Vendidos al oro persa

…desde hace mucho ya, casi desde el mismo momento en que cayó el Muro y Occidente decidió caer sobre Rusia y sus ex posesiones y dominios, a la par que decidía convertir a China en el mayor mercado del mundo y a los países árabes en afables aliados exportadores de petróleo y multimillonarias inversiones en la construcción, los servicios financieros, las infraestructuras turísticas…

Hasta que llegó el ansia por tener -aparte de cientos de caballos corriendo en USA y en Francia, caso de los amos de los petrodólares- una serie de clubes de fútbol a modo de símbolo del nuevo poder emergente en los otrora desdeñados países que no participaban de las glorias y lujurias del capitalismo occidental: afluyó el maná desde la ex URSS, China, Arabia… y hoy es el día que todas esas potencias esperan -gracias a sus benefactores encubiertos- el retorno de la inversión, que no sólo ni principalmente es económico.

Porque mal puede Occidente (USA y UE) objetar la sistemática violación de derechos humanos perpetrada por los que al par son sus principales partenaires en todo tipo de suculentos negocios a nivel global, ya que son lo suficientemente cobardes como para no exponer jamás al público la verdad de las cosas -con sus consiguientes conclusiones y sacrificios- y tan interesados como para dejarse mansamente sobornar por las promesas envenadas de paz y cooperación que les regalan quienes han sometido siempre al servicio de su proyecto las palabras, los pactos y la Verdad.

En rigor, la virtud mayor de esa salida de pata de banco que ha representado el anuncio de la Superliga es que deja al descubierto -para quien aún no hubiera sido capaz de verlo o entreverlo siquiera- que hace mucho también desde que el negocio del fútbol se convirtiera en el fútbol del negocio, con esa innumerable cantidad de traspasos a modo de transacciones financieras que pueden incrementar o no su valor (como las acciones bursátiles) según la venta a corto o a medio plazo: de aquí que existan jugadores con contratos multimillonarios que no llegan a jugar nunca un minuto.

Toda esta basura especulativa ha empobrecido el fútbol, qué duda cabe; pero más ha empobrecido aún a los clubes después de años de reventar el mercado con una serie de genuinos blufs. Hace una década la Liga española era cosa de dos -Barça y Madrid- desde inicios de temporada; pero su juego del gallina ha acabado por depararles plantillas inasequibles y únicamente (¡!) susceptibles de ganar unas cuantas Champions… con lo que tampoco les llega: ¿será que el Fútbol es ingrato?

Pero en la jugada de crear una Superliga del Fútbol Global con los Mejores Equipos del Mundo están hasta el cuello los europeos y los magnates USA, los de China e India, Arabia y Rusia; así que no parece ser Florentino Pérez el único Lex Luthor sobre el planeta Tierra: en tanto los grandes jerarcas del Fútbol y del Dinero (y del Poder, del que no son tan distinguibles en muchos países, cada vez menos) planean los grandes eventos del siglo presente, con faramalla de retransmisiones por TV y apuestas por la Red, los pobres hinchas queman banderas en señal de protesta.

Es el nuevo tiempo de la Impostura internacional y del Capitalismo sin barreras ni escrúpulos, que mantiene a esos “ganadores de la Globalización” apostando desesperadamente para no perderlo todo a manos de sus pares, cuando el resto de la población mundial asiste entre impávida y estupefacta a este auténtico separatismo de las oligarquías multimillonarias y acaparadoras en todos los órdenes -de la Cultura al Deporte y de la Moral al Dinero- mientras los colosales bloques geopolíticos entran en colisión con Ejércitos que no pertenecen más que al ansia totalitaria de Poder.

En medio, atrapados o expulsados, los desharrapados desheredados del Progreso; y no en mucho tiempo todos los demás, entre el Saqueo de los coaligados (Dinero y Poder) y las fatuas promesas de los Redentores de todo pelaje: socialistas, islamistas, tribalistas… La pesadilla del Nuevo Mundo.

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En primera persona

…representa un manifiesto airado y a la vez la confesión del periplo intelectual de Alain Finkielkraut (París, 1949) contra los que se permiten motejarlo de “reaccionario” -cuando no de “reaccionario judío sionista”-, porque el autor da muestras de lo muy ofensivo que considera dicho estigma que no puede aceptar con cinismo e incluso con orgullo -como hacemos otros, por lo menos de vez en cuando- precisamente en atención a lo que es la verdad de su pensamiento y obra.

El título responde por tanto a la necesidad de plantar cara desde la misma condición del agredido, del tergiversado, del negado, aunque no se trate por ello de “defender una verdad puramente subjetiva”:

“La verdad que yo sigo buscando todavía y siempre es la verdad de lo real; la elucidación del ser y de los acontecimientos sigue siendo, a mis ojos, prioritaria. A pesar de la fatiga y del desánimo que a veces me asaltan, prosigo con obstinación esta búsqueda. Me intereso menos por mí de lo que me afecta el mundo. Con todo, como escribió Kierkegaard, “pensar es una cosa, existir en lo que se piensa es otra”. Esta otra cosa es lo que he querido aclarar al escribir, pase por una vez, en primera persona.”

Finkielkraut se remonta así a los años de su sesentayochismo militante “a la izquierda del izquierdismo”, que fue progresivamente abandonando al reparar en que “lo poco que yo sabía de la vida en virtud de mi experiencia y mis lecturas desmentía silenciosamente sus fórmulas definitivas”, por ejemplo en lo tocante a la “liberación sexual” preconizada por los nuevos revolucionarios cuyo análisis crítico deparó la obra El nuevo desorden amoroso, coescrita con Pascal Bruckner.

Alumno de Roland Barthes en los tiempos de apogeo de las teorías del estructuralismo en Literatura y otras ramas de las llamadas Ciencias Sociales, el autor se liberó de los últimos resabios del 68’ de la mano de Emmanuel Lévinas, si bien de Sartre a Foucault sus referentes intelectuales y morales no radicaban precisamente en el pensamiento conservador o tradicionalista, como tampoco su admirado Milan Kundera, para quien no obstante lo moderno supone “avanzar, mediante nuevos descubrimientos, por el camino heredado”.

UNA VEZ MÁS LA CUESTIÓN JUDÍA

Las páginas más personales del libro atañen por supuesto a la evolución del pensamiento de Finkielkraut -o más bien de la adaptación de su propia mentalidad- acerca de “lo judío”, que comenzó tratando en El judío imaginario al albur de las reflexiones sartrianas que oponían un tipo de judío “auténtico” y orgulloso de su identidad a otro “inauténtico” que “desea, cueste lo que cueste, fundirse en la masa, hacerse indetectable, ser como todo el mundo”. Para el autor, convencido en su apuesta por no esconderse, el tiempo depararía otras conclusiones:

“Creyendo asumir tu ser lo conviertes en un espectáculo, hablas mucho y haces poco, te apropias para poner pimienta en tu vida diaria de una tragedia que ya no es la tuya. Pretendes llegar a la verdad y vives en la mentira. Te envuelves en la persecución y no hay nada que altere la tranquilidad de tu existencia. Aunque reivindiques tu parte de sufrimiento, te das la gran vida. Tienes que rendirte de una vez por todas a la evidencia: tu destino es el confort”.

Philip Roth le quitó del victimismo con su habitual sarcasmo en boca de uno de sus personajes de novela: “Si se quiere ver a judíos de Newark padecer violencias físicas, es preciso ir al consultorio de cirugía estética donde las chicas se operan la nariz. Allí es donde corre la sangre judía en el condado de Essex…” Pero que Finkielkraut renunciara a jugar el rol de víctima no es óbice para que las últimas décadas hayan vuelto a poner de relieve en Europa “la cuestión judía”, con una creciente presencia del discurso antisemita en medios culturales, periodísticos y universitarios (y sus derivadas en agresiones físicas y simbólicas, incluyendo la profanación de cementerios).

Precisamente Prensa, Universidad y Cultura se han ido convirtiendo del 68’ acá en los principales instrumentos de la represión moral e intelectual de la sociedad no menos que de sus élites, aquí y en Francia y en toda Europa como en los Estados Unidos de América. Por ello constata el autor que, lejos de haber terminado personalmente con la cuestión judía, “ella no había terminado conmigo. Me esperaba a la vuelta de la esquina y de una forma que hacía fracasar todas mis fantasías de aventura”.

Porque ya entonces, apenas un cuarto de siglo después del genocidio nazi, comenzaban a aflorar los mensajes antijudíos encubiertos en nuevas fórmulas, como presentar el antifascismo y la denuncia de las atrocidades nazis como mera salvaguarda del capitalismo; como rezaba una octavilla de aquel tiempo:

“El universo de los campos de concentración proporciona un infierno de lo más conveniente. La ideología antifascista se propone salvar la democracia por todos los medios frente al fascismo y a las dictaduras que se le asimilan más o menos. Ahora bien, a decir verdad, esta ideología es, en primer lugar, el medio de ahogar las perspectivas propias del proletariado y de integrar esta clase en la defensa del mundo capitalista”.

En nombre de la solidaridad (socialista) obrera, o en el de los palestinos a partir también de los años 70 -digamos que cuando parte de los revolucionarios europeos del 68’, reconvertidos pronto en terroristas patrocinados por la URSS y sus filiales, vieron en la “lucha palestina” otro apoyo para la suya-, el antisemitismo tradicional y la judeofobia propiamente racista convergen en señalar al Estado de Israel y al Sionismo como el nuevo Gran Satán, émulo del propio Reich hitleriano.

La lista de escritores y artistas, periodistas y todo tipo de hampones de la TV y del espectáculo que han llegado a proferir “los judíos se comportan como nazis con los palestinos” se haría interminable… por lo que Finkielkraut les opone lisa y llanamente su análisis, que refiere al obispo cristiano Marción en el siglo II d.C, pues éste fundó su propia Iglesia en la oposición entre el Dios del Antiguo Testamento y Cristo.

“Marción está de vuelta. Sus descendientes ocupan la escena y cierran, reactivando su cólera contra la Antigua Alianza, el breve paréntesis racista de la larga historia del antijudaísmo. Como son resueltamente universalistas, fustigan la decisión judía de fundar el Estado sobre la etnia cuando para todas las democracias ha sonado la hora de convertirse a la religión de la Humanidad. No tienen otro credo que la igual dignidad de las personas y denuncian, en su nombre, la preferencia por sí mismo exhibida sin vergüenza por el pueblo de Israel”.

LA RAZÓN DE LAS NACIONES

En el caso de Israel, del Sionismo, es clave entender que los supervivientes de los campos de exterminio proclamaran “Nunca más eso. (…) Nunca más moriremos así. Vamos a alguna parte de la tierra a recuperar nuestras prerrogativas de pueblo”, designio compartido incluso por los que jamás pisaron el refundado hogar judío. Pero también aboga Finkielkraut por restaurar (o restañar más bien) algunas de las características más señeras del viejo Estado-Nación, así como el respeto debido al sentimiento nacional que simplemente no admite ser deglutido por el mantra globalista como una especie de moda más en el Decurso hegeliano de la Historia.

De nuevo gracias a Kundera, y a colación del ejemplo de la revolución húngara de 1954 contra la opresión soviética, “aprendía que Europa y la nación podían ser una y misma causa”, puesto que los húngaros estaban dispuestos “a morir para que Hungría siguiera siendo Hungría y siguiera siendo Europa”. Aún más, sus tesis durante las guerra balcánicas de los años 90 le ganaron el apelativo de “Finkielcroate” por “denunciar la amalgama, que paralizaba las grandes conciencias, entre la Croacia actual y el estado ustacha instalado por Hitler”, frente a la pretendida legitimidad de una Yugoslavia socialista y “no alineada” que, en manos de Milosevic, ya se había transmutado en un Partido-Estado étnico con vocación panserbia.

Y sin duda es esta última parte de la obra la que demuestra un pensamiento más audaz, en cuanto que entronca con un debate que, a fuer de realista, no deja de ocupar también el ámbito global, pues es el mismo en Francia entre “identitarios”, “separatistas” y “globalistas” (libertarios o anticapitalistas), que en Estados Unidos con sus conflictos raciales y ahora entre el establishment y los populistas, o en el Reino Unido con el “Brexit”. A su juicio, el 11-S marcó un giro radical en la tendencia triunfalista de la Globalización en el “fin de la Historia” poscomunista:

“Después de esta fecha fatídica, la yihad se autoinvitó a intervenir en el Viejo Continente y pronto apareció a los que tenían ojos para ver la forma paroxística de un fenómeno sin precedentes: el choque de civilizaciones en el interior de las comunidades nacionales. Con la así llamada inmigración poscolonial, el reparto de un mismo patrimonio por los autóctonos y los nuevos llegados dejó de ser algo que caía por su propio peso. En los barrios extrañamente calificados de “sensibles” y que están en aumento constante, la cuestión social se plantea con agudeza, pero en unos términos nuevos. En efecto, lo social no se reduce ya a lo económico. Nuestro materialismo espontáneo se ve cogido en falta y se impone a nosotros esta constatación: los individuos no se mueven solo por sus intereses, sino también por sus pasiones, sus creencias, sus costumbres, y también actúan otras fuerzas colectivas diferentes a la casta de los dominantes y a la masa de los explotados.”

Como contrapartida, como reacción espontánea (y no producto de un desarrollo ideológico articulado consistente y conscientemente), el autor resalta:

“Al ver extenderse los territorios en que los extranjeros son precisamente ellos, sienten nostalgia de su tierra en su misma tierra. Este exilio inmóvil despierta una “voz de la memoria engullida”. (…) Se les había preparado para no otorgar valor más que a los valores, y el peligro en la propia morada les hace comprender que también están apegados a cosas, a objetos familiares, a una forma de vida modelada por el tiempo. (…) El miedo por la existencia determina la conciencia y conduce al compromiso. Las amenazas que se ciernen sobre la identidad nacional y las desgracias que la golpean les convierten, a su pesar, en sus guardianes. Por ejemplo, no pensaban en Notre-Dame de París cada día. Pero al verla en llamas, descubren lo muy apegados que estaban a ella: esta catedral no es solo una joya turística, es que, tanto si son católicos como si no lo son, es una parte de su propia sustancia”.

LA CULTURA DEGRADANTE

Por el contrario, “el Estado cultural” que ya denunciara Fumaroli procura disolver en la omnicomprensiva “cultura” toda diferencia de grado o condición, buscando rebajar lo excelso mientras se absuelve y se integra lo perverso y conformando con ello el magma del nuevo pensamiento relativista.

“No se accede a la cultura por la mediación de libros y de maestros, se flota en ella, se está dentro de ella, se diga lo que se diga o se haga lo que se haga. No hay nada que no merezca esta denominación hasta hace poco todavía muy controlada. La incultura ha desaparecido como por arte de magia sabia: “¡Todo es cultural!”, proclaman las ciencias sociales, y de ahí se deduce que todo rap es música, todo vómito verbal es poesía, toda obscenidad es flor del Mal. Hasta hace poco nadie podía salir de la charca en que vegetaba tirándose él mismo del pelo como el barón de Munchhausen. Hoy la cultura es la charca”.

No es de extrañar, entonces, que sus intervenciones públicas hayan sido hostilizadas cada vez con mayor frecuencia, pues tanto su defensa de Israel como el cuestionamiento de las bondades presuntamente ilimitadas de la Globalización -y su acerada crítica al globish o lengua de madera que le es característica, y que como indica poco tiene que ver con el inglés-, sus denuestos contra las ideologías “de género” o victimistas, o contra los biempensantes favorables a “la acogida” indiscriminada de inmigrantes, son otras tantas violaciones del código moral que tratan de imponer secundados por millones de acólitos -a medio camino entre la Cienciología y la III Internacional- los que pueden permitirse lo mismo abandonar su tierra que fundar un Estado o en su lugar una plataforma de dominio espiritual a escala planetaria.

““Solo un Dios puede salvarnos”, dijo un día Heidegger. Yo espero, por mi parte, un despertar y un sobresalto humanos. Formulo el voto menos oracular, aunque tal vez igual de piadoso, de que la política, es decir, según la definición de Hannah Arendt, el amor mundi, recupere sus derechos. Mientras espero este acontecimiento improbable, no hay nada que ocupe tanto mi corazón y mi mente como la creciente inhabitabilidad del mundo. Entre la nueva fractura social y el imperio devastador del espíritu de la técnica sobre todos los ámbitos de la realidad, no ceso de detectar sus síntomas. Si, a pesar de la dificultad nunca superada, encuentro todavía la fuerza necesaria para escribir, es bajo el aguijón de este tormento”.

Apuntes sobre un planetado estresado

…funciona a modo de libro convencional de autoayuda y a la par contribuye a esclarecer un tanto la nueva (o no tan nueva) relación adictiva que mantiene la mayoría de nosotros con las llamadas “tecnologías de la información y la comunicación”, por lo que no deja de ser un best-seller al uso y sin embargo aporta la novedad, frente a los “apocalípticos” que tratan de Internet y sus disfuncionalidades desde el ámbito académico, de que es el propio adicto, el británico Matt Haig (Sheffield, 1975), el que lo aborda desde su experiencia íntima.

Haig ya venía de producir un superventas con Razones para seguir viviendo -el relato de sus traumas con la depresión que le condujo al borde del suicidio con apenas 24 años-, y es reseñable que a su facilidad para confesar al lector sus debilidades y angustias una cierta pericia narrativa (muy del gusto del lector apresurado de nuestros días) que logra estructurar un conjunto en apariencia disperso para ofrecer con agilidad una tesis algo novedosa: que es la saturación de información en un mundo hiperconectado la que nos estresa, junto a la aceleración del modo de vida que impone, la que recíprocamente hace del nuestro un planeta estresado.

“Puesto que la salud física y la salud mental están relacionadas, ¿no podía decirse lo mismo del mundo moderno y nuestros estados mentales? ¿Acaso no podían ser responsables determinados aspectos de nuestra forma de vida en el mundo moderno de cómo nos sentimos en el mundo moderno?

No sólo con relación a las cosas propias de la vida moderna, sino también a sus valores. Los valores que hacen que queramos más de lo que tenemos. Que rindamos culto al trabajo por encima del ocio. Que comparemos lo peor de nosotros con lo mejor de los demás. Que tengamos la sensación de que siempre nos falta algo.”

Adicto a Twitter y especialmente crítico con esta red social, Haig refiere su experiencia en todos los ámbitos, las cosas que ha aprendido que le ayudan y aquellas que debe evitar, y numerosos razonamientos y consejos aparecen aquí y allá a modo de listados prácticos basados en lo que a él le funcionó, junto a reflexiones críticas con el uso y abuso que hacemos de lo que, sin duda, constituye un fenomenal progreso humano para el intercambio de bienes, servicios e información, la Red de Redes, así como una vía anchísima para ejercer la solidaridad con nuestros congéneres más apartados.

“En la década de los noventa, cuando el eslogan de Microsoft preguntaba: “¿A dónde quieres ir hoy?”, se trataba de una pregunta retórica. En la era digital, la respuesta es “A todas partes”. La ansiedad, en palabras del filósofo Soren Kierkegaard, podría ser el “vértigo de la libertad”, pero en realidad toda esta libertad de elección es un milagro.

Sin embargo, si bien las opciones son infinitas, nuestra vida tiene un límite de tiempo. No podemos vivir todas las vidas. No podemos ver todas las películas, ni leer todos los libros, ni visitar todos los sitios de nuestro bello planeta. En lugar de que esto nos suponga un impedimento, necesitamos efectuar una revisión de las opciones que tenemos. Averiguar lo que es bueno para nosotros y dejar lo demás. No nos hace falta otro mundo. Todo cuanto necesitamos está aquí si dejamos de pensar que lo necesitamos todo.”

Asimismo, es esta posibilidad de acceder a cualquiera en cualquier parte del mundo la que puede resultar engañosa y a la postre nociva, pues en tanto que uno añade amigos virtuales a su día a día está quitando tiempo -el bien escaso por antonomasia, al menos en nuestras actuales sociedades- a sus próximos y allegados, en el mismo sentido en el que la solidaridad occidental parece funcionar siempre más a favor de lo exótico y lejano (que llega por TV o Internet) que de lo cercano y conocido.

Al respecto, Haig identifica y analiza el fenómeno no demasiado paradójico de que sean los medios de comunicación, mediante el markéting y las mismas noticias, los que procuren deliberadamente estados de insatisfacción y ansiedad en los consumidores:

“Cuando empecé a documentarme, no tardé en dar con algunos titulares que captaron mi atención en una era en la que todo gira en torno a captar la atención. Por supuesto, las noticias tienen por objeto tratar de estresarnos. Si tuviesen por objeto calmarnos, no serían noticias, sería yoga. O un cachorrito. Así que es irónico que los medios de comunicación hablen de la ansiedad cuando ellos mismos nos la provocan.”

Pero el autor no cae en fáciles diatribas contra los medios, ni contra el mundo moderno ni contra el capitalismo, puesto que se remite a los estudios de Pinker o cita a Hariri para enmarcar todas sus aprensiones en una realidad que depara hechos significativos como la reducción de la pobreza mundial o de la mortandad infantil. Mas tampoco se aferra a los datos contables, porque a fin de cuentas cada uno afronta y padece a su manera los problemas y “cada era plantea toda una serie de desafíos únicos y complejos”.

“Todo este catastrofismo es irracional, pero tiene un poder emocional. Y esto es algo que no sólo lo saben los que sufren de ansiedad.

Los publicistas lo saben.

Los agentes de seguros lo saben.

Los políticos lo saben.

Los jefes de redacción lo saben.

Los agitadores políticos lo saben.

Los terroristas lo saben.

Lo que en realidad vende no es el sexo. Lo que vende es el miedo.

Y ahora ya no tenemos que imaginar las peores catástrofes: podemos verlas. Literalmente. El móvil con cámara nos ha convertido a todos nosotros en fotoperiodistas. Cuando sucede algo malo de verdad -un ataque terrorista, un incendio forestal, un tsunami- siempre hay personas presentes para grabarlo.”

Junto a ejercicios de “desconexión” básicos como elegir en qué momento del día consultar las noticias, o los tuits, o las fotos y contactos de las redes sociales, recomendaciones naturistas como realizar ejercicio al aire libre, tener y disfrutar de una mascota o no desmerecer la lluvia cuando llueve y el sol cuando sale permiten a Haig componer un fresco realista de nuestra sociedad planetaria en el punto álgido de la era de la globalización, pero sin perder de vista en ningún momento que este libro pretende ser guía para orientar al aislado, al deprimido, al angustiado por la difícil senda de recuperar tiempo, espacio y mismidad en un mundo que parece querer suprimirlos.