez más los británicos en plena posesión de su soberanía recuperada; como no han olvidado hasta el momento en los Estados Unidos de América, ni jamás -de 1789 a nuestros días- en Francia, aunque tal vez esto último no sea más que un deseo bienintencionado cuando la República ha de combatir el “separatismo” en todo el territorio nacional.

Lo cierto es que el análisis político medio en España no rebasa la evidencia de la nocividad de los “nacionalismos” vasco y catalán, que no pueden aspirar a más nación que no sea la que imponga un estado particular siguiendo criterios etnicistas, algo por completo ajeno si no contrario al ideal nacional esbozado por un Renan. Pero es que hablamos de facciones con pretensiones clánicas y tribalistas, no de la verdadera expresión de sus pueblos o “naciones”.

Por ello no cabe objetar el nacionalismo español equiparándolo de manera facilona a los separatismos abertzale y catalanista, pues que éstos son producto del travestismo de las pseudo élites más integristas de España -ya incluso antes de que el régimen franquista agonizara- y aquél surge espontáneamente del pueblo en armas contra el invasor francés durante la Guerra de la Independencia, inextricablemente unido al Liberalismo patrio.

Una doctrina liberal que, no siendo precisamente ortodoxa, reivindica claramente la Soberanía Nacional (de todos los españoles de ambos hemisferios) para dar a luz al nuevo estado constitucional que, mal que bien, fue tomando forma a lo largo del siglo XIX y cristalizará ya en las cuatro décadas de la Restauración canovista, pudiendo ser homologable a los más importantes de su entorno ya en los inicios del siglo XX -pese a la “leyenda negra” de los “noventayochistas”-.

De qué si no consignar en la España del primer tercio de siglo semejante elenco de nombres en tantos ámbitos distintos, de la Literatura a la Medicina y del Arte a la Filosofía: Ramón y Cajal u Ortega, Dalí, Juan Ramón Jiménez, Marañón, Pío Baroja, Lorca o Buñuel. ¿Acaso hablamos de fascistas o de locos patrioteros? ¿Acaso no creaban y pensaban todos en España y por España, generalmente en “España como problema” pero también en el venero inagotable de su tradición?

A la contra más que a favor de la Historia de España, un número inmenso de intelectuales (escritores, profesores, políticos) transformaron el folclorismo españolista de los espadones de Isabel II en una revisión crítica -ciertamente superficial y nihilista en muchos casos- en un afán de “regeneración” con la vista puesta en la modernización del país, esto es: positivamente, con carácter constructivo.

Y de ahí no sólo el Instituto Libre de Enseñanza sino los mismos maestros de escuela -antes, durante y después de la efímera II República-, cuya labor decisiva en tantos pueblos de España logró sacar de la ignorancia y la miseria a varias generaciones de españoles después de siglos de incuria. Por vocación y por patriotismo, como tantos siguen esmerándose a día de hoy por alimentar espiritualmente a las nuevas generaciones de españoles.

LAS VIEJAS BRUJAS DE SIEMPRE

¿Qué tenemos que enfrentar, a todo esto? Sólo el odio racista antiespañol, infundado -fruto de complejos retrógrados más que de agravios reales-, que busca segregar a gran parte de la población sobre la que pretende asentar un nuevo estado-nación, todo con motivo de hacerse con el Poder con la coartada de legendarias singularidades (nuevamente, se trata de singularidades étnicas) y falsarias historias de terror inducido.

Valga como ejemplo la sempiterna falacia de la persecución inquisitorial contra las brujas en el País Vasco, que sirve para reseñar la brutalidad y crueldad del eterno “régimen opresor” español tanto como para ilustrar a incautos sobre la presunta religión ancestral de los vascos (¡y las vascas!), en relación con las prácticas del “aquelarre” -palabro inventado a posteriori- y otras místicas de índole pagana.

Porque todo esto es falso, como dejó sentado para los restos el mismo investigador del Santo Oficio Alonso de Salazar, bien aconsejado por algunos jesuitas, cuando dictaminó que todo eso de las prácticas brujeriles era pura mentira y se prohibió en adelante ajusticiar a nadie bajo tal acusación -casi tres siglos antes que en otros “países avanzados de nuestro entorno”-. Negarse a aceptar los hechos históricos es puro abertzalismo; ¿mostrarlos es prueba de nacionalismo español?

PSOE: ESPAÑOL A FUER DE ESTATALISTA

Es en el fondo patético ver los (supuestamente) bienintencionados esfuerzos de los “centristas” por reconducir al hato de bestias españolistas al redil del marco “constitucionalista”, cuando no parecen capaces de asumir que la base de la Constitución es la Nación, que por eso tratan de destruirla en cada gesto, libro de texto o declaración institucional que se les brinde los separatistas de toda índole con sus habituales aliados de la Extrema.

Y el PSOE no es que esté en el ajo por convicción, sino porque es indistinguible del Estado maleado por extremistas de todo pelaje prácticamente de 1982 a nuestros días. Sólo la traición de Zapatero a la hipócrita conveniencia (¡conllevanza!) del Felipismo con los límites naturales de la Nación y la Ley ha cambiado el panorama, poniendo de paso en un brete, involuntariamente, a sus aliados tradicionales de régimen: CiU y PNV.

Ahora mismo el Estado es pasto de todas las facciones que pretenden alimentarse de él para constituir y blindar su Poder aparte, sobre los gobernados en las pretendidas “naciones” que más que constituir pretenden sojuzgar. Y el PSOE considera factible dominar la situación “desde arriba”, que no implica en su caso sólo el Gobierno de la Nación, sino el Estado mismo. Pero se trata de un Estado en quiebra, insostenible si no es por la pertenencia a la UE.

CONCLUSIÓN

A consecuencia de esta identidad PSOE-Estado, en ningún caso podría un Dr.Sánchez cualquiera separarse de la UE, lo que le distancia decisivamente de su propio socio en el Ejecutivo (Podemos), como de los separatistas a los que no puede autorizar la secesión de sus “naciones” a riesgo de desintegrar precisamente uno de los “países miembro” de la UE que además se halla sujeto a la disciplina implícita y explícita del pacto por la moneda única (euro).

Lo que no es óbice para que el PSOE acabe definitivamente por arruinar y liquidar el mismo Estado -un suicidio partidista aun antes que nacional-, por lo que de buenas a primeras cabe demandar a los patriotas o demócratas o “constitucionalistas” que se dejen de zarandajas conceptuales y comiencen a defender de veras la Nación, “la España de los balcones” y la de los talleres y restaurantes, la de “la gente”: la de quienes esperan aún ser tratados como ciudadanos.

El legado de Trump

…consiste en haber recuperado para la Pax Americana cierto orgulloso brillo después de los desastres consecutivos de Obama y, en menor medida, Bush Jr. Su visión de las relaciones estratégicas internacionales le ha conducido al “juego del gallina” con Corea del Norte e Irán, consiguiendo revertir en parte las ventajas que dichos regímenes totalitarios habían adquirido en los últimos años a expensas de la credulidad culpable de los gobernantes de los USA y la UE.

Así mismo, en su confrontación básicamente comercial con China (aranceles, derechos de patente, dominio tecnológico), el presidente Trump forzó a nuevas negociaciones con mejores resultados para los suyos -ese abigarrado y heterogéneo cuerpo de directivos de sectores de la industria local, obreros y empleados medios, agricultores, pequeños autónomos y propietarios-, como lo hizo con México en relación con el NAFTA -algo elogiado hasta por AMLO-.

La irrupción de Trump estimuló además a sus aliados de ambos hemisferios a garantizarse sin reservas y sin complejos una soberanía adecuada, comenzando por lo militar, algo que Japón no ha tardado en asumir pero por el contrario Alemania, que lidera a fin de cuentas la UE -aunque con una tímida voz exterior-, no se ha tomado aún en serio ni siquiera con la consumación del Brexit. El Reino Unido, la India, Corea del Sur o Taiwán sí le quedan agradecidos.

Pero, por encima de todo, pues tal ha sido la magnitud de la refriega entablada contra adversarios internos y externos, y enemigos de la peor especie -que, en el caso “doméstico”, pueden ser calificados sin ambages de traidores de lesa patria-, la gesta de Trump al encaramarse al Poder desafiando el establishment conformado en las tres décadas anteriores sobrevivirá a su caída, porque poco de lo que en tan poco tiempo ha logrado deshacer será rehecho, y poco de lo que hizo se convertirá en desecho -con excepción de su zafio estilo, claro-.

Ahora que la censura de los oligarcas que rigen la web -muy a pesar del bueno de Tim Berners-Lee- se ceba con los últimos tuits de Trump, conviene recordar a los muy resabiados periodistas “antifascistas” (¡antipopulistas!) que simultáneamente fungen de tribunos de la plebe (plebe “bien informada”, eso sí) cómo siguen meramente las grandes directrices del “nuevo tiempo” establecido por los Zuckerberg, Jobs, Bezos y otros próceres del mundo actual… de marcados rasgos psicopáticos, ellos sí.

DE PUBLIC ENEMY A PUBLIC VICTIM

Aunque, como siempre desde hace más de medio siglo, la que marca la diferencia sigue siendo la TV, sobre todo cuando las distintas cadenas emiten precisamente como una sola y exclusiva TV. De este modo puede normalizarse con el tiempo la cláusula informativa “el asesinato de George Floyd” en cualquier noticia de cualquier diario del mundo, cuando el luctuoso hecho no puede ser calificado sino como “homicidio imprudente” o “brutalidad policial”.

Unos segundos de vídeo -que nada demuestran- y un lema para la posteridad (“I can’t breathe”) se convierten en la prueba de que con Trump en la Presidencia de los EEUU el Racismo Institucional ha vuelto a la Policía, que ejecuta negros por ser negros en plena calle, una vergüenza: “Black lives matter!”. Pero nada de ello es real hasta que el equipo de montaje ideológico le dota de trama, “mensaje”, background y dolby surround si es menester.

Así que el desafío de Trump sigue vigente, después de la gestión económica más exitosa en lo que va de siglo XXI y sin necesidad de haber emprendido ninguna guerra nueva -habiendo recibido el legado desastroso de Obama en el Norte de África (Libia) y Oriente Medio (Siria), respecto a Irán, Turquía o Rusia (Ucrania)-, con la nueva consideración de Israel después de su reconocimiento total con el establecimiento de la embajada en Jerusalén y el muy reciente de los países árabes, etc.

Claro que aquí no nos enteraremos hasta dentro de veintitantos años, como es costumbre en España y en el resto de Europa, sobre todo después del bombardeo de artículos diarios durante toda la legislatura -unos 1.500 en cuatro años- en (casi) todos los diarios impresos y digitales cuya unanimidad exasperada y exasperantemente antiTrump ha parecido más propia del Miniver imaginado (y a la postre experimentado) por Orwell que de una Prensa plural, libre y crítica.

Estos son los tiempos que corren, con millones de sobrevenidos antifascistas en todo Occidente que desde su sofá han pretendido plantarle cara al Gran Satán bufonesco de Donald Trump, el pérfido “magnate”, sin sospechar hasta qué punto le estaban haciendo el juego a la casta de las dinastías oligopólicas del presente más patente ante nuestros ojos: de Hollywood a las Big-Tech pasando por las grandes cadenas de TV y la Prensa y las élites de los dos grandes partidos.

UN DILETANTE EN EL GOP

De hecho, uno de los elementos del triunfo de Trump que sigue pasando desapercibido, aunque perdurará también como parte de su legado, es que su impronta haya venido finalmente de la mano del Partido Republicano (el “Grand Old Party” tan decisivo para la conformación de la tradición USA), en vez de producirse de manera “natural” desde las filas del Partido Demócrata, a quien el neoyorquino era más proclive como miembro de la característica aristocracia progre de la Gran Manzana.

Tal vez fue que, a su edad, ya no soportaba tanto esnobismo estéril y sus fábulas eco-cienciólogas, multiculturales y cibergeneristas ante el creciente expansionismo ruso, la colisión en ambos hemisferios con la todopoderosa China, y el atrevimiento cada vez mayor (11-S, maratón de Boston) de unos yihadistas financiados desde La Meca a Kabul pero con sede regular en Teherán, que tienen empantanado en todo caso a buena parte del Ejército USA en cerca de media docena de países.

Y ahora, qué duda cabe, con la Covid-19 que se ha llevado por delante a Trump -mediando aun así un más que probable fraude electoral de los partidarios de Joe Biden-, los temas del debate ya son otros, afortunadamente; y las tendencias nuevas o que se digan por la reforma, a Izquierda y Derecha, tendrán que atenderlos sin demora: la expansión e intrusión de los grandes monopolios de la Web; la protección del trabajo local; la fiscalidad de las grandes fortunas; una política exterior coherente con los intereses soberanos propios, etc.

El listón lo ha dejado muy alto para un dirigente del mundo libre, se piense lo que se piense sobre un tal “Yellowstone Wolf” (al parecer, la nueva mascota de la Izquierda concienciada).