[Publicado como artículo en el extinto blog Notas desde una ciudad con mar el lunes 7 de septiembre de 2009.]

Durante siete años (1999-2006) la periodista rusa Anna Politkovskaya fue la principal fuente de información crítica sobre la segunda fase de la guerra en Chechenia, hasta que fue asesinada a tiros a las puertas de su domicilio en Moscú. Ahora sus hijos pretenden reabrir el caso después de que fuera juzgado y sentenciado por un tribunal ruso, pero podemos temer que la verdad tardará en abrirse paso “de manera oficial”, puesto que todas las evidencias apuntan al terrorismo de Estado.
Un terrorismo de Estado practicado sistemáticamente en Chechenia por el Ejército Federal ruso y el temible FSB, cada vez más similar a su antecesor de la Seguridad del Estado: KGB. Porque lo que Politkovskaya denunció durante meses y años en artículos, entrevistas y reportajes -y posteriormente en los libros en que reunió su trabajo- fue la estrategia implantada para combatir a los rebeldes chechenos, que en su mayoría no eran fanáticos islamistas hasta que Moscú decidió que esta justificación ideológica del crimen podía otorgarle mayores réditos en la opinión pública internacional que la mera represión contra los nacionalistas chechenos en una guerra tremendamente impopular… hasta que se revistió de las galas de “la lucha contra el terrorismo islámico”.
La propia periodista denuncia cómo fue el Kremlin el principal garante de poner a Shamil Basayev a salvo de sus propios enemigos chechenos, un Basayev que por entonces ya coqueteaba con las fuerzas islamistas del wahabita de origen saudí Jattab, proclives a hacer del país, contra la voluntad de la gran mayoría de los chechenos -prooccidentales-, una nueva república islámica.
Los recientes acontecimientos en otras repúblicas caucásicas como Ingushetia y Daguestán, y la agresión a la misma soberanía de Georgia delatan el carácter netamente imperialista del régimen de Vladimir Putin, último jefe de la KGB(1) o policía política de la ex URSS, el régimen más terrible del siglo XX -y de la misma Historia- junto a la Alemania nazi y la China comunista. Un carácter reforzado por el hallazgo del chivo expiatorio necesario para seducir a un pueblo ruso profundamente frustrado y corrompido, necesitado de un “enemigo exterior” al que cargar todos sus males como en un nueva reedición del tradicional antisemitismo ruso.
No en vano denunció Politkovskaya como “política de genocidio practicada en Chechenia” la intervención rusa en esta región, un genocidio inicialmente autorizado y posteriormente fomentado desde el Gobierno federal dentro y fuera de Chechenia contra los que despectivamente conocen como “culos negros”, que en los últimos años han padecido una sistemática política de discriminación oficial en cuestiones vitales como el acceso a una vivienda de alquiler o a la misma Universidad.
Toda esta mendacidad oficial pone de relieve hasta qué punto los principales líderes políticos de Occidente se han llamado a engaño respecto a Vladimir Putin -el mismo “presidente electo” que decidió rechazar la ayuda internacional para rescatar a los tripulantes del submarino Kursk-, un Putin que simultáneamente halaga los peores instintos del populacho para atizar la guerra y eliminar de la escena a cualquier opositor, periodista crítico u ONG susceptible de poder destapar con información las graves violaciones a los derechos humanos que perpetra constantemente su régimen.
Un régimen en el que se destacan cada vez más los mecanismos totalitarios que describió exhaustivamente Hannah Arendt en su magna obra Los orígenes del totalitarismo -siempre de actualidad y válida en sus análisis como hace medio siglo-. Por una parte, un Ejército cada vez más supeditado a la policía política del Ministerio del Interior y al propio FSB; por otra parte, un nacionalismo exacerbado e ideológicamente justificado por “la guerra contra el terrorismo”, que encuentra en los chechenos y caucásicos en general su judío expiatorio.
En palabras de la propia Politkovskaya: “Putin y su pueblo han bendecido en Rusia algo que ningún país puede aprobar, salvo aquellos con tendencias totalitarias: una corrupción sobre la base de la sangre; millares de víctimas que no suscitan ni extrañeza ni protesta; un ejército corrompido por la anarquía militar; un espíritu chovinista en el seno del aparato gubernamental que se hace pasar por patriotismo; una desenfrenada retórica de Estado fuerte; un racismo antichecheno, oficial y popular, con metástasis que se extienden a otros pueblos de Rusia…”*
Esta es la realidad que describió como periodista Anna Politkovskaya, y este veredicto fue, probablemente, el que le costó la vida: “La Rusia de Putin es moralmente aún más sucia que la de Yeltsin. Se parece a un vertedero cubierto de basura y zarzas.” Antes de ser asesinada, Politkovskaya había recibido múltiples amenazas veladas y no tan veladas de militares amparados en el anonimato del nombre de su división o regimiento, como en una carta dirigida al diario Novaya Gazeta para el que trabajaba la periodista, cuya conclusión es de por sí reveladora de la situación actual en las principales instituciones rusas: “Si, a pesar de todo, es usted nuestra enemiga, sepa que en la República de Chechenia somos implacables con los enemigos y seguiremos siéndolo si se nos obliga a una nueva confrontación.” La periodista llegó a sufrir, poco después, un simulacro de ejecución a manos de oficiales del FSB en una comandancia militar rusa en Chechenia.
Ahora, los hijos de Politkovskaya quieren que se le haga Justicia. Pero más allá de su dolor les (nos) queda el ejemplo moral de verdad y valentía que encarnó su madre con su trabajo: nos queda el testimonio veraz y descarnado sobre un conflicto cuya apariencia menor no debe ocultarnos las graves consecuencias de lo que el régimen de Vladimir Putin ha incubado en Rusia utilizando la guerra de pretexto.
Nota: foto de Xenia Bondareva, de la Novaya Gazeta.
*Chechenia, la deshonra rusa (2003).
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- Este dato es erróneo: Putin no fue el último jefe del KGB, disuelto en 1991… pero se convirtió, a mediados de 1998, en el jefe del FSB (Servicio Federal de Seguridad, sucesor de aquél), antes de alzarse con la Presidencia de la República en marzo de 2000, apenas un año después de recomenzar la guerra en Chechenia.