…y resulta que nada ha cambiado en exceso (políticamente hablando) en esta España airada de buenas gentes llenas de miedo por los cuatro costados. Ahora, que como todo el mundo es muy listo -y yo el que más-, nos vamos a entretener durante unos días con las autocitas de los que ya lo vieron venir, así que venga:
Y a esta juventud indignada… ¿qué se le debe?
He seguido poco estos días la actualidad informativa, pero cuando este mediodía he visto en el telediario a alguno de los “indignados” proclamar sus reivindicaciones me ha faltado poco para tirar la tele por la ventana: “No voy a poder tener hijos”, decía una veinteañera; “No puedo casarme, sigo viviendo en casa con mis padres”, decía otro; “No les votes” parece ser ahora la consigna general…
Pues no, señoritos y señoritas: esos argumentos no expresan ni siquiera indignación; sólo tontuna, capricho, ñoñería… de los que lo han tenido todo sin tener que mover un dedo desde la cuna, de los estudios pagados a la casa de los papás en la que siguen viviendo muchos a partir de los treinta años, en algunos casos sin mayores problemas y en otros por propia dejadez, qué duda cabe. ¿Acaso no hay dinero para la gasolina de la moto y las cervezas, los festivales de verano y la ropa de marca? ¿Cuánto se deja la gente al mes en la factura del móvil?
Muy cierto es que la inmigración ha supuesto una competencia inesperada en el mercado laboral, pero no menos cierto es que sobre todo se trata de trabajos que requieren escasa cualificación y que los propios jóvenes nacionales venían rechazando desde hace una década o más: niñeras, camareros, enfermeras y cuidadoras… por hablar de los trabajos menos duros, porque podríamos referirnos también a peones de albañil, pescadores y labradores, etc. Pero esta juventud nuestra tan desencantada no ha querido mancharse las manos porque tenía un título universitario con el que de veras esperaban colmar todas sus expectativas sociales y económicas…por la vía rápida de la plaza de funcionario.
La generación de nuestros padres y más aún la de nuestros abuelos hubieron de padecer la guerra, la dictadura y la miseria; cientos de miles de españoles hubieron de emigrar del campo a la ciudad, y de España a otros países europeos donde se requería mano de obra no cualificada después de la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial que redujo drásticamente la población activa en países como Alemania. Aún hemos llegado a conocer a españoles en democracia que trabajaban por el día y estudiaban por la noche sin poder contar en ningún caso con la ayuda económica paterna. Y esto también era vida, y probablemente una vida más intensa aunque menos cómoda que la que los nacidos a partir de 1975 hayan podido tener.
Ahora no vale echarle la culpa de todo a los políticos, aunque sean responsables en gran medida del marasmo en que ha quedado sumida la Nación española. Y no vale porque, ya puestos a expresar nuestra indignación, ¿dónde demonios estaba toda esta juventud airada el pasado sábado 14 de mayo cuando las víctimas de la organización criminal ETA protestaban por los favores del Gobierno a los asesinos de sus seres queridos? ¿Dónde se han metido estos últimos siete años de ignominioso silencio público sobre el mayor atentado terrorista de la historia de Europa? ¿Es que tenemos que pensar que es más necesario comprarle un pisito para sus juergas a un joven en paro viviendo en casa de sus padres que hacer justicia a los millares de afectados por el 11-M?
Sí, podrá ser que sean cosas distintas, claro. Pero ¿cómo esperan transmitirme a mí, sin ir más lejos, esa indignación puramente egoísta y material que no acusa directamente al Partido (PSOE) que más ha hecho por la destrucción de empleo en toda la historia de España? ¿Qué solidaridad esperan recabar los que sólo han encontrado como causa justa para manifestarse contra un gobierno español la guerra que depuso al tirano genocida Sadam Husein?
Hace diez años escribí un artículo mostrando mi convicción de que la juventud española quería algo más que ser amamantada por el Estado desde la cuna hasta la sepultura, motivo éste de todo tipo de frustraciones en cuanto que uno puede llegar a darse cuenta, tal vez ya en la madurez, de que nada de lo que tiene o es en la vida lo ha lo conseguido por méritos propios, gracias a su esfuerzo y dedicación. Ahora desde luego no pienso igual, pero tampoco hablaría de “generación perdida”.
Los gobiernos de Aznar contagiaron la ilusión del trabajo bien hecho y la confianza en las propias capacidades a una mayoría de españoles que por un tiempo pensaron que era posible, sí, hacerse una vida a la medida del trabajo y la responsabilidad de cada uno. Luego llegó la furia sectaria del Socialismo a demoler todo lo realizado con la vana promesa de que el Estado se haría cargo de todas las “necesidades” de la sociedad, sobre todo de las de sus jóvenes. Y ahora tenemos a toda esa juventud frustrada sin saber por dónde le da el aire y, lo que es peor, sin tener ni remota idea de cómo comenzar a vivir su propia vida en libertad.
18 de mayo de 2011
Que conste que no fue publicado hasta meses después, al no haber merecido el interés de quienes por entonces editaban la página web La Izquierda Reaccionaria, como tampoco el de UPyD, a quienes remití el artículo básicamente para su consideración a través de un amigo que por entonces trabajaba para ellos.
Ciertamente, el 15-M significó el principio del fin para la formación magenta incluso antes de que Podemos se articulara como expresión partidista. Y, desde luego, no costó mucho más tiempo a lo más granado de la intelectualidad crítica de Izquierda -esos que también caben todos en un taxi, y de los que destacan tanto Félix Ovejero como el veterano Eduardo «Teo» Uriarte- dar buena cuenta del «movimiento de los indignados».
Al respecto, considero que de lo mejor que se ha escrito fue un opúsculo de Daniel Zamora traído en su día a colación por el periodista Arcadi Espada: «El movimiento inmóvil». Para todo lo demás: Galapagar, o de cómo conviene siempre seguir el rastro del dinero.