Las sociedades con mala conciencia

…dejan pronto de ser democráticas, asaltadas por la carcoma disolvente de los que desean vivir precisamente a costa de la presumible culpa -o pecado original de clase (en puridad, según la visión marxista, de estamento), de raza (de identidad) o de sexo (de “género”, entendido como adscripción ideológica)- de la mayoría que se anhela sojuzgar con la coartada para más inri de su redención.

Pero es que no tiene de antemano que haber siquiera posibilidad de “mala conciencia” en una sociedad actual, sobre todo si es plural como digo (democrática, establecida libremente como régimen de opinión pública), porque ¿cómo presuponer una conciencia social única (unívoca) en lo que consideramos una reunión convenida de particulares (los plurales) libres e iguales ante la Ley?

Dado además que las sociedades con semejante prurito de autoexigencia y culpabilización -¿por los crímenes de quién?- instan, obsesionadas tal vez por el Día del Juicio Final, a penar obligatoriamente a todos los ciudadanos, eliminan progresivamente las fuentes de discrepancia, crítica o heterodoxia respecto a la Versión Oficial que se determina instaurar en un momento puntual -puede que “con carácter provisional”-, y de ahí en adelante.

Siguiendo estrictamente el proceso inverso, allí donde el Poder reside en una esfera superior y ajena -perfectamente separada- del Pueblo, con sus castas y jerarquías propias, se constriñe a los individuos a olvidar la realidad de los hechos, los crímenes masivos cometidos prácticamente delante de sus ojos, porque conviene erradicar toda posible “mala conciencia” (un recuerdo, siquiera, de la inocencia violada) de lo que no es sino otro avatar del Poder o “Encarnación de la Voluntad del Pueblo”.

Un Poder, pongamos que ejercido por un Partido único, que desde luego no puede permitirse ese tipo de residuo de la “moral burguesa”, pues asume que la mala conciencia destruye la integridad moral de las sociedades democráticas, llenas a rebosar de millones de individuos libres y creativos y trabajadores que voluntariamente conviven y contribuyen al bienestar del resto, de todos, del Común (“E pluribus unum”)… Que es lo contrario al Movimiento Totalitario.

Por ello, hoy como ayer, la Internacional Comunista fomenta la culpa en los regímenes que considera enemigos (o por lo menos rivales de sus intereses y políticas) mientras se dedica a ocultar, silenciar o justificar su ilimitada responsabilidad criminal por las decenas de millones de víctimas que causó en el siglo XX y continúa dejando a su paso en su demencial e inagotable vocación despótica de designio global, ¡total!

Y su amenaza, ciertamente, no parecía cernirse tan peligrosa desde hace lo menos medio siglo.

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Las instituciones decrépitas

…de nuestro tiempo no son la Monarquía ni el Senado, ni siquiera el Congreso -a estrenar de nuevo como cámara de debate público y sede de la Soberanía Nacional desde la instauración zapaterina del régimen del 11-M-, sino más bien los sindicatos paraestatales (UGT y CCOO), la mayoría de las universidades públicas -si no la Universidad como tal- y los medios de comunicación.

Porque en la época de la prevalencia total del Ejecutivo sobre el Legislativo -con excepción tal vez de la república presidencialista de los EEUU-, ni el Bundestag ni la Asamblea Nacional ni, desde luego, las cámaras (camarillas) autonómicas presentan ninguna relevancia pública más allá de sostener numéricamente (por disciplinados diputados por cooptación) al Gobierno de turno.

Lo cual no hace a los parlamentos instituciones decrépitas o vacías de contenido, sino entes necesitados de regeneración radical para que sirvan a la función para la que nacieron como instituciones públicas: sostener y reglar el permanente debate sobre las cosas del Común -de los asuntos económicos a la Defensa, pasando por la Administración de Justicia y otros servicios públicos- y proteger junto con el Gobierno los derechos y libertades individuales.

Pero de nada pueden servir ya unos sindicatos financiados opacamente por los Presupuestos Generales del Estado, cuando actúan desde hace medio siglo con particulares fines ideológicos y al servicio más bien de su propio bienestar y hegemonía, concordando lo que haga falta con la presunta “Patronal” que a tan pocos representa, con el fondo unívoco del “Diálogo Social” que es sin duda el rasgo más distintivo del Fascismo.

Una característica tan destacada de la Italia de Mussolini como de la España de Primo de Rivera, en cuyo Directorio el PSOE y la UGT se hicieron con la cartera de Trabajo -para Largo Caballero, justamente: “el Lenin español”-, o de la de Franco, cuyo Ministerio del ramo fue siempre dirigido por la Falange y sus entusiastas militantes, y fue siempre lo más fascista del régimen más allá de imperiales oropeles y soflamas patrioteras.

A destacar entre esos falangistas, por cierto, el abuelo de Pablo Iglesias Turrión (ex “paseador” durante los inicios de la Guerra Civil) o los progenitores del ex ministro de Justicia de Zapatero Fernández Bermejo, o de la ex vicepresidenta de Zapatero y actual mihembra del Consejo de Estado Fernández de la Vega. Del PSOE al Fascismo y del Fascismo al PSOE, en resumidas cuentas.

Son los mismos responsables de haber convertido a las universidades en madrasas, si bien es un fenómeno que se observa en todo Occidente: los nazis echaron a los intelectuales marxistas de Europa, que recalaron en América en Buenos Aires o en Nueva York, y de ahí a México y California. De sus universidades importó Europa la nueva ola desde los 60’ acá, y desde entonces su flujo no precisamente benigno es incesante y deletéreo.

La Censura se ha enseñoreado de los claustros porque se supone que, más allá de instituciones para el libre pensamiento y la libre discusión de las ideas, se trata de formar profesionales cualificados para servir al establishment con una coartada de índole moral, cuando en rigor el capitalismo es compatible con la corrupción económica de las élites pero se viene abajo ante el cinismo generalizado de los que pretenden mantener riqueza y posición a costa de la Mentira.

Una legión de redomados arribistas se aviene en consecuencia a prestar ese cierto prestigio que sólo brindan las palabras a quienes han de mantenerles en la ilusión del medro personal, de la ascensión social y del posterior reconocimiento de los suyos (la élite, con la distinción) y de los comunes (la sociedad, con la fama); cuando en rigor a este juego sólo pueden ganar los dueños del Dinero y del Poder, conchabados de paso con la Banca.

Lamentablemente, del mismo proceder son los medios de comunicación (más obsoletos si cabe que las editoriales) cuando sin una dirección independiente sólo actúan de meras correas de transmisión de la propaganda de la Casta de los poderosos y adinerados; porque parecen haber olvidado que su función nunca fue la de aleccionar al Público, sino la de brindarle historias veraces, interesantes, descarnadas… incluso sobre lo que en torno al Poder acontece.

De ahí que la lectura comparada de diarios impresos se haga tediosa, cuando han decidido replicar unívocamente las directrices de los departamentos de Comunicación de los partidos, sindicatos, corporaciones, gremios, grandes emporios (de la Economía, del Deporte, de la Solidaridad, de la Cultura)… mientras las televisiones repiten machaconamente los mantras y nuevos códigos morales de los Transformadores de la Humanidad.

Instituciones decrépitas, pues; a la espera de su demolición o de su derrumbe en un tiempo tasado. Sólo dudo de que la imaginación de la época se encuentre bien dispuesta para alumbrar las nuevas instituciones de que dependerá la sociedad del futuro inmediato para continuar como tal sociedad y no como este todo dividido de amorfidades. ¡Pero habrá que imaginárselas, después de todo!

Perseguir la crítica al Gobierno

…es el principio de la Dictadura, considerando la democracia básicamente como un régimen de opinión pública (plural, se comprende) que más allá de la disputa por el Poder de las facciones garantiza la alternativa -la misma alternancia en el Gobierno- de otras opciones distintas a las que los votantes pudieran haber instalado en un momento dado al frente de las instituciones.

Precisamente para esto nace la publicidad profesionalizada -los periódicos, al margen de partidos- de las virtudes de unos no menos que de los vicios de los otros, en un debate que es lucha política que se dirime no en el frente de guerra, sino en la colisión sobre el papel de las diferentes versiones (opiniones) y de los mismos datos (hechos) de la realidad.

La transparencia del Poder no tiene sentido si no es a través de los “medios de comunicación”, pues que no se otorga graciosamente por parte de los que mandan, sino que se obtiene para los ciudadanos por aquellos que han hecho de la cláusula de informar al público un servicio en sí mismo, más acá de beneficios pecuniarios o prestigios de cualquier índole.

Obviamente, tratándose de medios no hay ni puede haber otra realidad que la de su instrumentación por agentes públicos o privados, que buscan sus fines y presentarlos a la sociedad (ese régimen de opinión pública antes citado) como benéficos para el “interés general”, susceptibles incluso de elogio y respaldo, cuando no de mera necesidad “social”.

Pretender por tanto el control de las noticias y de la opinión -como si bastara establecer un canon sumarísimo sobre la Verdad para que todas las determinaciones del Poder pasen como racionales, y así sean aceptadas mansamente por los ciudadanos- no revela otra cosa que la inseguridad de las propias causas, la desconfianza en el juicio del común y el desprecio por las ideas ajenas.

Pero es que es esta obcecación, producto de intelectos pueriles y voluntarismos psicopáticos, la que distingue en nuestros días al fundamentalismo progresista -motejado por otros como “Izquierda reaccionaria”-, siempre inasequible al desaliento que le procuran la realidad de los hechos, los actos humanos y las manifestaciones frecuentemente inesperadas y hostiles de la Naturaleza.

No hay más que repasar los hechos y declaraciones de los principales representantes del Gobierno en la gestión de la pandemia -del presidente Sánchez al bufón Simón, de los vicepresidentes Calvo e Iglesias a los ministros Ábalos, Illa, Campo, Grande-Marlasca y Garzón- para reconocer toda una estrategia (¿de Iván Redondo?) basada en la mentira, el miedo y la difamación.

Simultaneando el soborno institucional de televisiones (grupos y presentadores particulares) y otros medios privados, con la usurpación de los medios públicos (televisiones y radios, pero más aún las agencias de noticias que sirven a todos ellos) y la financiación de todo un ejército de propagandistas, trolls y crackers en las redes sociales e Internet, el Gobierno PSOE-Podemos ha declarado la guerra a cualquier información que no responda a su Verdad.

Mas no son tiempos para el autoengaño; que más fácil lo tienen para que nada cambie manteniendo los programas “de evasión” y sus publicaciones derivadas -de las revistas a las novelitas absurdas de nuestros de días- que con la promulgación de leyes que hacen saltar todavía a las ranas con algo de conciencia de la enorme cazuela hirviendo en que han convertido el panorama político español en apenas un año de legislatura.

Así, para qué van a prohibir diarios y libros que nadie lee; o tuits injuriosos contra el Gobierno que acaban sepultados por millones de otros tuits injuriosos contra la Oposición, la carne de cerdo, las mascarillas tuneadas o el rock progresivo; para qué esa denodada contraprogramación de la realidad cuando su práctica impunidad legal les ha sido regalada por el acceso al Poder.

¿No será que aún y todo temen que “algo” pase y, volteada la tortilla, den todos con sus huesos en la cárcel? ¡En España (con su presunta opinión pública) no caerá esa breva!