Sin nacionalismo no hay democracia

…como acaban de demostrar una vez más los británicos en plena posesión de su soberanía recuperada; como no han olvidado hasta el momento en los Estados Unidos de América, ni jamás -de 1789 a nuestros días- en Francia, aunque tal vez esto último no sea más que un deseo bienintencionado cuando la República ha de combatir el “separatismo” en todo el territorio nacional.

Lo cierto es que el análisis político medio en España no rebasa la evidencia de la nocividad de los “nacionalismos” vasco y catalán, que no pueden aspirar a más nación que no sea la que imponga un estado particular siguiendo criterios etnicistas, algo por completo ajeno si no contrario al ideal nacional esbozado por un Renan. Pero es que hablamos de facciones con pretensiones clánicas y tribalistas, no de la verdadera expresión de sus pueblos o “naciones”.

Por ello no cabe objetar el nacionalismo español equiparándolo de manera facilona a los separatismos abertzale y catalanista, pues que éstos son producto del travestismo de las pseudo élites más integristas de España -ya incluso antes de que el régimen franquista agonizara- y aquél surge espontáneamente del pueblo en armas contra el invasor francés durante la Guerra de la Independencia, inextricablemente unido al Liberalismo patrio.

Una doctrina liberal que, no siendo precisamente ortodoxa, reivindica claramente la Soberanía Nacional (de todos los españoles de ambos hemisferios) para dar a luz al nuevo estado constitucional que, mal que bien, fue tomando forma a lo largo del siglo XIX y cristalizará ya en las cuatro décadas de la Restauración canovista, pudiendo ser homologable a los más importantes de su entorno ya en los inicios del siglo XX -pese a la “leyenda negra” de los “noventayochistas”-.

De qué si no consignar en la España del primer tercio de siglo semejante elenco de nombres en tantos ámbitos distintos, de la Literatura a la Medicina y del Arte a la Filosofía: Ramón y Cajal u Ortega, Dalí, Juan Ramón Jiménez, Marañón, Pío Baroja, Lorca o Buñuel. ¿Acaso hablamos de fascistas o de locos patrioteros? ¿Acaso no creaban y pensaban todos en España y por España, generalmente en “España como problema” pero también en el venero inagotable de su tradición?

A la contra más que a favor de la Historia de España, un número inmenso de intelectuales (escritores, profesores, políticos) transformaron el folclorismo españolista de los espadones de Isabel II en una revisión crítica -ciertamente superficial y nihilista en muchos casos- en un afán de “regeneración” con la vista puesta en la modernización del país, esto es: positivamente, con carácter constructivo.

Y de ahí no sólo el Instituto Libre de Enseñanza sino los mismos maestros de escuela -antes, durante y después de la efímera II República-, cuya labor decisiva en tantos pueblos de España logró sacar de la ignorancia y la miseria a varias generaciones de españoles después de siglos de incuria. Por vocación y por patriotismo, como tantos siguen esmerándose a día de hoy por alimentar espiritualmente a las nuevas generaciones de españoles.

LAS VIEJAS BRUJAS DE SIEMPRE

¿Qué tenemos que enfrentar, a todo esto? Sólo el odio racista antiespañol, infundado -fruto de complejos retrógrados más que de agravios reales-, que busca segregar a gran parte de la población sobre la que pretende asentar un nuevo estado-nación, todo con motivo de hacerse con el Poder con la coartada de legendarias singularidades (nuevamente, se trata de singularidades étnicas) y falsarias historias de terror inducido.

Valga como ejemplo la sempiterna falacia de la persecución inquisitorial contra las brujas en el País Vasco, que sirve para reseñar la brutalidad y crueldad del eterno “régimen opresor” español tanto como para ilustrar a incautos sobre la presunta religión ancestral de los vascos (¡y las vascas!), en relación con las prácticas del “aquelarre” -palabro inventado a posteriori- y otras místicas de índole pagana.

Porque todo esto es falso, como dejó sentado para los restos el mismo investigador del Santo Oficio Alonso de Salazar, bien aconsejado por algunos jesuitas, cuando dictaminó que todo eso de las prácticas brujeriles era pura mentira y se prohibió en adelante ajusticiar a nadie bajo tal acusación -casi tres siglos antes que en otros “países avanzados de nuestro entorno”-. Negarse a aceptar los hechos históricos es puro abertzalismo; ¿mostrarlos es prueba de nacionalismo español?

PSOE: ESPAÑOL A FUER DE ESTATALISTA

Es en el fondo patético ver los (supuestamente) bienintencionados esfuerzos de los “centristas” por reconducir al hato de bestias españolistas al redil del marco “constitucionalista”, cuando no parecen capaces de asumir que la base de la Constitución es la Nación, que por eso tratan de destruirla en cada gesto, libro de texto o declaración institucional que se les brinde los separatistas de toda índole con sus habituales aliados de la Extrema.

Y el PSOE no es que esté en el ajo por convicción, sino porque es indistinguible del Estado maleado por extremistas de todo pelaje prácticamente de 1982 a nuestros días. Sólo la traición de Zapatero a la hipócrita conveniencia (¡conllevanza!) del Felipismo con los límites naturales de la Nación y la Ley ha cambiado el panorama, poniendo de paso en un brete, involuntariamente, a sus aliados tradicionales de régimen: CiU y PNV.

Ahora mismo el Estado es pasto de todas las facciones que pretenden alimentarse de él para constituir y blindar su Poder aparte, sobre los gobernados en las pretendidas “naciones” que más que constituir pretenden sojuzgar. Y el PSOE considera factible dominar la situación “desde arriba”, que no implica en su caso sólo el Gobierno de la Nación, sino el Estado mismo. Pero se trata de un Estado en quiebra, insostenible si no es por la pertenencia a la UE.

CONCLUSIÓN

A consecuencia de esta identidad PSOE-Estado, en ningún caso podría un Dr.Sánchez cualquiera separarse de la UE, lo que le distancia decisivamente de su propio socio en el Ejecutivo (Podemos), como de los separatistas a los que no puede autorizar la secesión de sus “naciones” a riesgo de desintegrar precisamente uno de los “países miembro” de la UE que además se halla sujeto a la disciplina implícita y explícita del pacto por la moneda única (euro).

Lo que no es óbice para que el PSOE acabe definitivamente por arruinar y liquidar el mismo Estado -un suicidio partidista aun antes que nacional-, por lo que de buenas a primeras cabe demandar a los patriotas o demócratas o “constitucionalistas” que se dejen de zarandajas conceptuales y comiencen a defender de veras la Nación, “la España de los balcones” y la de los talleres y restaurantes, la de “la gente”: la de quienes esperan aún ser tratados como ciudadanos.

Anuncio publicitario

Lo que queremos es ser españoles

[Publicado como editorial en el extinto diario Nuestra Hora el domingo 7 octubre de 2012.]

Este viernes el eurodiputado de UPyD Francisco Sosa Wagner estuvo en San Sebastián junto al candidato de la formación al parlamento vasco por Guipúzcoa, Nicolás de Miguel, y sostuvo que el concepto de soberanía de los estados “ha desaparecido, ya que es compartida con las instituciones europeas”, por lo que el debate sobre la misma “produce un poco de risa”, aunque ciertamente es el problema crucial ahora mismo para la estabilidad de la Nación y de la misma sociedad española. El representante de UPyD hablaba, exactamente, de los exabruptos de los nacionalismos vascos y catalán, indicando que “sólo en España, donde el debate político es tan pobre, puede producirse un debate sobre el soberanismo, que es una entelequia, una quimera”, mientras De Miguel afirmaba que UPyD “cree en la europeidad, en una Europa de los ciudadanos, no de las tribus, no de los pueblos, ni siquiera de las naciones”, y que su partido representa un mensaje de “libertad, convivencia y respeto al diferente, al ciudadano”.

En realidad, no debiera producir risa un debate que está en el centro de la crisis de identidad y valores europea, en todos y cada uno de los países europeos y en buena medida también en Estados Unidos y Rusia, y que comprende además el arduo problema de qué hacer con una masa ingente de población de todos los países en busca de lo que llamaremos una “nacionalidad de amparo”. Porque esto de no creer en las naciones es un pensamiento un tanto torpe, cuando si algo puede valorar el sujeto de derechos por encima de cualquier otro reconocimiento –incluida la misma Carta de Derechos del Hombre de la ONU, por supuesto- es la nacionalidad, que le hace depositario de derechos protegidos por el Estado de la Nación de la que, precisamente a través de la nacionalidad, se convierte en ciudadano.

Pero es que además el recurso de uno y otro es facilón frente al desafío separatista, ese “yo no soy tampoco nacionalista español” que sería muy cortés si los representantes del Estado español en el País Vasco no vinieran siendo asesinados desde hace décadas, precisamente por su defensa de la Nación y del Estado que la administra. Como siempre, se pretende de los vascos que nos sentimos españoles -sería más exacto decir que somos españoles que nos sentimos vascos, por lo menos de vez en cuando y ateniéndonos a la citada consideración de la nacionalidad-, que seamos vascos “no nacionalistas”; es decir, vascos socialistas, por ejemplo, ¿pero españoles, españolistas, nacionalistas españoles…?

Al respecto es curioso que todo el mundo tolere el nacionalismo, cuando es “democrático” o “moderado”, pero sólo si es antiespañol, mientras no se ha permitido en más de 30 años de democracia la creación de un Partido Nacionalista Español, “democrático” o “moderado” y respetuoso con la Constitución de 1978 y sus símbolos e instituciones, porque evidentemente este sería descalificado como de “extrema derecha” o bien, según identifican algunos en la actualidad, se debe a que ese partido existe y es el PP. Cosa que es falsa, o bien más que discutible, pero que flota en el ambiente y presiona al partido de Mariano Rajoy para que desdibuje todas sus señas de identidad españolistas o españolas a secas en las diferentes comunidades autónomas -dado que el chollo político y financiero reside en la España actual en los gobiernos autonómicos y sus boletines oficiales, como sistema que permite un control integral sobre la vida pública de cada región a las castas políticas regionales-. Es el feudo enfrentado a la Nación, y es precisamente contra el feudo, señorío o cacicazgo que se constituyó la Nación-Estado como forma democrática, símbolo de la Soberanía Nacional y garante y protectora de los derechos y libertades de sus ciudadanos.

Los españoles siempre hemos sido europeos

Por otro lado el europeísmo, sobre todo el relativo a las instituciones de la UE, resulta estéril sin que parta de una política exterior integral de la Nación española. Los individuos pueden ser todo lo cosmopolitas que su situación les permita, pero las naciones funcionan de manera distinta y aquí es necesario pensar en el encaje futuro de España en la Unión Europea, no en que Europa nos acoja como apátridas, bohemios y desertores. En rigor, los españoles ya somos europeos -desde Roma-, lo que queremos es que nos dejen ser españoles en España y que ser español no implique discriminación por razón de nacionalidad en nuestra propia patria.

Por supuesto, y pese a cualquier tipo de efluvio europeísta, ni Europa es una Nación, ni existe una especie de Soberanía Nacional Europea (también conocida como Soberanía Popular) que resida en la Eurocámara o en algún otro de los órganos ejecutivos de la Unión Europea. Puede que esto fuera lo pretendido por la Constitución Europea, pero ese enorme centón de derechos y regulaciones fue felizmente desechado. Porque lejos de hacernos más libres o más sensatos a los españoles, la infinidad de sus disposiciones habría de sumarse a las propias de las administraciones inferiores –Estado central, comunidades, diputaciones, municipios-, completando así el cuadro de ciudadanos de países supuestamente desarrollados que trabajan de la mañana a la noche para que el Estado les retire con cualquier excusa la mayor parte de sus ingresos honradamente ganados, mientras cientos de miles de burócratas discuten sobre el sexo de los ángeles y la calidad del aire de las ciudades europeas y la excelentes oportunidades de negocio en China y las incomparables expectativas suscitadas por las energías verdes y los nuevos nichos laborales que ofrecen las nuevas tecnologías de la información.

Échese de hecho un vistazo a la Europea real: deuda elefantiásica, paro cronificado de millones de jóvenes y hombres de mediana edad, población envejecida, rigidez económica, pérdida de talentos, trabas a la iniciativa privada y otro tipo de restricciones por doquier, incremento del racismo, falta de competitividad y sobre todo de costumbres cívicas y respeto a los derechos ciudadanos. Los españoles, cabe reiterar, siempre hemos sido europeos, y en los últimos tiempos hemos cometido de su mano algunos de los peores errores como sociedad y asistido a las aberraciones políticas más sangrantes sin que nadie en la UE haya dicho ni esta boca es mía. Hablamos de una Eurocámara que siguiendo las consignas de Zapatero en sus primeros tiempos al frente del Gobierno de España revirtió la política común respecto al régimen totalitario castrista, mientras aprobó por mayoría absoluta -aunque por pocos votos- que el Ejecutivo entablara negociaciones para “la Paz” con la organización criminal ETA.

Ser español está bien

Españoles está bien, gracias. Pero que se proteja nuestra nacionalidad de puertas afuera y de puertas adentro. Y menos especular sobre disoluciones en el éter intercultural europeo -que en realidad vagamente existe, o en mucha menor calidad y extensión que en tiempos pasados-. Los españoles debemos pensar en España, en sus problemas reales bien es cierto, con ideas enriquecedoras que superen los habituales términos falseados sobre los debates, está claro. UPyD es una apuesta regeneradora en ese sentido del debate público en España, salvo cuando cae en manidos argumentarios o disquisiciones idealistas y voluntaristas que no guardan relación con la realidad.

El problema, desde luego, nunca fue el nacionalismo español; ni siquiera el casticisimo, mucho menos el fascismo. El problema es el antiespañolismo, el propio del separatismo y su red de complicidades en otros grupos políticos, y el de una izquierda revirada que debiera sostener el sistema constitucional en vez de dedicarse, de cuando en cuando, a bordear o directamente infringir la Ley, caso del PSOE de Rubalcaba, como antes el de Zapatero y antaño el de González -que ahora repara en los “nacionalismos insolidarios”-. Se trata de poner coto a los desafueros de una clase política desmadrada –sin madre, sin Patria, sin escrúpulos ni patriotismo de ningún tipo-, y permitir a través de la democratización interna de los partidos que al menos sean representantes de los españoles únicamente los que estén encantados de serlo y quieran sacrificarse en aras del bien común de sus compatriotas. ¿Resulta tanto pedir lo que debiera ser una premisa para la elección de todo cargo público en España?

Una estrategia para la Derecha (II). Cs y Vox

…son los dos nuevos partidos que se disputan con el PP la hegemonía del Centro-Derecha, si bien el origen de cada uno parece contrapuesto al del otro: Ciudadanos nació para relevar a un PSC entregado al separatismo catalán y sus políticas de discriminación antiespañola, mientras que Vox nació para sostener aquellas batallas políticas que el PP diera ya por perdidas o estimara contraproducentes para alcanzar y mantener el Gobierno en los tiempos del rajoyismo.

A día de hoy, Cs se define como un partido de “centro progresista liberal” dentro de un proceso de refundación con Inés Arrimadas a la cabeza -después de la espantá de su líder Albert Rivera- que parece pretender escorar algo a la Izquierda a los naranjas, toda una vez que (frustrado el intento de sustituir al PP en el Centro-Derecha) su espacio natural se ha achicado hasta volverlos irrelevantes, puesto que entre el Centro-Derecha y la postura actual del PSOE dista un abismo insondable: no puede haber ya trasvase de esa Izquierda Extrema a un Centro-Izquierda al que se considera “fascista”.

Por su parte, Vox carece todavía de una entidad política marcada pese a que sus múltiples performances -por lo general, reacciones airadas a los distintos planteamientos ideológicos del llamado “marxismo cultural”- hayan diferenciado a los de Santiago Abascal de las otras formaciones en su espacio, Cs y PP, que en cuestiones de índole moral han buscado y buscan desde hace años mimetizarse con el paisaje político de fondo, esto es: con el marco mental del buenismo zapaterista.

No obstante, Cs y Vox son indistinguibles del PP en la práctica totalidad de las materias relevantes en Interior, Defensa y Exteriores, Educación, Economía y Hacienda… teniendo unos y otros que escenificar con grandes aspavientos que es más lo que los separa que lo que los une, en una fatídica estrategia de consunción de sus posibilidades de alternativa al programa de desvaríos impulsado por la Izquierda (PSOE y Podemos).

¿QUÉ ENTENDERÁ CS POR NACIONALISMO?

Una fricción detectable entre las tres fuerzas citadas se encuentra en sus planteamientos respecto a la integración de España en la UE, dado que Cs parece anhelar la disolución de la Soberanía Nacional española en un ente supranacional que sería “Europa”, postura compartida en alto grado por el PP y rechazada por Vox, favorable más bien a una reconsideración del papel español en la UE y a la misma salida de la Nación del sistema de unión monetaria del Euro.

En este aspecto, Vox es un partido “nacionalista” frente al “europeísmo” o “no nacionalismo” de PP y Cs, si bien los tres coinciden en su “antinacionalismo” cuando rechazan las pretensiones separatistas de abertzales y catalanistas. En rigor, PP y Cs buscan exhibir una especie de coherencia con el recurso al manido eslogan “el Nacionalismo es la Guerra” que funcionaría tanto contra los separatistas como contra Vox, cuando la realidad es exactamente la contraria y su postura, por tanto, radicalmente incoherente.

Básicamente, porque “nacionalistas” fueron tanto las revoluciones de EEUU y Francia que dejaron atrás el Absolutismo, como lo fueron anteriormente las que procuraron la independencia de las antiguas posesiones españolas en América, como nacionalista fue el levantamiento del 2 de Mayo en Madrid o la proclamación de la primera constitución liberal española en 1812. Es decir, que el nacionalismo tiene más que ver con la defensa de la Soberanía Nacional y de los derechos de ciudadanía que con el racismo inherente al tribalismo perseguido por los separatistas o al del imperialismo.

Pero en este como en otros ámbitos, Cs y PP se han dejado conducir de la mano por aquellos autodefinidos como “progresistas” que ven en el Estado-Nación el peligro en vez de la salvaguarda de los derechos individuales, lo que les anima por un lado a querer dotar a la UE de mayores potestades en contra de la autonomía nacional y del poder decisorio de los ciudadanos, y por el otro a asumir gran parte del florido discurso a favor del respeto a esos “hechos diferenciales” (rasgos tribales, antiigualitarios por antinacionales) que esgrimen los separatistas como coartada principal de sus políticas discriminatorias.

¿QUÉ ENTENDERÁ VOX POR LIBERALISMO?

Para las elecciones del 28-A los programas económicos presentados por PP, Cs y Vox apenas diferían entre sí, podían ser intercambiables o complementarios -como se ha demostrado en los pactos de gobierno alcanzados en varias comunidades autónomas por los tres partidos-, lo que implicaría la extensión de la etiqueta “liberal” a los tres… si el Liberalismo pudiera ser reductible a una doctrina económica para conciliar la libertad de comercio con la redistribución social de los beneficios.

Lo que tenemos, por el contrario, es que el líder del PP Pablo Casado funge de “liberal en lo económico y conservador en lo moral”, lo que haría levantar el entrecejo a Adam Smith tanto como a Hayek; mientras que Cs da la impresión de querer ser algo más “socialdemócrata” en lo económico pero “liberal” en lo moral, y Vox se presenta sin ambages como “conservador” e incluso reaccionario en lo moral, pero “liberal” en lo económico, a imitación del PP.

En rigor, el término “Liberalismo” surge en España para significar la oposición a la restauración del Absolutismo en la figura del rey Fernando VII después de la Guerra de la Independencia, y tiene más que ver con la consecución de derechos políticos y sociales de las nuevas clases enfrentadas al orden estamental que con la asunción de un determinado programa económico, aunque no sea irrelevante la cuestión de la supresión de los privilegios de origen feudal para favorecer la libertad de comercio y la defensa de la propiedad privada.

Pero tanto Smith como John Locke, como antes de ambos los pensadores de la Escuela de Salamanca, no deslindaron su doctrina económica de la inspiración netamente moral y religiosa, puesto que fue ésta la que les condujo a sostener las bondades del libre comercio o de la persecución del propio interés, la defensa de la propiedad privada o sus teorías sobre el “justiprecio”, los debidos límites al poder del Soberano o al “derecho de conquista”, etc.

¿QUÉ ENTENDERÁ El PP POR CONSERVADURISMO?

Será Hayek el que establezca la distinción radical entre “liberales” y “conservadores”, tanto con su apelación “a los socialistas de todos los partidos” (incluidos los de la Derecha) como al detectar en los conservadores un miedo al cambio y al futuro que los volvería al cabo rígidos en lo político y en lo moral a la hora de afrontar los retos y desafíos del presente. Una perspectiva cuando menos polémica, que todavía suscita encendidas controversias académicas aunque en la praxis política de las democracias occidentales apenas incida de manera concluyente.

Pero si el economista austríaco tenía bien claro que es la persona la que debe ser protegida legalmente -por el Estado, pero a la vez protegida frente al mismo Estado-, otros pronunciamientos pretendidamente “liberales”, so capa de querer expandir los “derechos sociales”, ponen al individuo “diferente” por sus rasgos característicos (de índole religiosa, sexual, económica) en el centro de su acción política, precisamente en contra del postulado básico del Liberalismo de tratar igualmente a los desiguales.

Así, al buscar tratar con desigualdad (“discriminación positiva”) a los que en un Estado democrático son considerados legalmente iguales, estas doctrinas presuntamente liberales se dedican en cambio a fragmentar el cuerpo político en distintos grupos con intereses distintos e incluso opuestos, en vez de sostener políticas generales (democráticas) para una sociedad de individuos indiferenciados, con los mismos derechos y deberes; doctrinas de las que la Izquierda, contra toda su tradición marxista y no marxista, hace en la actualidad bandera acompañada de manera gregaria por cierta Derecha.

En nuestro país, desde Zapatero, es lo que ha originado la crisis decisiva del PP, pero también la del PSOE: han sido precisamente los partidos de la “nueva política” Podemos y Cs los que han buscado ganancias en el río revuelto de la multiplicación de (presuntos) derechos que se dicen “sociales”, cuando por el contrario son asociados a identidades particulares y de hecho excluyentes.

¿UNO EN TRES O TRES EN UNO?

Como es obvio para cualquiera en España, desde la aprobación de la Constitución de 1978 a nadie se le exige ser católico o su contrario, ser ateo o haber apostatado, para engrosar las filas de unos u otros partidos. El Estado español es liberal, no confesional como el del anterior régimen, ni ateo como en los regímenes comunistas, pues la Constitución protege expresamente la libertad de conciencia y expresión de todos y cada uno de los españoles.

Vox no acaba de ser un partido católico, como PP y Cs no resultan más “liberales” que aquél por abrazar los nuevos consensos identitarios del “marxismo cultural”. La única razón por la que Cs se encuentra aún más cerca del PP y Vox que del PSOE es que éste -como indiqué en el artículo anterior- se ha entregado a la política de “amigos” y “enemigos” (“la Guerra”) siguiendo a Podemos, a quien tanto ha rentado esta estrategia de división alumbrada en España -nunca se insistirá bastante en ello- por Zapatero.

Por tanto, las diferencias entre “los tres partidos del Centro-Derecha” son nimias de atenernos a sus planteamientos presentes, y reconocerlo conduciría a una entente y puede que al final reagrupamiento de la Derecha, a no ser que PP y Cs insistan en alcanzar consensos con el PSOE y Podemos en vez de con Vox, en cuyo caso podría suceder que sólo pudiera quedar éste en la Derecha mientras PSOE, PP y Cs se disputan el espacio del Centro-Izquierda.

Si liberales son los tres, debieran entender que el actual Estado liberal (ya muy deteriorado por las barrabasadas del PSOE) corre el riesgo de convertirse en una cleptocracia socialista más, como tantas que abundan a las puertas de Occidente. Y si presumen de ser fuerzas “nacionales” no debieran despreciar el “nacionalismo” entendido como defensa de la Soberanía Nacional y de la misma unidad nacional de España.

SEGUNDA CONCLUSIÓN

Como se vio, no es exacto que Cs sea una escisión del PP sino del PSOE, si bien acabó recogiendo el descontento de muchos ex votantes del PP por culpa de las políticas travestidas de Mariano Rajoy. Pero al pretender sustituir al PP de Casado en el liderazgo del Centro-Derecha dejó huérfano a su electorado tradicional sin ofrecer tampoco mayor distinción con su propuesta a los radicalmente desencantados, que apoyaron a Vox.

Ahora tiene la oportunidad, aunque tal vez resulte ya muy tarde, para volver a cosechar en terrenos del Centro-Izquierda, lo que podría aliviar la presión sobre el PP tanto como sobre Vox, que podrían converger en una sola plataforma (aun siquiera electoralmente) o repartirse el amplio espacio político del Centro-Derecha sin recurrir a la confrontación, sino a la diversificación.

Para esto último, y aunque se empecinen en hacer de ciertas cuestiones morales la línea divisoria entre PP y Vox, los programas económicos deberían ser distintos y su visión de la organización del Estado prácticamente inconciliable, lo que no es el caso cuando ambos coinciden -como con Cs y antes con UPyD- en que la Administración central reasuma las competencias básicas de Interior, Justicia, Sanidad y Educación.

Si las tres dirigencias partidistas persisten en el confusionismo actual y en la vaga (aunque magnificada) distinción entre sí, no conformarán alternativa en años al Gobierno de Pedro Sánchez y sus heterogéneos socios. A partir de ciertos consensos básicos ya apuntados, deben diferenciarse (sobre todo Cs de PP y Vox), o sumarse (Cs y PP o PP y Vox) y pactar con el “diferente” (Vox o Cs, respectivamente) que es “amigo”.

[CONTINUARÉ]