Cada día que pasa se legitima la invasión de Ucrania

…por el Ejército ruso de Putin, dedicado por entero a afianzar sus posiciones estratégicas en torno al Mar de Azov y el propio corredor norte del Mar Negro, bien que Odesa resiste y la flota rusa parece haber desistido por el momento de una embestida anfibia contra el enclave. En el Donbás, la ofensiva por la ocupación total no ha hecho más que recomenzar, y conviene preguntarse cuáles son las expectativas y más bien los objetivos de Occidente respecto a la resistencia ucraniana y el fin de las masacres de civiles, ¿de nuevo van a insistir en el posibilismo y la mediación con el agresor que ha violado todas las leyes internacionales del último siglo?

Algunos países, dentro y fuera de la UE, han elegido ya armar fuertemente a los ucranianos, así como no impiden la incorporación de voluntarios a las fuerzas defensoras de Ucrania, pero otros mantienen la errática política de pensar que con Putin habrá que entenderse después de la guerra, mientras otros tantos no actúan por miedo a su debilitamiento interno, a la exposición real a los ataques rusos o a su mero y espurio interés económico o político, razón por la cual ninguna de las metáforas o remembranzas del presidente ucraniano Zelenski servirá para desentumecer el cuerpo abandonado a la molicie de esta casta política UEropea que comercia con los cadáveres ajenos de los que todavía tienen ideas y valores distintivos.

El asunto viene de lejos; el error, a más de ser contumaz, se extiende en el tiempo desde hace ya tanto que forzosamente tiene que ser considerado costumbre, mala costumbre, vicio o directa depravación. No sólo tiene que ver con esa “mala conciencia europea” que sirve para continuar como siempre, pero de manera soterrada, haciendo negocios de la peor especie con todo tipo de regímenes criminales, sino también con la fatua pretensión de que a la hora de la verdad somos los únicos garantes de que se vela por los derechos humanos, porque somos los únicos -los occidentales, digo- que conservamos a estas alturas de la Historia algo de legitimidad moral.

No es verdad, por supuesto; y cada vez lo es menos. Pero además se pretende olvidar que toda esa especie de aura de la legitimidad política y moral de Occidente vino siempre acompañada, y de hecho precedida, por el hecho de la superioridad militar, o cuando menos de una capacidad militar igual a la de los mayores imperios de la época: desde los Griegos a los Aliados que arrasaron con bombas nucleares las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Pues la Historia también muestra que nunca las causas justas y racionales se impusieron por sí mismas.

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Los estúpidos debates de nuestro tiempo

…nos tienen al cabo inquiriéndonos sobre si un tenista serbio puede entrar fumándose un Marlboro en un establecimiento público, tal que una taberna o un restaurante o un pub, al haber recibido una exención dudosa por su gran mérito sobre las canchas, ¿o se trata de su ejemplaridad como fumador libremente responsable pero ajeno a las normas del local?

Simultáneamente, tenemos al pequeño dictador del país vecino renuente a obligar a la población que gobierna a vacunarse, pero dispuesto no menos a joderla viva si no lo hace, y luego están los pesadísimos tribunales de tantos y tantos países diciéndoles de manera exasperada a nuestros gobernantes que no saben hacer las leyes que convienen, técnicamente.

Otros lanzan cruzadas por libertades inverosímiles, y pretenden que como odian a Lenin se les debe recoger en el regazo de la Sagrada Causa de la Libertad, como si ésta estuviera perfectamente desvinculada de los hombres y las sociedades reales, que en medio de una peste, ahora como hace mil años, deben procurar en primer término la salvaguarda de vidas.

Un fallo en la comunicación global, como si fuera un fallo global en la comunicación, es la consecuencia (no sé bien por qué) inesperada de esta crisis coronavírica, cuando en rigor hubiera valido el comunicado del brote antes de 2020 por parte de las autoridades chinas, y las subsiguientes medidas de cierre de fronteras y reclusión forzosa, para atajar en buena medida el mal.

No sólo no se produjo, sino que la distorsión fue la tónica en la política de comunicación del buró del Partido Comunista Chino, genuina peste de nuestro tiempo de la que sólo pueden venir males mayores en todos los ámbitos para el mundo entero, no sólo para nosotros, por mucho que Occidente lleve haciéndose el sueco al respecto lo menos medio siglo.

Pero si China es el Mal, los sujetos como Djokovic son su quinta columna en el amedrentado Occidente, no menos que los Bill Gates o las Kamala Harris, los apóstoles de la medievalización de Europa y EEUU como Greta Thunberg o nuestro pobre tonto pero millonario comunista Alberto Garzón, el demediado Pablo Iglesias o la exageradamente cursi Yolanda Díaz.

Con Rusia llamando a las puertas otra vez, como acostumbra también desde hace mil años, Alemania se ve ahora impelida a amenazar con la suspensión del tratado sobre el gas que la mantiene funcionando desde hace dos décadas, por culpa del entreguismo progre de sus élites no menos que por su aversión verde a las nucleares y por su política exterior vegana.

En esta tesitura, cuando la guerra abierta por los recursos energéticos del Planeta ha estallado hace tiempo, una administración USA en franca retirada deja al aire la estrategia toda de una UE sin Ejército, sin Energía, sin Política Común Exterior -¿cuál es el grado de ignominia que ha alcanzado respecto a Venezuela y Cuba, Siria o Libia, y tantos otros países?- y sin proyecto alguno.

Que pretendan a la vez imponernos la absurda agenda 2030/2050 de los milmillonarios progres, nihilistas, como los citados antes, que sólo piensan en sobrevivir a la muerte como sea porque no pueden imaginarse un mundo sin ellos mismos -a diferencia de lo que les pasa a 9 de cada 10 de los 7.600 millones de seres humanos-, ofrece una cruda imagen del presente real.

No son líderes de nada, sino casta amorfa, de seres cuasi virtuales, fascinados por la propia desproporción de sus dineros y poderes, pero a la postre mortales y errados como cualquiera de nosotros, sólo que más peligrosos por sus codiciosas pretensiones de reforma moral del mundo, de redención universal. De ahí la generación de estos estúpidos debates actuales.

Los que saben ver, y además tienen un poder real sobre las cosas, conocen de sobra lo que vendrá a continuación, y como todo lo que hasta entonces ha sido reconocible y reconocido puede desintegrarse en apenas unos años: es la Guerra, que todo lo trastoca; y que se permite llamar a la puerta de Occidente precisamente cuando no parece haber nadie detrás para defenderla.

Lo propio de Occidente es conferir sentido al mundo

…en la acepción convencional de “conferir”, que es atribuir dignidad o consideración o reconocimiento a algo, e incluso en su acepción clásica latina de “llevar muchas cosas” en este caso al mundo para dotarlo de sentido, para lograr apropiarnos de toda su extensión y significado. Así ha sido desde Grecia y Roma, pero incluso desde tiempos de Egipto y Sumeria.

Una conferencia de sentido que fue tradicionalmente dada por las religiones y sus usos y prácticas derivados -ritos, costumbres, sacrificios o sacramentos- hasta la consolidación de los monoteísmos y su posterior desarrollo, degeneración o desintegración como deísmos, ideologías o éticas particulares.

Lo que diferencia la pretensión occidentalista de otras visiones (orientales) como el Islam, el Budismo o el Comunismo, que divergen fundamentalmente del pathos occidental, es la aspiración nunca colmada al conocimiento total, a la plena sabiduría, frente a los determinismos fijados por aquéllas según la Ley de Dios, de la Vida o de la Historia.

Por eso al hombre medio de Occidente pueden parecerle inquebrantables la fe fanática del talibán, la resignación ascética del lama o el voluntarismo disciplinado del militante del Partido Comunista Chino: ellos pertenecen -por libre elección en su mayoría, es innegable- a un mundo cerrado de causas y consecuencias donde todo lo que sucede es real y por tanto aceptable.

Una especie de hegelianismo asumido como verdad absoluta desde hace milenios en caso de los budistas, de hace siglos si hablamos de los seguidores de Mahoma, y desde hace décadas por parte de los acólitos del marxismo-leninismo. Una teleología que exime a los hombres de buscarse a sí mismos en su verdad porque la verdad ya viene dictada desde el origen de los tiempos.

Por esta falsa evidencia se rigen los totalitarismos que proclaman haber dado con la clave esencial del decurso histórico, y en ella ha naufragado todo el pensamiento irracionalista de los dos últimos siglos cuando se ha traicionado a sí mismo -su método crítico de conocimiento de lo real- para entregarse a los exoterismos de un Sentido Último de la Historia o del mismo Ser.

Una falla en la visión heredada de los griegos según la cual es el hombre la medida de todas las cosas, sujeto racional capaz de utilizar su razón más allá del cálculo de la mera supervivencia material, con la vista puesta al fin último de las cosas no menos que al discernimiento de su origen, con el fin de mejorarse como meta de un discurrir vital que es fundamentalmente moral.

Pues sólo el hombre puede atribuir u otorgar sentido al mundo, a diferencia de los animales o los vegetales; esa potestad nos confiere a su vez autoridad para enjuiciarlo, explicarlo, comprenderlo o rechazarlo, es un don y una condena a perpetuidad, generación tras generación, mientras la especie sobreviva (en este o en cualquier otro planeta).

Frente a semejante y libérrima voluntad de saber más, más de nosotros mismos y de nuestro entorno todo, se alzan los muros de la incomprensión ajena y de nuestra propia pobre facultad de inteligencia del conjunto complejo de lo real; pero el ansia que espolea al hombre que busca la verdad es la única guía para el progreso y la prosperidad, y la libertad es su premisa.

Por eso, cuando cada tanto parece cernirse sobre Occidente la oscuridad de una noche eterna, merece la pena recordar esas luces y guías que nos orientan entre los escombros del sentido de un mundo que se nos ha vuelto extraño.

Occidente se retira de todos los frentes

…en consecuencia con su falta de fe en un Orden liderado por sus valores y principios -si es que a estas alturas mantiene alguno diferente a “hacer negocios”-, lo que más acá de Afganistán implica la pérdida acelerada de cualquier tipo de régimen amigo en el hemisferio suroccidental: precisamente en América, la América española.

La Internacional Socialista del Foro de Sao Paulo alcanza por tanto metas y objetivos que les parecían vedados apenas hace una década, y todo ello mientras los EEUU de Obama y los Clinton se dedicaban a meterle el ojo a Putin en su esfera de dominio, mientras se vendían a China y se volvían a olvidar de la defensa sistemática de los derechos humanos.

Porque el llamado “intervencionismo humanitario” ha tenido episodios más chuscos que los de Afganistán e Irak, caso de las “primaveras árabes” en Libia o Egipto, o en la mismísima Siria salvada a la postre de su desintegración por el descaro rampante de un Putin al que se pretendía desafiar en Ucrania hasta que decidió ocupar (y quedarse con) Crimea.

Nada que la diplomacia conjunta de la UE y la OTAN no pueda empeorar, con sus remilgos en la actuación que desmienten una a una sus rotundas condenas a los desmanes de potencias, a estas horas de la partida, declaradamente enemigas de los intereses y de la misma esencia de Occidente; del citado respeto a los derechos elementales de los individuos.

Afganistán no será por tanto más que símbolo del presunto fracaso militar de Occidente, que fácilmente enjugarán el cine y los medios al uso hablando del “avispero afgano” y cosas por el estilo; pero lo que indica a las claras la retirada de los USA y sus aliados de un terreno lejos de haber sido pacificado (¿misión cumplida, entonces?) es la falta de voluntad de victoria.

¿Para qué vencer sobre un terreno yermo? ¿Sería legítimo, de hecho, imponer el modelo occidental a una población tan dispar étnicamente, tan lejana incluso físicamente de constituir una Nación como las que reconocemos habitualmente? ¿Para qué se fue, en definitivas cuentas, a Afganistán? Pues básicamente para erradicar la amenaza talibán, cosa que no se ha conseguido.

Pronto veremos por tanto las grúas con cadáveres colgando -como en el Irán de Jomeini, como en el Afganistán de hace dos décadas-, como volverán las lapidaciones de mujeres “adúlteras” o meramente contestatarias, o de los señalados como “blasfemos”, o de todo aquel que no conciba vivir nuevamente bajo un régimen de terror islámico y decida rebelarse contra el mismo.

¿Dónde quedará Occidente entonces? ¿Acaso reducido a las pantallas de TV en permanente retransmisión de los horrores del mundo? La cuestión mayor es que en nuestros días ya no nos es permitida la ignorancia sobre lo que sucede en el Planeta, porque nos sucede a todos y en tiempo real: trátese de un virus de alcance global o de un genocidio en curso.

Y el problema es que la mala conciencia de nuestras opulentas sociedades cansadas y envejecidas no da siquiera para una protesta coherente sobre cómo funcionan la intervenciones militares (y por extensión políticas, y a la inversa) de Occidente, mucho menos para algo que exceda la mera telecompasión para con esas víctimas recurrentes de “esos países” que sirven como autojustificación, en fin, de que “las cosas siempre han sido igual”.

Aquí cabría rematar -aunque sólo fuera por ejercitar la memoria- que esto no es verdad, aunque lo parezca; que depende tanto del enfoque subjetivo como de los criterios éticos con que se juzgue cada situación. Porque a día de hoy la regresión democrática es patente en todos los continentes, luego podemos constatar que “hemos estado mejor que ahora”. Ya solo falta vislumbrar hasta qué punto pueden empeorar las cosas.