En la muerte de Antonio Escohotado

…conviene atender a que se puede en este caso llegar al hombre, al sabio, tanto a través de su obra -prolija y plena de una voz original- como a través de la persona que fue, de la que tanto han hablado tantos desde hace tanto tiempo, y él mismo en sus últimos años con sus breves memorias Mi Ibiza privada, o en conversación con Ricardo F.Colmenero en Los penúltimos días de Escohotado.

Lega para la posteridad, y no es obsequioso añadirle el “global” a posteridad, su enjundioso estudio sobre Los enemigos del comercio, así como el canónico Historia general de las drogas, y otras obras sólo en tamaño menores como Caos y orden o la recientísima Hitos del sentido, que servirán por sí mismas para orientar al lego por los meandros de una obra que, siempre al margen del fraudulento binomio Derecha-Izquierda, discurre caudalosa hacia la comprensión total.

Pues fue siempre la idea del ambicioso profesor el conocerlo todo, el experimentarlo todo o casi todo, y desde el máximo de percepciones y posiciones distintas, lo que a la postre le condujo por la senda de la rara sabiduría que viene de la retractación radical de lo siempre asumido como más propio, para dirigirse hacia una más honda experiencia de lo real que cristaliza de nuevo en la amplia libertad, pese a los apuros intermedios.

Y ahí se nos aparece a la generalidad, como por sorpresa, el que siendo siempre hombre de izquierdas, justiciero, enemigo de los cruzados clerical-militares y de todos sus prohibicionismos aparejados, emprende el camino del conocimiento puro y se dedica durante décadas a beber en las fuentes para extraer todo tipo de conclusiones, cotejarlas, contrastarlas, descartar unas ante las rotundas certezas que se imponen a su paso…

Decía entrevistado por Federico Jiménez Losantos -en lo que representó uno de los eventos intelectuales más importantes de lo que va de siglo XXI español- que con Los enemigos del comercio daba su vida, su obra, por cumplida. Una obra de la que somos legión quienes pensamos que, de tratarse de un autor useño, británico o francés, ya habría sido promocionada al nivel de los best-sellers de Fukuyama, Harari, Ferguson y demás.

Pero lo que importa, a fin de cuentas, es que al menos sus más directos legatarios, a ambos lados del Atlántico, contamos con una especie de Biblia contra los enemigos de las libertades, de la prosperidad y de todo lo que de mejor puede dar de sí el hombre, como persona plenamente formada y en pleno uso de sus facultades de razón y decisión, no menos que como parte de una comunidad de iguales en la que el bien propio no está reñido con el bien ajeno.

Una última y valiente enseñanza de quien, viniendo prácticamente del apostolado de la lucha de clases, si bien en su vertiente menos violenta y más libertaria, acabaría militando con fe mayúscula en lo que a él le gustaba denominar “la guerrilla de la concordia”. Salve, maestro.

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We will never forget

…fue el lema con que pareció reaccionar la opinión pública de los Estados Unidos de América a la masacre terrorista del 11 de septiembre de 2001 -cuando empieza este siglo- en Nueva York, y la cuestión a estas alturas de la película (y del siglo) es quiénes y hasta qué punto nos vimos comprendidos en ese “We” que prometía vengar la ofensa y a sus (¿nuestros?) muertos.

Pues más allá de las imágenes terribles de niños árabes -no sólo en las calles de ciudades palestinas- celebrando el horror de los atentados, gran parte de la población mundial quedó (lógicamente) al margen del hecho en sí, pese a las imágenes de televisión, mientras los europeos mostraban más estupor ante los hechos que cualquier otra cosa.

Una parálisis que se tradujo casi de inmediato en reticencia a tomar ninguna decisión que fuera interpretada como sometimiento a la estrategia reactiva de los USA, que nominaron como “Justicia infinita” la operación de invasión del Afganistán de los talibanes que refugiaban a Osama Ben Laden, antes de renombrarla como “Libertad duradera”.

Pero finalmente se fue, con la OTAN de entrada y bajo el mismo paraguas de la ONU que finalmente también cubrió la invasión de Irak, aunque a posteriori -dato que en todo caso decidió pasar por alto ese eximio estadista llamado José Luis Rodríguez Zapatero, que antes de Joe Biden ya perpetraba retiradas ignominiosas dejando tirados a sus aliados-.

Ahora se abandona el campo en Afganistán precisamente a terroristas de todo pelaje, talibanes* o “alcadaínos” o “daeshianos”, que tanto monta, porque lo cierto es que cada facción buscará enseñorearse de un terreno donde dedicarse a lo que efectivamente se dedican como parte constitutiva de su manera de vivir: entrenarse para matar infieles.

Así las cosas, uno esperaría que el pueblo americano (USA) honrara su memoria y su propio juramento a los muertos, a los vivos y a los por nacer -“We will never forget”- para no rebajar un ápice la importancia de lo sucedido, para no ceder al relativismo facilón justificado por una mala conciencia que en ningún caso puede olvidar el crimen, ni siquiera perdonar a los asesinos.

Porque pese a las aspiraciones ilustradas (universalistas) de los europeos -reducidas en nuestros días a esa especie de buenismo informe ecosostenible que no es capaz de resistir una fatua islámica escupida a la cara-, el Islam se difunde por el mundo y no siempre de buenas maneras: desde Arabia se expande hacia África y Asia mediante proselitismo, terrorismo y petrodólares.

Conviene tenerlo presente cuando USA y sus tibios aliados se retiran del frente afgano, puesto que si en veinte años la situación no ha devenido “insostenible” en nuestras propias ciudades europeas se debe básicamente al sacrificio de vidas, tiempo y dinero realizado por esos “yanquis” que tanto son despreciados por estos lares -puede que por sentir, humillados, que nos rebajan como hombres (¡como mujeres también!)-.

A ellos va dedicado este artículo en el aniversario de fecha tan negra, crucial e imprescriptible.

*Nota: “talibanes” es el plural formado en castellano de manera natural y espontánea por todos los que asumimos “talibán” (“los estudiantes”) como singular, en vez de talib, que en todo caso formaría en castellano el plural “talibes” y no “talibán”, que no es desde luego ningún plural en castellano (aunque siempre se den excepciones).