Hace poco, poco tiempo, existieron unos hombres pérfidos e hipócritas que pretendían sojuzgar a los demás hombres y convertirlos en esclavos, y deseaban hacer de su particular patria un todo excluyente en que sólo pudieran encontrarse los mejores, es decir, los que por ellos fueran designados como mejores.
Los hombres patriotas habían surgido de la mediocridad del miedo y la humillación, de una guerra horrible entre hermanos de ignoradas ideologías ignorantes de los hombres; los hombres patriotas habían conservado en paño de oro su odio irracional, y habían aguardado durante tiempo para expulsarlo hacia la gente sobre la que ahora gobernaban.
Al principio, los hombres patriotas se habían constituido en partido para defender los intereses de su particular patria, y muchos hombres habitantes de la misma habían engrosado sus filas con devoción e idealismo, con ganas de hacer de su patria pequeña una más grande en la que pudieran vivir prósperamente y en la que no tuvieran que ocultar sus ideas ni sus tradiciones, en la que no tuvieran que callar su lengua ni su opinión, en la que pudieran ser libres como antaño habían sido. No todos los hombres de la Patria Pequeña engrosaron el Partido Defensor de Nuestra Particular Patria, pues veían en él cierto odio reconcentrado y camuflado en el ideal de prosperidad y defensa de las libertades de la Patria Pequeña.
Cuando los hombres patriotas alcanzaron por mayoría en el libre juego, en la lotería de «Las Elecciones Libremente Aceptadas», el Gobierno Patriota Popular de la Patria Pequeña, se produjeron múltiples estallidos de júbilo y alegría entre los ciudadanos votantes del Partido Defensor de Nuestra Particular Patria, y pronto se pudieron apreciar los primeros efectos de esta victoria con el reconocimiento, por parte de la Patria Múltiple, de la Distinción de Los Otros otorgada a la Patria Pequeña. Aquel día se enarbolaron banderas multicolores en gran parte de los balcones del lugar, y todo el mundo salió a las calles a festejarlo con libertad y vino.
Pasaron algunos años y la situación no había cambiado en exceso. Es decir, había cambiado bastante, pero los hombres patriotas no lo veían así pese a que cada vez habían ido consiguiendo más y más favores de la Patria Múltiple. Los hombres patriotas, en todo aquel tiempo, habían edificado numerosos Centros de Educación Patriótica para la Defensa de Nuestra Particular Patria; habían unificado los diferentes dialectos de la Lengua Patriótica y Popular de la Patria Pequeña; habían ordenado leyes para establecer la Convivencia Particularmente Patriótica y habían fomentado, desde el Gobierno Patriota y Popular, una serie de costumbres y ritos que, al parecer, eran los adecuados y necesarios para la restitución completa de las libertades y la prosperidad perdidas en aquella lejana guerra, pérdida que ellos achacaban, particularmente, a los hombres pertenecientes a la Patria Múltiple.
En un primer momento, todos aquellos hombres de la Patria Pequeña que no habían votado al Partido Defensor de Nuestra Particular Patria se habían sentido discriminados por las Leyes de Defensa Patriótica, pero tampoco se habían visto atacados directamente, o al menos no podían demostrarlo, y muchos hubieron de callar por falta de argumentos y por miedo a que la Convivencia Particularmente Patriótica se resquebrajara como, al parecer, «antaño, aquellos, Los Otros, Los de la Patria Múltiple, resquebrajaron nuestra Particular Patria y nos persiguieron a Todos.»
En un segundo momento, algunos de los hombres de la Patria Pequeña, que no creían que hubiera de reconocérseles una Distinción de Los Otros, se atrevieron a sugerir que la Patria Pequeña pertenecía, realmente, a la Patria Múltiple, y que siempre había sido así y que no había por qué alterarlo; se atrevieron a sostener que los hombres que habían destruido las libertades de la Patria Pequeña habían sido sólo algunos de los que integraban la Patria Múltiple; se atrevieron incluso a hablar en voz alta a los hombres patriotas y a pedirles que dejaran de adoctrinar en el Odio a Los Otros a sus hijos, que asistían a los Centros de Educación Patriótica para la Defensa de Nuestra Particular Patria como la práctica totalidad de los nacidos en la Patria Pequeña.
Los hombres atrevidos que habían hablado, que habían intentado convencer con palabras a sus hermanos, fueron entonces llamados ante el Tribunal de la Santa Defensa y juzgados y condenados.
-Os habéis atrevido a rebelaros contra el Gobierno Patriota y Popular; habéis difamado la Enseñanza Patriótica y Popular; habéis tachado de falsas las Tradiciones Patrias y los Ritos Santos de Defensa; oh, ingratos: ¡merecéis ser condenados!
Lo cierto es que nadie impuso una condena, pese a que el Tribunal ya había emitido su veredicto, pero poco a poco, en circunstancias extrañas, uno a uno los hombres de la Patria Pequeña que se habían atrevido a pedir la paz y la palabra fueron desapareciendo. Los informes forenses revelaron que todos ellos habían sido víctimas de la mordedura de una extraña serpiente, no conocida hasta entonces en aquel lugar, y que su muerte había sido instantánea, pero no aportaron luz a las extrañas desapariciones ni se encontró nunca a las serpientes que ocasionaron las muertes.
Siguieron pasando años y nada había cambiado en exceso. Es decir, habían muerto aquellos atrevidos, se habían reforzado las Leyes de Defensa contra Los Otros, se habían edificado algunos Centros de Educación contra Los Otros y el Gobierno Patriota había exigido al Gobierno Democrático de la Patria Múltiple una cesión de territorios limítrofes a las fronteras de la Patria Pequeña; todo se le había concedido al Gobierno Patriota, y por eso nadie, ni siquiera los mismos hombres votantes del Partido Defensor de Nuestra Particular Patria, se sorprendió cuando la Patria Pequeña cayó como un fruto podrido de una de las ramas en que se dividía, inexorablemente, la Patria Múltiple.
Entonces comenzaron las restricciones: el Gobierno Patriota dictó nuevas Leyes de Defensa para restringir la «contrainformación, nociva para la Convivencia Particularmente Patriótica, que elaboran Nuestros Particulares Enemigos del Otro Lado», es decir, de la Patria Múltiple.
Muchos ciudadanos de la Gran Patria Particularmente Patriótica y Popular, como designaba el Partido a la Patria Pequeña, comenzaron a inquietarse viendo que quedaban incomunicados con el exterior; acudieron a ver a los Grandes Jefes Libertadores de la Patria para informarse de lo que sucedía en realidad, y estos les dijeron que todo lo que pasara a partir de ahora sería «en bien de Nuestra Particular Patria y de los hombres patriotas».
No muy convencidos regresaron a sus casas, al igual que aquellos empresarios que acudieron a ver a los Responsables del Partido para interesarse por el éxito de sus productos en el exterior y recibieron, por toda respuesta, la sentencia de que «todos los productos de Nuestra Particular Patria aportarán beneficios en sumo grado a Nuestra Particular Patria, y no a la Patria de Ningún Otro.»
Tampoco las flamantes Juventudes Patrióticas recibieron compensación alguna por las múltiples y pintorescas actividades de propaganda y difusión de la Ideología Patria Popular desplegadas; tampoco por sus incesantes actos multitudinarios para el Fomento de Nuestra Particular Lengua; tampoco por sus algaradas callejeras, sus sobres con amenazas, los destrozos en las calles para exigir al Gobierno Democrático de la Patria Múltiple -actual Gobierno Esclavo de la Patria Desgajada- la Separación Patriótica y Popular; y no recibieron tampoco, por supuesto, porque ya no las necesitaban ni a ellas ni a ellos, la ayuda económica que requerían para seguir incubando a sus extrañas serpientes.
Pasaron unos cuantos años más, ya muy pocos más, en la Cronología Patriótica de la Gran Patria Particularmente Patriótica y Popular. Los grupúsculos de hombres «no integrados; no patriotas; no particularmente hermanos nuestros: Enemigos, es más, amigos de Los Otros, nuestros Enemigos» habían sido desterrados; los hombres votantes del Partido que hacían demasiadas preguntas «poniendo en tela de juicio las Leyes de Defensa Contra el Enemigo, la Verdad Patriótica de Nuestra Particular Televisión, el Santo Gobierno Patriota y Popular» habían sido purgados; los hombres patriotas que mostraban algún tipo de duda u objeción, o que parecían mostrarlas, eran ajusticiados regularmente.
Los Grandes Jefes Libertadores de la Patria deliberaban, mientras tanto, para continuar ejerciendo el usufructo del poder:
-¿Tal vez la invasión de la Patria Bruna, o de la Patria Sur?
-Demasiado esfuerzo para el Ejército Patriótico; somos una nación pequeña.
-¿Quizás una subida de los Impuestos Populares?
-Nuestros empresarios ya no pueden con las cargas para…
-¡Al pueblo, hombre! Me refiero a que el pueblo sufrague nuestra economía autárquica.
-Vaya, no sé…
-Tal vez recrudeciendo las leyes consiguiéramos mayor delincuencia.
-¿Y eso en qué nos beneficia particularmente a nosotros?
-A más delincuencia, más represión y…
-Y ya tenemos toda la represión, ¿a qué más?
-Y más prisiones, más gasto público para construir cárceles o, en su detrimento, más condenas y ejecuciones.
-No sé; no me convence como política económica, aunque siempre viene bien para garantizar la seguridad de Nuestro Particular Gobierno.
-Cierto.
Finalmente, los Grandes Jefes Libertadores de la Patria decidieron convertir la Pequeña Patria en colonia penitenciaria e intentaron vendérsela a la Patria Desgajada para que pudiera colocar allí su excedente de reclusos, pero resultó que la Patria Desgajada ya no tenía dinero y había abolido, además, las penas de cárcel.
La Pequeña Patria, convertida en la peor de las prisiones, acabó en ruinas, empobrecida, incivilizada, reprimida, purgada, excluida y desgajada, pero, al menos, la hierba verde que renació, después de tantos años, entre las piedras destruidas de la extinta Gran Patria Particularmente Patriótica y Popular, sirvió de alimento a los últimos habitantes que subsistieron en aquel lugar: las vacas.
8 de mayo de 1998