Sólo Vox parece entender la situación actual de España

…con un Ejecutivo de práctica demolición de la tradición constitucional y unitaria de la Nación desde 1812; con un Pablo Casado echado a perder después de su desabrido discurso antiAbascal durante las jornadas de la moción de censura contra Sánchez; con una Inés Arrimadas entregada al «diálogo» con el PSOE (¿y con el PSC también?) por mor de eludir «la crispación»…

En dos semanas se celebrarán elecciones (como si todavía se pudiera elegir allí, con libertad) en la desgraciada tierra de Cataluña, donde las facciones en busca de los restos del botín del Pujolato -autoridad del jefe de clan o capo, prestigio del terror imbuido jerárquicamente a todos lo que ansían formar «un sol poble»- formarán gobierno «como sea», una vez que resuelvan los pormenores técnicos de la repartición del Poder.

En frente, como recién aparecidos, sólo tendrán entonces a los diputados de Vox y a algunos supervivientes de la criba en PP y Cs -siempre y cuando no venga Teodoro García Egea a empeorar la situación espoleado por un Feijóo, pongamos por caso-, lo cual deparará a Alejandro Fernández una soledad pública similar a la de Cayetana Álvarez de Toledo, aunque al menos (como a ella) siempre le quedará el apoyo moral de… los de Vox, claro.

Porque Casado no da muestras de querer hace siquiera oposición en lugares como Cataluña o País Vasco, puede que para mantener «abiertas las vías» de cara a futuras ententes o contubernios con PNV ¡y hasta con ERC, como en tiempos de Soraya y Rajoy! en vistas a desalojar a Pedro Sánchez de La Moncloa cuando la devastadora crisis económica, sumada a los drásticos números de decesos a lo largo de la pandemia, se lo lleve por delante.

Pero lo cierto es que, hasta la fecha, los errores y las mentiras, los casos de negligencia y corrupción y las mismas muertes por Covid19 las ha distribuido Sánchez efectivamente entre todos -responsables autonómicos, municipales, servidores públicos y ciudadanos- con un éxito notable, o de lo contrario ya habría sido procesado junto a la mitad de su gabinete empezando por Salvador Illa, ese ex ministro de Sanidad y candidato a la inanidad que también podría llamarse Benigno sin causar mayor injusticia a su nombre.

Por lo demás, como ya no hay vida parlamentaria -algo que de todos modos no nota el común de los españoles, sepultados éstos bajo las tablas de incidencia acumulada e ingresos en la UCI-, da la impresión de que ya no va a haber política ni casi cambios hasta las próximas Generales, porque ese tipo de clon específico del PP (tanto como de Cs en los últimos tiempos) sólo está acostumbrado a hablar si le ponen una alcachofa delante, si los periodistas aguardan disciplinadamente en fila a las declaraciones oficiales de turno.

De ahí que los medios nos entretengan con las peleas gallináceas entre los socios PSOE y Podemos en el seno del Gobierno, a cuenta de dogmas y prejuicios sobre asuntos que no importan a la generalidad de los españoles -pero que desde luego nos lo ponen más difícil en el día a día, al par que coartan nuestra libertad de expresión y merman nuestro derecho a la igualdad de trato y de oportunidades-.

De fondo, Sánchez sigue quemando etapas, naves, ministros y lo que se tercie en su única idea fija de hacerse con todo el Poder y consolidarse en él para los restos, él y los suyos -entre quienes no faltarán miembros de otros partidos, ojo; así como «intelectuales» y «compañeros de viaje» de toda laya-; en frente, todavía, apenas nadie: sólo Vox parece entender la situación actual de España, pero sus actuaciones no parecen responder a una genuina estrategia a largo y de ello se resiente todo su discurso y por supuesto su acción política.

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