En este escenario inusitado

…para nosotros “los occidentales”, cuando nos vemos directamente expuestos a la amenaza de una escalada bélica susceptible de devenir en guerra total, con el uso en último extremo (en el último de los supuestos) de las mismas armas nucleares, cuando la cosa pinta tan mal, en una primera impresión, resulta que los cambios suscitados pueden ser drásticos y producirse a mayor velocidad de lo que cualquiera -cualquier crítico de la actualidad degradada de nuestros sistemas democráticos- podría haber previsto, y muy previsiblemente para bien.

La entrada de Putin en Ucrania como elefante en cacharrería, bien que sumada a la ya de por sí nefasta política exterior de la UE y la errática provisión energética de que han hecho gala hippie las naciones europeas desde hace medio siglo o más, ha supuesto a la postre una clarificación total de las políticas respectivas del conglomerado de países miembro, no sólo proyectando una diáfana unidad en lo moral más allá del corpus de las directivas rojiverdes, sino ampliando el espectro del proyecto europeo hacia una verdadera realidad político-militar.

No obstante los ucranianos combaten solos, ciertamente harían bien en no esperar nada más de nadie que la solidaridad generalizada en el discurso y la ayuda humanitaria, o a título particular de los ciudadanos de países vecinos, pero no es improbable que a la postre y pese a la postura manifiesta de la OTAN de no injerencia en el teatro de operaciones bélicas se acabe desplegando, porque es necesario más allá del envío de armas y asistencia técnica al esfuerzo militar ucraniano, un genuino contingente por la liberación de Ucrania peleando bajo su bandera.

En este sentido, siempre es alentador comprobar que más de 20.000 combatientes extranjeros se han unido ya a la guerra contra los invasores rusos de Putin, que trata de superar con tropas mercenarias los profundos agujeros en la moral y la capacidad de su falsamente victorioso Ejército “de Liberación”. Y en el mismo sentido cabe dejar por escrito que la mayoría de ellos son británicos, probablemente profesionales, que aún consideran que las únicas guerras a las que merece la pena acudir son aquéllas que se libran por principios.

La UE -dícese de Alemania en su coyunda no del todo afectuosa con Francia- parece querer comenzar a buscar de verdad su propio lugar en el mundo, después de haberse engañado décadas (e incluso siglos) al respecto, pero no deja de resultar paradójico que la luz de las antorchas que han de guiarla pertenezca en la hora presente a naciones como Ucrania o Gran Bretaña, tan fuera de la UE como dentro de Europa; tan dentro de Europa como fuera de ella se ha situado Rusia, ahora la de Putin, por voluntad propia desde hace ya más de un siglo.

Anuncio publicitario

En realidad, la Segunda Guerra Mundial aún no ha terminado

…y de hecho es cosa sabida en la comunidad de historiadores, porque de lo contrario no se entienden conflictos como los de Ucrania, pero tampoco los de China con Taiwán, el de Israel en Palestina, la partición de Corea y tantos otros asuntos de las relaciones internacionales que han sido soslayados, a conciencia o por despiste, en las últimas tres décadas de vida inteligente en Occidente.

Al respecto, un dato clásico de la historiografía es que la SGM comenzó el 1 de septiembre de 1939 cuando las tropas alemanas invadieron Polonia por el Oeste del país a las órdenes del dictador nazi Adolf Hitler, pero suele soslayarse -cuando no se oculta deliberadamente- que las tropas de la URSS (fundamentalmente rusas) del dictador comunista Josif Stalin penetraron por el Este el 17 de septiembre, siendo aplastada toda resistencia polaca para el 6 de octubre.

En respuesta a la invasión, Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre… pero jamás a la URSS, posterior aliado en la contienda, que a su vez se dedicó a tratar de invadir Finlandia apenas dos meses y medio después, con estrepitoso fracaso por su parte. Pero una guerra que supuestamente empezó por la invasión de Polonia terminó no menos supuestamente con su práctica entrega a uno de sus invasores, la URSS de Stalin.

En la partida de las conferencias que se jugaron, entre trago y mucho trago, los dos gigantes de la hora, Churchill y Stalin, (cierta) Europa quedó ciertamente repartida entre los vencedores según las denominadas “áreas de influencia” que, una vez unificada la parte de useños, británicos y franceses, validó el “telón de acero” detrás del cual quedaron Polonia y Hungría, Bulgaria y Rumanía, y hasta Checoslovaquia, cuya capital Praga se encuentra al oeste de Viena.

En Grecia aún hubo de librarse una cruenta guerra civil para liquidar a la guerrilla comunista, mientras la Yugoslavia de Tito iba a avanzar por esa especie de tercera vía “autogestionaria”. Media Alemania quedó asimismo al otro lado del Muro, que no sólo era físicamente una pared con alambradas y torretas de vigilancia, como se ha demostrado durante estas tres últimas décadas que han seguido a su destrucción material.

ELLA SIEMPRE DICE NO

La partida que ahora juega “Europa” se complica al asumir la perspectiva del “líder” de la UE, una Alemania cargada de complejos, remordimientos y también cierto rencor hacia Occidente, y no hablo meramente de su clase política, más bien acomodaticia, “tolerante” siempre a favor de los vientos -“veletismo” lo llamamos por aquí- y consecuentemente corrompida por los vicios y placeres del “Bienestar Social” tanto como por el nihilismo relativista y suicida.

Una sociedad que no parece haber comprendido que la raíz del mal hitleriano, una especie de racismo espiritual tanto como fisiológico, intelectual y hasta cuasi religioso, no brota del militarismo prusiano sino de la filosofía idealista -de Hegel a Heidegger, ¡la conjura de los idealistas alemanes!- que no deja de deslumbrar a tanto tonto con ínfulas de sabihondo, de oscuro arúspice de los designios de la Historia, desvelador de secretas claves teleológicas…

Así que es de agradecer la noticia de que el actual canciller de Alemania haya decidido apostar por la Defensa, siendo como es Scholz el primero de su partido (PSD) en gobernar después de Schroeder, vendido al Estado ruso vía Gazprom antes incluso de haber abandonado la presidencia del Gobierno, si bien se trata de quien fue reelegido pese a su inepcia por la hazaña de acercarse con impermeable y botas a saludar a la gente durante unas graves riadas.

Queda por recordar, pese al empalagoso unánime elogio en su reciente despedida del cargo, a quien tantas responsabilidad tiene en la situación presente, la ex canciller Angela Merkel, no menos enfeudada a Rusia, no menos responsable de las anteriores cesiones a Putin en Georgia y Ucrania, y en la misma Siria, o en Libia, donde Obama y ella jugaron a redentores de la Humanidad en nombre de ¡la democracia! antes de tener que dejarlo todo en manos rusas y turcas.

PUTIN ES EL ÚNICO AGRESOR

Pero ha bastado la invasión de Ucrania, que ahora da la impresión de ser un paso en falso de Putin, para que toda la “realpolitik” anterior apuntada, más que apuntalada, por una Alemania desmilitarizada, desnuclearizada y hasta despolitizada -la disparatada legislación “de género” y “trans” rige para Polonia y Hungría, ¿pero no para Rusia o China, campeones en la violación sistemática de los derechos humanos, como Irán o Cuba o Venezuela?- se haya venido abajo.

Hay que celebrarlo, precisamente en un momento de franca (presunta) retirada de la República Imperial de los USA de media Europa y medio Asia, aunque a la postre no les quedará otra a los useños que volver a intervenir: ¿o es que pretenden que, como la Gran Bretaña de antaño, pueden vivir un “espléndido aislamiento” los que se encuentran entre el Pacífico y el Atlántico, con la Rusia de Putin al Norte y la América Roja al Sur?

No sólo es que no puedan permitírselo, es que ya van tarde parando a chinos y rusos en el hemisferio que debiera ser de su casi exclusiva incumbencia -“America para los americanos”, según Monroe-, ya que España (y con ella la UE) ha desertado de cualquier responsabilidad desde la masacre terrorista del 11-M en Madrid, con la llegada de Rodríguez Zapatero al Poder, a nuestros días, patética “Alianza de Civilizaciones” mediante (y patético Rajoy también).

Así que cuando el dictador Putin se atreve incluso a amenazar a países como Suecia o Finlandia, cuando las tres repúblicas bálticas (Letonia, Estonia y Lituania) entienden que serán el siguiente plato con no mucha mayor preocupación que Polonia y Hungría, Bulgaria y Rumanía, y hasta la misma Turquía (miembro relevante de la OTAN) decide cerrar el acceso al Mediterráneo a los buques rusos… se puede declarar que Rusia es, efectivamente, el enemigo.

UCRANIA NO DEBE CAER, CUBA SÍ

Y si quisiéramos, si nos atreviéramos a mirar con una “visión global” la situación política del mundo todo, con especial atención al respeto de los derechos humanos más básicos de nuestros congéneres, entenderíamos enseguida que resistir hasta la victoria en Ucrania, hasta la retirada rusa y el colapso del régimen de Putin, es la única opción a día de hoy no ya para la fofa “Europa”, sino para todos los pueblos oprimidos por el comunismo en América, Asia y África.

Más allá de la torva propaganda de los De Prada que justifican a Putin, o los Pablo Iglesias que aducen “cabalgar contradicciones” para hacer lo propio con Putin, Xi Jinping y los ayatolás de Irán, de todos aquellos que alegan enfrentarse al “Nuevo Orden Mundial” por “uniformizador” cada vez que han de armar sus tramoyas y escenarios, discursos de propaganda antiUSA y demás, tenemos a las juventudes de Cuba y Ucrania, de Nicaragua y de Hong-Kong, de medio mundo no-occidental dispuestas a conquistar la libertad por sus propias manos.

Así que, como rezaba esa canción: “Si no piensas ayudar, échate a un lado”.

Sin nacionalismo no hay democracia

…como acaban de demostrar una vez más los británicos en plena posesión de su soberanía recuperada; como no han olvidado hasta el momento en los Estados Unidos de América, ni jamás -de 1789 a nuestros días- en Francia, aunque tal vez esto último no sea más que un deseo bienintencionado cuando la República ha de combatir el “separatismo” en todo el territorio nacional.

Lo cierto es que el análisis político medio en España no rebasa la evidencia de la nocividad de los “nacionalismos” vasco y catalán, que no pueden aspirar a más nación que no sea la que imponga un estado particular siguiendo criterios etnicistas, algo por completo ajeno si no contrario al ideal nacional esbozado por un Renan. Pero es que hablamos de facciones con pretensiones clánicas y tribalistas, no de la verdadera expresión de sus pueblos o “naciones”.

Por ello no cabe objetar el nacionalismo español equiparándolo de manera facilona a los separatismos abertzale y catalanista, pues que éstos son producto del travestismo de las pseudo élites más integristas de España -ya incluso antes de que el régimen franquista agonizara- y aquél surge espontáneamente del pueblo en armas contra el invasor francés durante la Guerra de la Independencia, inextricablemente unido al Liberalismo patrio.

Una doctrina liberal que, no siendo precisamente ortodoxa, reivindica claramente la Soberanía Nacional (de todos los españoles de ambos hemisferios) para dar a luz al nuevo estado constitucional que, mal que bien, fue tomando forma a lo largo del siglo XIX y cristalizará ya en las cuatro décadas de la Restauración canovista, pudiendo ser homologable a los más importantes de su entorno ya en los inicios del siglo XX -pese a la “leyenda negra” de los “noventayochistas”-.

De qué si no consignar en la España del primer tercio de siglo semejante elenco de nombres en tantos ámbitos distintos, de la Literatura a la Medicina y del Arte a la Filosofía: Ramón y Cajal u Ortega, Dalí, Juan Ramón Jiménez, Marañón, Pío Baroja, Lorca o Buñuel. ¿Acaso hablamos de fascistas o de locos patrioteros? ¿Acaso no creaban y pensaban todos en España y por España, generalmente en “España como problema” pero también en el venero inagotable de su tradición?

A la contra más que a favor de la Historia de España, un número inmenso de intelectuales (escritores, profesores, políticos) transformaron el folclorismo españolista de los espadones de Isabel II en una revisión crítica -ciertamente superficial y nihilista en muchos casos- en un afán de “regeneración” con la vista puesta en la modernización del país, esto es: positivamente, con carácter constructivo.

Y de ahí no sólo el Instituto Libre de Enseñanza sino los mismos maestros de escuela -antes, durante y después de la efímera II República-, cuya labor decisiva en tantos pueblos de España logró sacar de la ignorancia y la miseria a varias generaciones de españoles después de siglos de incuria. Por vocación y por patriotismo, como tantos siguen esmerándose a día de hoy por alimentar espiritualmente a las nuevas generaciones de españoles.

LAS VIEJAS BRUJAS DE SIEMPRE

¿Qué tenemos que enfrentar, a todo esto? Sólo el odio racista antiespañol, infundado -fruto de complejos retrógrados más que de agravios reales-, que busca segregar a gran parte de la población sobre la que pretende asentar un nuevo estado-nación, todo con motivo de hacerse con el Poder con la coartada de legendarias singularidades (nuevamente, se trata de singularidades étnicas) y falsarias historias de terror inducido.

Valga como ejemplo la sempiterna falacia de la persecución inquisitorial contra las brujas en el País Vasco, que sirve para reseñar la brutalidad y crueldad del eterno “régimen opresor” español tanto como para ilustrar a incautos sobre la presunta religión ancestral de los vascos (¡y las vascas!), en relación con las prácticas del “aquelarre” -palabro inventado a posteriori- y otras místicas de índole pagana.

Porque todo esto es falso, como dejó sentado para los restos el mismo investigador del Santo Oficio Alonso de Salazar, bien aconsejado por algunos jesuitas, cuando dictaminó que todo eso de las prácticas brujeriles era pura mentira y se prohibió en adelante ajusticiar a nadie bajo tal acusación -casi tres siglos antes que en otros “países avanzados de nuestro entorno”-. Negarse a aceptar los hechos históricos es puro abertzalismo; ¿mostrarlos es prueba de nacionalismo español?

PSOE: ESPAÑOL A FUER DE ESTATALISTA

Es en el fondo patético ver los (supuestamente) bienintencionados esfuerzos de los “centristas” por reconducir al hato de bestias españolistas al redil del marco “constitucionalista”, cuando no parecen capaces de asumir que la base de la Constitución es la Nación, que por eso tratan de destruirla en cada gesto, libro de texto o declaración institucional que se les brinde los separatistas de toda índole con sus habituales aliados de la Extrema.

Y el PSOE no es que esté en el ajo por convicción, sino porque es indistinguible del Estado maleado por extremistas de todo pelaje prácticamente de 1982 a nuestros días. Sólo la traición de Zapatero a la hipócrita conveniencia (¡conllevanza!) del Felipismo con los límites naturales de la Nación y la Ley ha cambiado el panorama, poniendo de paso en un brete, involuntariamente, a sus aliados tradicionales de régimen: CiU y PNV.

Ahora mismo el Estado es pasto de todas las facciones que pretenden alimentarse de él para constituir y blindar su Poder aparte, sobre los gobernados en las pretendidas “naciones” que más que constituir pretenden sojuzgar. Y el PSOE considera factible dominar la situación “desde arriba”, que no implica en su caso sólo el Gobierno de la Nación, sino el Estado mismo. Pero se trata de un Estado en quiebra, insostenible si no es por la pertenencia a la UE.

CONCLUSIÓN

A consecuencia de esta identidad PSOE-Estado, en ningún caso podría un Dr.Sánchez cualquiera separarse de la UE, lo que le distancia decisivamente de su propio socio en el Ejecutivo (Podemos), como de los separatistas a los que no puede autorizar la secesión de sus “naciones” a riesgo de desintegrar precisamente uno de los “países miembro” de la UE que además se halla sujeto a la disciplina implícita y explícita del pacto por la moneda única (euro).

Lo que no es óbice para que el PSOE acabe definitivamente por arruinar y liquidar el mismo Estado -un suicidio partidista aun antes que nacional-, por lo que de buenas a primeras cabe demandar a los patriotas o demócratas o “constitucionalistas” que se dejen de zarandajas conceptuales y comiencen a defender de veras la Nación, “la España de los balcones” y la de los talleres y restaurantes, la de “la gente”: la de quienes esperan aún ser tratados como ciudadanos.

En primera persona

…representa un manifiesto airado y a la vez la confesión del periplo intelectual de Alain Finkielkraut (París, 1949) contra los que se permiten motejarlo de “reaccionario” -cuando no de “reaccionario judío sionista”-, porque el autor da muestras de lo muy ofensivo que considera dicho estigma que no puede aceptar con cinismo e incluso con orgullo -como hacemos otros, por lo menos de vez en cuando- precisamente en atención a lo que es la verdad de su pensamiento y obra.

El título responde por tanto a la necesidad de plantar cara desde la misma condición del agredido, del tergiversado, del negado, aunque no se trate por ello de “defender una verdad puramente subjetiva”:

“La verdad que yo sigo buscando todavía y siempre es la verdad de lo real; la elucidación del ser y de los acontecimientos sigue siendo, a mis ojos, prioritaria. A pesar de la fatiga y del desánimo que a veces me asaltan, prosigo con obstinación esta búsqueda. Me intereso menos por mí de lo que me afecta el mundo. Con todo, como escribió Kierkegaard, “pensar es una cosa, existir en lo que se piensa es otra”. Esta otra cosa es lo que he querido aclarar al escribir, pase por una vez, en primera persona.”

Finkielkraut se remonta así a los años de su sesentayochismo militante “a la izquierda del izquierdismo”, que fue progresivamente abandonando al reparar en que “lo poco que yo sabía de la vida en virtud de mi experiencia y mis lecturas desmentía silenciosamente sus fórmulas definitivas”, por ejemplo en lo tocante a la “liberación sexual” preconizada por los nuevos revolucionarios cuyo análisis crítico deparó la obra El nuevo desorden amoroso, coescrita con Pascal Bruckner.

Alumno de Roland Barthes en los tiempos de apogeo de las teorías del estructuralismo en Literatura y otras ramas de las llamadas Ciencias Sociales, el autor se liberó de los últimos resabios del 68’ de la mano de Emmanuel Lévinas, si bien de Sartre a Foucault sus referentes intelectuales y morales no radicaban precisamente en el pensamiento conservador o tradicionalista, como tampoco su admirado Milan Kundera, para quien no obstante lo moderno supone “avanzar, mediante nuevos descubrimientos, por el camino heredado”.

UNA VEZ MÁS LA CUESTIÓN JUDÍA

Las páginas más personales del libro atañen por supuesto a la evolución del pensamiento de Finkielkraut -o más bien de la adaptación de su propia mentalidad- acerca de “lo judío”, que comenzó tratando en El judío imaginario al albur de las reflexiones sartrianas que oponían un tipo de judío “auténtico” y orgulloso de su identidad a otro “inauténtico” que “desea, cueste lo que cueste, fundirse en la masa, hacerse indetectable, ser como todo el mundo”. Para el autor, convencido en su apuesta por no esconderse, el tiempo depararía otras conclusiones:

“Creyendo asumir tu ser lo conviertes en un espectáculo, hablas mucho y haces poco, te apropias para poner pimienta en tu vida diaria de una tragedia que ya no es la tuya. Pretendes llegar a la verdad y vives en la mentira. Te envuelves en la persecución y no hay nada que altere la tranquilidad de tu existencia. Aunque reivindiques tu parte de sufrimiento, te das la gran vida. Tienes que rendirte de una vez por todas a la evidencia: tu destino es el confort”.

Philip Roth le quitó del victimismo con su habitual sarcasmo en boca de uno de sus personajes de novela: “Si se quiere ver a judíos de Newark padecer violencias físicas, es preciso ir al consultorio de cirugía estética donde las chicas se operan la nariz. Allí es donde corre la sangre judía en el condado de Essex…” Pero que Finkielkraut renunciara a jugar el rol de víctima no es óbice para que las últimas décadas hayan vuelto a poner de relieve en Europa “la cuestión judía”, con una creciente presencia del discurso antisemita en medios culturales, periodísticos y universitarios (y sus derivadas en agresiones físicas y simbólicas, incluyendo la profanación de cementerios).

Precisamente Prensa, Universidad y Cultura se han ido convirtiendo del 68’ acá en los principales instrumentos de la represión moral e intelectual de la sociedad no menos que de sus élites, aquí y en Francia y en toda Europa como en los Estados Unidos de América. Por ello constata el autor que, lejos de haber terminado personalmente con la cuestión judía, “ella no había terminado conmigo. Me esperaba a la vuelta de la esquina y de una forma que hacía fracasar todas mis fantasías de aventura”.

Porque ya entonces, apenas un cuarto de siglo después del genocidio nazi, comenzaban a aflorar los mensajes antijudíos encubiertos en nuevas fórmulas, como presentar el antifascismo y la denuncia de las atrocidades nazis como mera salvaguarda del capitalismo; como rezaba una octavilla de aquel tiempo:

“El universo de los campos de concentración proporciona un infierno de lo más conveniente. La ideología antifascista se propone salvar la democracia por todos los medios frente al fascismo y a las dictaduras que se le asimilan más o menos. Ahora bien, a decir verdad, esta ideología es, en primer lugar, el medio de ahogar las perspectivas propias del proletariado y de integrar esta clase en la defensa del mundo capitalista”.

En nombre de la solidaridad (socialista) obrera, o en el de los palestinos a partir también de los años 70 -digamos que cuando parte de los revolucionarios europeos del 68’, reconvertidos pronto en terroristas patrocinados por la URSS y sus filiales, vieron en la “lucha palestina” otro apoyo para la suya-, el antisemitismo tradicional y la judeofobia propiamente racista convergen en señalar al Estado de Israel y al Sionismo como el nuevo Gran Satán, émulo del propio Reich hitleriano.

La lista de escritores y artistas, periodistas y todo tipo de hampones de la TV y del espectáculo que han llegado a proferir “los judíos se comportan como nazis con los palestinos” se haría interminable… por lo que Finkielkraut les opone lisa y llanamente su análisis, que refiere al obispo cristiano Marción en el siglo II d.C, pues éste fundó su propia Iglesia en la oposición entre el Dios del Antiguo Testamento y Cristo.

“Marción está de vuelta. Sus descendientes ocupan la escena y cierran, reactivando su cólera contra la Antigua Alianza, el breve paréntesis racista de la larga historia del antijudaísmo. Como son resueltamente universalistas, fustigan la decisión judía de fundar el Estado sobre la etnia cuando para todas las democracias ha sonado la hora de convertirse a la religión de la Humanidad. No tienen otro credo que la igual dignidad de las personas y denuncian, en su nombre, la preferencia por sí mismo exhibida sin vergüenza por el pueblo de Israel”.

LA RAZÓN DE LAS NACIONES

En el caso de Israel, del Sionismo, es clave entender que los supervivientes de los campos de exterminio proclamaran “Nunca más eso. (…) Nunca más moriremos así. Vamos a alguna parte de la tierra a recuperar nuestras prerrogativas de pueblo”, designio compartido incluso por los que jamás pisaron el refundado hogar judío. Pero también aboga Finkielkraut por restaurar (o restañar más bien) algunas de las características más señeras del viejo Estado-Nación, así como el respeto debido al sentimiento nacional que simplemente no admite ser deglutido por el mantra globalista como una especie de moda más en el Decurso hegeliano de la Historia.

De nuevo gracias a Kundera, y a colación del ejemplo de la revolución húngara de 1954 contra la opresión soviética, “aprendía que Europa y la nación podían ser una y misma causa”, puesto que los húngaros estaban dispuestos “a morir para que Hungría siguiera siendo Hungría y siguiera siendo Europa”. Aún más, sus tesis durante las guerra balcánicas de los años 90 le ganaron el apelativo de “Finkielcroate” por “denunciar la amalgama, que paralizaba las grandes conciencias, entre la Croacia actual y el estado ustacha instalado por Hitler”, frente a la pretendida legitimidad de una Yugoslavia socialista y “no alineada” que, en manos de Milosevic, ya se había transmutado en un Partido-Estado étnico con vocación panserbia.

Y sin duda es esta última parte de la obra la que demuestra un pensamiento más audaz, en cuanto que entronca con un debate que, a fuer de realista, no deja de ocupar también el ámbito global, pues es el mismo en Francia entre “identitarios”, “separatistas” y “globalistas” (libertarios o anticapitalistas), que en Estados Unidos con sus conflictos raciales y ahora entre el establishment y los populistas, o en el Reino Unido con el “Brexit”. A su juicio, el 11-S marcó un giro radical en la tendencia triunfalista de la Globalización en el “fin de la Historia” poscomunista:

“Después de esta fecha fatídica, la yihad se autoinvitó a intervenir en el Viejo Continente y pronto apareció a los que tenían ojos para ver la forma paroxística de un fenómeno sin precedentes: el choque de civilizaciones en el interior de las comunidades nacionales. Con la así llamada inmigración poscolonial, el reparto de un mismo patrimonio por los autóctonos y los nuevos llegados dejó de ser algo que caía por su propio peso. En los barrios extrañamente calificados de “sensibles” y que están en aumento constante, la cuestión social se plantea con agudeza, pero en unos términos nuevos. En efecto, lo social no se reduce ya a lo económico. Nuestro materialismo espontáneo se ve cogido en falta y se impone a nosotros esta constatación: los individuos no se mueven solo por sus intereses, sino también por sus pasiones, sus creencias, sus costumbres, y también actúan otras fuerzas colectivas diferentes a la casta de los dominantes y a la masa de los explotados.”

Como contrapartida, como reacción espontánea (y no producto de un desarrollo ideológico articulado consistente y conscientemente), el autor resalta:

“Al ver extenderse los territorios en que los extranjeros son precisamente ellos, sienten nostalgia de su tierra en su misma tierra. Este exilio inmóvil despierta una “voz de la memoria engullida”. (…) Se les había preparado para no otorgar valor más que a los valores, y el peligro en la propia morada les hace comprender que también están apegados a cosas, a objetos familiares, a una forma de vida modelada por el tiempo. (…) El miedo por la existencia determina la conciencia y conduce al compromiso. Las amenazas que se ciernen sobre la identidad nacional y las desgracias que la golpean les convierten, a su pesar, en sus guardianes. Por ejemplo, no pensaban en Notre-Dame de París cada día. Pero al verla en llamas, descubren lo muy apegados que estaban a ella: esta catedral no es solo una joya turística, es que, tanto si son católicos como si no lo son, es una parte de su propia sustancia”.

LA CULTURA DEGRADANTE

Por el contrario, “el Estado cultural” que ya denunciara Fumaroli procura disolver en la omnicomprensiva “cultura” toda diferencia de grado o condición, buscando rebajar lo excelso mientras se absuelve y se integra lo perverso y conformando con ello el magma del nuevo pensamiento relativista.

“No se accede a la cultura por la mediación de libros y de maestros, se flota en ella, se está dentro de ella, se diga lo que se diga o se haga lo que se haga. No hay nada que no merezca esta denominación hasta hace poco todavía muy controlada. La incultura ha desaparecido como por arte de magia sabia: “¡Todo es cultural!”, proclaman las ciencias sociales, y de ahí se deduce que todo rap es música, todo vómito verbal es poesía, toda obscenidad es flor del Mal. Hasta hace poco nadie podía salir de la charca en que vegetaba tirándose él mismo del pelo como el barón de Munchhausen. Hoy la cultura es la charca”.

No es de extrañar, entonces, que sus intervenciones públicas hayan sido hostilizadas cada vez con mayor frecuencia, pues tanto su defensa de Israel como el cuestionamiento de las bondades presuntamente ilimitadas de la Globalización -y su acerada crítica al globish o lengua de madera que le es característica, y que como indica poco tiene que ver con el inglés-, sus denuestos contra las ideologías “de género” o victimistas, o contra los biempensantes favorables a “la acogida” indiscriminada de inmigrantes, son otras tantas violaciones del código moral que tratan de imponer secundados por millones de acólitos -a medio camino entre la Cienciología y la III Internacional- los que pueden permitirse lo mismo abandonar su tierra que fundar un Estado o en su lugar una plataforma de dominio espiritual a escala planetaria.

““Solo un Dios puede salvarnos”, dijo un día Heidegger. Yo espero, por mi parte, un despertar y un sobresalto humanos. Formulo el voto menos oracular, aunque tal vez igual de piadoso, de que la política, es decir, según la definición de Hannah Arendt, el amor mundi, recupere sus derechos. Mientras espero este acontecimiento improbable, no hay nada que ocupe tanto mi corazón y mi mente como la creciente inhabitabilidad del mundo. Entre la nueva fractura social y el imperio devastador del espíritu de la técnica sobre todos los ámbitos de la realidad, no ceso de detectar sus síntomas. Si, a pesar de la dificultad nunca superada, encuentro todavía la fuerza necesaria para escribir, es bajo el aguijón de este tormento”.