…se diría que se ha adueñado del presidente Sánchez (tan solícito siempre a la hora de tomar un helicóptero para supervisar la zona de la tragedia) cuando se trata de dar la cara ante una crisis mundial a causa de los efectos materiales del virus denominado “corona” -que de momento no se miden tanto en número de contagios y víctimas mortales como en sus graves consecuencias para la economía internacional-.
Evidentemente pretende Sánchez escurrir el bulto durante el tiempo que pueda para no quedar asociado a la gestión de la crisis, que de momento ni siquiera parece considerarse tal a pesar del desbarajuste interno del Gobierno con las medidas aconsejadas por el Ministerio de Trabajo y del inherente al sistema autonómico, con las consejerías trabajando por su cuenta y dispersando por tanto esfuerzos y medios.
Una postura la de Sánchez similar a la de Urkullu sobre el derrumbe del vertedero de Zaldívar, quien tampoco parece demasiado interesado en ser el “presidente de todos los vascos” y dar la cara por la crisis cierta creada por el foco de coronavirus en Osakidetza. Cuando las cosas van mal dadas, los responsables políticos se retiran de escena por salvaguardar su imagen y entran entonces los “técnicos” a los que rara vez antes se hizo caso sobre esto o lo otro.
Luego nuestros mandatarios, claro en el caso de Sánchez como en el de Urkullu, se ajustan cada vez más a ese molde que criticaba Sartori en nuestra actual “vídeocracia” de políticos básicamente irresponsables que toman sus decisiones a partir de encuestas y estudios de imagen, preocupados preferentemente por cuidar de un perfil telegénico que tanto ha costado crear y vender a la opinión pública (ahora opinión teledirigida).
Al final se hará la luz, aquí como en China -donde no ha sido el férreo control sobre la sociedad del Partido Comunista, sino la denuncia pública de un experto, lo que ha acotado la expansión del Covid-19 (deparando de paso la reacción internacional)-. Mas no se trata de que nos gobiernen “los expertos”, de lo que ya nos previno Hayek frente a Platón, sino de que los políticos se hagan responsables de la situación, que para eso están: para dar la cara.
Desgraciadamente, desde que Aznar renunciara a dar la cara por el 11-M -porque al parecer no le tocaba a él, sino a Acebes o a Rajoy, porque él se iba ya del Poder- los españoles nos hemos acostumbrado a todo lo contrario. Y todavía molesta en la profesión periodística lo de que haya ruedas de prensa sin preguntas; entonces, ¿para qué la libertad de Prensa, si el Poder se blinda para no tener que ofrecer explicaciones… a los ciudadanos?
Hace en verdad mucho tiempo que las calculadas ausencias de los presidentes, la sustitución y manipulación de términos (con la censura de otros), la ocultación de negociaciones políticas extraparlamentarias (con organizaciones terroristas como ETA o con los separatistas golpistas) o la mera concatenación de mentiras rocambolescas (como en el “caso Ábalos” o “Delcygate”) tienen curso corriente entre nosotros, sin mayor escándalo aparente.
Será que nos hemos acostumbrado a que nos mientan, a que gobierne la vida política una Gran Mentira de fondo; o será que también tiene su parte cierto miedo reverencial a contravenir el discurso hegemónico, aunque esté hecho (y quizás pensado a posta) con grotescas mentiras puede que para detectar a las primeras de cambio el incremento de desafección ambiente con el Poder establecido.
Todavía fingimos que no nos parece tan grave lo que está sucediendo en España en muy distintos ámbitos y órdenes; tal vez por eso no sale Sánchez a mentir descaradamente sobre el virus como sobre todo lo demás: sabe que se puede permitir desaparecer durante semanas sin dar una sola explicación a nadie (incluidas sus dos decenas de ministros). Y, entre tanto, la crisis sanitaria oculta todo lo demás, comenzando por estos dos meses de desgobierno total.