Los estúpidos debates de nuestro tiempo

…nos tienen al cabo inquiriéndonos sobre si un tenista serbio puede entrar fumándose un Marlboro en un establecimiento público, tal que una taberna o un restaurante o un pub, al haber recibido una exención dudosa por su gran mérito sobre las canchas, ¿o se trata de su ejemplaridad como fumador libremente responsable pero ajeno a las normas del local?

Simultáneamente, tenemos al pequeño dictador del país vecino renuente a obligar a la población que gobierna a vacunarse, pero dispuesto no menos a joderla viva si no lo hace, y luego están los pesadísimos tribunales de tantos y tantos países diciéndoles de manera exasperada a nuestros gobernantes que no saben hacer las leyes que convienen, técnicamente.

Otros lanzan cruzadas por libertades inverosímiles, y pretenden que como odian a Lenin se les debe recoger en el regazo de la Sagrada Causa de la Libertad, como si ésta estuviera perfectamente desvinculada de los hombres y las sociedades reales, que en medio de una peste, ahora como hace mil años, deben procurar en primer término la salvaguarda de vidas.

Un fallo en la comunicación global, como si fuera un fallo global en la comunicación, es la consecuencia (no sé bien por qué) inesperada de esta crisis coronavírica, cuando en rigor hubiera valido el comunicado del brote antes de 2020 por parte de las autoridades chinas, y las subsiguientes medidas de cierre de fronteras y reclusión forzosa, para atajar en buena medida el mal.

No sólo no se produjo, sino que la distorsión fue la tónica en la política de comunicación del buró del Partido Comunista Chino, genuina peste de nuestro tiempo de la que sólo pueden venir males mayores en todos los ámbitos para el mundo entero, no sólo para nosotros, por mucho que Occidente lleve haciéndose el sueco al respecto lo menos medio siglo.

Pero si China es el Mal, los sujetos como Djokovic son su quinta columna en el amedrentado Occidente, no menos que los Bill Gates o las Kamala Harris, los apóstoles de la medievalización de Europa y EEUU como Greta Thunberg o nuestro pobre tonto pero millonario comunista Alberto Garzón, el demediado Pablo Iglesias o la exageradamente cursi Yolanda Díaz.

Con Rusia llamando a las puertas otra vez, como acostumbra también desde hace mil años, Alemania se ve ahora impelida a amenazar con la suspensión del tratado sobre el gas que la mantiene funcionando desde hace dos décadas, por culpa del entreguismo progre de sus élites no menos que por su aversión verde a las nucleares y por su política exterior vegana.

En esta tesitura, cuando la guerra abierta por los recursos energéticos del Planeta ha estallado hace tiempo, una administración USA en franca retirada deja al aire la estrategia toda de una UE sin Ejército, sin Energía, sin Política Común Exterior -¿cuál es el grado de ignominia que ha alcanzado respecto a Venezuela y Cuba, Siria o Libia, y tantos otros países?- y sin proyecto alguno.

Que pretendan a la vez imponernos la absurda agenda 2030/2050 de los milmillonarios progres, nihilistas, como los citados antes, que sólo piensan en sobrevivir a la muerte como sea porque no pueden imaginarse un mundo sin ellos mismos -a diferencia de lo que les pasa a 9 de cada 10 de los 7.600 millones de seres humanos-, ofrece una cruda imagen del presente real.

No son líderes de nada, sino casta amorfa, de seres cuasi virtuales, fascinados por la propia desproporción de sus dineros y poderes, pero a la postre mortales y errados como cualquiera de nosotros, sólo que más peligrosos por sus codiciosas pretensiones de reforma moral del mundo, de redención universal. De ahí la generación de estos estúpidos debates actuales.

Los que saben ver, y además tienen un poder real sobre las cosas, conocen de sobra lo que vendrá a continuación, y como todo lo que hasta entonces ha sido reconocible y reconocido puede desintegrarse en apenas unos años: es la Guerra, que todo lo trastoca; y que se permite llamar a la puerta de Occidente precisamente cuando no parece haber nadie detrás para defenderla.

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Lo propio de la Casta es cuidar de sí misma

…antes que cualquier otra consideración, como el bien de los gobernados. Precisamente del grado de iniquidad que alcance esta automunificencia deriva la clasificación de los regímenes políticos en democráticos, oligárquicos o abiertamente despóticos. En España hace tiempo que nos han (hemos) acostumbrado a la endogamia enfermiza de los círculos del poder, no tan distintos los actuales a los de hace un siglo -o por lo menos no cambian mucho los apellidos-.

De aquí que no extrañe la habitual manera de proceder en esta crisis pandémica como en cualesquiera de las otras, económicas o de corrupción al por mayor: primero han de salvar su cabeza los miembros destacados de la Casta (Juan Carlos I y Suárez, Pujol y González, los jelkides del PNV de Arzallus a nuestros días, los socialistas andaluces y sus camaradas de la UGT, los superespías tipo Villarejo y los superdirectivos del Íbex), y de ahí para abajo.

Algo que resulta incluso más patente en las filas de los salvapatrias desfachatados de Podemos, cuyos dirigentes todos han cometido entre unos y otros la práctica totalidad de los delitos y faltas atribuibles al ejercicio corrupto de un cargo público, y lo meritorio es que ya lo hacían antes de llegar a ocupar cualquier puesto político (Monedero, Echenique, Mayoral, Rodríguez, Espinar, Serra, Errejón, Maestre y el propio Iglesias).

Tenemos una casta política que al menos en lo que llevamos de siglo ha funcionado siempre por cooptación de lo peor: lo más ignorante, resentido, servil y sectario; los más brutos, rencorosos, sumisos y al par fanáticos de La Causa de la Política que pasa, a sus ojos, por establecer un nuevo Poder que ordene, a través de la discriminación y el encuadramiento, lo complejo de una sociedad (o magma social) que se resiste a ser inmovilizada en su lecho de Procusto.

Pero el último ejemplo de la prioridad en la vacunación contra el coronavirus que se han dado unos cuantos cargos electos y sus cohortes respectivas no debiera, pese a su gravedad y el patetismo de la situación en la que han acabado atrapados, hacernos olvidar que las costumbres del privilegio y del nepotismo vienen de antiguo, que las formas democráticas escasean -tal vez por falta de tradición- en la vida pública española, y que la ejemplaridad no está a la orden del día entre nuestras presuntas “élites” locales y nacionales.

Tal vez por una cosa y por la otra y por la de más allá, luego resulta que éstos y aquéllos ya “pasan olímpicamente” de recomendaciones, avisos y restricciones; lo hacen siguiendo el perverso ejemplo de esos otros que hacen de su condición “excepción” en vez de servicio al público: al ver cómo los miembros de la Casta se sitúan por encima y desde allí deciden (decretan) lo que les estará bien merecido a los del pueblo-chusma-gente.

Se trata de los mismos que durante años y décadas se han agenciado los recursos para hacer buenos negocios con información privilegiada obtenida en razón de su cargo; los que gozan de todo tipo de facilidades para sus créditos y del negociado de las dietas y de sus pensiones vitalicias; quienes deciden quién y en qué se puede invertir, cómo y a qué precio se puede contratar, qué negocios quedan al abrigo del poder político y cuáles pueden ser expropiados a voluntad.

Hace mucho tiempo ya que el régimen del 78 no es más que la pantalla hecha jirones de este estado de cosas oligopólico, donde la rebatiña entre las facciones implicadas se vuelve feroz cada vez que la situación financiera (y) de las cuentas públicas amenaza quiebra, y lo único que de 2008 ahora ha cambiado es que el Gobierno Sánchez-Iglesias pretende tener un proyecto ideológico para España y los españoles que haría superar lo funesto del tiempo presente.

Cosa que, sobre falsa, no sería incompatible con el nihilismo cierto de estos últimos saqueadores de la Casta que piensan, ante todo y sobre todo, en enriquecerse “como sea” antes de que todo haga definitivamente implosión -la salida siempre podrá ser un paraíso fiscal caribeño (o un régimen cleptocrático afín, en el Caribe o cerca) para los que porten consigo las suficientes maletas del despojo-.

Y cuando todo ello suceda, y todos seamos testigos de estos hechos, todavía se llamarán a sí mismo “exiliados” y apelarán al “derecho internacional” para no verse de pronto extraditados. Al tiempo.

Una estrategia drástica contra el coronavirus

…pasa por un nuevo enfoque de las restricciones, que no debieran ser apenas generalizadas sino aplicarse quirúrgicamente y no ya tanto por barrios o por “espacios” -aulas, bares, comercios y centros de esparcimiento cultural- más que circunscritas a los grupos de población más vulnerables: los mayores de 70 años.

Se trata por tanto de facilitar las actividades ociosas de los jubilados, en zonas horarias concretas del día, mientras el resto de la población puede dedicarse a sus menesteres -trabajo o estudio-, aun si persisten obligadamente ciertas restricciones de aforo, de prevención (como las mascarillas) o de seguridad (tests en origen en los aeropuertos, etc.); así ha de ser para todos en lo venidero, como aconteció en muchos casos después de los atentados del 11-S.

Pero el enfoque nuevo radica en la salvaguarda de nuestros mayores, tal como debió ser entendido desde el principio, cuando las cifras primeras de mortandad arrojaban una letalidad por la Covid19 del 10% para mayores de 80 años y del 5% para mayores de 70, deparando de media tasas de entre el 0,6% y el 1,2%, en ningún caso superiores a las de las gripes más virulentas y desde luego inferiores a las de la “gripe aviar” o el MERS.

En vez de repensar las medidas más extremas para mejor tratar de preservar a esa amplia capa de población en los países occidentales conocida como “Tercera edad” -factor esencial del consumo interno y, después de la crisis de 2008, genuino “factor de sostenibilidad” de las familias y de la misma “bolsa” de desempleados- las intermitentes prohibiciones de tal o cual actividad, espectáculo o festejo nada solucionan de veras… a la espera de la inmunización total.

Y, mientras tanto, se disparan las líneas de colores en las distintas gráficas de contagios, internados (camas ocupadas) y decesos, que se suman a las de quiebras, despidos, deudas y morosos, en un maremágnum de incomprensiones vinculadas que puede remover las entrañas de las sociedades hasta desfigurarlas por completo durante muchos años de no dejar de hacer las cosas a tientas y ya, ahora mismo.

La vacunación está en marcha y debe priorizar sin duda a los mayores de 70 años, se encuentren donde se encuentren (¿acaso hay que extenderse en explicaciones “políticas” al respecto?), y a sus cuidadores -asistentes, médicos, personal de enfermería y celadores, vigilantes de hospital y de otros centros neurálgicos, policías, guardias civiles, militares-, antes de proseguir con la oferta de prevención al resto de la sociedad.

Hasta entonces, los mayores de 70 debieran medir cada paso y ser informados al respecto, en vez de andar especulando, como nuestra presuntas “autoridades” día tras día durante toda esta crisis, sobre el número exacto de comensales en un cumpleaños o la propagación posible del coronavirus a través de los fumadores en las gélidas terrazas de invierno, cuando luego resulta que el contagio viene de la persona más querida y de mayor confianza.