En tiempos de contagio

…es la obrita (75 páginas en la edición en español, con capítulos de un par de páginas en su mayoría) que se ha sentido llamado a escribir el italiano Paolo Giordano, autor de la exitosa novela La soledad de los números primos -que no he leído-. Una reflexión que en rigor poco aporta a estas alturas de mayo, aunque cabe reconocerle la reunión de prácticamente todos los lugares comunes recogidos en la Prensa europea durante estos meses.

El libro no tiene de hecho otra tesis que la afirmación de que es necesario un cambio en la conducta del hombre de nuestros días, si bien no concreta excesivamente los puntos en que debiera producirse dicha metamorfosis. Vagas nociones acerca de que el hombre no es una isla y en consecuencia la responsabilidad individual puede suponer un bien común para el género humano no pasan de obviedades, pese a su pretendida apoyatura matemática.

Comienza el libro precisamente refiriéndose a la importancia de las matemáticas a la hora de tratar este tipo de crisis, lo cual no deja de resultar evidente para cualquiera con dos dedos de frente:

“Antes de ser emergencias médicas, las epidemias son emergencias matemáticas. Porque las matemáticas no sólo son la ciencia de los números, sino ante todo la ciencia de las relaciones: describen los vínculos e intercambios entre entes diversos sin importar su naturaleza, abstrayéndolos en forma de letras, funciones, vectores, puntos y superficies. El contagio es una infección de nuestra red de relaciones.”

Explica además que el SARS-Cov-2 es un virus ARN, “la forma de vida más elemental que conocemos”, y aduce que para el mismo

“toda la humanidad se divide en tres grupos: los Susceptibles, es decir, todos aquellos a quienes todavía podría contagiar; los Infectados, a quienes ya ha contagiado; y los Removidos, es decir, aquellos que ya no pueden contagiarse de nuevo porque han fallecido o se han curado”.

Pero lejos de establecer modelos para no perderse en los vericuetos y vías por que se ha expandido el virus, o fijar su rapidez de propagación, Giordano se limita a ofrecer un ejemplo que le sirve luego para conminarnos a la reclusión, cuanto más solitaria mejor:

“Pongamos que somos siete mil quinientos millones de canicas susceptibles y estáticas hasta que, de pronto, una canica infectada nos alcanza a toda velocidad. Esa canica infectada es el paciente cero de la enfermedad. Antes de detenerse logra chocar contra dos canicas que por su parte salen disparadas y chocan contra otras dos cada una. Y así una vez, y otra, y otra.

El contagio empieza así, como una reacción en cadena. En una primera fase crece de una forma que los matemáticos denominan exponencial: cada vez más personas resultan infectadas en menos tiempo. Saber exactamente cuánto tiempo depende de un número que es el corazón oculto de toda epidemia. Se indica con el número Rsub0 y cada enfermedad tiene el suyo.”

Al parecer, el SARS-Cov-2 tenía inicialmente una media de 2,5 contagiados por cada infectado, y lo deseable sería reducir el número a menos de 1.

“La buena noticia es que Rsub0 puede cambiar y, en cierto sentido, depende de nosotros: si reducimos las probabilidades de contagio, si cambiamos nuestro modo de actuar para dificultar que el virus se transmita de una persona a otra, Rsub0 disminuye y el contagio se reduce. Ésa es la razón por la que ya no vamos al cine.”

También lanza la perorata habitual sobre las noticias falsas y su rápida expansión -digamos que como este virus, comparación trillada donde las haya máxime en estos tiempos de internet en los que todos hemos comprobado la existencia de millones de “troyanos” y “gusanos” tirando abajo hasta los sistemas informáticos de las grandes administraciones y asimismo de las más sofisticadas empresas de telecomunicaciones-.

“Las noticias falsas se difunden igual que una epidemia. De hecho, el modelo para estudiar su propagación es el mismo: frente a una información errónea somos Susceptibles, Infectados o Removidos. Y cuanto más nos asusta, nos indigna o directamente nos enfurece esa información, más vulnerables somos al contagio.”

Y es por aquí por donde tiene que asomar la patita este otro agorero del apocalipsis climático, que parece reconocer a la Thunberg cierta autoridad moral mientras se refiere a los incendios en la Amazonía o en Australia y a otra serie de desastres (no siempre causados por el hombre) que inciden en la desaparición de las especies y, a su juicio, en la migración de los virus y bacterias de unas a otras, hasta alcanzar al hombre mediante zoonosis (transmisión vírica desde animales a hombres).

“Los virus se cuentan entre los muchos prófugos de la destrucción del medio ambiente, junto con las bacterias, los hongos y los protozoos. Si por un momento fuésemos capaces de dejar a un lado nuestro egocentrismo nos daríamos cuenta de que más que ser los nuevos microbios quienes vienen a nuestro encuentro, somos nosotros quienes los desahuciamos de sus hábitats.”

Ciertamente, no hace falta una superextinción para que ratas, moscas y mosquitos nos contagien todo tipo de enfermedades, como otros animales del ámbito doméstico que no corren dicho peligro -vacas, cerdos, caballos, gallinas, palomas, perros, gatos- pueden transmitirlas también, y lo seguirán haciendo en el futuro. El ejemplo claro es el de la rabia, con la que logró lidiar un tal Pasteur hace ya siglo y miedo.

Como resumen de la actitud del autor, cada vez más extendida entre ciertos círculos intelectuales y elitistas, podría ofrecerse la cita que aparece en la portada de la edición española del libro:

“Como buen hipocondríaco, de tarde en tarde le pido a mi mujer que me tome la temperatura, pero eso es harina de otro costal: no tengo miedo de caer enfermo. ¿Y de qué tengo miedo? De todo lo que el contagio puede cambiar. De descubrir que el andamiaje de la civilización que conozco es un castillo de naipes. De que todo se derrumbe, pero también de lo contrario: de que el miedo pase en vano, sin dejar ningún cambio tras de sí.”

Hipocondríaco o no, con miedo a que nada cambie o a que todo cambie para mal, desde luego Giordano ha decidido no perder el tiempo a la hora de sacarse unos cuantos euros -bien pudiera ser que por encargo de su editora-, así que cabe aplicarle también a él (como a la joven Greta, a su hermana y a sus padres) el calificativo de “arboricida”.

¿En verdad hacía falta publicar este libro, que apenas rebasa con sus simplones análisis la primera semana de marzo (cuando en Italia no podían ni sospechar hasta qué punto la estaban pifiando las autoridades, ni por ende la magnitud de la tragedia que aún perdura allí como en España y otros tantos países occidentales)?

¿No hubiera sido más sensato, económico (para la Madre Naturaleza, vaya) y honrado esperar para ahondar algo en causas y consecuencias a conocer mucho mejor la verdadera dimensión de la Covid19, sus orígenes y desarrollos y efectos reales en la salud individual de muertos, recuperados y asintomáticos?

Si de algo se puede estar seguro pese a todos los coronavirus pasados, presentes y futuros es de que el dinero nunca descansa, y en fin: quizás sea éste uno de los únicos motivos de esperanza en el momento actual (aunque Giordano tal vez fingiría sentirse escandalizado).

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El Gobierno es culpable

…de la actual crisis sanitaria por su sistemática ocultación de los datos reales, por el silenciamiento a que ha sometido a expertos científicos y médicos y a las propias Fuerzas de Seguridad del Estado desde enero, además de por la desprotección a la que ha sometido y somete a profesionales de la Sanidad y miembros de las FSE, personal de residencias y otros empleados y funcionarios públicos que no disponen de los medios de protección adecuados por la incompetencia de responsables como la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, y sus tests chinos a precio de «ganga».

El Gobierno es culpable por alentar a movilizaciones masivas en toda España el 8 de marzo, especialmente en Madrid, más de un mes después de que saltara la alarma internacional no ya por los casos registrados en la China comunista, sino en la misma vecina Italia; pero aún es peor la gestión de comunicación a cargo de un experto como Fernando Simón que ha fungido de mero esbirro y correa de transmisión de las directrices emanadas del Gobierno Sánchez-Iglesias, retardando así la adopción de medidas eficaces y sembrando la confusión y el pánico entre la población.

El Gobierno es culpable por negligente, por tener una banda de sectarios enemigos de España y su Constitución en puestos de responsabilidad, caso del ministro de Sanidad Salvador Illa, que es de cuota del PSC como el ahora desaparecido ministro comunista de Consumo Alberto Garzón es de cuota por la casi extinta IU y la impresentable ministra de Trabajo Yolanda Díaz es de cuota por mujer y por ser miembro de Podemos, como la ministra de Igualdad no es más que una estúpida niñata ascendida al poder por ser la mujer de.

El Gobierno es culpable por mentir de continuo, afectar la actividad sanitaria no menos que la actividad económica, que básicamente pretende destruir para hacer a toda la población dependiente del Estado que pretenden saber gestionar los que jamás han dirigido una plantilla, creado un negocio o pagado una nómina. El Gobierno es culpable de poner en riesgo el conjunto del tejido productivo español, haciendo peligrar así las pensiones de nuestros mayores tanto como el futuro laboral y profesional de nuestros hijos.

El Gobierno es culpable por no haber hecho los debidos ajustes fiscales en todo este tiempo, una vez que parecía consolidada cierta recuperación económica bajo el Gobierno Rajoy, preocupado únicamente por consolidar su poder después de haber asaltado el Gobierno de manera fraudulenta con una moción de censura basada en una sentencia mentirosa que como tal ha sido ya considerada por el Tribunal Supremo.

El Gobierno es culpable por contar con golpistas y terroristas para excluir a la oposición y marginarla, por dedicarse íntegramente a una campaña de imagen permanente con hitos como la exhumación del cadáver de Franco, las nuevas leyes sobre “violencia de género” o laborales, cuando resulta asimismo culpable por no entender la realidad de la pequeña empresa, del sistema financiero o de las grandes industrias exportadoras de España.

El Gobierno es culpable por su deliberada estrategia de echar balones fuera en vez de hacerse al fin responsable de la situación, cargando contra la UE y más aún contra los únicos partidos con sentido de Estado que quedan en España: PP, Vox y Cs. Es culpable por azuzar el odio contra la oposición mientras negocia prebendas y privilegios con sus socios antidemocráticos y antiespañoles, del PdCat al PNV, de ERC a la ETA, mientras habla ahora de solidaridad y cohesión y lealtad, y simultáneamente dirige a través de todos los medios de comunicación (sobre todo las televisiones), sobornados con ingentes cantidades de millones de euros del Presupuesto público, una abyecta campaña de difamación contra el primer gobierno que decidió tomar medidas: el de la Comunidad de Madrid que preside Isabel Díaz Ayuso.

El Gobierno es culpable, responsable de las previsibles decenas de miles de muertos que va a dejar la Covid-19 en nuestro país, y de los millones de trabajadores que van a perderlo todo o casi todo de aquí a unos meses. El Gobierno es culpable y debe ser disuelto y sustituido por un Gobierno de emergencia nacional sin Sánchez ni Iglesias, que han de ser procesados por su responsabilidad criminal en la gestión de la crisis. Pero todavía habremos de ver cómo el español medio entiende que el culpable es Aznar por la Guerra de Irak. Cuánto espero equivocarme a este último respecto…