…fue el lema con que pareció reaccionar la opinión pública de los Estados Unidos de América a la masacre terrorista del 11 de septiembre de 2001 -cuando empieza este siglo- en Nueva York, y la cuestión a estas alturas de la película (y del siglo) es quiénes y hasta qué punto nos vimos comprendidos en ese “We” que prometía vengar la ofensa y a sus (¿nuestros?) muertos.
Pues más allá de las imágenes terribles de niños árabes -no sólo en las calles de ciudades palestinas- celebrando el horror de los atentados, gran parte de la población mundial quedó (lógicamente) al margen del hecho en sí, pese a las imágenes de televisión, mientras los europeos mostraban más estupor ante los hechos que cualquier otra cosa.
Una parálisis que se tradujo casi de inmediato en reticencia a tomar ninguna decisión que fuera interpretada como sometimiento a la estrategia reactiva de los USA, que nominaron como “Justicia infinita” la operación de invasión del Afganistán de los talibanes que refugiaban a Osama Ben Laden, antes de renombrarla como “Libertad duradera”.
Pero finalmente se fue, con la OTAN de entrada y bajo el mismo paraguas de la ONU que finalmente también cubrió la invasión de Irak, aunque a posteriori -dato que en todo caso decidió pasar por alto ese eximio estadista llamado José Luis Rodríguez Zapatero, que antes de Joe Biden ya perpetraba retiradas ignominiosas dejando tirados a sus aliados-.
Ahora se abandona el campo en Afganistán precisamente a terroristas de todo pelaje, talibanes* o “alcadaínos” o “daeshianos”, que tanto monta, porque lo cierto es que cada facción buscará enseñorearse de un terreno donde dedicarse a lo que efectivamente se dedican como parte constitutiva de su manera de vivir: entrenarse para matar infieles.
Así las cosas, uno esperaría que el pueblo americano (USA) honrara su memoria y su propio juramento a los muertos, a los vivos y a los por nacer -“We will never forget”- para no rebajar un ápice la importancia de lo sucedido, para no ceder al relativismo facilón justificado por una mala conciencia que en ningún caso puede olvidar el crimen, ni siquiera perdonar a los asesinos.
Porque pese a las aspiraciones ilustradas (universalistas) de los europeos -reducidas en nuestros días a esa especie de buenismo informe ecosostenible que no es capaz de resistir una fatua islámica escupida a la cara-, el Islam se difunde por el mundo y no siempre de buenas maneras: desde Arabia se expande hacia África y Asia mediante proselitismo, terrorismo y petrodólares.
Conviene tenerlo presente cuando USA y sus tibios aliados se retiran del frente afgano, puesto que si en veinte años la situación no ha devenido “insostenible” en nuestras propias ciudades europeas se debe básicamente al sacrificio de vidas, tiempo y dinero realizado por esos “yanquis” que tanto son despreciados por estos lares -puede que por sentir, humillados, que nos rebajan como hombres (¡como mujeres también!)-.
A ellos va dedicado este artículo en el aniversario de fecha tan negra, crucial e imprescriptible.
*Nota: “talibanes” es el plural formado en castellano de manera natural y espontánea por todos los que asumimos “talibán” (“los estudiantes”) como singular, en vez de talib, que en todo caso formaría en castellano el plural “talibes” y no “talibán”, que no es desde luego ningún plural en castellano (aunque siempre se den excepciones).